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¿Educación de calidad mundial? “¡Hard work!”

Naki es la mamá de la mejor amiga de mi hija mayor.  Es coreana, con un doctorado en música, especializada en organología.  Su esposo Oliver es finlandés, y tiene un doctorado en física.  Globalizados, multi-étnicos e hiper-educados, es una pareja de esas que a veces en Latinoamérica nos parecen como de otro planeta.

Hace unas semanas, aproveché de preguntarle acerca de la calidad de la educación en Corea.  ¿Cuál era el secreto?

La respuesta de Naki a mi pregunta fue sencilla, pero iba al grano: “Hard work!”

Yo esperaba que me hablase de los métodos pedagógicos confucianos que aplican los maestros coreanos. Pensé que la clave estaría en una serie de tests rigurosos, en el énfasis que ponen en las ciencias duras, o en la Internet.  Supuse que me hablaría de sus maestros con cuarenta maestrías y cincuenta y cinco especializaciones.

Nada de eso.

“La educación en Corea es la prioridad número uno de las familias,” me dijo. “Los padres hacen todo lo posible para que sus hijos le saquen el mayor provecho posible a su educación. Los estudiantes allá no nos distraemos ni hacemos mucho deporte – allá se estudia y no queda tiempo para mucho más.”

La gran mayoría de los estudiantes coreanos salen de clase en la tarde y van a tutorías y clases “complementarias” especializadas que los ayudan a seguir capacitándose para entrar a la universidad. Muchos de ellos no llegan a sus casas antes de la medianoche.

En Corea, el Estado gasta alrededor del 3,4% del PIB en la educación pública, pero el gasto privado en enseñanza extracurricular casi lo iguala, llegando a la asombrosa cantidad de 2,9% del PIB. Una familia promedio gasta US$ 1.600 al año en clases particulares.

En Corea, todos los maestros (públicos y privados) ganan lo mismo, lo cual evita que los mejores maestros se vayan a las escuelas que mejor pagan – generalmente, aquellas a donde van los estudiantes más adinerados. Sorprendentemente, los padres no escogen el colegio de sus hijos. Los estudiantes de cada distrito son asignados a través de un sorteo a su colegio, tanto aquellos que van a colegios públicos como los que van a colegios privados. Las matrículas en los colegios privados están reguladas, y reflejan los costos de la educación pública.

En otras palabras, la segregación socioeconómica de la educación que se ve en nuestras sociedades – mediante la cual los alumnos de las familias con mayor capital socio-económico y cultural se van todos a los colegios con mayores recursos – simplemente no existe.  El Estado obliga a que tanto los alumnos como los profesores tengan que interactuar con estudiantes de diverso nivel educativo y socioeconómico.

En educación existe evidencia empírica del efecto de los “pares” en la educación.  Esta, a grosso modo, dice que un estudiante expuesto a diversos niveles de capacidad intelectual entre sus compañeros rinde más que un estudiante que está rodeado por compañeros de bajo rendimiento.  El sistema coreano pareciera validar la importancia de la diversidad y de la evasión del “descreme.”

El resultado que han obtenido es notable.  El 97% de los jóvenes en edad escolar termina la secundaria, y un 70% de los graduandos continúan sus estudios, ya sea en una universidad o en alguna institución de enseñanza técnica.  Corea del Sur figura entre los primeros cinco países del mundo en la prueba PISA de comparación internacional de rendimiento educativo, tanto en lectura como en matemática.

“Nuestra única queja con respecto al sistema de EEUU es que nos parece que las clases son muy grandes”, nos dice Oliver.

No sabemos si habla en broma o no.  La clase de nuestra hija tiene dieciocho alumnos, y si la comparo con los veintisiete alumnos que había en mi clase o con los cuarenta y tanto que se ven comúnmente en otras partes de Venezuela y Chile, nos parece un lujo.

