Actualidad

La mancha rebelde

Dilemas del periodista dedicado a la alta costura (de la cultura).

Por Sebastián de la Nuez | 9 de julio, 2010

¿Cuán importante es la primera pregunta en una entrevista? Suele ser determinante el modo en que nos citamos con el entrevistado; no menos, la primera pregunta. De ella puede depender el futuro del diálogo. Un colega, hombre honesto en su oficio y en su vida privada, alguna vez trabajando en El Universal tuvo que relevar a un compañero de Redacción por motivo de fuerza mayor. La pauta asignada fue una entrevista al escritor Arturo Úslar Pietri en ocasión de su cumpleaños número noventa. Este amigo, de extracción humilde –baste mencionar su lugar de nacimiento: San Rafael de Onoto−, había pasado por mil esfuerzos y penurias para sacar adelante la licenciatura en Comunicación Social en una universidad caraqueña, y puede decirse sin temor a equívocos que no se trata de la persona más desenvuelta y mundana que uno pueda imaginarse. A cambio, es poseedor de un espíritu crítico a toda prueba; además, es de los que desempeña su trabajo a carta cabal, sabiendo lo que busca en cada fuente. Helo allí, un día de semana como otro cualquiera, dispuesto a enfrentar la delicada misión de tomar por asalto al intelectual vivo de mayor crédito en las letras venezolanas. Se encontraba cobijado en su retiro particular, un caserón en una arbolada urbanización capitalina. Nuestro amigo fue recibido e invitado a sentarse no muy lejos de la puerta, un sitio desde donde se divisaba la prolija biblioteca del autor de Las lanzas coloradas y de cuentos tan celebrados como Barrabás y Simeón Calamaris. Como he explicado, al colega le fue dado el encargo tras la deserción de quien originalmente había sido pautado. Un caserón imponente como escenario, un reportero con poco roce social, una efigie de las letras frente a él. Tales, los componentes del drama. La actitud inicial de Úslar Pietri es de cortesía algo distanciada. La primera pregunta, sobre su longevidad: cómo se mantiene usted en tan buen estado, doctor Úslar. El interlocutor responde que lleva una vida austera. A su vez, le pregunta al visitante por su apellido, perdone, no lo escuché con claridad. Al repetírselo, Úslar no oculta su extrañeza pues no halla conexiones en la vasta genealogía criolla que maneja en las distintas regiones del país. Advierte el periodista, para cambiar de tema, que en principio no estaba destinado a realizar la entrevista pues el redactor designado en primera instancia había sufrido un percance.

No habrá margen para dar marcha atrás pues la efigie no lo permitirá. «En realidad no tengo orden establecido para las preguntas» es la segunda confesión del reportero. Úslar Pietri, en ese momento, ha debido comenzar a sospechar que le han enviado a alguien nada digno de su investidura. Conclusión: ¿para qué dar información irrelevante al entrevistado si no favorece la imagen de profesionalismo deseable?

A los pocos segundos se produce la reacción de Chernobyl; debe tenerse en cuenta la personalidad de este intelectual venezolano encumbrado hasta los límites del endiosamiento y en plena senilidad. Si ha habido un hombre perteneciente a la más rancia oligarquía en esta Venezuela en verdad tan proclive a la movilidad social, tal es Úslar. De improviso, afirma que el cuestionario quizás se lo han redactado previamente. Y añade: «Por cierto, ¿sabe quién soy yo? He escrito cuentos que han marcado un hito en la literatura venezolana y soy el único venezolano ganador del premio Rómulo Gallegos, ¿lo sabía?», inquiere con saña. A partir de entonces la entrevista es un calvario. Aquel primer traspié ha quedado como una mancha rebelde, imposible de quitar. Hay un momento en que Úslar deja caer las virtudes de otro reportero del diario El Universal, echándolo en falta, como quien añora el talento ante una demostración de insuficiencia y banalidad. Roberto Giusti es su gran referencia. A lo cual contesta nuestro héroe caído en desgracia: «Si usted cree que yo no estoy capacitado, dejémoslo hasta aquí». Sin embargo, el diálogo continúa unos minutos más y nuestro amigo comete un nuevo dislate que, en otras circunstancias, habría pasado como una pregunta banal pero curiosa e incluso simpática: algo así como «¿cuántos libros tiene usted en su biblioteca?». Probablemente no la hubiese hecho de encontrarse seguro de sí mismo; sin duda, estaba en capacidad de hacerle a Chernobyl una pregunta más profunda para combatir el prejuicio que se había formado a las primeras de cambio. Podría haberle demostrado su manejo bibliográfico sobre Úslar, que lo tiene. Pero no lo hizo. Estaba nervioso y no se le ocurrió otra cosa sino lo del número de libros alojado en su biblioteca. En fin, la incomodidad se instaló entre ambos y Úslar aprovechó la pregunta para ensayar un nuevo desplante. A los pocos minutos, azorado y cabizbajo, nuestro héroe empequeñecido abandonó la casa sin terminar la entrevista.

Es una derrota. Lo es porque el periodista debe tratar por todos los medios de llevar a feliz término su trabajo.

La primera pregunta es crucial y no debe ser ni dura ni blanda ni comprometedora sino todo lo contrario. Mejor dejársela al azar, aunque no tanto como para empujar al interlocutor a dudar de nuestra idoneidad como interrogadores. Ojo: hay toneladas de entrevistas a la vez enjundiosas y vacías, tan aburridas como pretenciosas, hechas por periodistas que consideran su deber estar a la altura del gran prohombre que tienen ante sí. El resultado: el lector pasa la página lo más rápidamente posible. Ese tipo de entrevistas, en los suplementos literarios o páginas de Arte, generalmente comienza con algo como esto: Héctor Aguilar Camín es el arquitecto de un universo literario perfecto… ¿De quién demonios que no sea Miguel de Cervantes se puede decir algo así en idioma español?

