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Una historia del Caribe

Crónicas sobre Nueva Orleáns

Por Leopoldo Tablante | 2 de junio, 2010

En octubre de 1764, Jean Jacques Blaise D’Abbadie fue designado Gobernador de Louisiana. Y D’Abbadie anunció de golpe y porrazo que desde entonces los ciudadanos dependían de la corona española.

Que un francés anunciara que la colonia había cambiado de manos llenó de suspicacia a los criollos. La comunidad de Nueva Orleáns sufrió otra conmoción al enterarse de que, por causa de su hemorragia financiera en tiempos de la Guerra de los Siete Años, Francia había resuelto descargarse de sus posesiones en Louisiana. En 1762, mediante el Tratado de Fontainebleau, Luis XV transfirió a su primo, Carlos III de España, el control de la región. La excusa era compensar a la familia Borbón española, que se había aliado a la francesa durante la mencionada guerra y que había perdido La Habana y Manila.

Tras la muerte por fiebre amarilla de D’Abbadie, el poder español no se manifestó enseguida. España titubeó hasta que por fin designó a Antonio de Ulloa como Gobernador General. Ulloa llegó a Nueva Orleáns acompañado por el capitán francés Charles Philippe Aubry, quien desempeñaba la dudosa función de rendirle cuentas a dos coronas. ¿Su tarea? Asegurar una transición política, de franceses a españoles, lo menos traumática posible.

Más que un conquistador de carácter, don Antonio de Ulloa era un científico y escritor sin carisma para seducir a un pueblo desmoralizado, defraudado por los franceses. Por si fuera poco, Ulloa quería controlar política y económicamente la provincia a través de la lengua castellana, que nadie hablaba aquí. Sin embargo, fueron los celos el desencadenante de los roces de la comunidad de Nueva Orleáns con Ulloa. Éste había decidido tomar por esposa a una princesa heredera de origen peruano, doña Francisca Ramírez Lareda y Encalada, quien no sólo no hablaba francés sino que, en vista de la animosidad de la gente de Nueva Orleáns, prefirió celebrar su matrimonio con Ulloa en Belize. Los new-orlenian interpretaron este gesto como la muestra terminante de la arrogancia castiza que, además, trajo aparejados otros cambios domésticos, entre ellos el remplazo del vino de Burdeos por lo que los criollos llamaban “el caldo infecto de Cataluña”. A poco estalló una revuelta promovida por el Procurador General, Nicolás Chauvin La Frenière, que culminó con Ulloa y su mujer exiliados en La Habana mientras Aubry se las apañaba para calmar los ánimos de los criollos desairados.

Hasta la compra, en 1803, de lo que hoy es el estado de Louisiana, los españoles trataron de enderezarle la cadencia a los oriundos. Para ello se sirvieron del carácter autoritario de un irlandés al servicio de la corona española, el capitán Alejandro O’Reilly, quien celebró una cena a la que invitó a los conspiradores del movimiento antes mencionado para, frente al banquete, arrestarlos. También, a la manera de Carmona Estanga en abril de 2002, se permitió reemplazar sin consulta el antiguo Consejo Superior de los franceses por un cabildo. Los historiadores suelen ver también en la figura de O’Reilly a un promotor de la idea errónea (de la que ni la actual gestión municipal de Nueva Orleáns ni las gestiones de la mayoría de los países latinoamericanos se han zafado hasta la fecha) de interpretar los puestos de autoridad pública como ocasiones para administrar prebendas particulares.

A pesar de que la transferencia de Louisiana a Carlos III date de 1762, la presencia española efectiva sobre está parte del mundo sólo duró entre 1764 y 1803. A través del Tratado de San Idelfonso, en 1800, España se comprometió a devolver Louisiana a Napoleón Bonaparte. La presencia española en Nueva Orleáns tuvo cinco hitos principales: el primer ordenamiento fiscal, que incluyó impuesto sobre la renta; un censo de población; la recuperación por parte del gobernador Bernardo de Gálvez, de los territorios que los ingleses arrebataron a los franceses y españoles durante los tres primeros años de los años sesenta del siglo dieciocho (Baton Rouge, Mobile, Natchez, Pensacola, La Habana y Florida entre ellas); la llegada de un contingente de agricultores de ancestros franceses –normandos, bretones y picardos–, negados a ceder a la autoridad inglesa tras la derrota de Francia en su pugna por los territorios de Montreal y de Quebec (los llamados acadianos o, con acento local, cajuns); y el mejoramiento urbanístico y arquitectónico de la ciudad, obra principal del designado Contralor y Notario Real, así como Capitán de la Milicia de Louisiana, don Andrés Almonéster y Roxas.

