Actualidad

Desde “Juan Bimba” hasta “er Conde del Guácharo”

La inexistencia actual de personajes representativos de la nacionalidad es una muestra de debilidad cultural

Por Eloi Yagüe Jarque | 26 de abril, 2010

Leo y releo con sumo placer los artículos (entre crónicas y cuentos) del escritor y periodista brasileño Luis Fernando Verissimo, que hace algunos años tradujera y publicara para el público venezolano Sergio Jablón. Una de ellas se titula El Popular. Para Verissimo, este es el personaje que sale en todas las fotos, que aparenta tener el don de la ubicuidad, que nunca nadie sabe cómo se llama pero que siempre está allí, en el centro de la historia en el vórtice del desarrollo de los acontecimientos.

Para mí, en cambio, el popular es el personaje representativo de la identidad de una colectividad, bien sea un edificio, un barrio, una ciudad o una nación. En este último caso correspondería a lo que los alemanes, inventores del romanticismo, llamaban el volkgeist, el espíritu de un pueblo. Algunas personas –o, más bien, personajes– encarnan ese ente esquivo, difícil de definir, que se llama idiosincrasia. Cierto es que muchas veces los personajes que encarnan este concepto, más bien metafísico, son construidos con base en estereotipos, o visiones reduccionistas de la identidad cultural, que suele ser más rica y variada de lo que generalmente pensamos. Pero, ¿cómo y cuándo se dio este proceso entre nosotros, al menos en nuestro pasado reciente?

II

Primero deberíamos remontarnos al siglo XIX y a la labor de los costumbristas. Ellos fueron escritores que empezaron a fijar los tipos venezolanos, esto es, los caracteres representativos de nuestra incipiente nacionalidad tras la cruenta Guerra de Independencia que duró más de diez años y dejó a nuestro país devastado.

Los costumbristas describieron las artes y los oficios más típicos, el chichero de la esquina, el vendedor de flores de Galipán, las lavanderas del Guaire, los patiquines, las sinforosas, los petardistas, los pulperos, etcétera.

Generalmente escribían textos breves, tipo crónica, que publicaban en los periódicos de la época. Durante muchos años la crítica académica despreció estos textos por considerarlos “periodísticos” (esto es: no literarios), demasiado breves además para ser tomados en cuenta, y para colmo, muchos de ellos humorísticos, y ya se sabe que la literatura es “cosa seria”.

La profesora y ensayista Alba Lía Barrios, en una monografía sobre el costumbrismo, precisa dos momentos de esta tendencia: el primero signado por el desprecio de los intelectuales, propio de quienes se saben miembros del selecto club de “la ciudad letrada”, como la definió el ensayista uruguayo Ángel Rama, manifestado en una visión ácida, irónica, a veces sarcástica, siempre descalificadora, hacia el pueblo, su habla y sus costumbres, que contó con representantes “adustos tribunos, científicos, historiadores y gramáticos” como Fermín Toro, Juan Manuel Cajigal y Rafael María Baralt.

Un segundo instante del costumbrismo es cuando algunos intelectuales se bajan del “pedestal aristocratizante” y acceden respetar a ese pueblo que describen, dándose cuenta de sus valores, de su sabiduría y de su sentido del humor, que se manifiesta hasta en las más trágicas situaciones.

Quien arranca con esa visión es el poeta calaboceño Daniel Mendoza quien en esa pieza maestra titulada Un llanero en la capital (publicada por primera vez en 1859) crea el personaje Palmarote, un llanero que llega a Caracas y es recibido por un señorito quien le muestra la ciudad. Este texto es un magnifico ejemplo de desdoblamiento de un autor en dos personajes, pues Mendoza es, sin duda, el señorito, “culto” (el autor tuvo formación académica) y el llanero (el mismo autor marcado por su infancia en las rudas sabanas guariqueñas, en contacto con los peones y hombres y mujeres campesinos, de quienes aprendió el habla y las costumbres llaneras).

Representantes del este segundo costumbrismo fueron Nicanor Bolet Peraza, Francisco Tosta García, Francisco de Sales Pérez, Tulio Febres Cordero, Miguel Mármol y Pedro Emilio Coll, entre otros.

