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Damages: el lugar de la justicia

Jorge Carrión: La justicia es relativa, relacional y casi nunca está donde se espera.

Por Jorge Carrión | 31 de mayo, 2010

En las teleseries norteamericanas del siglo XXI la clave interpretativa casi siempre se encuentra en los títulos de crédito. La particular concepción del realismo social de The Wire se puede comprender a partir de la distancia que imprime la cámara de seguridad inicial, apedreada por los protagonistas (y víctimas) de la ficción. Lo normal se ve como distante o ajeno. El proceso de extrañamiento que lleva a cabo Dexter se observa en el propio planteamiento de los títulos de crédito: el modo en que se muestra cómo Dexter se viste o se prepara el desayuno, al ritmo de la angustia, convierte su cotidianeidad en un fenómeno inquietante. Lo normal se ve como terrorífico o abyecto.

En el caso de Damages encontramos en los segundos iniciales y musicalizados una serie de rascacielos de Nueva York, fríamente retratados entre el gris y el azul hielo; estatuas que representan a la Justicia; y dos mujeres de diferentes generaciones reflejadas en un espejo roto. Ese conflicto generacional, encarnado por las abogadas Patty Hewes (Glenn Close) y Ellen Parsons (Rose Byrne), se da en la esfera más elevada del poder judicial estadounidense. En la primera temporada, el gabinete donde trabajan representa a los trabajadores perjudicados por el cierre de una empresa del millonario Arthur Frobisher (Ted Danson), de cuyos trapos sucios se ocupa Ray Fiske (Zeljko Ivanek), capaz de enfrentarse cara a cara a la célebre y terrible Patty Hewes. Ese conflicto, pese a su relevancia en el plano narrativo “legal” de la serie, es secundario. La auténtica tensión une a las dos mujeres –maestra y discípula, todopoderosa y protegida– en un segundo plano narrativo que, al cabo, se convierte en el principal: el thriller. En el argumento particular, las dos mujeres se acercan y se distancian, según el vaivén de las emociones, de la manipulación y de los sinsabores del caso principal de la temporada. En el argumento general, la firma de abogados siempre defiende a los débiles frente a los fuertes. En la segunda temporada, la industria farmacéutica interpreta el papel de Goliat. En la tercera, la estafa mastodóntica del caso Madoff sirve de inspiración para la creación del caso Tobin,  en que Hewes se enfrenta a una familia confabulada para apropiarse de los millones de dólares robados por el patriarca. Mientras que Madoff cumple una condena de 150 años de prisión, Tobin se suicida. La ficción no supera a la realidad, pero la hace más compleja.

El tema que Damages planteó cuando se estrenó en 2007 había aparecido casi coetáneamente en El diablo viste de Prada (David Frankel, 2006), donde Meryl Streep encarnaba a la editora de la revista de moda más influyente de Manhattan y Anne Hathaway era una becaria con ganas de comerse el mundo. La misma relación puer senex femenino marca la trama de la teleserie. Al contrario que en Eva al desnudo (Mankiewicz, 1950), encontramos en el largometraje y en la serie a una joven ambiciosa pero inocente, de modo que el relato es de formación. Y de perversión. El flashforward constante que estructura el relato y que se convierte en la marca fundamental de la teleserie (el futuro gris hielo como los títulos de crédito) confirma ya desde la primera temporada que la malformación de la chica ha sido consumada. Sabemos que su novio va a morir. Sabemos que va a estar en prisión. Sabemos que va a ser manipulada y traicionada por las personas en quienes confió. La historia se fragmenta. La ambigüedad moral de los personajes se baraja como en una partida de póquer. Todos llevan máscara. Lo profesional y lo familiar se entremezcla. El énfasis en la Estatua de la Libertad, que tanto en la primera como en la tercera temporada aparece miniautirizada y tramposa, apunta hacia el Sueño Americano, esa otra muñeca rusa con la que juegan todas las grandes teleseries norteamericanas. Esa sucesión de accidentes.

Mención aparte merece, precisamente, el ejemplo más claro de ese polimorfo Sueño: Ted Danson, que consigue borrar de un plumazo, con una actuación impecable y prolongada, su estereotipo como barman de Cheers. A la manera de Tarantino, los cerebros de Damages, los hermanos Kessler (formados en Los Soprano), reinventan a un actor. Como Tony Soprano, Frobisher circula de un lado para otro de la ciudad en su vehículo todoterreno, con su sexualidad y su temperamento desbordados, siempre al borde tanto de la crisis familiar como del comportamiento patético. Pero cambia. Y crece. En la segunda temporada, lo vemos revelándose contra su pasado y transformado en un aprendiz de equilibrio zen. Y en la tercera, en un brillante giro del guión, publica un libro autobiográfico en que adultera sus vivencias, y se enfrenta a fantasmas pretéritos al tiempo que la posibilidad de rodar una película sobre los sucesos de la primera temporada permite revelar nuevas facetas del personaje. ¿Seremos los seres humanos tan complejos como algunos de esos seres de ficción?

Tres son los espacios más importantes de la ficción televisiva norteamericana del cambio de siglo: la comisaría (Canción triste de Hill Street, Corrupción en Miami, C.S.I., The Shield, Dexter), el tribunal (La ley de Los Ángeles, Ally McBeal, Shark, The Good Wife) y el hospital (Urgencias, House, Anatomía de Grey). Tres lugares claramente vinculados con prácticas de control social: vigilar y castigar. No es casual que los tres aparezcan de un modo u otro en Los Soprano, en su ambición de retratar los ejes de rotación de la sociedad norteamericana. Tampoco es casual que ni la comisaría, ni el hospital ni el tribunal aparezcan en Damages. En la teleserie no se escenifican los juicios en tribunales de justicia. La cámara casi siempre se queda a las puertas de la corte justicia. Los juicios tienen lugar en la nebulosa de la elipsis. Por primera vez una gran serie de televisión protagonizada por abogados pone las cartas sobre la mesa: la justicia se dictamina, se pacta o se atropella en los despachos de abogados, en las reuniones con los fiscales, en las llamadas telefónicas, incluso en los encuentros off the record. En Damages son mucho más importantes las conversaciones que los personajes de Glenn Close y Zeljko Ivanek mantienen en el parque adonde llevan a pasear a sus perros que las vistas a las que el espectador no tiene acceso. Pese a que buena parte de la acción ocurre en los despachos del bufete de abogados, casi todos los momentos climáticos tienen lugar en los espacios privados de Ellen Parsons y sobre todo de Patty Hewes, en sus casas de la ciudad y del mar. La justicia es relativa, relacional y casi nunca está donde se espera.

Jorge Carrión 

Comentarios (2)

miriam osorio
31 de mayo, 2010

Coincido totalmente con El Sr. Carrión en sus opiniones sobre las series, por lo menos en Dexter y Damages, lo sabroso es que él sabe escribir y plasma ordenamente lo que uno piensa o cree que piensa… en fin me voy con la frse final “La justicia es relativa, relacional y casi nunca está donde se espera”

pd : tengo un amigo que dejó de ver Damages porque le daba terror que apreciera otro conejo en una olla de presión, jajajajajaja

Daniel
20 de junio, 2010

Buenísimo. De verdad es una serie que merecer ser vista una y otra vez, es una paradoja del mundo en el que vivimos ”brutalmente honesta”. Y sí, yo pienso que sí somos tan complejos como estos personajes, y no cualquier programa puede transmitir esto de la manera en que lo hace Damages.

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