Que Nueva Orleáns siga teniendo un casco histórico se debe a Almonester, quien tomó la iniciativa de construir los primeros edificios de ladrillo y piedra de la ciudad, ni tan vulnerables ni tan inflamables como las antiguas cajas de fósforos levantadas por los franceses. Su hija, Micaela Leonard Almonester –Baronesa de Pontalba debido a su matrimonio con Joseph Celestin, Barón de Pontalba–, continuó la obra de su padre al construir, en 1850, dos imponentes edificios proyectados longitudinalmente a los lados de la antigua Place d’Armes francesa, hoy Jackson Square. En este caso, la toponimia es un chiste cruel que todavía se pronuncia en la lengua de Montaigne. La arquitectura céntrica de Nueva Orleáns, que se parece a la que puede verse en San Juan de Puerto Rico o en La Habana, distingue una zona llamada “French Quarter” (“Barrio Francés”) o, aun, “Vieux Carré” (“Vieja Cuadra”), lo que a la gringa se pronuncia algo así como “Viucaré”.

Yanquis y sureños

El curso del río Mississippi fue la conexión entre Nueva Orleáns y la sensibilidad y los escrúpulos de la gente del norte, vínculo que, por cierto, nunca ha estado muy claro.

Desde antes de la compra de Louisiana, la gran amenaza de la gente de la ciudad fueron los llamados “Kaintocks”, una raza de mercaderes fluviales dotados de un temperamento caótico con el añadido de una mentalidad configurada por la dicotomía puritana del éxito y el fracaso. Los kaintocks llegaban a esta margen del río a bordo de unas balsas rudimentarias llamadas “keelboats”. Se los recuerda como borrachos, belicosos y bullangueros. Eran ellos la base social de la autoridad unionista que, a la manera del chavismo con sus rebeldes armados y sus esquinas calientes, fueron la primera embajada en Louisiana de una tercera metrópolis. Sólo que los yanquis no buscaban afincarse en Louisiana como autoridad colonial. Por el contrario, deseaban absorber el viejo dominio franco-español y transformarlo en un puerto con salida al Caribe y al servicio de la federación.

Las circunstancias les fueron favorables: enemigo acérrimo de los británicos, Napoléon Bonaparte dio luz verde a la transacción para evitar que los ingleses se apropiaran de este vasto pedazo de tierra. El emperador tenía la esperanza de que los intereses territoriales de Estados Unidos y del Reino Unido chocaran, lo que haría que el primero humillara al segundo en una batalla naval. Por su parte, el interés de Estados Unidos estaba íntimamente ligado a una decisión política con repercusiones económicas. Los colonos españoles habían prohibido el desembarco de Kaintocks en la ciudad y éstos, indignados, pusieron al presidente Thomas Jefferson en una disyuntiva: o Jefferson apoyaba su iniciativa de invadir Nueva Orleáns en nombre de la autoridad federal o los Kaintocks renunciaban a Estados Unidos e, igual, invadían la ciudad. Al cabo, la política y el tesoro federal zanjaron la cuestión.

Después de protocolizada Louisiana como propiedad “inmobiliaria” de Estados Unidos, a un costo de 15 millones de dólares, Louisiana no fue incorporada de inmediato como decimoctavo estado estadounidense sino nueve años más tarde, el 12 de abril de 1812. El primer gobernador angloamericano, el protestante William C. C. Claiborne –responsable de recibir Louisiana de los franceses, el 20 diciembre de 1803, y quien fue designado seis veces como gobernador–, debió arreglárselas con su frustración ante la nonchalance inveterada de esos criollos sofritos en el calor del ambiente y en su convencimiento de ser herederos de un latinismo epicúreo y, a sus efectos, superior. A Claiborne lo desconcertaban que los criollos no se molestaran en comprender el funcionamiento lógico de las cosas; que no se figuraran la cadena de causa y efecto que, entre otras cosas, hacen las máquinas trabajar; y que, por lo tanto, su inteligencia anduviera dispersa en la bruma de un humanismo ocioso y especulativo. El joven parlamentario francés Alexis de Tocqueville, comisionado por su país para pasar nueve meses en Estados Unidos a fin de comprender y describir el sistema penitenciario americano y, quien, por supuesto, visitó Nueva Orleáns, apuntó en el capítulo décimo del primer tomo de La democracia en América, en el apartado titulado “¿Cuáles son las posibilidades de duración de la Unión americana? ¿Qué peligros la amenazan?”:

