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Cuatro casos de censura en internet

Hay vidas que penden de un hilo por el simple hecho de hablar. La versión 2.0 de moverse en esa (des)ventura moderna es la Internet. No es difícil volver (o dejar de imaginar) a la metáfora manida de la World Wide Web como una biblioteca de Alejandría postmoderna, donde todos los conocimientos, opiniones y placeres se encuentran a libre disposición. El problema llega cuando la censura se impone en la web; por ello, esto puede ser considerado por muchos un símil parecido al Holocausto nazi de los libros disidentes. Cinco breves historias dan un panorama de esta “quema informática”; las víctimas: un bloguero cultural iraní, un poeta y periodista chino, el poder de adquirir la música, el inocente pueblo de los EEUU y una disidente cubana.

La delgada línea entre la muerte y la cultura: Omid Reza Mir Sayafi

Los posts estaban dedicados a la música y poesía tradicional de Irán. Más nunca quiso abandonar la libertad de escribir con franqueza y honestidad. “Soy un bloguero cultural, no político. De todos mis artículos, sólo dos o tres eran satíricos. No quise insultar a nadie”. Pero esta excusa verbal no fue suficiente para la judicatura de Teherán: la sátira no es lenguaje de Estado; Rooznegaar (su blog) y Omid Reza fueron condenados al hastío del olvido de la reconocida prisión Evin, por “insultar” al mesiánico Imán Jomeini y al ayatolá Alí Jamenei con material “sedicioso”.

Dos años y medio de prisión fue la cuota a pagar, en espera de un juicio por supuestos insultos al Islam. El albur de la censura escoge “a dedo” a periodistas, intelectuales y creadores para encerrar las palabras en vacíos. Algunos logran traspasar la cerca del vituperio legal, mientras que otros sencillamente son condenados al encierro (literal) del desasosiego.

Confundido, Mir Sayafi no encontró mayor consolación que un frasco de dudoso Prozac, hecho en Irán. Se dice que abusó en demasía del medicamento. Tal vez, ingenuamente, para tratar de despertar de aquella pesadilla (en algún post –el blog no ha desaparecido del todo– Omid escribiría: “Me siento como un extranjero en mi propia casa… ¿Realmente vivo en la Antigua Persia? ¿Es esta la tierra de Ciro II el Grande? Debe ser una pesadilla la que estoy teniendo. Esto no es Persia. Esta es la República Islámica”).

Murió el miércoles 18 de marzo de 2009. Mir Sayafi contaba con 29 años y una salud tan precaria como la libertad perdida. Murió, simbólicamente, amordazado. Pocos en Irán escucharon gemido alguno.

Rememorar puede dejarte tras los barrotes: Shi Tao

La masacre de Tiananmen fue en la primavera de 1989. Un silencio profundo fue sentenciado 15 años después, cuando la República Popular de China, mediante decreto, prohibió que cualquier medio de comunicación comentara aquel capítulo lamentable de la historia humana. La sala de redacción de la revista Actualidad Empresarial recibió un memo: se avisaba a los periodistas de los peligros de una desestabilización social con respecto a la matanza de aquel 14 de abril, “que nunca ocurrió”. Apenas Shi Tao, poeta y periodista, leyó aquella información oficial (mas no para uso vox populi), usó su cuenta personal de correo electrónico (huoyan1989@yahoo.com.cn) para informar a Hong Zhesheng (caryhung@aol.com), de la “Fundación por un Asia Democrática”, sobre la mordaza que falló el Gobierno chino continental. En cuanto las autoridades quisieron la información sobre aquella filtración, Yahoo! no dudó en disfrazarse de cómplice: entregó de inmediato el mensaje enviado al extranjero, más la dirección IP de la computadora de Tao.

Traicionado por una compañía que comparte información (de eso no cabe duda alguna) en la web, Shi Tao entendió que las palabras “Jue Mi” (Top secret: ultrasecreto) en la entrada del documento oficial, significaba el silencio de los inocentes. Pondría en riesgo su libertad en contra de la censura. Aunque fue considerado culpable de “divulgación ilegal de secretos de Estado en el extranjero”, no haría el mutis por el foro en la escena china, donde callar es el logos del Estado.

El 30 de abril de 2005, Tao fue condenado a estar custodiado por cuatro paredes frías durante diez años. En estos momentos sueña con respirar un poco su libertad, con el abrazo tierno de su hijo y con la esperanza de que alguien piense en lo que le sucedió a él, así como él recordó a aquellos estudiantes de la plaza Tiananmen. Y es que no se puede olvidar ese 14 de abril.

