Testimonios inmigrantes

Ana María Fernández: La profesora de literatura

Testimonios de inmigrantes

Por Prodavinci | 4 de marzo, 2010

ana1El apartamento de Ana María Fernández -en uno de esos pequeños edificios construidos a mediados del siglo pasado en el Rosal- hace juego perfecto con la serenidad de esta mujer de sólida formación académica, doctorada en Literatura Comparada en la Universidad de Indiana y cuyo aporte a la docencia en varias universidades de Venezuela es ampliamente reconocido. Acá nos habla de su argentinidad, al tiempo que esboza su relación íntima con la venezolanidad, a la que llega por razones de causa mayor: el amor.

Ana María ¿qué te trae a Venezuela?

El hecho de que me casé. Estaba estudiando en Estados Unidos. Primero me fui a Massachussets a hacer un master.

Pero te fuiste desde Argentina.

Me fui de Buenos Aires. Cuando terminé de estudiar en Buenos Aires, donde hice un profesorado de inglés en el Instituto Superior de Profesorado, me fui con beca a Massachussets, a Mount Holyoke College, que es un colegio bastante prestigioso de mujeres.

Ahí hice mi master. La historia es que ahí hice una Maestría en literatura inglesa y, casi accidentalmente, una amiga mía que iba a hacer un doctorado en inglés me convenció para que me fuera, y me fui a hacer el doctorado en Literatura Comparada, en Indiana University, en Bloomington que era muy famosa por el departamento de Inglés.

Hay también un centro de estudios latinoamericanos muy renombrado allá.

Es una gran universidad, muy famosa por su escuela de música, después de Nueva York creo que es el centro cultural más importante en los Estados Unidos. Y en Literatura Comparada tiene un gran prestigio. Allí fue donde conocí a mi marido, él era vasco, murió en un accidente de carro en 1978. Él estaba estudiando Economía becado por la Ford Foundation y trabajaba aquí en Venezuela, en la Universidad Católica. Nos conocimos allá y nos casamos…

De nacionalidad española…

Vasco.

Pero como no hay nacionalidad vasca, tendría pasaporte español.

Son de los vascos que insisten en que son vascos. Total que nos casamos y llegué aquí en el 67 y tuve mi primer hijo. Una de las primeras diferencias que tuve entonces con Argentina fue que apenas llegamos encontramos un apartamento para vivir, eso me sorprendió muchísimo, porque el gran problema de la gente que se quería casar en Argentina era que no conseguía vivienda, allá era muy difícil y entonces ésa fue una gran sorpresa. Por supuesto que el país era otra cosa, el país fue abrumador para mí al principio, en lo que es las relaciones de la gente y la forma de ser, el trato. Creo que el argentino es mucho más formal que el venezolano, para empezar es muy difícil que la gente te tutee, cuando uno no se conoce todos hablan de usted, a menos que sea una persona mayor dirigiéndose a una persona muy joven. Acá me sorprendió muchísimo eso, así como también una especie de desparpajo, porque creo que el argentino es muy melodramático, debido a la influencia tanto española como italiana, creo que nos tomamos las cosas muy en serio y de todo hacemos una tragedia o un melodrama. Aquí yo sentía que la gente era muy informal, muy alegre.

¿Pero eso te era difícil de manejar en ese momento?

Eso no me fue difícil, lo que me fue difícil, porque además venía de Estados Unidos, fue la indisciplina, la falta de puntualidad, la falta de seriedad cuando se hacían chistes o cuando se hacían acuerdos, y también debo reconocer que el español que se habla en Venezuela es muy distinto al español que se habla en Argentina, por lo que a veces no me enteraba de lo que decían. Había gestos que también me sorprendieron, había dichos que por supuesto no conocía. Estaba bastante tiempo sola, porque durante el primer año yo tenía pocas horas de trabajo y mi marido trabajaba todo el día, entonces me sentía muy sola en la ciudad. Después todo cambió, empecé a dar clases en la Católica, primero di clases de inglés en la Facultad de Medicina en la Universidad Central, después de Literatura en la Católica y de ahí seguí en la Católica, enseñando, por varios años y me hice muchos amigos, me hice muchos más amigos entre los alumnos que entre los profesores. Mientras tanto yo tuve dos hijos y seguía extrañando a Argentina.

