Testimonios inmigrantes

Susana Strozzi: La antropóloga

Testimonios de inmigrantes

Por Alejandro Martnez Ubieda | 3 de febrero, 2010

susanaSusana Strozzi piensa que su vida está «armada a pedazos», y, al conversar con ella probablemente haya que coincidir. Sus «pedazos», por otra parte, son tan originales, que le dan un sentido único a sus vivencias en Argentina y Venezuela. Desde su inmersión en el Amazonas, sus tránsitos antropológicos y su interés por el análisis lacaniano, la vida se le plantea con fuerza a esta profesora de la Universidad Central, en un país que hizo suyo desde las entrañas selváticas.

¿Susana, qué te trae a Venezuela?

Yo estudié en Buenos Aires Ciencias Antropológicas. Tuve la suerte de que mis dos tránsitos universitarios, tanto la licenciatura como el doctorado en Ciencias Políticas, se dieron en períodos que sin duda fueron «luminosos», por una coincidencia de personajes, de épocas tal vez. En el caso argentino eran los años sesenta, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, que marcaron una explosión de cultura, de actividad intelectual, de teatro, en donde todo sucedía entre las calles Florida, Viamonte y Reconquista, donde estaban ubicadas varias dependencias de la Universidad. Allí el clima era de una suerte de inmersión, de modo que uno entraba temprano en la mañana y podía salir corriendo de un grupo de trabajo práctico a las diez de la noche para ver un estreno de Bergman. En esa época, además, la Facultad albergaba algunas carreras que después la sucesivas intervenciones militares fueron extrayendo, por considerarlas subversivas, y colocando en otros espacios. Ese era el ambiente.

¿Qué determina que te vengas?

En el 66, se realiza en Argentina el Congreso Internacional de Americanistas. Para entonces ya se había dado la intervención de la Universidad, la expulsión o renuncia de los docentes, y los especialistas que llegaron de distintos países al congreso tenían la misión de contratar gente que fuera a sus respectivos países. Era, desde luego, una manera de ayudar a todo un cuerpo de investigadores -realmente de muy alto nivel- para darles un espacio para seguir investigando. Allí se produjo una estampida, un gran éxodo. De Venezuela fue Miguel Acosta Saignes, también con la idea de contratar docentes. Yo estaba recién casada, era todavía estudiante y contratan a quien entonces era mi marido, profesor de las universidades de La Plata y Córdoba. Entonces, el 4 de enero de 1967, aterricé en Maiquetía, en la maleta de mi marido. Nos esperaban en el aeropuerto Alfredo Chacón y el doctor Manuel Bemporad, porque eran parte de un comité que justamente recibía a los profesores. Aún son grandes amigos, y hace poco, cuando se cumplió un aniversario de la fecha, hice una comida en casa donde ¡sólo faltaba el entonces marido!

Al llegar pedí inmediatamente mis equivalencias, porque temía que no me dejaran graduar a causa de un incidente con las autoridades de intervención, por haber participado en una protesta de los preparadores de la universidad. Esa simple protesta en la que abríamos la puerta de un salón y le decíamos a los estudiantes que quien les iba a dar clases no había sido seleccionado por concurso, como nosotros, sino a dedo, terminó abruptamente cuando el bedel, amigo nuestro, nos dijo: ¡Rajen muchachos, que viene la cana! Finalmente, me suspendieron como preparadora, pero el asunto no pasó de allí y me gradué.

Estando en la preparación de mi tesis, fui a la Fundación La Salle, y el hermano Ginés me contactó con un misionero belga, de la Fraternidad Charles De Foucauld, que estaba en el Alto Erebato. Eso me llevó a tomar un autobús desde Caracas hasta Ciudad Bolívar, tomar allí una especie de minibús hasta otra localidad donde esperé dos días a unos makiritares con unas enormes curiaras hasta llegar a nuestro destino. Esto fue realmente una experiencia espectacular, tomar contacto con la Amazonia profunda, pasando rápidos, caminando a veces, acampando en refugios preparados por la tribu, y todo eso bajo la influencia de este misionero, con quien luego crucé algunas cartas y supe que había sido enviado al África. Fue una experiencia importantísima que duró un mes. Realmente, es una manera muy peculiar de entrarle a Venezuela.

