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V: Terrorismo y pantalla

Dos conceptos recorren la ciencia-ficción televisiva actual: el de Pantalla y el de Terrorismo. La osadía de Battlestar Galactica (Universal Studios 2003-2009) tuvo que ver con el anacronismo tecnológico: en el capítulo piloto, la nave espacial está a punto de convertirse en un museo y se salva de la aniquilación porque no está conectada a la red de defensa que une al resto de naves de guerra con los escudos de defensa de las colonias, esto es, la teleserie se ambienta conscientemente en un espacio propio del pasado, más cercano a Star Wars que a Matrix, con grandes teléfonos negros y con teclados propios de la guerra fría y con radares que parecen extraídos de videojuegos de los años 80. Pese a ser una teleserie del siglo XXI, su representación de la Pantalla era propia de las películas y de la teleserie del mismo nombre en que se inspira. Como en ellas, aparece desde el principio el exterminio, el holocausto, la fuerza que mueve a las civilizaciones de la ciencia-ficción contemporánea (su último ejemplo: los dos genocidios que estructuran la acción de Star Trek 2009, de J. J. Abrams); y, estrechamente vinculado con él, el terrorismo. Los cylons ponen bombas o se inmolan cargados de explosivos. Como el Joker de Batman. El oscuro caballero (2008) o como el protagonista de V de Vendetta (2006), siembran la confusión, dividen, esparcen la semilla de la discordia como revulsivo o como disolución de los consensos humanos.

V (ABC 2009), otro remake de una teleserie de los años 80, también construye la amenaza en términos de aniquilación y exterminio de los seres humanos. Como en Battlestar Galactica y como en la mayoría de ficciones futuristas, nuestra tecnología es inferior; pero no obstante no sólo sobrevivimos, si no que a menudo conseguimos resistir e incluso vencer. La clave, por supuesto, es el amor. Tanto los cylons como los visitantes se sienten atraídos por las emociones y los sentimientos humanos y pueden convertirse si se implican lo suficiente en su exploración y experimentación. El terrorismo no entra en el archivo tradicional de experiencias típicamente humanas, pero se está convirtiendo en una de ellas. No es casual que uno de los integrantes de la resistencia contra los visitantes sea un terrorista profesional, un mercenario que juega a ser agente doble.

En lo que respecta a la Pantalla, V es una teleserie fascinante. En un capítulo, los visitantes construyen una tramoya de tecnología anticuada para engañar a los humanos; tras ese velo, se oculta una tecnología eminentemente táctil, blanca y transparente. Su manifestación más interesante es el panóptico móvil que crean los visitantes. Convierten cada una de las chaquetas de sus uniformes y de los de sus simpatizantes en cámaras que transmiten en directo lo que ocurre a su alrededor y todas esas imágenes se proyectan en una especie de Super iPad convertido en centro de control de la humanidad. La principal diferencia entre la teleserie ochentena y la actual es precisamente el diseño de las naves espaciales, cuya superficie inferior se transforma en una pantalla gigantesca, gracias a la cual Anne, la malvada líder, se comunica con los humanos. Si el mítico camarógrafo Mike Donovan se ha metamorfoseado en un sacerdote, si la doctora Julie se ha convertido en una agente del FBI, si el mercenario Taylor ahora es un terrorista, no sorprende que Anne, la experta en pantallas, tenga la asesoría y la colaboración de un periodista televisivo para engañar a la opinión pública. Es decir, si en el imaginario de los años 80 el periodista podía ser el héroe, parece que ahora sólo puede encarnar al colaborador del poder (exterminador).

En V (1984-1985), los visitantes se hicieron célebres por su aspecto de reptiles y por su ingestión de pequeños roedores. Era la época de Enemigo mío (1985) o de La mosca (1986). En la nueva V los visitantes nunca abandonan su apariencia humana y la dieta de mamíferos es suplantada por apetitosos platos de cocina minimalista y fusión. Sólo en un momento, una humana embarazada de un visitante siente la tentación de comerse un ratón. Es un guiño dirigido al espectador nostálgico y cómplice y un recordatorio de que la sutileza narrativa se ha instalado en los códigos de lectura de la teleficción: el intertexto y la alusión. Como los cylons, encarnados en atractivos hombres y mujeres, los visitantes son bellos, exteriormente humanos. Por fuera, pantalla que repite incansablemente su mensaje de paz; terroristas con una agenda exterminadora por dentro. La posibilidad de su humanización es el motor utópico que actúa como subtexto de un guión saturado de atentados, traiciones, revelaciones, vueltas de tuerca sentimentales o políticas. Sabemos que esa metamorfosis es imposible, que serán nuestros enemigos hasta el último capítulo de la última temporada, pero verlos como humanos los vuelve menos planos, más tridimensionales a nuestros ojos. Por eso es tan interesante Fringe (2009-2010), porque en ella los otros son versiones alternativas y absolutamente humanas de nosotros mismos.