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Adultos contemporáneos

Los MTV Music Award 2009 por la tele, con mi señora. A la media hora me doy cuenta de que digo ese tipo cosas (interrogantes despreciativos / comentarios desdeñosos) que decían mis padres en estas situaciones cuando era muchacho:

¿Y ese quién es? ¿Es una tipa o un tipo?

¡Hay que estar quemadísimos para vestirse así!

¿Y a eso le llaman rock?

¡ A dónde vamos a parar si a los chamos de ahora les está gustando esa vaina!

Mi esposa me mira de reojo. Yo mastico una oreo, apunto a los premiados con una galleta mordida.

¡Suenas igualito a mi papá!, exclama.

Me veo apostillando con el círculo interrumpido de chocolate y cremita blanca en una mano, apuntado a la cabeza postpunk del cantante de Greenday.

Casi me desmayo.

En el trabajo un compañero me pregunta:

¿Es muy duro lo del examen de la próstata?

¿Y yo que voy a saber?, respondo sorprendido.

Bueno, tú tienes 40. Pasaste por allí, ¿no? Asuma la posición y tal…

¡Tengo 36! ¿Qué posición?

Me revisa la calva, las patas de gallo. ¡Chequea mis kaki, bendito sea Dios!

Sólo me pareció, vale, se disculpa.

Me tambaleo hasta el baño. ¿Recuerdas aquella de Yordano que decía: me miró en el espejo y veo a un hombre joven, pero en realidad me siento como de cien años? Bueno, yo me siento de cien años y no veo a ningún hombre joven en el espejo.

En el estacionamiento me dicen “señor”. En la panadería “maestro”. Voy a dar una clase y llego con uno de esos pantalones de bolsillos, los Converse rojos, una camiseta GAP con unos dibujos desgastados y una de las alumnas se ríe.

¡Ay, profe, usted se viste como un muchacho!

¿Qué le voy a decir? ¿Qué hace poco iba a eventos en los que se me consideraba una “joven promesa”?

Me aguanto. Tomo nota de su nombre para siquitrillarla en las correcciones.

Soy un viejo rencoroso.

Cinco de la tarde. Espero a mi hijo fuera del colegio, viene de un paseo. Padres en los otros carros con blackberrys y manos libres escriben con los pulgares o conversan con personajes invisibles.

Me tocan a la puerta. Es Xariel, otro padre. Matamos el rato.

Ya no se puede salir a comer, dice,

Ajá.

Somos mi esposa, la chama y yo y son cuánto ¿150? ¿200?

¿Con juguitos y helados y tal? 200 fácil.

Y bueno, si puedes dejarle la chama a alguien y salir con tu señora a dónde te la llevas, ¿ah?

Bueno, ¿tú has visto la gente que bebe fuera de las licorerías?

Yo bebía con mis panas en la esquina, pero esto de ahora no lo entiendo.

Yo tampoco.

Yo llevaba a una novia mía a beber en una licorería un viernes en la noche y me cortaba las patas ahí mismo.

Tal cual, yo no le veo la cosa.

Bueno, hay un poco vainas a las que no le veo la cosa, como el bendito reggaeton.

Eso es una señal del Apocalipsis, vale.

Unos chamos bebiendo y oyendo eso a todo volumen…puedo entender la cosa sexual del baile, cuando uno tiene quince años hace cualquier pistolada por un roce, pero por favor…

Ajá, pooor faa-vorrr.

Nos quedamos callados. La tarde es calina, un cd de Soundgarden con “Black Hole Sun”, una canción que me flipaba cuando estudiaba diseño hace 17 años.

¡17 años, Jesús de mi vida!

Chris Cornel canta “…and my youth I pray to keep…”. Sigue rezando, Chris.

Le digo a Xariel:

Últimamente digo unas cosas… Me escucho y sueno como mi viejo.

Sí, claro es la madurez…

La madurez  era cuando me salían pelos en los sobacos.

Bueno, papá, ya no eres un muchacho.

Quiero decirle que yo solía ser una joven promesa. Pero me aguanto. El autobús llega. Los niños bajan en tropel, chillando. Xariel me da unas palmaditas en la espalda.

Ahora somos adultos contemporáneos…