Artes

La loca que marcó a Tennessee Williams

La lectura de la obra de Williams deja la incómoda sensación de que los sanatorios están llenos de genios y el mundo de orates.

Por Michelle Roche Rodríguez | 24 de marzo, 2010

De repente, el verano pasado (1958) de Tennessee Williams, es un drama sobre los límites entre lo real y lo aparente, que confronta a dos mujeres por la posesión de la anécdota sobre la muerte de Sebastián, a quien ambas idolatran.

Una es su madre-viuda, Violet Venable, que quiere limpiar la memoria de su hijo, a costa de su caudalosa fortuna. La otra es Catherine, la prima pobre, que acompañó a Sebastián en su último y fatal viaje, cuando Violeta no pudo hacerlo por problemas de salud –la madre se niega a aceptar que estaba demasiado vieja para acompañar a su hijo.

Entre ellas está un cirujano a quien la señora Venable le ha ofrecido una generosa contribución para sus investigaciones científicas, si accede a realizarle una lobotomía a su sobrina: “¡Corte esa historia horrible de su cerebro, doctor!”, clama Violet.

La sordidez de la trama queda explicita desde el primer acto, cuando Violet le explica a la sobrina quién es el doctor y ella le responde al doctor:

“Usted quiere hacer un hoyo en mi cráneo y clavar un cuchillo en mi cerebro ¡Ya todo lo demás me lo han hecho!”, reflexiona, angustiada, Catharine.

El tema de la lobotomía es un dato biográfico persistente de Williams, pues a su hermana, Rose, luego de diagnosticarla con esquizofrenia, le hicieron esta operación, que la convirtió en un calmado androide silente.

Tal es le objetivo de Violet en esta obra, que Catharine no revele la verdad de las violentas prácticas homoeróticas de su “casto” hijo Sebastián, que muere entre caníbales, luego de haber usado a su prima –como antes había hecho con su madre— para atraerse muchachos.

El nombre del personaje referencial le asocia directamente con un ícono del homoerotismo: San Sebastián, cuyo martirio es uno de los motivos más representados del renacimiento italiano.

Según el culto católico, Sebastián era hijo de familia militar y noble, oriundo de Milán (263). Fue tribuno de la primera cohorte de la guardia pretoriana en donde era respetado, incluso por el emperador Dioclesiano, quien no sabía que era cristiano. Cuando finalmente lo descubre –hecho que hoy puede ser interpretado como una metáfora del outing gay— el emperador ordena a sus captores que lo cubrieran de flechas –símbolos fálicos—en zonas no vitales del cuerpo humano, de manera que no muriera directamente por los flechazos, sino al cabo de un tiempo, desangrado y agobiado por enormes y dilatados dolores.

El tema representado por los pintores renacentistas se centraba en el cuerpo lleno de flechas del santo y su imagen recuerda a aquella del kouros (joven, en griego) de la Atenas de alrededor los años 600 A.C. La relación entre el personaje de la obra de teatro y el ícono religioso se hace más evidente cuando se descubre que fue asesinado a dentelladas por una horda de jóvenes. El salvajismo de esta acción puede comparase con los flechazos de la historia cristiana.

Lo interesante en De repente, el verano pasado, sin embargo, no es el personaje homosexual que se descubre a través de la veneración que le guardan las mujeres que lo rodearon, sino la tensión que se desarrolla entre ambas, por esconder o revelar los detalles sórdidos de la muerte de Sebastián, a quien la han madre convertido por su belleza y por su relación con las artes en un símbolo poco claro de la perfección, o del poder arrollador de la sexualidad, en el caso de la prima.

La autoritaria Violet representa el arquetipo de una máter dolorosa que llora la muerte de su hijo, el esteta Sebastián Venable. La Dolorosa es una manifestación cristiana de la Virgen María sufriendo por la crucifixión de Jesús. Es más popular en el catolicismo español, que la representa con siete espadas atravesándole el corazón y conmemora su santoral el 15 de septiembre. Esta imagen se refuerza porque el personaje aparece por primera vez en su jardín que recuerda un poco a un bosque primigenio, hogar por excelencia de la Gran Madre; por cierto, que en el jardín citado cultiva plantas insectívoras, que comen insectos, lo que permite adelantar cómo murió Sebastián.

