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Fiesta urbana

Las primeras notas aparecieron sueltas en el aire, mientras se afinaban cuatros, bandolas y susurros. De un lado para otro iban los músicos ajustando los últimos detalles. Sonaban instrumentos aquí, repasaban partituras allá; charrasqueaban cuerdas algunos, refrescaban coros los otros. A pocos minutos antes de comenzar el espectáculo, el Centro Cultural Chacao era ya una caja de resonancia que amplificaba no pocas emociones.

Libre de complejos, el público llenó las butacas y se acomodó en el piso mientras sorteaba el calor con abanicos hechos de improvisto. El concierto comenzó puntualmente a 3 de la tarde. Entrada libre para escuchar a más de 30 artistas unidos detrás una mismo tema de fondo: apoyar a la Fundación para la Cultura Urbana (FCU).

Aunque reinaba la informalidad durante aquella tarde salpicada tímidamente por la llovizna, nada era casual. La convocatoria respondía al interés que tuvieron los artistas en dar su respaldo, luego de que Econoinvest —institución tutora de la FCU— fuera intervenida por el Gobierno y fueran detenidos cuatro de sus directivos —Miguel Osío Zamora, Ernesto Rangel, Herman Sifontes y Juan Carlos Caravallo.

Quisieron hacer algo que apostara por la continuidad de una institución que, durante 10 años de existencia, ha emprendido proyectos culturales que abarcan la creación de un sello editorial que se acerca al centenar de publicaciones; un registro de música urbana venezolana del siglo XX, la producción de films y documentales, colecciones de fotografía y, entre otras cosas, la promoción de estudios y concursos como el de literatura transgenérica.

“Este es un acto de amistad con el que queremos respaldar a los que han creído en nosotros los artistas y han hecho algo por la cultura. Es una manera de retribuir lo recibido”, explicó Aquiles Báez, como líder del tinglado, antes de montarse al escenario con sus Crocs, su camisa pastel y -no podía faltar- el acostumbrado desenfado.

Acompañado por Roberto Castillo en la batería y por “Robertico” Koch en el bajo, Báez rompió el hielo interpretando “Samán”, contagiado por el sonido de su guitarra hasta la punta de los pies. Con los primeros aplausos, aparecieron Cesar Miguel Rondón y Elba Escobar como presentadores para respectiva bienvenida.

“Agradecemos que en este tiempo la FCU nos haya colmado no sólo a nosotros como amigos personales, sino al público con la promoción que ha hecho en la literatura, fotografía, música… En retribución esperamos colmar estos espacios con la generosidad que tiene la música cuando está bien hecha”, dijo Rondón, con un güiro en la mano, tocando guiado por la clave: “Como verán soy parte de la banda”.

Una y otra vez los instrumentos cambiaron de dueño, en función del esquema que propuso cada presentación. En 15 días, se montó sin mayor ensayo ni preparación la condimentada programación. “Cada persona o conjunto montó su proyecto por su lado. Comenzamos siendo unos 5 a bordo, pero a última hora se montó todo el mundo en el barco”, explicó Báez, interrumpiendo su cuento para pedirle silencio, a punta de muecas y señas, a los que hacían más bulla de la cuenta en la entrada.

“Esto no tiene nada que ver con política ni es una manifestación de protesta –aclaró el compositor. Y no sé si logremos nada, honestamente, pero nos conformamos con que Ernesto Rangel sepa que tiene un pocote de amigos y que puede contar con ellos”.

Vestido con una camisa negra de la Fania All Star, el percusionista Gerardo Rosales se montó para acompañar a Pablo Gil en su el tema “Guajira”, dando pie a una sabrosa improvisación: “De cualquier malla, sale un ratón oye, de cualquier malla…”, coreó animado el público.

“Donde estén mis amigos y donde se esté promoviendo y elevando nuestra música, allí estoy yo con todo el amor. Todo sea por la música y por el país, entiéndase mi país como un todo, sin distingos de ningún tipo”, declaró entre congas Rosales, contento con haber podido estar en Caracas para compartir encuentros como este –en julio se devuelve a Holanda.

A Maria Alejandra Ramírez –esposa de Pablo Gil— le fue suficiente un cuatro para cantar “El Beso”, antes de que se montara Luis González para interpretar su “Entreverao”, y de que llegara el Grupo Ensamble Guanali para cantar a capella una conmovedora tonada. Kamelot Agüero, por su parte, salpimentó con aires pop el movido tema “Si te interesa”.