“En los estados meridionales, las más apremiantes necesidades del hombre son siempre satisfechas. Por eso, el americano del sur no se preocupa en absoluto por los cuidados materiales de la vida; otros se ocupan de pensar en eso por él. Liberado, su imaginación se orienta hacia otros objetos más grandes y menos exactamente definidos. El americano del sur ama lo grandioso, el lujo, la gloria, el ruido, los placeres, sobre todo el ocio (…)”.

Más adelante, Tocqueville apunta esta dicotomía:

“El americano del sur es más espontáneo, más espiritual, más abierto, más generoso, más intelectual y más brillante. El americano del norte es más activo, más razonable, más esclarecido y más hábil”.

“Uno tiene los gustos, los prejuicios, las debilidades y el esplendor de todas las aristocracias. El otro las cualidades y los defectos que caracterizan a la clase media”.

La esclavitud y el legado haitiano

Esta distinción no comporta explícitamente la diferencia más ostensible entre yanquis y sureños: el recurso de la esclavitud, que para los segundos era la máquina que les daba pereza imaginar.

Los primeros 500 esclavos de Louisiana llegaron desde Santo Domingo en 1719 y en 1721 había alrededor de 170 sólo en Nueva Orleáns. No obstante, a mediados del siglo dieciocho, había otras personas de piel oscura consideradas como “gente de color libre”, que debían sumar cerca de 100 individuos frente a los 1225 esclavos que entonces habitaban en la ciudad. Poco más de siglo y medio después, había cerca de 300.000 negros en el estado de Louisiana. A pesar de que las condiciones de vida de los esclavos eran precarias, los franceses, tomando en cuenta los resentimientos a que los abusos del hombre blanco había dado lugar en otras colonias del sur, instituyeron, en 1724, un Code Noir, o Código Negro, por medio del cual los amos se comprometían a otorgarle descanso dominical a sus esclavos, a no dispersar sus familias mediante la venta de alguno de sus miembros, a garantizarles derecho de posesión sobre algunos bienes indispensables y a impartirles educación religiosa.

La relativa benignidad del Code Noir se volvió aún más necesaria después de la revuelta esclavista de Toussaint L’Ouverture en Santo Domingo. En agosto de 1791 este episodio acabó con una historia de sometimiento de 280 luego del asesinato de 2000 blancos. La circunstancia desencadenó una migración masiva a Nueva Orleáns tanto de blancos que escapaban del horror como de otro grupo de “gente de color libre”. Se trató para la ciudad de una inyección de más civilización a la francesa. Muchos de estos inmigrantes eran artesanos adiestrados en escultura y ebanistería y le imprimieron un barniz de sofisticación a la ciudad. A estos dominicanos se les debe el primer teatro de Nueva Orleáns, llamado Le cap français. Los haitianos de color inculcaron a sus congéneres de tierra firme una idea de emancipación, aparte de traer consigo un culto africano de caracteres animistas, el vudú, determinante de la cultura espiritual y musical local.

Aunque la esclavitud fue proscrita en 1808, el tráfico de mano de obra negra canjeada como valor de uso continuó hasta mediados del siglo diecinueve. El contrabandista histórico de la bahía Barataria, el pirata de origen francés Jean Lafitte, era jefe de un tráfico de bienes que incluía negros adiestrados, transados por un importe de entre 800 y 1000 dólares. De la banda de piratas de Lafitte formaron parte Dominique You, artillero de la marina napoléonica, y René Beluche. Ambos eran naturalezas rebeldes que despreciaban la monarquía española y que prestaron su apoyo a la Independencia venezolana, lo que, por cierto, también habría hecho Lafitte. El gobernador Claiborne dio caza a este último,  y al cabo lo arrinconó.

