Domingos de ficción

E-mail al director

Cuento de Mario Morenza

Por Mario Morenza | 6 de junio, 2010

From: Vaba1972@dalepie.com
To: Isaiassaisai@bodasdesangre.com
Subject: Qué hago? S.O.S. – . –
Adjunto: ValeriayVera.jpg, Veratrajeada.jpg, ValeriadeMariana.jpg
Montpellier, viernes 25 de julio de 2003.

Mucho tiempo ha pasado y parece que siempre surgen los mismos espectros que fraguan una malla de miedo. Pero no es miedo, es, más bien, soberbia. Soberbia a todo. Y es que me encuentro tan vacía o tan seca. Es como jugar al ajedrez con la muerte. Todo parece rebozado de simpleza, una harina para cubrir ciertas emociones que, por lo general, no sube ni con la más eficaz de las levaduras. Me da vértigo pensar tanto. Mientras escribo, un poco de limonada. Cuando exijo cosas, me gusta que mi aliento sea cítrico. ¿Supiste lo de Phillipe? Te escribo el e-mail porque no sé si llegó el que te envié la semana del 18. Tantas cosas han pasado. ¿Cómo le hago?, ¿cómo le hago para llenarme de Yerma como me llené de Mariana Pineda?, ¿y tan sencillo todo?, y el miedo que a veces te borra los registros. Ayúdame Isaías, ayúdame.

Tu amiga y actriz predilecta. Besos. Algunas veces tuya y tan de nadie.

Valeria Bauer

***

From: Isaiassaisai@bodasdesangre.com
To: Vaba1972@dalepie.com
Subject:
Fw: Qué hago? S.O.S. – . –
Adjunto:
FotoElenco, FotoSaisai, FotoStudios, FotoStudios12, FotoStudios34, Fotostudios67, Afiche002, tickets22
Caracas, miércoles 30 de julio de 2003.

x|xValeria, siempre buscando simetrías en los puntos más inapropiados, indagando en los huecos del drama, metiéndote en problemas. “¿Y qué importa?”, te comentarán si prestas demasiada atención al aplauso automático, fuera de lugar y el público que no se percata de nada (que me saca de quicio), que sólo ve luces y oye la música, aplaude y ríe (y cómo ríe cuando debe llevarse las manos a la boca o a las pestañas). Pero yo sé muy bien que no es así. Si fuera así, Valeria, tú no estuvieras tan lejos, tan adentro, ya cerquita de París, y hablando y hablando francés lo que antes hablabas en español, pidiendo un croissant en lugar de un cachito, llevándote las manos a la nariz para no aspirar un trozo de Sena, casi el mismo gesto que aprendiste cuando cruzabas un puente que te llevaba de una orilla a la otra del Guaire, a esas horas en las que ya el Metro baja su santamaría y tienes que correr, cansada de repetir los gestos del personaje que ensayas y pronto la gente verá cuando suba el telón. Así son las cosas cuando te quieres arrellanar en la bidimensionalidad de un nombre impreso en el papel, cuando vienes y vas y me preguntas: ¿Cómo lo hago?, ¿cómo lo hago si ahora es tan diferente?, y no buscas dentro de Valeria lo que sabes que tienes y lo hiciste tan bien en nuestra última obra juntos. Registros huyen dentro de ti y viene después la afanosa y desesperada lucha por encontrarlos y hacerlos tuyos, como cuando te aprendes el texto. Te vuelves tu principal obstáculo y enemigo, que no te deja controlar tus objetivos, abordar tu tarea escénica. Encuentra ese placer que te hizo bailar en el escenario, deslizarte como si las tablas del Teatro Municipal estuvieran bruñidas de pomada. Aquella vez saliste al escenario el día del estreno como si rasgaras una nube. Cegaste a tu personaje. Valeria, esa nube casi sólida, amurallada, ¿me captas?, que terminó por enloquecer a Mariana, que cercó la casa. Mirabas como loca, con tus ojos te movías por los espacios, como un par de linternas de luz esmeralda (el color de tus ojos y de la sortija de diamantes que tenías y tiraste al escenario). Movías tu cuello felino como un periscopio descontrolado.

