- Prodavinci - https://historico.prodavinci.com -

A Halle Berry, por supuesto

Nunca has sido una de mis actrices preferidas, pero quienes me conocen podrían atestiguar ante ti, con una mano en la Biblia y la otra en una plancha caliente, cuánto tiempo llevo siguiéndote la pista. He usado tus fotos como salvapantallas, he visto varias de tus películas, he husmeado tus biografías. En cierta ocasión un entrevistador me preguntó que dónde me gustaría morir, y yo dije que en tu cama, así no estuvieras tú allí. Hace poco un amigo que comparte mi devoción por ti me sugirió la idea de imaginar la frase que te diría en caso de que te viera.

Si me hubiera tropezado contigo, Halle, en una esquina de Barranquilla durante mis años de adolescente montaraz, seguramente te habría espetado alguno de los muchos piropos jocosos que les aprendí a mis mayores. Algo como “tú con tanto globo y yo sin fiesta”. O “necesitas ponerte una señalización, reina, porque con tantas curvas uno se puede matar”.

Mi intención en ese caso no habría sido, como puedes darte cuenta, seducirte sino llamar tu atención y hacer reír a la gente que estuviera por allí cerca. Las lisonjas que los transeúntes de mi tierra les obsequian a las mujeres en las vías públicas son mucho más cómicas que galantes. Algunos sociólogos explican tal fenómeno como una consecuencia del temperamento Caribe, esa propensión a buscarle ángulos risibles a la rutina de cada día. Yo prefiero interpretarlo como una patada de ahogado de los donjuanes callejeros: al ver avanzar a la mujer por la acera – magnífica, huidiza – descubren que es una alondra que jamás cantará en el patio de ellos. Como es ajena, como nunca retozará en nuestro jardín, como ninguna frase romántica la induciría a quedarse allí con nosotros, la convertimos en objetivo de nuestra comedia cotidiana. Entonces, en vez de resignarnos en silencio a este nuevo fracaso, en vez de limitarnos a mirarla mientras se aleja, nos hacemos los animosos y le lanzamos un piropo insolente: “no muevas tanto la cuna, mamita, que me despiertas al nene”. O “eres como Santa Bárbara: santa por delante y bárbara por detrás”.

Si me hubiera tropezado contigo durante mi época de estudiante universitario, seguramente te habría abrumado con los versos de mis poetas favoritos. Ayudado por Breton hubiera comparado tu cintura con un castor entre los dientes de un tigre. Apoyado en Rumen Stoyanov, te hubiera creado a tamaño de bolsillo para llevarte siempre conmigo. En coro con William Butler Yeats me hubiera preguntado cómo diablos puedo yo, mientras tú estés a la vista, fijar mi atención en la política romana, en la rusa o en la española. Guiado por Marylin Bobes hubiera buscado que me miraras mucho, mucho, mucho, para poder decir que ya que no soy de ti, soy de tus ojos.

Si me tropezara contigo hoy, Halle, volvería a pensar que eres alondra de un patio ajeno. Pero esta vez, en lugar de dispararte un piropo bárbaro como los de mi adolescencia, en lugar de obsequiarte un verso espléndido como los que te hubiera regalado en la universidad, me dedicaría a admirar la belleza de tu vuelo. Y así, callado, te seguiría con la mirada hasta que te perdieras de vista.