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Julio César Mármol: In memoriam (1937-2010)

Julio César Mármol: clásico entre los clásicos

Aun no me acostumbro a hablar de él en pasado, y creo que jamás podré, así como no puedo hacerlo con José Ignacio Cabrujas. Nuestro cariño y amistad fue tan grande con los dos, que más de una vez me sorprendo oyéndolos a mi lado cuando escribo una escena de telenovela, para regañarme porque es muy cursi, o para asombrarse de que me haga reir o llorar. Me enseñaron todo lo que sé sobre telenovelas, y muchas cosas más sobre la vida, entre ellas la rectitud y la honestidad que debe tener un verdadero escritor.

Julio César Mármol, fue socio, amigo y cuñado de José Ignacio Cabrujas, y juntos escribieron tres de los hitos latinoamericanos en telenovelas: La Señora de Cárdenas (1977), La Fiera (1978) y La Dueña (1984). Reconocido como escritor de telenovelas, muchos ignoran su faceta anterior de Director de cine, aprendido en Cinecitá, en Roma y su paso por grandes producciones como Ben-Hur, en cuyos créditos aparece como asistente de Dirección, o su etapa como director en películas de cine venezolano como La Bomba (protagonizada por un icónico cómico de la época, Joselo), y Los Días Duros, éxitos de taquilla en los años 70.

Desconocida es también su etapa de cantante Tenor profesional, que estudió con grandes privaciones en la Academia de Música de Santa Cecilia en Roma. Fue cantante profesional de opera durante más de 20 años y desde niño su padre le enseñó a escuchar música clásica. Amaba la música del maestro Puccini y cantó con gran éxito algunas de sus óperas: Boheme, Madam Butterfly, Tosca, Turandot, entre otras.

Inolvidable fue su gira en los años 60, por toda Venezuela, con el gran Alfredo Sadel, donde se adelantarían a la proposición de Pavarotti, de colocar a varios tenores en un escenario. A diario, comenzaba su día con una ópera, que lo acompañaba durante la escritura de cada uno de sus capítulos de telenovela, y su colección de CD´s de grandes versiones superaba los mil ejemplares. De esa pasión nacieron muchas canciones compuestas por él, como el tema musical de La Dueña, Viviré para tí.

Maracucho de alma y corazón, Mármol nació en Maracaibo, un 23 de mayo de 1937. Se crió en un campo petrolero, y eso marcó para siempre su visión de la vida, colocándolo siempre del lado de los pobres, los desvalidos y los trabajadores, llenándolo de historias de una Venezuela campesina que se tornaba en país industrial, y que luego servirían de base par la escritura de La Fiera, y su posterior y exitosísima versión Pura Sangre (1993).

Líder estudiantil, se enfrentó como toda su generación, a la dictadura de Pérez Jiménez, y estuvo preso en la Seguridad Nacional durante casi seis meses, junto a Cabrujas. Un tío militar logró sacarlo bajo condición de exilio, y así salió directamente a estudiar a la Roma de Fellini, sin saber hablar italiano, sin recursos y con sólo su ansia de comerse el mundo. Esa terrible experiencia en la Seguridad Nacional, y de la cual nunca le gustaba hablar, le sirvió de base para escribir la telenovela que lo hizo famoso Estefanía (1979), una telenovela que rompió con el estilo de Delia Fiallo, y retrató con absoluta fidelidad el ambiente de la dictadura. Su amor por la democracia siempre fue irrestricto, y permanentemente denostaba de nuestros políticos que estaban llevando el país a un precipicio que él sospechaba insalvable.

En sus manos se formaron escritores para la televisión de la talla de Kico Olivieri o Armando Coll, y siempre tuvo debilidad por los poetas, razón por la cual me admitió en su grupo de dialoguistas, después de haberse negado durante meses, a pesar de que tanto su hermano el músico Vinicio Ludovic, como Cabrujas, me habían recomendado con amor.

Se negaba a admitir a nuevos escritores, estaba formando a sus hijos como dialoguistas y temía que una persona nueva pudiera estropear las cosas. Venía de un fracaso rotundo, la telenovela De Oro Puro (1993) y se lamía las heridas como un gato oscuro. Le escribí entonces una serie de cartas, semanales, donde le contaba historias; cada vez más divertida por su resistencia, no sólo a admitirme sino tan simplemente a conocerme, fui abriéndole mi corazón de enamorada del género televisivo, y a la octava semana, fue un poema de Vallejo el que me abrió las puertas de su corazón y de su casa, he hizo que me mandara a llamar su secretaria, la sempiterna Tibaide, su mano derecha, para una entrevista. Hablamos durante casi cuatro horas, ante el asombro de su familia, y al final de la entrevista, me dijo, con sencillez y afecto: “Te espero mañana a las 7 am, con las pilas puestas, y eso si, como me falles te boto en dos segundos, sin contemplaciones”…trabajamos juntos más de cuatro años, y se convirtió en mi amigo y en mi padre, para siempre.

