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¿Son los criminales gordos y feos?

Esterotipia del crimen

Por Andrea Daza Tapia | 18 de marzo, 2010

Mírate en el espejo. Mírate bien, acércate. Mujer, mírate sin maquillaje, en la mañana o en la noche, al llegar del trabajo. Asúmelo. No eres bonita. Al menos no tan bonita como crees. Ponte que eres fea. Ponte que tienes sobrepeso. Hombre, tú seguro que lo tienes. ¿Alguna vez has querido matar a alguien? No me mientas. No te mientas. Sabes que has visto la sangre correr. Lo has imaginado. ¿Has querido torcer algún cuello hasta que suene trac? Vamos, que vivimos en Venezuela. ¿Podrías ser un criminal? ¿Un asesino en potencia? ¿La mujer asesina? Si te dijera que los criminales son gordos y feos, ¿me creerías?

Naci Mocan, de la Universidad Estatal de Louisiana y Erdal Tekin, de la Universidad Estatal de Georgia, respondieron a esta pregunta en un estudio que publicó The Review of Economics and Statistics, a principios de este año. En el resumen escriben: “Ser atractivo reduce la propensión de un adulto joven para la actividad criminal y ser poco atractivo la aumenta”.

Que no es broma, te digo. Lo leí en este blog.

Traduzco: “Ser atractiva tiene una asociación positiva con los salarios”.

Aquí dudo, pues los piropos que he escuchado por el boulevard Panteón tienen incidencia cero con lo que gano. Pero fíjate en lo que ellos dicen.

Y te traduzco de nuevo: “Los resultados sugieren que una sanción del mercado de trabajo constituye, para los individuos poco atractivos, un incentivo directo a la actividad delictiva”.

El autor del blog, Eric Barker echó mano de otro estudio, que considera que en el siglo XIX los delincuentes eran más pesados (gordos), aunque dice que eso cambió en el siglo XX. ¿El fundamento? Un informe a partir de la población de las prisiones de Tennessee e Illinois entre 1831 y 1892: “Nuestros resultados revelan que, de acuerdo con una teoría en la que el peso corporal puede ser una fuente de desventaja en el mercado laboral, la delincuencia en el siglo XIX parece haber sido condicionada con el peso corporal”.

Explican que al cruzar el siglo, eso cambió: “Nos parece que esa relación es consistente en complementariedad con el siglo XIX entre el peso corporal y los trabajos típicos del siglo XX, donde la nutrición adecuada y la ingesta calórica son necesarios para apoyar el esfuerzo normal de trabajo y rendimiento”.

Pues bien. ¿Se puede tropicalizar la pregunta?

A través del barrote

En oposición a las decimonónicas cárceles de Tennessee e Illinois, le fui con la pregunta a la periodista Patricia Clarembaux, autora de A ese infierno no vuelvo. De antemano parecía una consulta condenada al fracaso.

La población penal de Estados Unidos, leo en su libro, es de 2.131.180 personas. Y eso representa, según el Ministerio de Interior y Justicia, “81,7% de la población del estado Miranda”.

Las autoridades sostienen que “Venezuela posee uno de los índices más bajos de privados de libertad por cada mil habitantes”. Y sin embargo, añade la periodista, “Venezuela es el país con los penales más violentos del continente”.

Así que, asumiendo el anacronismo implícito en la comparación, le pregunté a Clarembaux sobre el fenotipo que vio en sus viajes a El Tocuyo (la máxima y la mínima), El Rodeo, El Rodeíto y la Penitenciaria General de Venezuela (PGV). ¿Cómo son? ¿Son gordos y feos los criminales de las cárceles criollas? Esto es consintiendo: uno, que todos entran bajo la misma etiqueta y, dos, que allí no están todos los criminales que son.

“Mira, son flacos. Están desnutridos”, soltó sin darle más vueltas al asunto. Dijo que quienes pululan en el círculo del pran, como llaman al líder de una agrupación delictiva que domina el penal, “pueden tener otras condiciones físicas, pues se alimentan mejor”.

Desde la pobreza

Con la misma le fui al investigador Leopoldo Tablante, quien en 2008 culminó en la Universidad Católica Andrés Bello, una investigación de largos tres años, titulada: Pobreza en su tinta. Representaciones periodísticas de la pobreza en Venezuela.

Él ve difícil la tropicalización: “Esta asignación parte de una premisa rara”, dice, “en especial porque en este país la obesidad es un drama que ataca sobre todo a las clases más pobres”.

