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“Yo no fui”

El domingo pasado, El País de Madrid publicó una extensa entrevista, traducida de Der Spiegel, con Jerome Kerviel. Para quienes no hayan oído hablar de este joven de 33 años, héroe y villano del sistema financiero caído en desgracia en el 2008, baste decir que fue un exitoso agente de bolsa de la Société Générale francesa en el mercado alemán.

Kerviel, ahora con un sueldo mensual de 2.300 euros, acaba de ser condenado a cinco años de prisión. Pasará dos en libertad condicional. Pero lo peor de todo -la dimensión kafkiana de esta historia de bandidos buenos y bandidos malos- es que deberá pagar una indemnización de 4.900 millones de euros a su antiguo empleador.

Para muchos, Kerviel fue un agente genial mientras su banco se embolsillaba millonadas y un apestado chivo expiatorio en la caída estrepitosa del sistema financiero. Él mismo se defiende diciendo que no entiende la sentencia. Demostró con pruebas que sus jefes sabían lo que estaba pasando y nunca lo detuvieron, ni siquiera cuando las autoridades alertaron sobre movimientos dudosos de la empresa.

Kerviel fue acusado de “terrorista” por Daniel Boston, su antiguo jefe, por haber “arriesgado 50.000 millones de euros con sus negocios especulativos”. Pero el ahora condenado se defiende diciendo que sus operaciones tenían el propósito de “maximizar los beneficios” de la empresa y que había entrado “en esa espiral” con el apoyo de sus jefes.

Cuando el fiscal acusó a Kerviel de haber engañado a sus amigos, superiores y colegas, el ex agente de bolsa respondió que no había engañado a nadie. “Mis jefes se aprovecharon de mí al negociar sus bonus. Alardearon del crecimiento de mis resultados para exigir más dinero. Y hoy aseguran que no sabían nada.”

Las piezas son más débiles que la maquinaria. Es lo que se deduce al final de esta película. Europeos y norteamericanos inocentes de la bancarrota de este monumental casino que abre y cierra por ciclos cada vez más repetidos pagan hoy de sus bolsillos los delirios del sistema financiero. Mientras tanto, un joven temerario, con más ambiciones que escrúpulos, lucha por convencernos de que cada uno de sus pasos fue consentido por sus jefes.

Las respuestas de Kerviel permiten pensar en los implicados en los escándalos de las ‘chuzadas’, la ‘Yidispolítica’ y la farsa reeleccionista abortada por la Corte Constitucional. Ya hay condenados. Unos buscan asilo en un país vecino. A una se lo conceden, a otro se lo niegan, el siguiente pule su prosa de perseguido político, tratando de curarse en salud. Por ahora, no hay culpable de la “crisis” ni protagonista de delitos que diga, como Kerviel, que trabajaba para los intereses de un patrón con nombre propio.

El beneficiario de delitos ya tipificados (¡qué más da que sea la cabeza de un gobierno o el presidente de un banco!) nunca ordenó detener la marcha de estos “negocios”; por esto, los eslabones de esta cadena de actuaciones ilegales siguieron hasta los despachos de asesores y consejeros. Estaban seguros de que el beneficiario principal tendría la coartada de monsieur Boston ante los jueces de Kerviel: él no dio las órdenes.

¿Quién va a decir que le parece injusto que se le presente “como único culpable” y se le haga “responsable de todo”? Kerviel argumentó que la sentencia contra él servía “para salvar el sistema y la imagen de la banca francesa”. A diferencia del proceso que condenó a un especulador de 33 años, aquí no hay un “sistema” abstracto sino un hombre poderoso que consintió toda clase de bajezas… a menos que tanto ruido en su casa haya sido hecho a sus espaldas.