¿Qué extrañabas?

Te puedo decir que tal vez extrañaba la comida, tal vez extrañaba el ambiente que me parecía un poco más serio que en Venezuela. Acá nunca sabía a quién creerle y cómo creerle, no estaba segura si lo que me decían era algo con lo que podía contar, por ejemplo, el hecho de arreglar citas tipo «entonces nos vemos este fin de semana», y yo contaba con que ese fin de semana nos íbamos a ver, y la semana pasaba y no pasaba nada, porque aquello había sido sólo una manera de decir nos vamos a ver pronto. A todas esas cosas me costó acostumbrarme. Ahora realmente no me acuerdo, pero sé que sufrí mucho al principio, sufrí mucho por los cambios, pero ese cambio no sólo de Argentina sino de Estados Unidos, porque yo venía de colegios estrictos -sobre todo el primer colegio al que fui era un colegio de la Ivy League, de los mejores para mujeres, y todo era como muy serio, muy académico. En Estados Unidos, en esa época, uno no tenía miedo de que le robaran, todo era muy seguro y mi vida era muy libre. Venía de un sitio bellísimo con un otoño maravilloso en que las hojas se ponen de todos colores, todo era bello, era un lugar privilegiado. Entonces, viniendo de Estados Unidos y Argentina, yo me sentía aquí como que no entendía qué estaba pasando, todo era muy distinto.

¿Pensaste en irte?

No pensé irme. Cuando mi marido murió en el 78 yo tenía dos hijos, de más o menos 10 y 11 años. Mi padre sí me pidió que volviera, pero para ese momento mi carrera profesional la había desarrollado en Caracas, di clases en la Católica, después en el Celarg, que lo fundó Domingo Miliani, me contrató Domingo para hacer investigación. Realmente, después de mi doctorado, yo comencé a trabajar en Venezuela y volver a Argentina era volver a algo totalmente desconocido. Me había ido hacía tanto tiempo, en cambio aquí tenía tanto tiempo trabajando, tenía amigos, me conocían, tenía casa, tenía dos hijos venezolanos, entonces no pensé en irme a Argentina. Aparte en esa época Argentina no estaba muy bien, fue una época muy brava.

¿Hay un momento en que sentiste ya que te quedabas?

Que me quedaba sentí siempre, nunca sentí que me iba a ir -sobre todo desde el momento en que tuve hijos- , más bien la pregunta sería si hubo un momento en que me sentí bien acá.

Que te sentiste incorporada.

Eso te diré que fue recientemente, porque en un momento dado llegan a Venezuela muchos argentinos, y llegan muchos que desgraciadamente no todos son profesionales, pero pretenden serlo, en el sentido de que fingen ser profesionales y comienza en este país una actitud muy extraña hacia el argentino. Es decir, no son muy bien vistos, son considerados pedantes y con justa razón, porque muchísimos de ellos formaron grupos que se hicieron conocer por su pedantería. Toda esa época para mí fue difícil, en algunos momentos sé que no obtuve ciertos trabajos porque era argentina, ese tipo de cosas todavía me afectaban. Poco a poco me he ido acostumbrando, creo que el gran amor por Venezuela me nació por la naturaleza. Con mi marido íbamos muchísimo a campamentos en La Sabana, en Chuspa. Yo venía de Argentina donde hay playas famosas como Mar del Plata y Miramar, pero nada que ver con las playas que hay acá, me enamoré de este país a través de mi contacto muy íntimo con la naturaleza, porque lo viví mucho. Todos los fines de semanas íbamos de camping con los niños, y las sensaciones que yo tuve ahí nunca las había tenido. Ni hablar de Los Roques, donde yo pensaba que estaba en otro mundo.

Entonces, poco a poco me fui enamorando de la naturaleza y de la gente, empecé a entenderlos, empecé a entender su humor, su indisciplina me sigue molestando, su falta de palabra también me sigue molestando, el desorden, todo me sigue molestando, pero ya lo acepto como parte de Venezuela, es una molestia que tengo que pagar para vivir en un lugar que me gusta mucho. En la vida creo que he tenido mucha suerte, porque he tenido trabajo todo el tiempo, he podido vivir cómodamente, mis hijos se han podido educar bien, los dos están grandes y los dos tienen un doctorado y tienen hijos y tienen casa y tienen trabajo. Todo se acomodó, y ahora me doy cuenta,
cuando me voy de viaje, que al volver estoy deseando llegar, ahora sí sé que ésta es mi casa, cuando estoy deseando llegar a Caracas.