A medida que avanzaba la tarde, se fue entrando en el calor que imponían la energía y el entusiasmo de los artistas, de distintas generaciones y rincones del país. Mientras Mariana Serrano, del grupo coral VOCA, inundaba la sala —junto a su padre Ezequiel Serrano— con un jazz profundo que erizó la piel a su paso, Pablo Gil compartió, desde el backstage, las razones que lo convocaron: “Intentamos hacer un poquito más llevadero el calvario de los directivos de la Fundación. Darles al menos un calorcito humano”.

Con su pequeña hija entre los brazos, el saxofonista habló preocupado sobre la fuga de talentos. “Al afectarse instituciones como esta, se pierden más espacios para la creación. La gente se está yendo y es una lástima, considerando el talento que hay”, añadió no sin reconocer la actual efervescencia musical que alimentan las nuevas generaciones: “Hay propuestas prometedoras y, al igual que lo hacemos quienes tenemos años en esto, apuestan por internacionalizar y mostrar la música venezolana a un nivel global, usando nuestro bagaje y nuestras raíces para elevar un discurso propio y auténtico”.

Al margen de las interpretaciones musicales de Edward Ramírez, Jorge Torres, Antonio Massei y Ana Isabel Domínguez, entre otros, hubo espacio para una muestra de stand up comedy made in Venezuela a cargo del comediante –y músico— Cesar Muñoz. Con la ocurrente rutina “El GPS carupanero”, puso el punto de sal. El piso vibró con las estruendosas carcajadas que arrancó a punta de escarbar hondo, con su rutina, en la idiosincrasia criolla.

Inquieto, de un lado a otro, se veía —flaco y de punta en blanco— al guitarrista Álvaro Paiva. Con sus lentes oscuros y su corbata vinotinto se paseaba, cámara digital en mano, documentándolo todo. No en balde es el líder de la exitosa Movida Acústica Urbana: “Creemos que invertir en cultura es fundamental pues redunda en el crecimiento intelectual, humano y cívico de la gente. No somos abogados para ir a tribunales a defender a la FCU, ni políticos para ir a la asamblea a protestar, sino músicos. Aquí estamos con lo que sabemos hacer”.

Convencido del poder que tiene la música, subrayó la importancia de haber logrado reunir en este concierto a artistas de distintas tendencias políticas, todos a favor de una misma causa.

El cuatro de Jorge Glem se escuchó en solitario por todo lo alto desde el escenario: frente a su maestría, los incrédulos se quedaron simplemente sin palabras. Llegó el pianista Leo Blanco y todos se volcaron a mirarlo —y a admirarlo. Quedó claro que se trababa de “uno de los grandes”. Sin haber ensayado siquiera una vez se montaron con él Robertico Koch, Roberto Castillo y Jorge Glem. Su vals No 5 terminó en un jugoso jamming que levantó de sus puestos a los presentes.

“El valor de la música está en que no habla de un problema en concreto sino que lo encara de otra manera haciendo reflexionar de forma hasta más efectiva que la palabra directa. Hoy queremos que se reflexione sobre la paz”, apuntó Blanco, fuera de la tarima, con su hijo de dos años trepándosele sobre los hombros. Casualmente de paso por Caracas, pronto regresará a Estados Unidos, a seguir cosechando reconocimiento.

Se presentaron Zeneida Rodríguez y Eddy Marcano —el violinista margariteño— antes de que César Gómez cantara desde la boca de su estómago su “Joropo, siempre joropo” y contagiara su música, más criolla imposible. Los aplausos llegaron de pie.

Después de dos horas y medias de presentación, el poeta Joaquín Marta Sosa habló en nombre de la FCU para aclarar que “no está ni en suspenso ni suspendida, está activa día a día, hora a hora”. Para satisfacción de quienes se lo preguntaban, sostuvo la promesa de seguir trabajando por darle continuidad a sus proyectos, empeñados en que el arte deje de ser privilegio de una élite y entre en contacto con la gente.

Una descarga colectiva de pura guataca, comandada por Jorge Pernía, puso el punto y seguido a la programación —nunca punto final. Hasta que los directivos no sean puestos en libertad, ellos seguirán tocando y sonando. Desde el piano, como guiño, Leo Blanco dejó sueltas en el aire las últimas notas: Yo nací en esta rivera del Arauca vibrador…

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Fotografías: Elvis Guevara