El extraño caso de la Unión por las Libertades Civiles de los Estadounidenses et al vs. Janet Reno

Una muchacha adolescente, ciudadana estadounidense, se sienta frente a la computadora: quiere acceder a cierta información sobre el aborto, pero no puede. Podría tipear las teclas para indagar sobre las enfermedades venéreas, pero las páginas se convierten en pantallas en blanco, gracias a la petulancia de la censura. Tal vez la muchacha no resulte en un futuro, cercano o lejano, una precoz embarazada o una portadora de algún virus poco benigno; sin embargo, sufre las consecuencias de no poder estar informada, la ignorancia se impone “a la fuerza”. Esta realidad hubiera sido concreta hoy día si no fuera por que la organización ACLU (en español: Unión por las Libertades Civiles de los Estadounidenses) dio la batalla hace ya más de una década en contra de una ley conservadora. Se trataba no sólo de derechos, sino también de libertades, de cultura, de educación.

Varias organizaciones, lideradas por la ACLU, presentaron, en 1997, una demanda en contra de la entonces Fiscal General de los Estados Unidos, Janet Reno, para impugnar la constitucionalidad de la Ley de Decencia en las Comunicaciones (CDA, las siglas en inglés), una de las disposiciones de la Ley Federal de Telecomunicaciones. Allí se afirmaba que era ilegal para cualquier persona hacer declaraciones “indecentes” o “claramente ofensivas” en la web, si el material fuera accesible a menores de edad. La ACLU sostenía que “indecente” y “evidentemente ofensivo” eran “vagos y demasiado amplios” términos y por lo tanto el proyecto de ley calificaba de inconstitucional. La censura injustificada aserraría las pantallas de las computadoras.

La internet no quedaría ciega y en silla de ruedas en tierras norteamericanas. Un tribunal federal de Filadelfia confirmó la opinión de la ACLU de que la ley violaba la Primera Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos (la cual prohíbe que la legislatura haga ley alguna con respecto a la adopción de una religión o que prohíba la libertad de culto, de expresión, de prensa, de reunión o de petición) y emitió una orden judicial que impedía al Gobierno hacer cumplir la CDA. El Gobierno, terco y miope, con Janet Reno a la cabeza, decidió entonces apelar la orden judicial ante el Tribunal Supremo estadounidense, el cual falló a favor de la ACLU et al. Un mundo de posibilidades 2.0 fue reafirmado en el suelo estadounidense.

Así se libera Yoani Sánchez

Desde su blog Generación Y, Yoani Sánchez hace la crónica de su experiencia en una isla gobernada aún por el comunismo triunfante del ’59. La mano de Raúl Castro censuró su página web para los lectores de Cuba, debido a las filosas críticas contra las autoridades gubernamentales que publica en cada post. Cuando el acceso al blog empezó a señalar el conocido mensaje de error, Yoani escribió: “Así que los anónimos censores de nuestro famélico ciberespacio han querido encerrarme en el cuarto, apagarme la luz y no dejar entrar a los amigos”. La web sigue siendo el espacio de liberación de la periodista y filóloga cubana, y sus millones de lectores, estén de acuerdo con ella o no en cuanto a sus opiniones, son parte de esa cibernética casa generacional.

Las luchas de Yoani han sido parte de los chismes y murmullos recurrentes sobre la libertad de expresión, tanto en la isla como en el resto del mundo. Se le ha visto tratando de acceder a páginas prohibidas en varios hoteles habaneros, como también dando agrias réplicas a una funcionaria comunista porque no se le dio el permiso para viajar. Incidentes variopintos han sido registrados por cámaras fotográficas y de video.

Un día, a finales de octubre de 2009, hubo un debate público intitulado “La Internet en Cuba”. Como era de esperarse, a los blogueros críticos con el Gobierno comunista no les fue permitida la entrada a las localidades donde se presentaba la discusión. Yoani, cual detective salvaje, logró traspasar las barreras de la censura con una peluca rubia y anteojos. Al momento de su intervención, dio nombre y apellido reales, y denunció el colador ideológico que se aplicó al debate, así mismo como la situación de la Internet en la isla. Otras anécdotas parecidas, al estilo James Bond (como la de la lucha entre funcionarios clandestinos del Gobierno y ella en un carro, advirtiendo a Yoani que estaba cruzando los límites con su blog; tres días después, AFP y la prensa extranjera en general no avistaron ni un rasguño en el cuerpo de la cubana), son hartas conocidas.

“No hay censura que pueda parar a la gente que tiene la determinación de acceder a Internet”. La periodista cubana no escatima censuras. Ella se muestra, a través de su blog y el Twitter, como una apasionada de la autonomía política. Así se libera Yoani Sánchez.