¿Tienes familia en Buenos Aires?

Tengo familia pero poca, mis padres murieron, mis tíos también, mis primos también, tengo unos sobrinos, muy queridos, en Mar del Plata y voy de vez en cuando a verlos.

Y cuando vas ¿cómo ves a Argentina?

La última vez fui en el año 2000 a recibir el año y me quedé en Buenos Aires. Hay lugares preciosos, me gustó mucho la gente también, porque aun siendo tan distinta, la gente es muy conversadora, por ejemplo, uno puede entablar conversación fácilmente en un restaurante con un mozo, con el taxista, en la tienda, y la gente en la calle es muy amable, a pesar de que los que vinieron acá a Venezuela no son tan amables o no fueron en ese momento, yo creo que los que están allá son muy simpáticos.

También, por ejemplo pensaba, en relación a mis estudios, que haber salido de Argentina me iba a poner en contacto con centros de estudios muy importantes. Después de haber hecho el profesorado en Argentina, la maestría y el doctorado en Estados Unidos, creo que los profesores que más recuerdo como mis mejores profesores son los del profesorado en Argentina. Creo que había un alto grado de excelencia en nuestra educación, y cuando vine aquí y fui a la Católica, me di cuenta también que las cosas las tomaban muy en serio. En Estados Unidos la educación es tanto más libre, los estudiantes están mucho más solos, no hay mucha conexión con los profesores, uno se encuentra que tiene que hacer las cosas por su cuenta. En otros países la educación es mucho más orientada, yo diría por profesores. Pero eso no quiere decir que no recuerde con muchísima pena que todos esos años hayan pasado, porque fueron todos los años de mucho goce espiritual, intelectual, desde que empecé en Argentina hasta que llegué acá también, y mis años de enseñanza acá me han dejado también los mejores amigos que he tenido, muchos de los cuales han sido alumnos míos. He dado muchas clases.

Hubo dos momentos en que tuve que interrumpir las clases, uno cuando renuncié al Celarg y a la Católica por motivos personales y me fui a San Francisco para trabajar con la Fundación Gran Mariscal de Ayacucho. En la oficina allá estuve dos años, vine acá y al llegar comencé a trabajar en la Biblioteca Nacional, donde estuve muchos años. Ahí trabajé con Virginia Betancourt, que es una mujer de una enorme amplitud que jamás nos preguntó si éramos adecos o copeyanos o qué éramos, realmente lo único que le interesaba era que trabajáramos bien, y aparte de eso es una mujer que enseña muchísimo, todos los que hemos pasado por ahí aprendimos muchísimo de Virginia, no solamente cómo trabajar sino cómo relacionarnos humanamente. Para mí fue una persona determinante.

Pero volviendo un poquito atrás, cuando sales de Argentina, pensabas que salías…

Salía para estudiar, para estar dos años en Estados Unidos y volver a Argentina.

Y ese cambio de planes ¿fue complejo, fue duro tomar la decisión de no volver?

Te podría decir que no fue muy duro, porque quería formar familia y estaba en una edad en que estaba abierta a la idea de casarme, en ese momento, posiblemente, si me hubiera enamorado de un coreano me habría ido a Corea. De hecho me enamoré de un coreano, pero el coreano, que también se enamoró de mí, pertenecía a una familia muy rica en Corea que ya le tenía una esposa destinada, así que en realidad yo siento que sí, que me hubiera ido a cualquier parte donde yo pudiera trabajar, porque había estudiado tanto tiempo y no quería pensar que no iba a tener trabajo.

Mi marido tenía contacto con la Católica aquí, él me aseguró que íbamos a conseguir trabajo, que no había problema y además, en esa época, había poca gente con doctorado, ahora hay muchísimos porque entró gente joven y creo que el plan Mariscal de Ayacucho ayudó muchísimo a eso, ahora es muy raro encontrar un joven que no se haya ido afuera.