Resulta que Oliver tiene razón al extrañarse. En Finlandia, el promedio de alumnos por maestro es de 14 alumnos en primaria, 19 en secundaria.  Los maestros en Finlandia son muy bien remunerados, y existe una serie de incentivos para que actualicen sus técnicas pedagógicas y obtengan especializaciones.

A pesar que hay algunas “buenas prácticas” que se han identificado, no hay fórmulas mágicas que se puedan copiar en nuestros países.

Si bien es cierto que en Corea la asignación aleatoria y la paridad en la compensación de los maestros son instrumentos de política pública, el peso que lleva la presión cultural por obtener la excelencia es más difícil de implementar y quizás igual de determinante.  La estrategia finlandesa de tener poco alumnos en cada salón es un lujo que, quizás, sólo se puedan dar países ricos o poco poblados y urbanizados como ese.

El problema es que en América Latina, y en Venezuela en particular, no sólo no sabemos qué hacer para solucionar el problema – sino que incluso desconocemos la magnitud del problema.

En Venezuela no existe un método de comparación de rendimiento que nos permita evaluar cómo está nuestro sistema educativo en comparación con el de otros países.  El Sistema Nacional de Medición y Evaluación del Aprendizaje (SINEA) se encuentra inactivo desde 1998.

Quizás la razón se deba a los resultados tan pobres que muestran estas pruebas. En 1998, la UNESCO reportó que los estudiantes venezolanos tuvieron el peor desempeño en Matemáticas del continente, y en Lenguaje sólo superamos a los de Ecuador, Perú y Bolivia. El Estudio Internacional Comparativo en Educación Básica de 2002, elaborado por el Laboratorio Latinoamericano de Evaluación de la Calidad de la Educación, presenta a Venezuela superando únicamente a República Dominicana y Honduras en cuanto a lenguaje y sólo a Honduras en cuanto a matemática. Esto evidencia la deficiente calidad de la educación venezolana y su rezago con respecto al resto de Latinoamérica, ni hablar del resto de las economías emergentes. El resto de América Latina no se salva. Chile, por ejemplo, sí participa en pruebas internacionales de educación, pero generalmente figura muy por debajo del promedio.

A mi esposa estas cosas no le sorprenden.  Luego de años investigando los procesos educativos en Chile, su cúmulo de anécdotas y experiencias es notable. Me cuenta que en los preescolares chilenos, los alumnos pasan la mayor parte del tiempo en actividades que poco tienen que ver con el aprendizaje, como jugar afuera o merendar. Una vez fue a evaluar un colegio público en un sector de bajos recursos de Santiago y tuvo que irse porque, en el medio del día, sin que hubiese algún evento especial planificado, había unos parlantes en el patio tocando reggaeton a full volumen lo cual impedía no sólo la evaluación sino las propias clases.

Dudo que en las escuelas de Seúl o Helsinki toquen reggaeton en el patio.

No es fácil copiar las prácticas de otros países, y aunque lográsemos hacerlo, no es seguro que éstas convengan o sean aplicables.  Pero hay cosas obvias que podemos explorar – mejoramiento docente, infraestructura, y evaluación de la cantidad y calidad de tiempo que pasan nuestros niños en las escuelas.  Incluso si aceptamos que la causal determinante es la actitud de las familias, se podrían incentivar variables que puedan afectar las posturas culturales como las bibliotecas públicas, los programas de TV, o la educación de los padres durante el control pediátrico.

Pero estos cambios no van a venir de arriba. La búsqueda de una fórmula propia para el mejoramiento de la calidad de la educación es una tarea que debe comenzar desde abajo.  Si no exigimos a nuestros políticos, docentes y líderes comunitarios que evalúen la calidad de nuestra educación y propongan soluciones, la culpa también es nuestra.

De no hacerlo, en vez de producir musicólogos y físicos de nivel mundial, seguiremos estancados. Si no colocamos la calidad de la educación en el tope de nuestras prioridades, nuestros niños están inmersos en reggaeton cuando debieran estarlo en actividades de aprendizaje.  De nosotros depende. La clave está en que trabajemos el tema con ahínco. No hay atajos, sólo hard work.