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El trasfondo de la ficción

Hay personajes literarios que logran escapar de las páginas que los contienen, se oxigenan, estiran sus músculos, adquieren vida propia y se desprenden de su autor. Están delineados con tanta maestría que exhiben una verosimilitud que convence por completo. Permanecen allí, en medio de nosotros, seguros de sí mismos. Sucede, por ejemplo, con madame Bovary, Anna Karenina, Aureliano Buendía, Clarissa Dalloway, Gustav von Aschenbach, Hamlet o la Maga. Se trata de personajes redondos, completos, vivos por la destreza de sus creadores y libres por la fuerza de sus testimonios. Todo escritor desea alguna vez tener la oportunidad de dar vida a personajes tan memorables y consistentes.

Otras veces sucede algo muy parecido con la trama que se nos cuenta, el argumento que arrastra la ficción de un punto narrativo al otro. Es el caso de La granja de los animales, El viejo y el mar, Asesinato en el Orient Express, El túnel o Drácula. Tiene mucho que ver con la forma escogida para desarrollar la historia, los giros expresivos, espirales por donde descendemos para sumergirnos en eso que sustituye la realidad tangible. El estilo y la técnica juegan aquí su mejor parte. La innovación. El lenguaje. Los recursos literarios que aportan y canalizan lo que se prefiere contar y cómo hacerlo. Algunas veces resulta en una profusión de imágenes ricas y metafóricas, mucha poesía; en otras lo que seduce es la sencillez implícita, la economía del lenguaje, pero siempre que se vuelve, la relectura aporta nuevos datos, distintas visiones que pasaron desapercibidas la primera vez. La buena literatura ofrece interpretaciones laterales cada vez que se regresa a ella.

En otras ocasiones, de vez en cuando, sucede que el trasfondo de la ficción adquiere un peso que compite con lo narrado o con los personajes que deambulan por ella. Puede ser un suceso histórico, una eventualidad política, un acontecimiento social, lo importante es que quien escribe se las ingenia para concederle una sustancia que tal vez no estaba planificada de antemano. También puede suceder que sea este “papel tapiz” que decora el escenario literario lo que inspire el relato. Es ambiguo. Lo encontramos dentro de Las uvas de la ira, donde Steinbeck prefirió mostrar la decadencia de un sistema para sustentar el viaje de una familia que servía de metáfora para una generación en particular; o como acontece en Guerra y paz, con Tolstoi revelando los entresijos de una conflagración napoleónica a través de la aristocracia rusa; o puede ser tan sencillo como una visión del Londres de entreguerras mediante las impresiones de una señora Dalloway que hace distintos mandados en una mañana de junio; quizás con los personajes de La insoportable levedad del ser interactuando en la Checoslovaquia comunista y reaccionando en consecuencia. Los escenarios son múltiples, variados, marcando ciertos hitos históricos que se sublevan al fondo, como la Revolución francesa y la Restauración en Los miserables, pero uno los determina, puede incorporarlos por el contrapeso que confieren a la trama.

Todo esto me llevó a pensar en cómo sería una novela venezolana que lograra reflejar con absoluta fidelidad este momento relevante que nos ha tocado enfrentar, cada quien a su manera. ¿Cómo podría un autor moderno representar con exactitud la beligerancia social, la complejidad del choque político, el desastre económico, las vicisitudes diarias que enfrenta cualquier venezolano en las calles de la realidad? ¿Existe ese retrato literario? ¿Puede identificarse el trasfondo vívido plasmado en una página? En un futuro, dentro de algunos años, ¿podremos leer alguna novela y reconocer en ella con fidelidad este trance histórico que nos afecta a todos por igual? ¿Podremos revivir todo y contemplarlo como telón de fondo en una novela particular? ¿Qué personajes harían falta para desplazarse a través del presente que nos cuesta asimilar por su inmediatez? ¿Se logrará en algún momento? Pienso en un equivalente literario a lo que significó a principios de los 90 la telenovela Por estas calles, cuyas escenas reflejaban acontecimientos que le sucedían a usted, a mí, a todos nosotros.

En la actualidad proliferan los ensayos políticos y las novelas históricas, pero ¿qué sucede con el día a día? ¿Qué pasa con ese trasfondo sobre el que nos movemos y que pudiera servir de eslabón con una realidad alterna, ficticia? ¿Cuál sería el título idóneo para ese país inventado y palpable a un mismo tiempo? ¿Quién se atrevería a condensar en más de doscientas páginas una realidad que desborda la ficción y nos contiene a todos? ¿A través de qué personajes contar lo que vive el grueso de los venezolanos? ¿Y el argumento? La empresa no es sencilla, pero creo que tenemos suficientes plumas con mérito para enfrentar semejante tarea; porque no se trata de especificar quién tiene la razón, quiénes son los culpables, quiénes los mártires, sino de revelar con una buena técnica los diferentes matices y gradaciones que definen la complejidad que nos ha tocado vivir, condensar en un testimonio coral las divergentes opiniones que amenazan con enfrentarnos irreductiblemente. Pienso que sería un trabajo literario bastante interesante. Un testimonio. Una catarsis. Un espejo. Porque la buena literatura ha tenido siempre esa cualidad reflectora para mostrar la sociedad y su tiempo.