Realmente jamás -en mis años en Argentina- yo hubiera pensado que iba a venir a Venezuela, es más, yo casi no sabía lo que era Venezuela. En nuestros países hablamos de que Estados Unidos no conoce nada del mundo, pero nosotros mismos no nos conocemos, quizás Argentina, Chile, Uruguay, Brasil, todo eso cerca, pero de allí para arriba era muy poco lo que uno sabía. Tan es así que cuando conocí a mi marido, que era alto, delgado, yo decía «pero qué aspecto tan raro como latinoamericano, serán así los venezolanos», y resulta que era vasco, de modo que yo ni siquiera sabía cuál era el tipo que podía esperar de un venezolano. No te niego que fue difícil al principio, aparte yo extrañaba a mi familia, mi madre me escribía todo el tiempo diciendo que estaba sola con papá y cómo me extrañaba.

¿Y cómo te relacionaste con la comida?

Con la comida yo creo que me acostumbré comiendo comida argentina, todavía hoy en día la arepa no me gusta tanto. Pero, ésas son cosas menores a las que uno se acostumbra al poco tiempo, tampoco soy una persona que me voy a morir porque no tenga de repente una comida que hay en Argentina y aquí no. Yo creo que a todo el mundo le pasaría cuando se va de un país donde vivió veintipico de años a otro país, porque no es tanto lo que el país ofrece sino la vivencia que uno tiene, el recuerdo, las cosas que hacía, la familia, los amigos, eso es lo que se extraña.

¿Conservas la nacionalidad argentina?

Cuando mi marido murió me di cuenta de que iba a ser difícil conseguir trabajo si no era venezolana, porque en ese momento era una época difícil y yo estaba sola con mis dos hijos, así que me nacionalicé, pero fue muy fácil por estar casada con un venezolano. Pero tengo las dos ciudadanías porque ahora se permite.

¿Sientes que Venezuela ha sido un terreno fértil para el desarrollo profesional?

Sí, definitivamente, eso te quería decir. Yo siento que en Venezuela todavía hoy en día, o hasta hace poco, uno podía iniciar proyectos de diversa clase y encontrarías siempre alguien con quien podrías dialogar o trabajar juntos en un proyecto y que se puede hacer muchísimo todavía en el campo en el que estoy. Por ejemplo, el doctorado de Literatura Comparada se abrió hace unos años, seis o siete, y tiene gente de primera calidad, los mejores profesores que puede haber en la Católica en la Escuela de Letras, que hay muchos, Rafael Castillo Zapata, María Fernanda Palacios, Javier Lasarte, en fin, los conozco a todos, gente que ha seguido estudiando y que trabaja muchísimo, que publican, que saben mucho y lo hacen muy bien. Así que mis expectativas profesionales sí se cumplieron aquí.

¿Has pensado alguna vez cómo habría sido tu vida personal y profesional si te hubieras quedado en Argentina?

Sí, lo he pensado mucho, he pensado que mi vida profesional hubiera sido similar a la de acá, porque al fin y al cabo yo soy investigadora, profesora y me imagino que con el background que yo tenía de Estados Unidos hubiera conseguido más o menos lo mismo.

En cuanto a mi vida personal, me parece que es más difícil vivir en Argentina que vivir acá. ¿Difícil en qué sentido? En cosas como la que te comenté sobre el acceso a la vivienda, que es dificilísimo, lo que significaba que para una pareja que se casaba joven el inicio era muy difícil y no era nada raro que todos esos jóvenes recién casados vivieran con los padres, cosa que a mí no me hubiera gustado para nada.

Después creo que -queriendo tanto a mi familia- mi relación lejos de mi familia me hizo bien, porque era una relación muy simbiótica, sobre todo con mi madre. Irónicamente, cuando papá murió mi mamá se vino conmigo a vivir acá y se renovó, y vivió ocho años conmigo. Entonces siento que pude desarrollarme más emocionalmente viviendo lejos de mi familia y eso me parece que fue muy importante para mí.

¿Cómo ves hoy a Venezuela?