Tablante no habla de Venezuela, sino de Estados Unidos. De Nueva Orleáns, donde está. En contraste, sobre Venezuela confirma a Clarembaux en la apreciación del universo del crimen que se esconde tras las rejas de las cárceles y las rejas de la pobreza: “Los violentos venezolanos suelen estar mal nutridos”. Y las drogas hacen lo suyo: “¡Marihuana, perico, perico del bueno, cocaína, la fría, bien fría!”, como escuchó Clarembaux gritar a los vendedores, a los reclusos, en la PGV.

Con caras de malo

¿Son feos, Tablante? Los violentos, dice, “son mestizos tirando a negroides y muy jóvenes”. Lo sabe porque lo midió: “El pobre es de tipo mestizo-negroide”, leo en su tesis. Pero cuidado, que esto es a partir de “la mirada periodística de la pobreza”, que no de los criminales, pues en la pobreza hay victimarios, pero también se concentran las víctimas.

Tablante midió las fotos de la prensa, porque “quizás más claramente que los otros modos de expresión iconográfica, la fotografía potencia la categorización social puesto que ella subraya los rasgos físicos de las personas y grupos de pobreza y, en este sentido, refuerza su estigmatización”.

Para transar, recuerdo al blanco y pelirrojo João de Gouveia, quien el 6 de diciembre de 2002, disparó contra manifestantes en la Plaza Altamira. Así, como tantos otros criminales, los libres, los de cuello blanco que cenan frutas y hortalizas, después de una sesión de yoga.

Entre gordos y flacos, el rostro del mal, siempre será feo. Al menos así lo ve César José Cabello, taxista, habitante de toda su vida del 23 de Enero.

Digo: Cabello, ¿los criminales son gordos y feos?

Dice: ¿Cómo?

Digo: Que si tú crees que los criminales son gordos y feos, Cabello.

Dice: Ah, eso depende.

Digo: ¿Depende de qué?

Dice: De quien se quiera meter en esa vaina.

¡Mátese al feo!

El penalista Elio Gómez Grillo se arrellana en su poltrona. Me lleva a la escuela positivista italiana, al nacimiento de la criminología, a Cesare Lombroso y su Il uomo delincuente de 1876: “La tesis lombrosiana es que el delincuente es un salvaje resurrecto”. Es decir, que actúa como los hombres a los que pertenece. Llega a esta, su revelación, cuando encuentra similitud entre el cráneo de un delincuente, con el del hombre primitivo. Lombroso se aferra a un edicto medieval, que cuenta Gómez Grillo, es este: “En caso de duda, sobre uno u otro culpable, aplíquese la tortura al más feo de los dos”.

Aquí, el metódico Gómez Grillo separa dos posturas. Una es la de la mismidad: “Que considera que el delincuente lo es por razones propias de él”. Un criminal ensimismado, producto de sus características físicas y psicológicas.

Pero Lombroso encontró rival en el francés Jean Alexandre Lacassagne, quien sostuvo: “Tout le monde est coupable except le criminel”. Todo el mundo es culpable, salvo el delincuente. Aquí, la otra postura, la de la otredad: donde el criminal es producto de su entorno.

Entonces, la primera evoluciona en antropología criminal, y la segunda, en sociología criminal. Pena máxima a la sociedad.

A su vez, Lombroso encontró a un seguidor en el psiquiatra y neurólogo  alemán Ernst Kretschmer, quien en su libro Constitución y carácter, se aventuró a resumir tres tipologías del criminal nato: el quijotesco, flaco y delgado, parecido a la línea vertical. El sanchezco, gordo y bajo, en línea horizontal; y el intermedio, el atlético, más proporcionado en su constitución.

“Créeme que es una obra genial”, dice Gómez Grillo.

El quijotesco, como el Don, se caracteriza por una rica vida interior, los filósofos, los pensadores, los autores intelectuales del crimen. El sanchezco, cual Sancho, tiene una vida extrovertida. Son comunicativos, sociales: “De buen humor”. Gómez Grillo apunta: “El más benigno de los delincuentes”.

Busca el tomo de Kretschmer: “El tipo atlético masculino se caracteriza por el intenso desarrollo del esqueleto, de la musculatura y de la piel (…) hombres de talla entre mediana y alta, de hombros muy anchos, caja torácica robusta”. Gómez Grillo añade: “Suelen ser autores de crímenes terribles”.

En el camino está otro discípulo de Lombroso, el criminólogo Enrico Ferri, quien profundizó la línea sociológica, para preguntarse, no sin cierta ironía: “¿Qué hacemos sin los delincuentes, para tener la satisfacción de encarcelarlos”. Mientras toma su café, Gómez Grillo dice: “Estas son las posturas estelares de la criminología”.