Hace unos días recibí tu e-mail. No sé qué espera(mo)s, si conmigo, cuando eras mi actriz, lo hacías tan bien. Te devorabas el aire en escena (el se-nos-iba-el-aliento era una descripción literal —tan lugar común— que yo siempre te decía al final de cada función), cuando interpretaste a Mariana Pineda en Mariana Pineda. Ahora te complicas toda con el papel de Yerma en Yerma, ahora, lejos, y en París. Y me acuerdo, de nuevo, del día de la première en el Teatro Municipal de Villa Campo, cuando apareciste embadurnada en inquietud, eran telúricos tus movimientos. La expresión que lograste con todo tu territorio corporal fue mítica, una vibración, una resonancia magnética. Tan diferente (en otros casos) a ese primer cuadro del Acto I de Yerma, en el que te imagino, desde aquí, tendida, inmóvil, como metida en una urna disfrazada de alcoba, y no en una urna disfrazada de tiempo. Sé que extrañas no tener un director que hable tu lengua. Me gustaría desplazarme hasta allá, ahora, ir lejos, a París. Prepararte tus arvejas con queso, pasta a la carbonara con vinagre andaluz. Y caminar llevándote del brazo, huyendo de los museos y plazas. Dar vueltas indefinidas. Amancebada a una frase mía para un diálogo absurdo de una obra absurda, sin preguntarme lo que no entiendes y sé que no entiendes porque ríes de la palabra que no es epicentro de la ironía y soy yo el equivocado. Pero mis compromisos con el rodaje de la versión cinematográfica de Bodas de Sangre me lo impiden. Ahora, en este preciso instante, estoy en el set de filmación con mi iBook 2002, redactando este e-mail. Si tuviera al menos un día libre no fuera otra mi actividad que la de fisgonear por la hendidura que ofrece el cerrojo de tu camerino. Ver tu mundo desde una realidad detrás de la puerta. Harías de Mariana Pineda. De Yerma. Simultáneamente. Vería desde mi mezquino ángulo tu nuca decimonónica. Te vería maquillándole a tu rostro lo que al tiempo le corre sponde maquillar lentamente. Te vería por el cerrojo, donde la realidad aquiescente adquiere le aroma de lo encerrado.

También, si tengo suerte, te miraré mirar la hora y atisbar cómo sigues dibujándote mejillas impensables. Te miraré mirar el reloj y percatarte que falta poco para el ensayo —porque imagino, nada más—, que te estás dando cuenta del paso del tiempo, una frecuencia en la que Mariana Pineda no encontró el más mínimo asidero (¿recuerdas?). Se encontraba como desterrada del paso de las horas a pesar de su inquieta mirada a los relojes dorados y ¿por qué?, y ¿por qué?, y ¿por qué?, los segundos se estiraban como goma antes de dar paso a otro minuto y a otro y otros mil millones de minutos más, terminando por no importarle, porque lo mismo. Porque lo mismo mil millones de veces más.

¿No te das cuenta que Yerma anda y desanda sobre segundos aireados más que en sus furtivas salidas a la llanura? Tal vez buscando que alguien se la lleve al río pensando que es mozuela. Pero sólo encuentra buscar más orillas de las que el río tiene. Pero puro esperar tiempo libre, esperar suerte, esperar mirar horas. No tengo tiempo. Debemos terminar la filmación en dos meses para estrenar en salas comerciales antes de la primera semana de diciembre, son los setenta años de Bodas de sangre. Te mando en archivos adjuntos algunas fotos. Me gustaron las tuyas, por cierto. Siempre payasa.

Sigo aquí, imaginando cómo te has refugiado en tu camerino, como quien le huye al sonido delator de los tacones contra el piso cuando se quiere estar a solas y no se desea la más mínima intromisión de nada ni nadie. Y te vuelves casi guapa, casi divertida, casi memorable. Te das con esa exquisita imperfección que llamamos arte. Sólo imaginando las maneras de tu mano para recorrer tus facciones del mismo modo afable con el que mis dedos recorren el teclado. El polvorete para exagerar una piel amasada por ponzoñosa sangre, aterida, de la misma materia inasible que cerca la casa de Mariana Pineda, esa casa que posee la extraña capacidad de estrecharse más y más, succionar lo que se dice como un pulpo de ángulos rectos.