Admirador de Rómulo Gallegos, a quien consideraba indispensable, era un lector agudo y consecuente, leyendo más de dos libros a la vez y al menos tres en una semana. Se nutría de los grandes clásicos para sus historias, La Mujer sin rostro (Los Miserables), La Dueña (El Conde de Montecristo), Sangre Azul (Lo que el Viento se llevó), La Fiera (Los Hermanos Karamazov), y siempre que nos trancábamos en la escritura de una escena nos mandaba a leer a Alexander Dumas, a Shakespeare o a Víctor Hugo, ahí mismo, nos decía en que parte de su biblioteca estaba el libro, y leyéndonos el mismo el capítulo en cuestión, se resolvía la escena. Su cultura literaria era bastísima e insaciable, y cuando me oía comentar que había ido a comprar libros siempre me pedía socarrón y burlesco “Tráemelos pues, que tú siempre andas comprando cosas raras, a ver qué aprendo”.

Jamás lo vi humillar a ningún actor, y más de una vez inventó un personaje para calmar el hambre o la necesidad de alguna actriz o actor poco conocido. Con sus dialoguistas no tenía piedad, y esa dura escuela se agradece, cuando mucho después, es uno el que se encuentra solo ante una gran historia y presionado por el rating o por la industria.

José Ignacio Cabrujas, su amigo de liceo, su compañero de cárcel, su cuñado, socio y compinche siempre decía “Yo soy el callejero, a mi me interesa la calle, la gente, el barrio, Julio César es el clásico, a él le interesan las grandes historias, es épico por naturaleza”.

Yo lo recuerdo como el gran hombre y escritor que es, con sus ojos azules de cielo permanentemente asombrados de vida, de afecto, y si existe un cielo para escritores, ya me imagino las conversas con sus compinches de siempre José Ignacio, Salvador Garmendia y Fausto Verdial… que los ángeles digan Amén.

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Mi Mármol personal

Siete de la mañana, un día cualquiera de la semana. Al entrar en la casa, un aroma de café arrasándolo todo, fundando el mundo de nuevo.

Todos duermen aún, sólo los pasos precisos del Jefe se mueven por la casa que amanece. En la cocina, fascinado por el dulce canto enamorado de sus canarios, Julio César Mármol se muestra pensativo. “Buenos días, padre”, le saludo cariñosamente, ya hace un año que trabajo junto a él, tejiendo en filigrana diálogos de telenovela, “Dios te bendiga mija…te sirvo café, porque hoy es un día duro, tenemos que matar al mayor de los Zambrano”, suelta jocoso. Su canario favorito suelta a cantar aun más alto, y me interroga Mármol. “¿Sabes por qué canta tan bello?, niego, entonces me responde con uno de sus suspiros tristes tan característicos, “Canta por amor, por soledad, por intemperie, canta por el amor que no tiene, ese amor que sabe imposible…como nosotros, que en cada historia cantamos al amor que no existe, y como escritores lo único que nos queda es cantarlo bellamente”. Confieso con vergüenza que corrí a anotar el diálogo, como muchas de las cosas que él nos decía en el día a día de la escritura.

Cada mañana sin pausa, bajo la melodía de cualquiera de sus óperas favoritas, casi siempre Puccini, o si su humor amanecía contento oyendo tangos o rancheras, escribíamos las peripecias de Corazón Salvaje, la protagonista de PURA SANGRE. Bajo el duro tabletear de las máquinas de escribir, se oía a Mármol consultando con Manuel González, su cómplice en el crimen, si para el capítulo siguiente estaría bien acelerar la trama, o si con los numeritos del rating podían solazarse con una escena de amor, para hacer que se enamoraran todas las mujeres del país, y de repente nos espetaba, muerto de risa: “Esclavos, muévanse, que están lentos…a ver, qué aria es esta y quién la canta?”, y nos daba de ipsofacto una clase magistral de ópera y de historia, hundiéndonos con su vastísima cultura.

Hoy, cuando ya lo hemos perdido y lo lloramos, quiero recordarlo así, como lo ví durante varias telenovelas, día tras día, trabajando con él y sus hijos, a quienes enseñaba pacientemente el difícil oficio de la telenovela…oyendo a Turandot y cantando las arias del Tenor, como cuando cantaba con Alfredo Sadel, y su futuro no era una telenovela si no ser un gran tenor de ópera; citando a Shakespeare, de memoria, para ilustrarme la intensidad que debería tener una escena; jurando a dios como Neptuno urgente, cuando algo le hacía enfurecer y su naturaleza de Tauro salía a cornearnos a cualquiera de nosotros, tunantes ignorantes; dulce miel y pacífica ternura al acercarse alguno de sus nietos, que hacían que sus ojos azules brillaran como joyas…humano quiero recordarlo, con los gestos cotidianos de fumar, de mandar a comprar sus colecciones al kiosco, de luchar contra la Diabetes para ganarle la partida todo el tiempo, escribiendo pudoroso los poemas que llevaba por dentro y que en veinte años no se había atrevido a esbozar, por miedo a la cursilería que tanto detestaba.

Citar su valía como escritor de grandes telenovelas, su amistad inmensa con José Ignacio Cabrujas, o su profunda vocación democrática, es redundar, eso se lo dejo a los otros, a los críticos, a los historiadores. Yo me quedo con la tierna mirada del oficiante de la escritura, con su cariño agreste y desenfadado, con esos ojos alegres e inmensamente azules, te decía al ver una escena bien escrita: “O mia cara, esta noche cantan los ángeles”.