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El primero de mayo en Berlín

En algún periódico leí hace unos días que así como Munich tiene el Oktoberfest o Colonia tiene su carnaval, Berlín tiene el primero de mayo. La comparación es válida, lo curioso es que el Oktoberfest dura dos semanas y el carnaval de Colonia una. Sin embargo, el nivel de la celebración en Berlín es tal, que comparar los tres eventos no está fuera de lugar.

Claro que hay más diferencias, los dos primeros eventos son celebraciones oficiales a las que asisten las autoridades como invitados especiales y suelen inaugurar las fiestas siguiendo algún ritual. El primero de mayo en Berlín es muy distinto. Es una tradición anti-institucional, de protesta, de enfrentamientos pero, por sobre todas las cosas, una fiesta de dimensiones pantagruélicas y de naturaleza anárquica.

Las calles son tomadas por gente de todas las edades, el nivel de ebriedad es alto, el irrespeto a la policía es total, las convenciones se toman el día, los correctos se vuelven sabandijas y el orden desaparece. Las autoridades están representadas por seis mil agentes policiales traídos de todos los rincones de Alemania con tanquetas, ballenas, camiones con reflectores, unidades de comando, etc.

Los periódicos desde semanas antes no hablaban de otra cosa. Los más sensacionalistas publicaron “mapas del terror”, señalando cada esquina en la que seguramente se generarían enfrentamientos entre manifestantes o pendencieros y las fuerzas de seguridad; publicaron imágenes de años pasados, pidiendo la mano dura de las autoridades, exigiendo más efectivos policiales, más controles y menos tolerancia. Los berlineses debían prepararse -escribieron los panfletos- porque la ciudad iba a arder. Y todo esto ocurría aquí en mi barrio que como ya he contado, es durante 364 días al año bastante tranquilo.

Me imagino que los lectores estarán confundidos. ¿Qué tiene que ver esta guerra que les estoy describiendo con un carnaval o un festival de cerveceros? Podría escaparme fácilmente diciéndoles que las calles de Kreuzberg también se llenan de payasos y borrachos, pero la realidad es un poco más compleja. Esta guerra es la fiesta callejera más importante que tenemos los berlineses, y no todo es como lo pinta la prensa amarillista, aunque sí es verdad que la tradición que arrastran las celebraciones del día del trabajador es de violencia.

Todo comenzó en 1987…

En realidad las celebraciones callejeras y las marchas organizadas por el sindicato más importante de la ciudad en solidaridad con los trabajadores del mundo y contra el capitalismo maldito se venían haciendo cada año en Kreuzberg antes del ’87. La verdad es que siempre hubieron pequeñas escaramuzas contra las fuerzas de seguridad pero nada fuera de lo normal en un barrio que siempre había sido conflictivo y en el que vivían, además de gran parte de los turcos berlineses, una cantidad considerable de militantes de extrema izquierda, anarquistas y punks.

Sin embargo, para mayo de 1987 el clima estaba cargado. Se planeaba hacer en Alemania un censo que venía siendo diferido desde 1983 porque el cuestionario al que cada ciudadano debía contestar había sido juzgado inconstitucional por atentar contra el derecho a la privacidad. Las oficinas de un grupo que abogaba por boicotear el censo fueron allanadas por la policía a las cuatro de la mañana de ese día utilizando medidas que a los afectados les parecieron opresivas y desproporcionales.

Cuando comenzó la tradicional marcha, la tensión se podía cortar con un cuchillo, pero a pesar de ello, sólo hubo pequeños enfrentamientos entre los más radicales y la policía, razón por la cual los primeros abandonaron la marcha y se atrincheraron en la fiesta.

Hacia las cuatro de la tarde los radicales comenzaron a armarse de valor, ayudados por el alcohol, y voltearon un camión de la policía que estaba estacionado sin efectivos que lo cuidaran. Algunas horas después, cuando había caído la noche y sin duda alguna miles de cervezas más, voltearon otros dos camiones. Esta vez la policía reaccionó no sólo contra los violentos sino que decidió dispersar la fiesta a punta de rolo y gases lacrimógenos. A partir de ese momento ardió Troya.

Muchísimos asistentes a la fiesta que hasta ese momento se habían mantenido al margen de la violencia, se resistieron valiente y organizadamente y en poco tiempo, crearon barricadas de escombros y llamas, obligando a la policía a retroceder. Una vez atrincherados en su zona de fiesta continuó el caos. Muchos negocios, grandes y pequeños, fueron saqueados.

Un pirómano, que nada tenía que ver ni con los revolucionarios ni con los fiesteros, incendió un supermercado. La policía buscó refuerzos pero no logró pasar las barricadas hasta entrada la madrugada cuando ya casi todo el mundo estaba demasiado borracho (muchos de los negocios saqueados fueron licorerías) y/o agotados. Para ese momento Kreuzberg ardía. La estación de metro más cercana a los sucesos, Görlitzer Banhof, también fue incendiada, así como varios carros y todo lo que encontraran los rebeldes para fortalecer las barricadas.