¿Cuáles fueron tus primeras impresiones, viniendo del país más austral del continente, llegar a Venezuela, joven?

Como te digo, fue una manera peculiar de apropiarme de este país, al que no venía con la idea de quedarme largo tiempo, sino un año.

La segunda gran experiencia fue durante mi doctorado en Ciencias Políticas, donde entré inscribiendo unos seminarios orientados al positivismo, pero que al mismo tiempo trataba el sociologismo jurídico de un autor inglés. Al llegar al aula, me encuentro con Luis Castro Leiva -fue uno de esos encuentros luminosos-, quien me dice «Ah, usted es antropólogo, ¿por qué no se dedica a estudiar a Julio César Salas». Yo me preguntaba para mis adentros «¿quién es este señor Salas?». Comencé a investigar a ese gran etnólogo merideño graduado en Ciencias Políticas, y finalmente mi tesis doctoral fue acerca de Julio
César Salas.

Como proceso, fue en esa investigación de la obra de Salas donde yo hice un ejercicio de apropiación consciente y racional de la historia y el ser venezolano. Aunque ya para esa época tenía la nacionalidad venezolana, porque había tenido un segundo matrimonio con un venezolano.

Strozzi es un apellido italiano.

Italiano, de Florencia. Entró por Uruguay y mi abuelo saltó el charco hasta Argentina. Por el lado materno tengo origen francés, del sur de Francia: Bosc. Realmente son dos extremos, por un lado una expresión del Renacimiento, con un palacio incluido, y por el otro una expresión campesina francesa, representada por mi abuelo, que era chef pattissier y emigró a Argentina y tuvo una carrera relevante en grandes hoteles de Buenos Aires. Mi hija, por cierto, retoma esa tradición y tiene la misma profesión. Son las vueltas que da la vida en la historia…

Esos primeros años, ¿cómo te sentiste con los venezolanos? ¿Te era fácil entender el ánimo, el carácter local?

Yo llegué con una advertencia que me había hecho en Buenos Aires el poeta Juan Antonio Vasco, que vivió en Venezuela, en Caracas, en los años sesenta, una persona de un exquisito amor por la lengua, que estuvo vinculado al Techo de la Ballena y todo ese espectacular grupo de creadores que marcaron su época. Juan Antonio, hablando mi marido y yo con él con la idea de informarnos un poco cómo era esto, nos describió el trópico, el mar, el calor, el azul del cielo, pero lo que me marcó fue «una vez que te vayas vas a dejar de ser de aquí, tampoco vas a ser de allá». Y hay algo de cierto en eso, uno queda en una especie de espacio muy particular, donde dejas de ser de allá, a pesar de todo no acabas de ser de acá, no porque uno no se sienta…

Como el que llega al colegio en segundo grado y no llegó en primero…

Es una cosa muy peculiar, que hace que uno tenga una vida como armada a pedazos, donde cada pedazo tiene una riqueza extraordinaria y donde todo el conjunto es enriquecido -y muchas veces mortificado- por este ensamblaje tan particular. Regreso a Buenos Aires y me dicen «¿y de dónde es usted? No habla como de aquí». Además el acento se modula un poco, a veces más o menos caraqueñizado, salvo en el tráfico, donde digo cosas desagradables en porteño básico…

Uno nace en una matriz de lenguaje, y eso tiene que ver con todo lo bueno y lo malo, de modo que mis grandes dificultades fueron con la lengua. Una, si se quiere tonta, sucedía en los carros por puesto, donde a causa de la acepción argentina del término cruzar, que equivale a atravesar en vez de tomar a la derecha o izquierda, hacía que los conductores me regañaran con frecuencia. Pero sí, tuve muchas aventuras con el lenguaje.

Y siguiendo con el lenguaje, que en el porteño es muy prolijo -para usar una palabra muy argentina-, muy suelto, en tanto que el venezolano es mucho más gestual, y de algún modo más limitado….

Por el lado gestual yo tengo suficiente mezcla mediterránea adentro, de modo que gesticulo por todos lados. Lo que me han hecho notar en ocasiones es que gesticulo mucho más cuando hablo español. En mi caso, que leo constantemente desde muy pequeña y fui la bibliotecaria de mi salón de clases desde primer grado, pues me imagino que habré ido incorporando vocabulario desde Salgari, Verne, Dumas.

¿Te fue fácil hacer amigos venezolanos?