Lo cierto es que muchos de esas personas de carne y hueso descritas por los costumbristas, como Palmarote, se convertirían después en personajes literarios como el Pajarote de Rómulo Gallegos en Doña Bárbara, o como el entrañable Vicente Cochocho de Teresa de la Parra en Memorias de Mamá Blanca.

José Rafael Pocaterra, en sus Cuentos Grotescos, Eduardo Blanco en Zárate, Gonzalo Picón Febres en Fidelia, Ya es hora y El sargento Felipe, Manuel Vicente Romerogarcía en Peonía y Miguel Eduardo Pardo en Todo un pueblo fueron algunos de los novelistas influenciados por el costumbrismo.

III

La explotación industrial del petróleo desde 1922 y la modernización tecnológica del país acabaron con muchos usos y oficios tradicionales. Lo criollo, lo autóctono pasó de moda, muchas veces por ignorancia o por desuso, desplazado por los nuevos modelos de vida propuestos por la industria cultural estadounidense.

Pérez Jiménez tuvo un proyecto nacionalista en lo cultural y promovió el folklore (curiosa palabra anglosajona para definir lo más nuestro), de arpa, cuatro y maracas, de danzas de Yolanda Moreno, de semanas de la patria con exaltación de los héroes de la independencia, como corresponde a un gobierno militar. De alguna manera, a pesar de ser enemigos políticos, intentó recoger el legado galleguiano de fijación del llano como lugar preferente donde se forjó la nacionalidad.

Los gobiernos posteriores no tuvieron políticas culturales coherentes, no se propusieron resistir la creciente influencia norteamericana que a partir de la década del cincuenta del siglo pasado contó con un poderoso aliado: la televisión, que se dedicó a transmitir casi exclusivamente contenidos importados.

De la era previa a la TV quedó un estereotipo: el Juan Bimba sinónimo de venezolano pobre que plasmara el humorista Leoncio Martínez –Leo– en su revista Fantoches: un ser flaco, esmirriado, de origen rural, con pantalones arremangados, calzando alpargatas y manoseando un sombrero de paja raído, mientras habla con el “dotol”.

A ese Juan Bimba, símbolo de los campesinos desplazados por la explotación petrolera se dirigió la campaña presidencial de Gallegos que lo llevaría a la jefatura de gobierno en las elecciones de 1947. Acción Democrática se apropió de este símbolo de la iconografía nacional para promoverse como el partido de los “pata en el suelo”. Pero a diferencia del Tío Sam, rubicundo y agresivo icono de la joven nación norteamericana primero, y del imperialismo yanqui después, Juan Bimba ofrecía una imagen triste y deprimente de un pueblo vencido y moralmente postrado.

Así lo percibió Enrique Bernardo Núñez quien escribió, en fecha tan temprana como 1936, que se trata de “un mote nada lisonjero” que se le quiso endilgar al pueblo venezolano y se asombra de que haya prendido con tanto éxito. “Juan Bimba”, señala, “es el enclenque, el idiota, el pobre diablo… El hombre de nuestro pueblo…es por el contrario malicioso, viril, de comprensión rápida, con un cabal sentido del ridículo”. Para el escritor, el mote nace más bien entre la gente pretenciosa y señaló, paradójicamente, que cuando haya un partido popular en Venezuela será preciso echar a la hoguera muchas cosas, para que el fuego las devore, entre ellas ese ridículo apodo de Juan Bimba”.*

IV

A partir de la televisión fueron varios los intentos de plasmar personajes representativos de la nacionalidad. Pero había un problema: la contradicción campo-ciudad se hacía cada vez más insalvable. Venezuela había dejado de ser un país rural. Los campos habían quedado abandonados en detrimento de las ciudades. Los símbolos de la nacionalidad ya no podían aspirar a tener carácter abarcante.