El nivel de violencia asustó incluso a algunos dentro de los círculos radicales. Para muchos estaba claro que aquello poco tenía que ver con lucha de clases, y mucho con vandalismo puro, violencia por violencia.

Los dos años siguientes la cosa empeoró. La policía vino preparada y con sed de venganza mientras los radicales seguían con los humos subidos por el triunfo del año anterior. El resultado fue una guerra campal en la que la policía terminó pegándole incluso a sus propios agentes vestidos de civiles. En el ’89 los daños se calcularon en un millón y medio de marcos (750,000 euros) y las cifras de heridos y detenidos aumentaron con respecto a los años anteriores.

En los noventa la violencia fue bajando progresivamente en parte por divisiones dentro de la izquierda radical (conflictos entre dogmáticos y menos dogmáticos) y en parte porque varios movimientos neonazis a partir de 1992 comenzaron a organizar manifestaciones el primero de mayo, tratando, me imagino, de hacer honor al “socialismo” dentro del Nacional Socialismo. La extrema izquierda, en un acto de sorpresiva coherencia, decidió centrar sus fuerzas en impedir las movilizaciones fascistas dentro y/o fuera de Berlín. Desde entonces, gran parte del caos se traslada al lugar en el que se anuncie la principal marcha neonazi, sea Hamburgo, Leipzig o en las afueras de Berlín. Estas contra-manifestaciones no están sólo compuestas por radicales, muchísima gente racional asiste con bastante indignación a impedir lo que el sistema democrático no puede parar sin atentar contra la constitución, y en muchísimo casos, lo logran. La manifestaciones neonazis están compuestas por centenares de bárbaros y las contra-manifestaciones por millares de ciudadanos.

Mi primer día de los trabajadores en Alemania fue en 2004 y estuve entre los muchos curiosos que casi reciben un botellazo en la cabeza. Desde el 2003 mi barrio organiza el MyFest (juego de palabras con “My” (mi en inglés) y “Mai” (mayo en alemán), es decir “Mi fiesta” o “Fiesta de mayo”. La comunidad entera colabora en la organización y en toda la zona en la que antes ardían barricadas, se organizan conciertos, verbenas, bailantas y demás variantes de la diversión. Sin embargo, una vez que cae la noche, inevitablemente, y lo repito, inevitablemente, se arma un peo.

La policía, los seis mil agentes, están en todas partes. Me consta, porque los he visto, que están ansiosos por actuar. Aquella primera vez que lo viví, pasé como una hora caminando para encontrar un cajero automático (todos los bancos cercanos a la zona de peligro están clausurados con todo tipo de protección) y me encontré por casualidad con un punto de encuentro de policías. Estaba preparándose para el combate. Poniéndose las armaduras que no les dejan ni un centímetro desprotegido y mientras tanto tomándose fotos y comentando otros primero de mayo o burlándose de aquellos que venían por primera vez.

La fiesta está siempre muy bien hasta que cae la primera botella o hasta el momento en el que de manera “preventiva” la estampida de policías comienza a tomar las calles. La verdad es que no sé qué pasa primero, la botella volando o los policías empujando. No trato de justificar la violencia, créanme que mucho más me gustaría que la fiesta no parara, pero desgraciadamente, eso nunca pasa. La policía está nerviosa, lo que es comprensible y las estampidas son interpretadas por muchos como una provocación.

El primero de mayo se ha convertido, por su fama internacional, en un destino turístico de vándalos. Incluso los radicales lo ven así y desprecian el ambiente apolitizado. La gente comprometida políticamente prefiere ir a cazar nazis, actitud que respeto, y los que quedan son bombas de tiempo alcoholizadas que ni siquiera encaran a los policías sino que lanzan las botellas de lejos sin saber a quién le van a dar.

Fui dos o tres veces a la zona de peligro, y la última, me fui antes de que cayera la noche.

Este año, en parte por viejo, pero más aún por haber adoptado a un perro que detesta quedarse solo en la casa, no llegué ni siquiera al MyFest. Debido a que el año pasado hubo un ligero aumento en la esperada violencia, las autoridades decidieron prohibir la venta de alcohol en botellas, por lo que las colas para comprar cerveza de los sifones improvisados eran larguísimas, no sólo en la zona del MyFest, sino en todo el barrio. Salí un rato y no aguanté el agobio, en parte por los nervios de Pablo, mi perro, y en parte, creo que ya lo he dicho, porque ya no estoy para esas vainas. Lo que sí me indignó fue percatarme del hecho que no iba a poder comprar cervezas ni para ver el juego del Barça jugándose la liga en el campo del Villarreal. Todo sea por los trabajadores…