Percibo de qué manera toses, como si te faltara el aire. Creo que los cosméticos para el maquillaje anegaron tus vías respiratorias clausurando momentáneamente el flujo de oxígeno, pero siempre momentáneamente, nada definitivo. Gracias a Dios tienes sangre y eres aún. ¿Puedes volar? Aún eres Valeria. ¿Un pájaro sin sangre puede volar? ¿Con sangre envenenada? El mundo, Valeria, a veces, se nos acerca. (¿Recuerdas que hablamos de eso antes de ensayar una de las escenas de Mariana Pineda?) “Pero el mundo se me acerca, las piedras, el agua, el aire, ¡comprendo que estaba ciega!”, ¿te acuerdas de ese parlamento? En un segundo, las piedras. El agua. En otro, el aire. El miedo. Tu rabia, nuestra rabia. Mi desespero en mil millones de segundos más. Un minuto y otro y tres más, ¡¡¡¡¡qué importa!!!!! Y te decía que no necesitabas empolvarte la nariz, que tú lo hacías bien. Que colgaras tus problemas en los garfios. Que dejaras a Valeria en el camerino. Que Valeria tenía que estar lejos. Y luego, tratamientos y mi compañía que te hizo alivio, supongo. Que nos hizo alivio, supongo. Estabas gaseosa, sin nudos, ataduras, amarres a nada. En el aire. La botánica para ti era un lugar incierto. La verticalidad que asume lo vegetal para ti era el vacío. Sin tus pies sobre nada. Nunca me sentí tan director. Eligiendo cuidadosamente, con el tino de los vestuaristas para elegir los trapos para Ricardo III, tu dieta que te la aprendiste como un diálogo, qué digo diálogo, monólogo estomacal. Pero esa no era la salida. Siempre furtiva y pensabas que yo lo ignoraba. Eras mi osa panda. Mi nuez de almíbar, un recuerdo de Barquisimeto añejado. Y recuerdo como te dosificaba las tardes con melocotones que tanto odiabas y yo preparándolos en los más variados formatos. La mermelada de melocotón condicionó tu adicción a esta fruta. ¿En París cómo le llaman? ¿Durazno como en España?

Pero no te quedes dormida. Aún te sigo observando desde el cerrojo. Al acecho de cualquier movimiento. Pero no te quedes dormida. Estás en París y no aquí. Como en tu primera escena en Yerma, soñando mentiras, y, a tus pies, inmóvil como tú, un tabanque de costura, un objeto alejado y no un pedazo más de cuerpo. Espero que tu compañero de escena, en la escena, sea lo más cercano a lo yermo. Es indispensable para el efectivo engranaje de la obra. Son como espejos yuxtapuestos, que se complementan. Se me cansan las manos de tanto que te he escrito hoy. Y mis manos me hacen recordar a aquel señor francés de Bellas Artes, el que lee las manos, el que echa las cartas. Ese, en fin, el que adivina el futuro, cuando no el pasado. Y nos preguntó que si ya estábamos casados. Y sin esperar nuestra negativa respuesta dijo que si no lo estábamos ya, nunca lo estaríamos. ¿Por qué no predijo tu viaje a La France? Total que era su propia patria tu destino.

Aquí la bruma ya ha caído. Recuerdas cómo ensayamos en Mariana Pineda la forma en que tenías que dejar caer la sortija. Lo hiciste con una suprema dignidad vertical incomparable. Aquí lo que tienes que dejar caer es más complicado. No es objeto de utilería. Eres tú, Valeria. Yerma se desmorona (o se viene desmoronando o hace tiempo que ocurrió y sólo queda el simple eco de la caída, las secuelas). Tienes que instalarte en un rol despectivo (y esto mismo se lo digo a tu amiga y nada que entiende cómo arrojar el azahar). Cuando camines por el campo, cada vez que escuches el llanto de un niño, tienes que sentir que arrojas un pedazo de ti, un pedazo de voz, de mirada. Debes sentir una corriente eléctrica que te muerde los dedos, como una envidia dulce que te cae desde arriba y tratas de disimularla, como en el libro de Edilio Peña, recuerdas sus consejos. Un rol despectivo, facineroso, que no irá más allá de un simple gesto es lo que le trato de decir a La Novia de mi versión de Bodas de Sangre. Mariana Pineda arroja el anillo, La Novia arroja el azahar. Cae la bruma invisible que está latente, como a la expectativa de ceñirse a los hechos y contar su historia, o terminar la historia de los que no tienen historia. De esa manera viaja, como se desplaza la humedad, se poza sigilosa en las paredes, absorbe sonidos, oscuros gritos de raíz, hasta miradas extraviadas. Una navaja, diez cuchillos. “Gran obra”, dijo EA Moreno-Uribe en sus habituales reseñas teatrales domingueras.