Un ejemplo de esta paradoja lo encarnaron los hermanos Díaz, Simón y Joselo, versátiles actores y músicos. Mientras el primero encarnó al venezolano campesino, el segundo aceptó la modernidad al representar en su show televisivo personajes netamente urbanos como el Pavo Lucas (motorizado) o como el mendigo barbudo que tocaba una guitarrita de hojalata de una sola cuerda (aún no existían los recogelatas), o como el burócrata eternamente asustado por la posibilidad de perder el trabajo por los vaivenes de la administración pública a causa de los cambios de gobierno propios de la era el bipartidismo.

Oros personajes fueron Don Tereso, de Charles Barry, representante de la caraqueñidad, un viejo citadino con sombrero de pajilla y bastón de bambú que con mucha dignidad contaba las historias de la ciudad sentado en un banco de la Plaza Bolívar. O Goyo Repollo, de Perucho Conde, llanerazo que finalizaba sus actuaciones diciendo: “Ni que el pecho fuera e hierro y los lomos de algarrobo, no jiles”.

Actualmente, a pesar de los discursos nacionalistas y las supuestas políticas culturales, no hay un personaje más allá de Bolívar –pero recordemos: Bolívar era mantuano– que simbolice el alma nacional y mucho menos el espíritu de un pueblo. ¿Debemos conformarnos con esa pantomima de la nacionalidad que representa el Conde er Guácharo? Triste opción si nos quedamos en la superficialidad, en el chiste grosero y la vulgaridad. Sería el regreso de Juan Bimba pero sin la gracia que pudo tener el personaje al principio.

**********

* Núñez, Enrique Bernardo, Relieves, recopilación de artículos publicada por el Congreso de la República, Caracas, 1989, pp. 213-14.

Eloi Yagüe Jarque Escritor, periodista y profesor de la UCV. Ha publicado libros de relatos como "Esvástica de sangre" (2000) y "Balasombra" (2005), entre otros. Ha sido finalista del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos y recipiente del Premio Nacional de Narrativa Salvador Garmendia por sus novelas "Las alfombras gastadas del Gran Hotel Venezuela" (1999) y "Cuando amas debes partir" (2006)

Comentarios (12)

Fernando Flores M.
26 de abril, 2010

Me parece interesante. Pero, ¿Debemos tener un arquetipo de la identidad nacional?¿Cuáles serían los beneficios de esto?¿Debe ser propuesto por los gobiernos o surgen del ingenio de los creadores? Espero sean dudas razonables. Saludos

bonilla
26 de abril, 2010

Sr Eloi Yagüe Jarque, muy interesante su escrito; has hecho un largo estudio representativo de las caracteristicas costumbres, y expresivas actuaciones, del gentilicio Venezolanista a travês de los años;con documentaciòn incluida, en tan pocas lineas; lo felicito.Un tema que te pasea por la historia humoristica del pais,a lo largo de un largo trayecto, dejando en cada parada, al pasajero que pierde vigencia por los cambios constantes que experimenta la sociedad; y esperando encontrar en la parada de turno siguiente,al personaje que encarne los multiples aspectos de la sociedad Venezolana actual.Saludos , enhorabuena

Rafa Gomez
26 de abril, 2010

¡Excelente artículo!

Considero irresponsable tratar de hacer cualquier comentario, sin pensar mucho primero sobre todas las implicaciones que trae.

Olga María Villa
26 de abril, 2010

Obviamente sí hay un personaje arquetipal que (sí y no) nos representa en la actualidad: Esteban de Jesús… Duélale a quien le duela. Es más, por eso que levanta tanta roncha. Fernando, creo que esos personajes simplemente brotan espontáneamente. Mucha gente salta a la palestra y no todos quedan fijos en la mira pública. Mientras que hay gente que sale 1 minuto en TV y conquista la imaginación colectiva. No hay certezas en estos temas. Como ejemplo: un par de caras del movimiento estudiantil, Baduel, el contrincante de Santos a la presidencia colombiana: Antanas, etc etc. Realmente, ni los artistas (ni nuestros ni de afuera) son vistos y estudiados por los medios de comunicación locales. Es decir, no hay construcción de imaginarios. ¿Por qué creen que los gringos han perfeccionado tanto el formato documental? ¡Ensalzan desde sus ciudadanos comunes hasta sus criminales con los reality shows!