Me lo pregunto todos los días, ¿cómo estamos? ¿Qué va a pasar? Personalmente, no he tenido acceso a muchos cambios, excepto en la Biblioteca Nacional, que sé que ha cambiado muchísimo, se ha deteriorado muchísimo. Sé que los profesionales al frente de los cargos no son de la categoría de la gente que estaba antes, sobre todo los técnicos, el profesional técnico, toda esa gente era muy vieja ahí, tenían muchísimo tiempo trabajando y habían prácticamente formado tanto un centro de conservación como la dirección de procesos técnicos. Todos ellos salieron y en su lugar hay gente no preparada. Entonces, la Biblioteca Nacional ha cambiado para mal, muchísimo. El país me pregunto todavía cómo podemos seguir viviendo y comiendo y hacer las cosas que hacemos siempre, porque no ha habido cambios para mí personalmente, para mis amigos, yo veo que nuestra vida es la misma, o sea la misma en el sentido digamos social y de rutina. Ahora, en cuanto a la vida emocional ha cambiado muchísimo, porque vivimos en una angustia total. Yo, personalmente, estoy angustiada por la educación de los nietos que no sé dónde van a estudiar, porque no creo que esas escuelas que se están formando sean escuelas que van a tener un buen pensum, por lo que veo, y angustiada por ver qué es lo que va a pasar en el país, porque hay tantas amenazas veladas. Creo que de una forma extraña, el humor nos sigue salvando, porque yo recibo correos todos los días haciendo chistes sobre la situación y eso es algo que en Argentina no pasaría, acá la gente sigue con su humor y creo que mucha gente está trabajando para que el país no se hunda.

¿Y cómo ves a Argentina?

Creo que a pesar de todo lo que hicieron para hundirla, no llegaron a hundirla, pero no te podría decir más porque no conozco la situación con este nuevo Presidente. Me pasa un poco lo que pasa aquí en Venezuela, que uno se entera de una versión y no de la otra, voluntariamente, y pienso que voluntariamente también habría que hacer lo contrario, habría que tratar de ver las cosas en sentido más amplio y no cerrarse en un tipo de experiencia que es la que uno siempre tuvo. Claro, yo sigo ahí, leo los mismos periódicos, escucho los mismos canales de televisión, porque yo no creo lo otro porque no veo resultados. Creo que Argentina está en una época de mucha transición, mi familia que está allá me dice que es muy difícil la situación, hay mucha pobreza, el fenómeno de los pordioseros y los niños pidiendo es una cosa que yo nunca había visto en Buenos Aires y cuando fui el año 2000, hasta las 12 de la noche las madres con los niños por la calle, que es un fenómeno que también se ve aquí. Entonces parece que son situaciones paralelas. La riqueza, cómo se distribuye, creo que sigue siendo distribuida de la misma forma, aunque por lo menos aquí es posible que las clases bajas tengan mayores privilegios que antes, pero en Argentina creo que todavía no ha llegado eso, todavía sigue la clásica división de clases. Tendría que volver a Argentina, ya son cinco años que no voy.

¿Hay algo que quieras agregar, algún comentario, algún asunto que quede por ahí?

Sí, lo que quisiera agregar es que creo que cuando yo llegué y hasta varios años después, una persona podía acceder a una situación y a un trabajo en base a su capacitación. Creo que en este momento eso no es posible, que son otros los factores que se necesitan para acceder a trabajos profesionales o proyectos.

Ese es un deterioro estructural.

Sí, creo que todos los que hemos sido de alguna forma despedidos de una institución, sabemos que una firma* no te permite trabajar y una no firma te da un trabajo aunque no estés capacitado, éste es el enorme cambio que siento que hay. Claro que siempre los nuevos directores tienen la potestad de pedir la renuncia de su equipo, así que yo no lo siento tanto, pero me sentí muy bien recibida cuando llegué y con muchas posibilidades de hacer algo, y no sé qué pasaría ahora.

Muchas gracias, Ana María.

* En referencia a la situación de quienes firmaron solicitando la revocatoria del mandato del Presidente de la República en 2003 y han sido sistemáticamente marginados de oportunidades laborales en la administración pública al ser publicada ilegalmente la lista de firmantes.

Fotografía: Vasco Szinetar

Prodavinci 

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