Por otra parte, no estoy de acuerdo que el papel de Víctor lo haga ese imbécil. (¿Recuerdas lo que te dije de él cuando te fui a despedir al aeropuerto?) No me gusta en lo absoluto que estés trabajando con el cabeza hueca de tu infernal ex cónyuge. Le falta movilidad. (Yo les llamo personajes hilo filoso porque anudan o cortan según la dirección en que esté trazada la obra, son gaseosos o de hielo, no vegetales, enraizados a la tierra, plantados.) El Víctor que escogieron tiene más similitudes con Juan que con el mismo Víctor. Si yo tuviera los derechos y el presupuesto para llevar esa obra al cine. Já, si yo los tuviera. Se debieron traspapelar los documentos en la sección de casting. Una frustración así debió haberla sentido Gustavo Ott cuando vio de lejos el éxito de The Others, o El Sin Sense, como le digo yo a la película de Shyamalan. Gustavo Ott con Los peces crecen con la luna se les adelantó veinte años.

Navegando en el blog de crítica teatral Por el amor a Elvis, de Grisel González, me enteré que no se percibe esa diferencia tan clara entre ambos, tan natural, tan perceptible que a uno lo hace cantar y a otro secarse como una toalla que la exprimieran, se secará de una manera más rígida e inhumana que Yerma. El ideal para la personificación de Víctor es, por supuesto, Daniel Salazar, mejor conocido en el cine, como Dan Sálaz Ariel (nótese que el Ariel es una simple remoción de las letras, como lo que hace José Manuel Briceño Guerrero con Jonuel Brigue), el actor de Margarita, no de Margarita Xirgu, tu actriz favorita, de Isla Margarita procede (¿te acuerdas que fuimos aquel verano?).

Yo, Valeria, por mi parte, no estoy de acuerdo que el “actor” interprete a Juan, necesita ese toque irónico y solapadamente autoritario que posee (un Egisto, probablemente es él, un afeminado sin personalidad. Mariano Álvarez, qué actorazo, él hubiese sido el propio para este papel). El personaje, según leí en otra reseña de Yerma, se verá empobrecido. Si en definitiva es interpretado por tu ex-cónyuge, claro.

Y hablando de malos actores. Ayer despedí a la imbécil de Carolina Matheus. Es insoportable. Ya sabes que con ataques de divismo yo no quiero nada en lo absoluto (me saca de quicio). Ayer se terminó de arreglar a las 9:00 de la mañana y que por una migraña retraso. Cuando alguien dice migraña por dolor de cabeza, ya está siendo infectada de divismo, se le subieron los humos a la “cabeza”. Cuando dice jaqueca por migraña ya es recomendable hacer gestiones para asignarle una cura de sueño en “La casa de descanso” más cercana a su domicilio y hallar a otra actriz que la sustituya. Los productores, siempre profesionales ante todos los contratiempos, resolverán este percance a la brevedad posible. ¿Será que llamo a Julie Restifo para un casting express?

Ahora, inmediatamente después de terminar el rodaje de Bodas de Sangre, empiezo con los trámites para El Rinoceronte. No hay vacaciones para Isaías este año, querida Valeria. No las hay. Luego de El Rinoceronte vendrá un año y medio de aflojar músculos, neuronas y diez kilos. “Te veo y no te conozco de lo flaco que estás,” me escribiste aludiendo a mis fotos que salen en el site de la película que cubre el making of. Voy a hablarme con los productores, intuyo que tienen en su haber un pacto con alguna divinidad burocrática: negocios son negocios y ellos no toman en cuenta qué manos aprietan para materializarlos. Consiguen cualquier papel que sea, desde un pasaporte hasta una cédula de identidad falsa, por si acaso se necesita a un personaje chino. Tú sabes a qué me refiero. Ya los buscaré para llevar al cine “Alina Luggo De Pascutto y los lunares negros de las aceras”, un cuento que quiero adaptar, busco guionista si sabes de alguien. Y el papel que tenía pensado dárselo a la diva (el de la rubia Daisy) te lo pienso dar a ti. Si aceptas, claro. Te imaginas la Francisco de Miranda abarrotada de rinocerontes corriendo como locos por Chacao, Altamira, Sabana Grande, bañándose en el Guaire.