No obstante, en vista de la guerra que Estados Unidos mantenía contra los ingleses, que no se resignaban a perder Louisiana, en 1812 Lafitte prestó sus servicios, y ofreció los de los malamañosos que lo secundaban, al batallón del ejército unionista, a cargo del general Andrew Jackson. Lafitte y sus secuaces conocían como nadie el laberinto cenagoso y lleno de cocodrilos de la bahía Barataria. El cañonero You fue el responsable de mantener a los británicos a raya, lo que facilitó la tarea al ejército yanqui de atacar la infantería inglesa con rifles largos de Kentucky, una recién creada tecnología de guerra contra la que los enemigos no pudieron defenderse. Después de esta conflagración, conocida como la Batalla de Nueva Orleáns, el país cortó de raíz toda relación de sujeción con Europa, a Lafitte se le otorgó amnistía y el general Andrew Jackson obtuvo el prestigio público suficiente para convertirse más tarde en presidente de Estados Unidos.

Bajo la autoridad yanqui, la compra y venta de esclavos se transformó en una tolerada actividad social. Se trataba en realidad de una inercia colonialista difícil de romper que podía incluso transmutarse en espectáculo. Grandes ventas podían llevarse a cabo bajo la cúpula del hotel Saint Louis, lugar donde, para resaltar las virtudes propias de los «ejemplares» en oferta, los futuros esclavos eran mostrados vestidos. La gerencia del hotel ofrecía almuerzo gratis a los postores más motivados.

Aunque los yanquis consideraban que los negros al servicio de blancos merecían un descanso dominical, su tolerancia étnica era ninguna, de donde la lógica de gueto que todavía impera en Estados Unidos. Por lo tanto, los ritos de distracción de esta comunidad no debían ejercerse a la vista de “los civilizados” sino en determinadas “zonas de cuarentena”: primero en un sitio bautizado “The Wishing Spot” (“el lugar de los deseos”), en el caño Saint John y, más tarde, en el punto conocido como “Congo Square” (Plaza del Congo), en el Faubourg Tremé. Congo Square hoy forma parte del parque Louis Armstrong, donde también queda otro lugar emblemático: el teatro Mahalia Jackson. En Congo Square los bailes y cantos espasmódicos de las ceremonias vudú fueron dándole forma a las síncopas que más tarde amenizaron los amancebamientos en los burdeles de Storyville, un barrio de unas 38 cuadras bautizado en honor a Alderman Sidney Story, proxeneta ambicioso que había tenido un sueño: crear en las adyacencias del French Quarter un área donde la prostitución no sólo prosperara sino que se transformara en un gran negocio. La música de Storyville comenzó a ser llamada “jass” por los new-orlenian, vocablo de la lengua mandinga que quiere decir algo así como “actuar fuera de lo normal”.

***

Lea Nueva Orleáns, zona franca

Leopoldo Tablante 

Comentarios (9)

Sydney Perdomo
2 de junio, 2010

¡Fascinante crónica! Tengo entendido que los esclavos a parte del Vudú, que se cataloga como religión, practicaban otra clase de ceremonia, está dentro de la magia negra llamada Hudú ó Judú, ¿Sabe usted algo de esto, si es cierto o no?…Es otra de las curiosidades que encierra Nueva Orleans, se dice que proviene de una mezcla europea, africana é india, pero que algunos de los blancos pertenecientes a la aristocracia también lo practicaban, claro bajo cuerda obvio; netamente magia popular lo que le llaman, y que afecta psicológicamente…Pero bueno como en todos los países se encierran supersticiones que son terroríficamente fascinantes. Nueva Orleans es un lugar hermoso y la mezcla tan diversificada de su gente lo hace un sitio esplendido. Me ha llamado la atención, el punto sobre nuestro país, donde y el hecho de que varios de los secuaces de los que habla usted, como Jean Lafitte, Dominique You y René Beluche tuvieran que ver con nuestra independencia según dice prestaron apoyo pero ¿De que manera? ¿En batalla? Ú ¿Otro tipo de apoyo? Me disculpo ante mi estado de desinformación al respecto.

Gracias por esta inyección histórica, seguiré muy de cerca esta crónica que me ha atrapado. 😉

Saludos y mis respetos sinceros. 🙂

alexandre D. Buvat
2 de junio, 2010

Amigo Tablante. Me ha dado un verdadero Tablazo con esa excelente narración que mi incultura agradece por obtener un nuevo conocimiento y asi dejar de ser tan gris, al menos en cuanto a saber de nuveau Orleans y su tan particular histotia.

