Actualidad

Anciana modernidad de Helsinki

Una mirada a Helsinki, en sus crónicas de ciudades y viajes

Por Arturo Almandoz Marte | 13 de noviembre, 2010

1. Con el perdón del lector, debo ser consecuente con uno de los recuerdos más tempranos y penetrantes de la ciudad, que es lo que con frecuencia me permite articular una crónica viajera. Poco después de que el tranvía se detuviera en la parada del paseo Esplanadi, un rancio olor a orina inundó el bien conservado vehículo; estoy seguro de que el colega que me acompañaba, invitado como yo al seminario que tenía lugar en el Instituto Renvall de la Universidad de Helsinki, se dio cuenta también, pero no nos permitimos comentar al respecto. No suelen estar muy llenos los tranvías de la capital finlandesa, como tampoco el metro, los autobuses y demás servicios de la red de transporte público, excedente a todas luces para un área metropolitana que, incluyendo Espoo, Vantaa y Kauniainen, no llega a los dos millones de habitantes. De manera que no fue difícil apercibirse de que el fuerte efluvio amoniacal provenía de una anciana que, embozada en ropas que más parecían invernales que de aquella soleada primavera de 2003, se había subido en la última parada, con gran dificultad de movimiento, pero con la firmeza que alcanzan los ciudadanos de tercera edad en las sociedades de acendrada civilización.

En las próximas paradas del centro, contemplábamos algunos de los edificios que Eliel Saarinen diseñara antes de emigrar a los Estados Unidos, presididos por la estación Central, a la que, desde vísperas de la Gran Guerra, llegan los trenes a los andenes custodiados por los gigantes art deco de Emil Wilkstrom. Mientras tanto especulaba yo, impresionado todavía por el olor a urea, que tal situación que ya había visto a veces durante mis años en Inglaterra, era probablemente debida a que la anciana vivía sola y ningún familiar se preocupaba de lo que seguramente era un problema de incontinencia, más que de desaseo. Quizás no sea tan frecuente esto en nuestras sociedades latinas, donde cuidamos más de cerca a nuestros viejos, quienes están empero desamparados en los sucesivos dominios de lo público, desde las aceras y los vehículos sin acondicionamiento, hasta las misérrimas pensiones de los seguros sociales. Por contraste, aquí estaba yo, en un rico país de menos de 10 millones de habitantes y uno de los más altos índices de desarrollo humano del mundo, cuyo sistema de seguridad médica y social es tan sofisticado que permite la total independencia de la población senil, aunque ello lleve a situaciones como las de la anciana del tranvía, que es como un cabo suelto, o maloliente resquicio en este caso, de ese robusto Estado de bienestar.

2. Si los arquitectos me permiten esta lectura quizás más sociológica que espacial, algunas edificaciones de Alvar Aalto en Helsinki, como la casa de cultura de Finlandia, así como el sanatorio antituberculoso de Paimio y los bloques de apartamentos de Turku, testimonian no sólo el discreto funcionalismo que parece ir con el temperamento nacional, sino también la temprana preocupación finlandesa por consolidar ese Estado de bienestar, sin reducirse a la capital. En ellas estriban claves para admirar el éxito de este pequeño país, que después de la Segunda Guerra Mundial, expoliado de Carelia y parte de Laponia por la Unión Soviética, era todavía uno de los más atrasados y menos urbanizados de Europa, con más del 50 por ciento de empleos rurales. Desde las luengas chimeneas de la fábrica de pulpa de Toppila, hasta la planta de celulosa y las viviendas adyacentes de Sunila, asentadas sobre rocas graníticas, Aalto ennobleció asimismo la limitada pero sólida industrialización de la madera, que los trenes transportaban por el pequeño territorio desde 1862.

En menos de cinco décadas se ha convertido la patria de los Nokia, que hoy la epitomizan, en una de las más prósperas y sofisticadas economías posindustriales de la Unión Europea; su ingreso per cápita y nivel de vida han dejado atrás, en algunos indicadores, a sus monárquicos vecinos escandinavos, incluyendo a Suecia, cuyo socialismo de Estado fue modélico desde la segunda posguerra. Y Finlandia parece haber logrado ese milagro de desarrollo con la solidez, la racionalidad y el funcionalismo trasuntados en la sobria arquitectura de Aalto, al tiempo que una austeridad que deberían emular algunos socios europeos como España, que habiendo alcanzado asimismo el desarrollo con la ayuda comunitaria, lo proclamaban, hasta que la crisis la atrapara, con un consumismo feroz y un tremendismo artístico.

3. A pesar de su modernidad plena, el finlandés es un Estado relativamente joven, mucho más que los sedicentes latinoamericanos, constituidos antes de 1830. Habiendo sido por siglos provincia de Suecia, cuyo idioma se conserva como segunda lengua, sobre todo entre los segmentos más cultos de la población, Finlandia pasó a ser, después de la guerra de 1808, un Gran Ducado de Rusia. A pesar de sus orígenes suecos, que se remontan a la fundación que en 1550 hiciera el rey Gustav Wasa, para escapar de los dominios de la liga hanseática, el modesto crecimiento de Helsinki como capital, desde 1812, ocurrió bajo el influjo del imperio ruso y de San Petersburgo como metrópoli. Siguiendo primero el plan de Ehrenström y después el de Engel, los sobrios edificios alrededor de la plaza del Senado, presididos por el domo de la catedral Luterana, e incluyendo los pabellones de la universidad mudada desde Ǻbo, son todos modestas versiones del neoclasicismo palaciego de la urbe zarista.