Es una lástima que en la lista que enumero de figuras de acá me refiera a puros políticos, pero así son los tiempos. Ojalá hubiera una Rochela o un programa como Joselo en los 80-90, que jugara con la imaginacion de la gente. Ojala hubiera un Sonoclips o un Expedición, dónde ver cosas distintas, personas cantando o lidiando con pemones.

Pdt. Er Conde es un grande, ñor Yagüe. Quizá el público del patio siga tan constumbrista y poco imaginativo como siempre si algunos piensan que se es vulgar sólo por decir groserías. Grosera es la corrupción boleta, de generación en generación, de nuestros gobernantes. Ojalá se pudieran oír más groserías en la TV de la forma lúdica en que lo hace Er Conde, inventando personajes, y menos en la forma de amenaza y vilipendio a personas reales como lo hacen en la programación nocturna de nuestra VTV. Saludos y respetos a todos.

J. M. Guilarte
26 de abril, 2010

Apreciado Eloi, podemos estar de acuerdo en la obviedad que representan “el chiste grosero y la vulgaridad” del Conde del Guácharo, pero referirnos a una supuesta “superficialidad” me parece una apreciación muy discutible. Más bien Carlos Sicilia dice que Benjamín Rausseo es el mejor sociólogo del país (y creo que lo dice en serio), y yo pienso que sus expresiones soeces son tan sólo la tapa de un frasco lleno de ocurrencias agudas e inteligentes. Además, el Conde ha mantenido incólume el halo “subversivo” que rodea a todo discurso procaz que intente hurgar en la cotidianidad humana.

Fanny Pirela
26 de abril, 2010

Estimado Eloy, un gusto leerte. Me hago la misma pregunta… ¿por qué invocar un arquetipo, o reclamarlo, cuando sabemos que hasta la propia noción de “identidad” (ni hablemos de lo “nacional”) está en profunda crisis? Un beso grande desde los a veces buenos y otros no tan Buenos Aires. A la orden por aquí.

Olga María Villa
26 de abril, 2010

Fanny Pi porque el arquetipo es el eje de una cosmogonía. Sin eje, los satélites giran caóticamente y se desparraman en el espacio. No es que se necesite, es que sin arquetipos nuestro destino se bifurca en dos derroteros 1) el caos: la incoherencia, el desastre de imaginario que tenemos (Bolívar, un godo de sueños imperiales, adoptado como símbolo de los estratos sociales más bajos). 2) la imitación, lo que se pliega a otros sistemas y los adopta (la mayoría de las veces sin éxito, un sincretismo burdo) como propios. Sin más arquetipos vivos que Esteban y Bolívar en nuestro imaginario, estamos condenados al mítico infierno de las incongruencias, por los siglos de los siglos, sin amén

Lisandro
26 de abril, 2010

Eloi Yagüe, leo con sorpresa su crónica, el nuevo Juan Bimba es el mismo adeco de siempre, únicamente que ahora lleva franela roja. Y me alegra que usted ponga en duda las políticas culturales gubernamentales. Hecho que pareciera asomar cierto distanciamiento de su postura pro-gobierno. Enhorabuena.

José Martin
26 de abril, 2010

Buen repaso histórico desde la literatura, Eloi. Sin embargo, debo señalar algunos aspectos que se escapan a esa perspectiva. Un estereotipo surge debido a un proceso de síntesis cognitiva. Ciertamente esto deviene en cultura, en cosmogonía, como bien apunta Olga, en tanto se difunde y cala en la sociedad. Cuando el estereotipo se instala en la sociedad, no hay culpables porque la identificación no obligada. De hecho, el estereotipo es reflejo de una cultura y una historia, explica González Gabaldón. En este sentido, el éxito masivo de er Conde no es más que el que una verdad, y es que los venezolanos así somos. El estereotipo o el personaje representativo se puede forjar, pero no sobrevivirá si no tiene un correlato en la realidad social. No seremos otra cosa hasta que hayamos cambiado entornos y y formas de ver. Échenle un ojo al trabajo de Maritza Montero, que profundiza los tumbos que ha dado nuestra identidad a lo largo de la historia.