Nunca estuve en guetto. Por la época en que llegué, hubo un contingente más o menos numeroso de profesores que llegaron -sobretodo del área científica-, y uno salía en la noche al Gran Café y ahí se los encontraba. En mi caso, por el hecho de que el director de la Escuela de Sociología era Alfredo Chacón, quien estaba casado con Tecla Tofano, y estando ambos personajes muy vinculados al mundo de la cultura, directamente nos agarraron a mi marido y a mí y nos vinculamos rápidamente a un grupo de escritores, artistas…

Recuerdo una noche en que jugábamos scrabble y mi compañero fue Miguel Otero Silva… de modo que tuve una entrada muy privilegiada. Creo que tengo más amigos venezolanos que otra cosa.

¿Alguna vez has pensado cómo sería tu vida de seguir en Argentina?

Yo tomé una decisión cuando volví a Buenos Aires para dar dos exámenes que me faltaban para graduarme, porque ya había terminado mi matrimonio. Tenía la opción de volver allá, quedarme en casa de mis padres y buscar trabajo, o hacerlo sola aquí. Sentía que Argentina era un lugar donde no podía desarrollar nada, era una dictadura, un país lleno de sombras, tristezas, y ni siquiera olvidos, y decidí quedarme.

Te has dedicado al tema lacaniano…

Siempre estuve interesada en el psicoanálisis. De hecho mi primer trabajo, cuando decido quedarme, fue vendiendo suscripciones de unas publicaciones relacionadas con el mundo psicoanalítico. Eso me llevó un día al Servicio de Psiquiatría del Hospital Militar, donde conocí al doctor Fernando Rísquez, quien a poco me dijo que necesitaba un antropólogo. Después me llamaron de la Universidad para encargarme de una cátedra en la Escuela de Psicología. Cuando acepté, al ir a dar mi primera clase estalla la Renovación. Me metí en todo ese proceso y de allí salió una nueva cátedra, que es la de Teoría Social.

Como antropóloga, ¿cómo ves la psique colectiva argentina y la venezolana? ¿Ves semejanzas, diferencias?

Puede ser un territorio peligroso… uno dice «psique colectiva venezolana», pero no vas a comparar un caroreño con un oriental ni con un margariteño, y pasa lo mismo con un cordobés, un tucumano o un salteño. Claro, el área rioplatense fue asiento de un enorme alud migratorio, y lo que el estereotipo reconoce normalmente como un argentino es uno de Buenos Aires e italiano, español, judío centroeuropeo, es una mezcla que tiene una matriz cultural con un universo referencial en Europa. Y de allí viene aquello de los argentinos siempre mirando hacia Europa, pero es que eran los cuentos de los abuelos, con aquella nostalgia del paraíso perdido, que no era tal paraíso, porque de algo habían venido huyendo, de la guerra, del hambre, de la pobreza o de la desnutrición.

¿Has pensado en regresar?

No, yo me traje a mi mamá, y me queda muy poca familia allá. Quedan también algunos amigos y luego vinculaciones de trabajo por la cuestión psicoanalítica. Aunque me encanta Buenos Aires. Y volviendo a algo que me preguntaste antes, hay un punto por el cual sigo penando, y es el cambio estacional -nací y me crié con cuatro estaciones- y amo mucho el otoño y el estímulo del frío, ése que ayuda a pensar. Entonces, la primavera permanente me fatiga, y a veces me cierra la productividad, la creatividad. Eso no es algo particular mío, hay un libro de un talentoso psiquiatra español que se radicó en Valencia, que trata el tema de la migración-exilio, de esa vivencia del tiempo. De modo que todas estas cosas hacen esa sensación de una vida en fragmentos…

¿Oyes tango?

Sí. Es algo muy íntimo, que toca momentos de vida, recuerdos, lugares…

Gracias, Susana.

Fotografía: Vasco Szinetar

Alejandro Martnez Ubieda 

Comentarios (1)

oscar alberto caceres soto
4 de febrero, 2010

sumante emotivo la voz de la mujer en eso de testimoniar la historia a travez del testimonio.Un artículo rico en matices, creo que la falto mas profundidad a la hora de examinar las raices del desarraigo.Pero a la hora de escoger en este torbellino de información, como lo es la internet, deviene alentador y reconfortante.

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