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La pasión según Ch

Suelo hacerme este tipo de preguntas inconsecuentes: ¿acaso existe una novela que lo incorpore como personaje? ¿Una ficción donde aparezca en su intimidad, en su gloria, o en su ocaso? ¿Quizás una ficción satírica, ditirámbica, ambidiestra? ¿Una novela histórica? ¿Una comedia?

Me temo que la respuesta es negativa. No se ha escrito, por lo pronto y que yo sepa, esa novela. Abundan ficciones que tienen como telón de fondo el Caracazo u otros episodios como el golpe del 11 de abril del 2002. Igualmente se han ensayado narraciones (incluso poemas) que abordan el tema de manera fragmentaria u oblicua. Pero una novela, específicamente esa novela, La pasión según Ch., todavía está por escribirse.

Claro que el asunto no es nada fácil. Al vivir atormentados con toda clase de chismes y ocurrencias relativos al tema no encontramos la mínima distancia histórica necesaria. Además, en una época en que las llamadas novelas totales (y esta lo sería, por supuesto) se encuentran en etapa recesiva, no es fácil vislumbrar una historia como esta. No obstante, hagamos un esfuerzo e imaginemos el argumento de esta inolvidable pieza de ficción, así como el género y los satélites literarios (o no literarios) que podrían servirnos de referencia. Lo que sigue, pues, es un humilde aporte a la historia literaria nacional, o a uno de sus capítulos hipotéticos.

En primer lugar se me ocurre es una suerte de saga, en forma de folletín, al estilo de El conde de Montecristo. Allí nuestro héroe, tras sufrir la cárcel, saldría a vengarse de todos sus victimarios bajo una nueva identidad, por ejemplo, la del generoso prestamista. Convertido en acaudalado acreedor, llevaría a cabo una feroz venganza contra el sistema que lo humilló y lo condenó al presidio. La novela permitiría jugar con las identidades sustituibles (tópico de la narrativa actual), y colocaría las acciones en pleno siglo XIX, época afín a la esfera vital y bibliográfica del protagonista.

También he pensado en un musical, pero no al estilo de Hollywood sino del cine mexicano de los años cincuenta. Quiero decir, en la onda de las películas de Jorge Negrete y Pedro Infante, pero en su versión literaria, de modo que permita a nuestra figura lucirse como osado jinete y regio cantante. La licencia poética podría situar la ficción ya no en Venezuela sino en el México revolucionario, al lado de Emiliano Zapata, por ejemplo. Esto insertaría la propuesta más allá de la zona de influencia del Pacto Andino, y sería una manera de incluir al México indócil dentro del proyecto de integración bolivariano.

Por supuesto, una Bildunsroman, o novela de formación, sería necesaria. No hablo de una biografía infantil o juvenil sino la composición de un auténtico estatuto legendario. Pienso en Enrique de Offterdinggen en busca de la flor azul (que en este caso sería roja, por razones obvias). Aunque pensándolo bien, habría un mayor compromiso americano con algo parecido a Huckleberry Finn remontando el río Mississippi en compañía del negro Jim. La ficción localizaría a nuestro héroe en las oscuras aguas del Delta del Orinoco, y entre sus múltiples aventuras estaría la lucha encarnizada contra las mafias trinitarias, culpables de manipular genéticamente el palmito.

Para satisfacer a los entusiastas de la ciencia ficción propongo un relato anticipatorio ambientado, por ejemplo, en el 2090. El argumento exploraría la resurrección del personaje luego de haber permanecido su cuerpo en estado criogénico, bajo una técnica similar a la empleada con Walt Disney. Tras su re-aparición, viviría la comprensible perplejidad de quien se traslada súbitamente en el tiempo para encontrarse con un mundo hecho pedazos, sin una gota de petróleo. Como ocurre en Terminator, el personaje intentaría, desde el futuro, modificar sus decisiones del pasado. La lucha contra sí mismo otorgaría dramatismo a la fábula, y garantizaría su éxito.

O una novela de terror, al estilo de las películas de George Romero o José Mojica Marins, en la que el héroe acuda, por ejemplo, al Panteón Nacional a medianoche, lugar donde se encuentra el sarcófago con los restos mortales de El Libertador, Simón Bolívar.  En medio de un suspenso electrizante, nuestro protagonista se acercaría lentamente al sarcófago y, sin ser visto, lo abriría. Enseguida una tormenta de oro negro azotaría el Panteón y sus inmediaciones como si se tratase de la maldición de una momia egipcia. La imagen del Panteón Nacional bañado completamente en petróleo podría ilustrar finamente la tapa del libro.

No podría faltar una buena novela vernácula, nativista, con una fuerte carga de realismo mágico. En medio de una severa sequía, nuestro héroe emprenderá un viaje desde el corazón de la selva en busca del amuleto que permitirá invocar al Dios de la lluvia. En una versión adaptada de Macunaíma, dicha búsqueda lo llevará hasta Estados Unidos, donde recuperará el amuleto sustraído por un directivo de la Exxon Mobil. Al final, gracias a un desenlace de proporciones épicas, volverá convertido en ídolo bajo un violento y próspero aguacero.

O una novela de aventuras, al estilo de Robinson Crousoe, en la que el protagonista aterriza en una isla desierta, tras caer milagrosamente en paracaídas. La novela relataría su talento industrioso para sobrevivir en situaciones extremas, y la forma en que logra disuadir a los caníbales para que abandonen sus repugnantes hábitos.

Por supuesto habría que explorar otros territorios igualmente fértiles como el himno pindárico, el policial o la novela política. Sobre todo esta última, pues permitiría componer un fresco nacional de gran realismo, donde se incluyan los descalabros de los dirigentes de oposición, junto con los delirios salvacionistas del líder.

Hay quienes piensan que una distopía, a la manera de Nosotros de Yevgeny Zamiatin, podría representar la situación de asfixia que vive actualmente Venezuela. Otros creerán que una colosal Epopeya, similar a la caída de Constantinopla, sería lo idóneo. Yo en realidad no tengo una respuesta. No sabría decir qué forma de ficción sería la más ajustada. Quizás la tragedia, por aquello de Prometeo encadenado, o en todo caso el melodrama, para continuar con la tradición de los mundialmente famosos culebrones venezolanos.

En fin. El asunto es complicado. Probablemente lo mejor sería no escribir ninguna novela, olvidarnos de La pasión según Ch., y dedicar la pluma a otros asuntos. Ahorrarnos esa ficción y cambiar de tema –le dijo Jorge Volpi a Daniel Centeno en una entrevista publicada aquí–: “Quizás sea una manera de contrarrestarlo”.

Imagen: Jody Art