Eduardo Mujica Alvaréx
29 de abril, 2010

Sinceramente creo que es un trabajo excepcional sobre nuestra identidad como nación , retrata muy bien nuestra idiosincracia en este recorrido histórico, mis sinceras felicitaciones

Eloi Yagüe Jarque
2 de mayo, 2010

Ante todo muchas gracias a los lectores por su atención y por sus valiosos comentarios. Querida Fanny, precisamente porque en mí está en crisis la noción de “lo nacional”, esa cosa con connotaciones pavosas que estudiamos hace un pocotón de años (por lo menos yo, que soy viejo comparado contigo) en materias como Moral y Cívica, y que de vez en cuándo me pregunto en qué demonios consiste (no ya la metafísica “quiénes somos” porque de ahí a preguntarme “adónde vamos” hay un paso que mi capacidad de abstracción no se considera capaz de dar). Tal vez porque he leído mucho últimamente a Enrique Bernardo Núñez porque escribí una biografía suya, y él estaba imbuido de eso que antiguamente llamaban “pasión venezolanista”, otro término que hoy en día luce pavosísimo. Pero por ahí me fui, una vieja manía mía esa de repensar cada cierto tiempo en la identidad cultural, y veo entonces que le falta aire a un caucho de nuestro querido vehículo, nos falta eso que Olga María llama “construcción de imaginarios”,y que para mí suena a la gran dificultad que tenemos para vernos, como si el espejo estuviera roto en fragmentos, empañado o, simplemente no existiera. Ese espejo que pudiera representar “el personaje popular”. Esa crisis de la imaginación colectiva nos lleva, entre otras cosas, a descalificarnos generalmente en casi todas las representaciones que hacemos sobre “la forma de ser del venezolano”, esa falta de autoestima qe nos impide ver nuestros logros colectivos. Me refiero a logros auténticos y cotidianos, no tan sólo a los mediáticos. Me refiero a la manía que tenemos, por ejemplo, de seguir buscando aprobación afuera, de tal manera que sólo leemos un libro venezolano cuando lo publican en España o gana un premio en el exterior. Me refiero a las páginas donde se cuelgan fotos de letreros con faltas de ortografía y un título que reza “Sólo pasa en Venezuela”. Cierto es que el humor nos salva y nos permite burlarnos de nosotros mismos. Pero, ¿hasta qué punto esa burla es sana o es apenas una máscara del autodesprecio? Puede ser que “er Conde” encarne una “profunda fibra del alma nacional”, si es así no sé cuál es. Estoy cansado de escuchar que los venezolanos somos flojos, borrachos, mujeriegos y jodedores, pero si no te gusta lo anterior también somos hospitalarios, buena gente, abnegadas (las madres)y generosos hasta el derroche. Nada de esto me basta para responder la pregunta de quiénes somos. Y me apena que muchos jóvenes hoy en día no se hagan la pregunta y que busquen en el exterior oportunidades que podrían conseguir aquí. Disculpen si me he excedido de espacio y he abarcado mucho, pero creo que el tema lo amerita. Saludos.

Fanny
7 de junio, 2010

Apenas ahora vuelvo acá y me alegra mucho encontrar tu respuesta, que es más que contundente y lúcida. Coincido plenamente en que hay que hacerse la pregunta, lo que me parece un poco reductivo es la búsqueda de UNA (sola) respuesta, y más que eso, la pretensión de encarnarla en un arquetipo. No sabes cuanto te agradezco esta dedicación al responder, Eloi. Un gran abrazo.

PD: y espero que eso de que los jóvenes buscan afuera lo que no pudieron encontrar en Venezuela no lo digas por mí: mi mudanza a Buenos Aires estuvo movida por la curiosidad y el interés de ampliar mi horizonte cultural y humano, de conocer gente de otros lugares, de aproximarme a los saberes desde un lugar distinto al que pertenezco… Aquí he tenido la oportunidad de estar en contacto con gente de los más diversos lugares de este y todos los lados del charco, de intercambiar y de escuchar una pluralidad de voces que me han permitido expandir mucho mi universo personal y mi pensamiento crítico. No creo que eso sea como para lamentarlo, todo lo contrario.

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