Cierta vez abrí una discusión en clase: ¿cuál sería la pregunta ideal para comenzar un diálogo con Jorge Luis Borges, en el hipotético caso de que nos fuera dado viajar en el tiempo o hablar con los muertos? Las respuestas bordearon los misterios de la otredad y la paramnesia, pues cada quien quiso poner de bulto su conocimiento sobre la obra del autor argentino. Cundió la desilusión al saber cuál fue la intentada por el reportero de The Paris Review (1)  en julio de 1966, cuando lo entrevistó en su despacho de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires:

−¿No objeta que grabe nuestra conversación?

Tan sencillo como eso. Puede que una pregunta así no merezca pasar a la vida eterna del papel impreso, o puede que sí. En este caso, el redactor Ronald Christ supuso, quizás, que de tal guisa abonaba terreno para redondear el talante borgiano: «No, no. Conecte el aparato. Son una molestia, pero trataré de hablar como si no estuviera aquí. ¿De dónde es usted?»

Tal cual, la respuesta de Borges. Más adelante el mismo Christ brindará una lección de honestidad. Al nombrarle Borges un autor para él desconocido, le pide que le explique de quién se trata. No hay que temerle a esto, pero jamás he visto a un entrevistador venezolano preguntándole a una eminencia gris de quién habla. El periodista venezolano se guarda muy bien de demostrar sus debilidades en ese sentido. Gloria Bastidas, veterana de mil batallas −no suele hacer entrevistas a gente de Letras pero su experiencia en la fuente política es suficiente aval− me dice que nunca teme ignorar algún tema que le plantee el entrevistado. Ella se sabe en su rol de curiosa y por lo tanto lo que no sabe lo pregunta. Claro que si va a hablar con un experto en marxismo, afirma, debe documentarse antes en marxismo.

Al consejo de Bastidas añadiría un pie de página: presentarse ante el experto marxista con algo de Carlos Marx en la cabeza pero también con algo de Groucho Marx en el corazón. El humor y la ironía nunca han de quedar por fuera. Sobre todo si uno está ante un personaje tan pagado de sí mismo como Úslar Pietri.

A Vargas Llosa, entrevistado en el otoño de 1988, se le inquiere de entrada en The Paris Review qué es lo que lee. Visto de manera fría, quien pregunte eso a un escritor tan reputado puede parecer desnudo de ideas y temas. Sin embargo, Vargas Llosa no se inmuta ni responde despectivamente. No es Úslar Pietri. A Guillermo Cabrera Infante, Alfred MacAdam le inquiere sin mediar preámbulos «¿cómo escribe usted?», obligándolo a repreguntar si se refiere a la posición que adopta ante el escritorio.

Por supuesto, las entrevistas de The Paris Review buscaban por sistema la cotidianidad de los escritores entrevistados, su modus operandi. De modo que ya los escritores sabían a qué atenerse cuando se sentaban frente a uno de sus redactores. En cualquier caso, la primera pregunta es importante para romper distancias, aprensiones y solemnidades, pero hay que saber con quién contamos, qué tipo de personaje tenemos enfrente, y de este modo propinarle el mandarriazo justo al bloque de hielo –natural entre dos personas que no se conocen y van a improvisar juntos una especie de puesta en escena teatral en que ambos defienden su rol− para hacer que levante vuelo la conversación. Pero la gran entrevista o entrevista de creación no es una sucesión de preguntas y respuestas, por oportunas que sean las primeras y reveladoras las segundas. No basta. Hay ideas de la literatura que atañen a este género y pueden hacer la diferencia entre un patoso remedo de diálogo y un diamante que reluce. La posteridad será nuestra si apretamos las teclas adecuadas, sin olvidar que tenemos a un ser humano enfrente antes que una efigie apolínea. Nuestra tarea no es demostrar enjundia a toda costa sino preparar el terreno para un diálogo que fluya, midiendo la temperatura ambiente y haciendo sólo las advertencias o preámbulos estrictamente necesarios para no descolocar al entrevistado.

Una primera pregunta psicológicamente inadecuada puede convertirse en una mancha rebelde, difícil de superar durante el resto del diálogo. Pero una frase mal construida es una tronera en medio de la página.

***

* Este texto forma parte de un libro recién terminado por el autor bajo el título El perfil, la crónica y otras delicias surtidas del periodismo. En el blog www.hableconmigo.com puede hallar otros trabajos del mismo autor dedicados al género de la entrevista.

(1) Confesiones de escritores. Los reportajes de The Paris Review. Editorial El Ateneo. Argentina, 1966. Las siguientes citas atribuidas a The Paris Review fueron tomadas del mismo libro.

Sebastián de la Nuez 

Comentarios (1)

Sofía Álvarez
12 de julio, 2010

Me hubiese gustado haber leído esto en mi clase de “géneros periodísticos” en segundo año. Pero que bueno que pude hacerlo ahora. Gracias. Saludos!

Envíenos su comentario

Política de comentarios

Usted es el único responsable del comentario que realice en esta página. No se permitirán comentarios que contengan ofensas, insultos, ataques a terceros, lenguaje inapropiado o con contenido discriminatorio. Tampoco se permitirán comentarios que no estén relacionados con el tema del artículo. La intención de Prodavinci es promover el diálogo constructivo.