El hecho de que madre e hijo viajaran juntos, prescindiendo del padre incluso cuando éste estaba enfermo, y de que Sebastián usara la belleza de su madre para atraerse amantes, hace de ellos una pareja, lo que redimensiona en los motivos Católicos de la obra. La figura de Violet Venable coincide con el “marianismo”, una práctica auto-regulatoria por la cual el comportamiento “apropiado” de la mujer es imitar a la Virgen María y ser una madre abnegada porque atiende, en exclusiva, z las necesidades de su hijo. Williams apela acá a una imagen poco discutida pero evidente en la figuración católica de la virgen María, que la coloca como consorte simbólica de su hijo, Jesús.

Catharine, por su parte, no tiene los atributos dominantes de Violet Venable y en la obra es más bien identificada con la belleza –una belleza tonta, podría decirse, ubicada sólo en su juventud—, pero es crucial para el desarrollo del argumento, pues sólo ella sabe la verdad de las circunstancias en las que Sebastián murió y sólo ella, la loca confinada a al sanatorio mental, — “the mad woman in the attic” o la loca del ático (en castellano), dirían las partidarias de la crítica feminista anglosajona— puede manifestar los símbolos de los otros personajes de la tragedia: el de la madre castradora, Violeta Venable, y el de su hijo, Sebastián, a medio camino entre Edipo y un aberrado sexual –porque, según se deja entender en la obra, gustaba de forzar favores sexuales a adolescentes.

Así, De repente, el verano pasado debería ser un texto icónico para la crítica literaria interesada en las investigaciones de Michael de Foucault, las cuales desafían las concepciones de la sociedad sobre las enfermedades, las perversiones sexuales y las deficiencias mentales.

Según el teórico francés, la sociedad excluye a quienes no se adaptan a la norma, pero la convención está precisamente delimitada por lo que se considera “anormal”. En el caso de Catharine, sólo la loca está lucida y la lectura de la obra de Williams deja la incómoda sensación de que los sanatorios están llenos de genios y el mundo de orates.

Michelle Roche Rodríguez 

Comentarios (4)

gustavo valle
25 de marzo, 2010

Michaelle, recuerdo especialmente la escena donde Liz Taylor se encuentra por equivocación con los locos de atar, o cuando se conocen ella y Montgomey Clift: diálogo de antología. Un clásico entre los clásicos. Obra maestra, sin ninguna duda. Ademas, es el momento en que la Taylor está más bella que nunca. En fin, me alegra que te detengas en esta flor de película y que lo hagas de esta manera. Por cierto en el guión colaboró también Goré Vidal, otro atormentado. Gracias!.

Michelle Roche
25 de marzo, 2010

Sí, Gore Vidal fue el encargado de hacer la adaptación del guión, el cual por cierto criticaron mucho en su época. Pero, a la luz de nuestro momento histórico, se aprecia con más fuerza el simbolismo que se teje sobre personaje de Sebastián, asunto que es de la pluma de Vidal. De él te recoiento la colección de ensayos “Sexualemnte Hablando” (Random House). Gracias por leer.

Leopoldo Tablante
25 de marzo, 2010

Por cierto, ahora se celebra aquí en Nueva Orleans el Tennessee Williams Literary Festival, que siempre contiene una revisión exhaustiva de la obra de Williams y otras conferencias interesantes. Esta mañana Joseph Boyden habló sobre la revisión y la reescritura. El vínculo: http://www.tennesseewilliams.net

Anibal Girondo
27 de marzo, 2010

Buena aproximación al tema de parte de la profesora Rodríguez, aunque creo que debería tratarlo con mayor frescura.

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