Aprovechando la debacle desatada por la Gran Guerra y la Revolución bolchevique, Finlandia se independizó apenas en 1917, iniciando el período en que, a la par que la autonomía política y económica, se hizo necesario cultivar el nacionalismo en todas las expresiones artísticas. De ahí la resonancia que como himnario alcanzan las suites y sinfonías de Jean Sibelius para cifrar los mitos y las regiones del territorio agreste heredado de los lapones, desde la Lemminkäinen inspirada en personajes del Kalevala, hasta la Carelia que evoca el doloroso botín cobrado por los rusos después de los devaneos fineses con la Alemania nazi.

4. Rapsódica como la música de Sibelius y sobria como los floreros diseñados por Aalto, que todavía regalan los fineses en bodas y ocasiones especiales, Helsinki ofrece el modesto paisaje de edificios entre neoclásicos, art deco y modernos, antecedentes todavía de los que diseñarían los Saarineen, padre e hijo, en Chicago y otras metrópolis norteamericanas. Pero la modernidad de Helsinki está lejos de exhibirse en una silueta erizada de rascacielos y atravesada de autopistas, como solemos pensar los venezolanos y otros pueblos del Tercer Mundo, urbanizados demográficamente tan rápido como los finlandeses, pero al remedo de los espejismos del progreso edilicio y motorizado.

Tal como repetía a mis estudiantes cuando me forzaban a explicar el significado del concepto que es siempre tan complejo y escurridizo, además de haberse vuelto tan manido, la modernidad urbana es, para mí, ese paisaje acaso chato pero sólido que florece en ciudades como Helsinki, carente incluso de grandes hitos – aunque atesore joyas como la ya mencionada estación de Saarinen o el hall cubista de Aalto – pero pletórico en todo caso de servicios públicos y bienestar ciudadano. Es un paisaje de anocheceres tempranos que puede ser ensangrentado por la violencia de francotiradores, como los que ocasionalmente han irrumpido en los últimos años, debido a una política de porte armas demasiado laxa. Como en los cuadros del vecino Munch, tan presente en el Ateneo de Helsinki que visitara después en 2004, en el adusto fresco de sus multitudes asoma con frecuencia la impersonalidad y la soledad que suelen ser endilgadas a las sociedades nórdicas, con expresiones hasta grotescas, como la de aquella anciana incontinente que se subiera al tranvía en mi primera mañana en la ciudad, probablemente abandonada a su suerte entre los recovecos del Estado de bienestar. Pero incluso a través de ella, Helsinki y Finlandia confirman la anciana modernidad, por así decir, de una sociedad civilizada y un país desarrollado.

Arturo Almandoz Marte 

Comentarios (4)

Belkis López
13 de noviembre, 2010

Excelente crónica, muy bien escrita.Gracias por compartir con nosotros los lectores esos recuerdos d viajes, conocimiento d primera mano d otras culturas y otras realidades,expuesto d forma muy clara y amena.No parece muy relevante, pero es una manera d mostrarnos, por contraste, cuan distantes nos encontramos d niveles aceptables d evolución y madurez social, o desarrollo humano, para usar el término convencional, y para constatar cuan desviado e ineficaz es el camino que estamos transitando en la persecución d ese desarrollo, y d un real y sostenible estado d bienestar. Felicitaciones y cordial saludo

Alfredo Ascanio
13 de noviembre, 2010

Aunque en la Segunda Guerra Mundial Finlandia, “la tierra de muchos lagos”, era un país neutral, no obstante permitió que Alemania utilizara su territorio para invadir a la Unión Soviética. LA URSS le compraba el 25% de sus exportaciones y al caer la Unión Soviética Finlandia también tiene problemas económicos y de desempleo. En 1995 ingresa a la Unión Europea, con el apoyo de los gobiernos Social Demócratas, y con su fuerte política fiscal el país le garantiza a sus habitantes uno de los mejores niveles de vida en el mundo.La esperanza de vida para las mujeres es de 82 años y esa señora del cuento seguirá con sus andanzas, a sabiendas que ese país tiene 316 excelentes médicos por 100.000 habitantes y un gasto medio en salud es del 4,8 % (digamos 5%) del Producto Interno Bruto, respetando como debe ser su Constitución del 1 de Marzo del año 2.000, es decir un gobierno responsable y casi sin corrupción. Envidia sana…

Arturo Almandoz
14 de noviembre, 2010

Muy complacido, Belkis, con sus comentarios, los cuales se corresponden con las intenciones de las crónicas; la observación sobre la “madurez social” es más que relevante. Sinceras gracias.

Arturo Almandoz
15 de noviembre, 2010

Gracias, Alfredo, por datos tan contundentes; “envidia sana”, como bien dices.

Envíenos su comentario

Política de comentarios

Usted es el único responsable del comentario que realice en esta página. No se permitirán comentarios que contengan ofensas, insultos, ataques a terceros, lenguaje inapropiado o con contenido discriminatorio. Tampoco se permitirán comentarios que no estén relacionados con el tema del artículo. La intención de Prodavinci es promover el diálogo constructivo.