¿Qué pasa en Venezuela? Esta vez el penalista me lleva aún más lejos, a “las calaveras de Colón”. Y en elipsis temporal, a hoy: “Son carne de presidio”, dice de los jóvenes. “Niños sin padre, sin escuela ni oficio. Con la precocidad del varón, que a los 15 años de edad ya es jefe de banda delictiva. Donde la familia futuriza al criminal”. Y los factores coyunturales clave, son ya una institución: “La droga, las armas de fuego, la descomposición policial y la poca asistencia post-penitenciaria, son alimento para la reincidencia”.

Para él, no existe el delincuente nato: “Esa tesis lombrosiana, muy respetable, está absolutamente desechada”.

Así que aún teniendo un cuerpo delgado y un rostro bello, no creas que estás a salvo. Gómez Grillo me dijo, te recuerdo, que cada día, cada minuto, toma más fuerza la tesis de la sociología criminal. Que en el país, hay un arma por cada tres adultos jóvenes. Que vives en Venezuela, pues, donde asesinan a dos personas por hora, y por ende, cualquier cosa, en cualquier momento, puede disparar el gatillo. Bum.

Andrea Daza Tapia 

Comentarios (5)

nicolàs contreras
18 de marzo, 2010

Creo que el artìculo presentado en clave de humor configura una realidad muy nuestra. Tanto es asì que la pretendida ausencia del sesgo racial se cuela en cada lìnea. Creo que la pregunta correcta es ¿son los criminales gordos, feos y negros? si el estudio hecho por Tablante refleja el tratamiento dado por la prensa, no serìa extraño pensar que frente a los ojos de gran parte de nuestra sociedad raza y criminalidad parecen ser lo mismo. hasta que no haya sinceridad en este tema serà muy difìcil luchar contra este estigma que para algunos resulta invisible pero que està allì. serìa interesante conocer cuàntas de los personas que hoy se encuentran tras las rejas estàn allì precisamente por ser gordos, feos o negros. Si el estereotipo habita en nuestras consciencias ¿acaso no tendrà relaciòn con la aplicaciòn de la justicia?. Insisto, el tema es complejo e interesante y deja mucho espacio para la especulaciòn.

Armando Coll
18 de marzo, 2010

Si el objeto de estudio para aplicar el determinismo criminológico son los presos de Venezuela, pues creo que las conclusiones no serían confiables. Por un lado, la mayoría de la población venezolana es mestiza. Por otro lado, sabemos, que los criminales de las clases altas, que tienden a ser de blancos, aunque cada vez son más mestizas, cuentan con prevenciones y protección que les da su posición social. Si llegan a ir presos, no duran mucho. Hay casos de blancos, esbeltos y buenmozos que han cometido crímenes horrendos en este país. ¿Y dónde están? Lo otro a considerar es que la pobreza afea, no hay dinero para el dentista ni para ir al gimnasio, sea blanco, negro o azul, el pobre aunque nazca bello, termina en feo.

Jesús Maldonado
18 de marzo, 2010

El estudio se refiere a dos variables: el peso y la belleza. El argumento es muy concreto, si los que sufren de sobrepeso y son feos ganan menos, se les hace más atractivo en términos relativos la actividad delictiva.

Coll dice con razón que muy probablemente los criminales “exitosos” estén fuera de la cárcel, lo que quiere decir que seguramente comerán mejor, y tendrán mas peso. Pero no creo que el estudio referido sea determinista: lo que pretende es conocer si las personas con sobrepeso o “feos” tienen una mayor probabilidad de delinquir.Eso no quiere decir que porque una persona tenga sobrepeso o sea “fea” vaya a ser un delincuente.

@seleccionada ligia Isturiz
18 de marzo, 2010

como Director Corporativo de un importante grupo financiero ya desaparecido, puedo dar fe de una política institucional. no escrita- de no emplear personas obesas. las razones que aducían los accionistas eran que este tipo de individuos solían tener complejos que se manifestaban en su desempeño laboral y en las relaciones interpersonales. Además, para quienes trabajaban de cara al público, se les consideraba de una imagen poco estética. Como dato adicional y conexo, añadiré que todas las personas que cometían fraudes o estafas, eran especialmente agradables, sociables y extrovertidas

Andrea Daza
19 de marzo, 2010

Pues sí, en cada línea sentí eso de “la pretendida ausencia del sesgo racial” que comenta Nicolás Contreras. Y coincido con Coll, sobre todo en esta época de tanto criminal blanco suelto en este país de caras pintadas. El trabajo de Tablante es muy revelador, mucho más de lo que cuelo en este texto, en medio de observaciones más o menos graciosas, cuando en realidad es algo muy serio. Luego me quedé pensando en esa inevitable asociación entre crimen, pobreza y cárcel, que no era el objetivo de la nota, pero que se presentó de manera inevitable. Ya sobre el comentario final de Ligia, sorprendente por lo real, no hago más de recordar la altura y blancura de Madoff, Stanford y por supuesto, sus pares venezolanos.

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