Creo que ya debería irme despidiendo. Ya está cayendo la noche. Hoy me toca una de las escenas más difíciles. La escena de los leñadores, que comienza con mucha naturalidad y luego se diluye progresivamente en un ambiente como surrealista. Pero eso lo resolvemos al momento de la edición. Tal vez estoy pecando de efectista. Repiqueteo de ramas secas y troncos huecos. “Será un reto rodar la escena, un juego visual de enlaces que se tienden sobre una realidad supuestamente cotidiana”. Esta frase más que acartonada se la dije a unos periodistas que se acercaron y se las daban de genios cinéfilos. La música que le pondremos será casi hipnótica. Y dos o tres homenajes a dos cineastas, ya tú te enterarás. Tampoco te la voy a contar toda.

Me despido, Vale. Creo que ya Daniel Salazar está listo. También me han criticado que la escena donde muere Leonardo —el papel que interpreta Daniel Salazar—, y El Novio, es muy cruda, que ni Tarantino en Kill Bill, pues. Más una reyerta sangrienta que poética. Pero sabes cómo soy yo cuando me pongo mi cachucha de director: escucho todas las opiniones y termino haciendo lo que me da la gana. Dirigir es una duda constante.

Isaías Saisaí

Posdata:

Viajo en dos semanas a Caracas. Luego regreso a la locación. Visitaré Bellas Artes.

I.S.

Mario Morenza 

Comentarios (14)

Caro
6 de junio, 2010

Bello, cuento, Morenza, uno aprende y le provoca releer a Lorca, hoy más vivo que nunca. Abrazos.

Johanna
6 de junio, 2010

Excelente, Mario. Cautivador e innovador cuento. Un besito!

Maryfel
6 de junio, 2010

Hermoso cuento, cada día me gusta más como escribes. Besos.

Adriana
6 de junio, 2010

Me acordé de Romancero Gitano full, mil felicitaciones cariño, verde que te quiero verde!! Ahora te toca con Becquer!!, que yo te lo presenté hace como diez años!!!

Daniel Gómez
7 de junio, 2010

Muy fino tu cuento, Mario, prosa muy bella y trabajada. Sendo homenaje a Lorca. Tengo en casa Pasillos de mi memoria ajena y es ese libro vi que también le hacías sus guiños a Federico!!!

Keta
7 de junio, 2010

Atrapó por completo mi atención. Saludos desde México.

Grisel González
7 de junio, 2010

Genial, realmente hermoso cuento! Me trae muchos recuerdos… besos.

Mónica
8 de junio, 2010

Divina prosa epistolar la de Valeria Bauer, o la del director, porque al final es E-mail a la actriz, o a la nostalgia. Bello relato, misiva, la posibilidad de inmiscuirnos en la correspondencia ajena. Espero leer otras entre estos dos personajes.

Lo único que me pregunto es cómo alguien puede tardar cinco días en responderle a una mujer tan bellamente descrita.

Cecilia Pla
8 de junio, 2010

gooood!!

Laura Díaz
10 de junio, 2010

Excelente,sr. Morenza. Mil aplausos para Ud. Casualmente hace nada terminé de leer La Senda De Los Diálogos Perdidos, me parece demasiado genuino este libro. Los vecinos, cada uno más espeluznante y seductor a la vez. A pesar de que no he leído a Lorca este cuento me atrapó en su atmósfera. Es muy diferente al estilo de los cuentos de La senda…, se nota en ti una escritura versátil, y eso me gusta. Aquí lo epistolar, en La senda lo bizarro de lo cotidiano.

lau Di.

Carlos Gustavo
18 de julio, 2010

Excelente cuento, bella narración, sigan publicando cosas con esta belleza natural, que nos alejan por unos pocos pero valiosos minutos de la realidad cruda que vivimos.

gisela
28 de julio, 2010

Excelente cuento me encanto Mario que continues con tu musa escribiendo cosas lindas, GISELA.

Ulises Ferrer
27 de agosto, 2010

Excelente homenaje a Lorca, estimado Morenza, agradecido por estar hermosas palabras que leo en un agosto que presiente su ocaso.

U

Gianfranco
21 de octubre, 2010

Hermoso texto, señor Morenza, Ud se merece que lo cite en mi trabajo sobre García Lorca. Desde la UCV vaya un saludo.

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