Leopoldo Tablante
3 de junio, 2010

Gracias por sus comentarios, Sydney y Alexandre. Los aspectos más específicos de los cultos haitianos traídos a Nueva Orleáns luego de 1791 no los domino completamente. Sin embargo, en vista de lo importante de la inmigración haitiana luego del levantamiento de Toussaint L’Ouverture, estaré pendiente de ese proceso para incorporarlo en otro texto, que puede no ser un ensayo histórico. Con respecto a Dominique You y René Beluche, en vista de que eran marineros franceses que se reciclaron en América en la “industria” de la piratería, ambos formaron parte de la tripulación de la marina de la Independencia venezolana. Simón Bolívar y nuestros grandes héroes de comienzos del siglo diecinueve no sólo se codeaban con naturalezas virtuosas. A veces les hacía falta transar con malandros bien adiestrados. Agradecido por sus lecturas, L.

Alonso García
3 de junio, 2010

Leopoldo, cada vez que leo un artículo tuyo me encuentro con una prosa impecable, me atrevería a decir que PERFECTA. Son realmente excelentes, sin embargo tanta perfección puede abrumar. ¿Has leído el ensayo de Borges La supersticiosa ética del lector? Un abrazo y gracias por tus siempre maravillosos artículos. Saludos

Ricardo
3 de junio, 2010

Amigo Tablante de verdad que gracias por esta refrescante y amena historia de la ciudad de Nueva Orleans. De facil y atrapante lectura.gracias

María Eugenia
15 de febrero, 2011

Original en tema, bien escrita, necesaria porque pocos sabemos lo que deberíamos saber en el caso de Haití, tierra sorprendente que da y sigue dando gente extraordinaria (Jean Bertrand Aristide, p.e.). Me interesan dos puntos en particular que trascienden lo haitiano y lo enmarcan más ampliamente. El primero es la tradición multisecular de la América hispana, la cual tuvo líderes negros independentistas, cimarrones que crearon quilombos: desde la Rebelión del Negro Miguel en Venezuela, tiempos del emperador Carlos V, pasando por Ecuador (el esmeraldeño Don Domingo Arobé), Cuba (Salvador Golomón), México (el quilombo veracruzano de Yanga) y Panamá (Bayano), sin olvidar a la isla Hispaniola de la cual era parte lo que hoy llamamos Haití. A algunos de estos bravos líderes se les dio incluso renta en Sevilla (Bayano) o título nobiliario (Arobé). El segundo punto es que mencionas Barataria y estoy trabajando sobre el tema. El nombre Barataria aparece, durante el período colonial, en la isla de Trinidad y en la Hispaniola, en Haití desde donde pasa, en el XVIII, a ser heredado por Luisiana. ‘Barataria’ siempre fue sinónimo de trata negrera. Y me parece que se refiere a la trata por contrabando, a la barata de negros. El tema es grave y por eso me voy con pies de plomo. Estoy en contacto con un par de profesores pero aún ellos no las tienen todas consigo respecto al tema, porque hace falta mucho trabajo de archivo, parte del cual ha de hacerse en Haití. Me pregunto si en Venezuela hay algún especialista en el tema. En España, los archivos de la duquesa de Medina Sidonia, descendiente del mayor propietario de negros que tuvo esa nación durante el llamado “Siglo de Oro”, el cual fue de gran penuria para los esclavos.

Fernando Mármol Febres-C.
13 de junio, 2011

Excelente artículo y me sirvió de mucho ya que estoy casi terminando el libro de Isabel Allende “La isla bajo el mar”. Saludos cordiales

Isa
14 de febrero, 2012

Increible!! Estoy leyendo el libro de Isabel Allende ”la isla bajo el mar” y no sabia si era solo una novela, o si era real, estoy atrapadisima con el libro, me acabo de meter a internet buscando sobre los Kaintocks y me encuentro con esta pagina!! Wooooow me sirvio muchisimo ya que me encanta la historia y ahora con mas gusto leo el libro ya que me encanta aprender!! Leopoldo, escribes en algun lado donde pueda leer mas? Muchas gracias!! Saludos

Paola
9 de julio, 2014

Hola! Llegue a esta pagina buscando informacion sobre los kaintocks que aparecen en el libro de Isabel Allende “La isla bajo el mar”, libro que me atrapo con una parte de la historia que desconocía por completo. Muchas gracias Leopoldo Tablante por toda la informacion brindada, que ademas de ser muy buena, esta amenamente escrita para los que somos “aficionados” en historia. Saludos cordiales y nuevamente muchas gracias!!!

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