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La espera insular de los hospitales

Por favor, señor, tiene que esperar afuera.

En la entrada siempre hay gente que espera. El Hospital Central Dr. Luis Ortega es el gran templo de la salud pública margariteña; igual que en un recinto sagrado, la gente pide buena salud al médico como se le pide a la deidad de turno. La Emergencia está dividida cotidianamente por dos escenas: una donde la infancia reclama enferma; la otra donde la adultez siempre desfallece. En ambas se encuentran la misma cantidad de abastecimientos médicos, de sudor y prestancia, de mosquitos y ventiladores.

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Un padre, con su hija en manos, se asoma repetidas veces por la puerta. Sin embargo le repiten la misma frase, una y otra vez, casi con desdén, en tono automático: Por favor, señor, tiene que esperar afuera. La Emergencia Pediátrica funciona con gran cantidad de insumos, mas no cuenta con personal suficiente que administre las dosis necesarias a algún pequeño paciente. Cada cinco minutos un chiquillo no mayor de ocho años es auscultado en la camilla para luego ser despachado con un récipe o alguna dirección de los alrededores, sin chupetas en mano. Un joven doctor, ronco, revisa, con sucesivas interrupciones, historias médicas. Su ininteligible letra domina, con precisión quirúrgica, la mayoría de los espacios del papel. Tres niños lloran: el pinchazo, la comida o el regaño son algunos alicientes del desdichado y constante lagrimeo. Algunos duermen con alguna máquina de compañero, mientras los parientes leen una revista o simplemente se unen a los infantes en el sueño. Las enfermeras van de un lado al otro de la sala: llevan en sus manos grandes artículos que no cualquiera puede precisar en nombrarlas. Un niño de unos cinco años tiene la cara cubierta por una mascarilla y un complicado engranaje plástico que comunica su caja torácica con un gran aparato parecido a R2-D2: gracias a su infinita invención infantil, una pila yace en su estómago. Dos médicos especialistas revisan al muchacho envenenado; luego hablan, uno por uno, con sus preocupados padres. El particular rush parece no ceder (tampoco los mosquitos), aun cuando la enfermedad (cualquiera que sea) siempre traicione lentamente.

Al otro lado del pasillo, la Emergencia General para adultos no es menos desalentadora, aunque sí más silenciosa. El despacho de pacientes es más rápido que en la parte de los niños; tres ancianas se miran poco menos que asustadas por su supuesta falta de atención especial hacia algunos enfermos. Pero no se desesperan. Un hombre luce como si le faltara un riñón, se toma la cabeza, se sienta y se para, trata de convencer a los dos doctores de turno que él está peor que cualquiera en la sala. El señor se asoma a la mediana sala de la Emergencia y nota fácilmente que las camas están atiborradas por hombres y mujeres de diferentes colores y razas: todos y todas, menos dos raquíticos zambos, están conectados a severas máquinas; entre una china, dos caucásicos, cuatro trigueños (una mujer, entre estos) y un negrito comparten la misma hospitalizada paciencia. Uno que otro familiar los acompaña, repartidos con caras de rigor inmaculado y llorosa somnolencia. Una enfermera mira de reojo al señor del aparente riñón defectuoso y pacientemente le dice la perla del día: Por favor, señor, tiene que esperar afuera. Y no le queda más que esperar. Faltan poco menos de 72 horas para terminar el año 2009: un médico le dice a otro colega, cansado, que espera no estar de guardia el 31, ya que otra colega le jugó una mala pasada y se fue de vacaciones. Hace un calor tenue; el Caribe se muestra sutil entre los isleños.

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Cuando empecé a trabajar acá, esto funcionaba de maravilla. Estuvimos como dos años así, pero luego vino la debacle. El doctor Camacho, jefe de Emergencia del último día de 2009, confiesa tajantemente desde la soledad de su escritorio en la Clínica Popular El Espinal. Antes había de todo acá. Las únicas dos clínicas populares que existen en la isla se hicieron para descongestionar el hospital central, ya que para allá va todo el mundo. Cuando comenzaron a funcionar la Nueva Esparta y ésta, el Luis Ortega dejó de estar colapsado. Acá se podía tratar a cualquier paciente. Y si era muy grave la cuestión, o había que hacer algún tipo de estudio especial al enfermo, entonces lo mandábamos directamente al hospital central. Teníamos todos los suministros posibles, desde equipos de resonancia a la más indispensable de las píldoras. De los ambulatorios, la gente no se iba directo al hospital de referencia, sino que venían para acá, especialmente los que viven por esta zona. Ahora ya no hay nada. Todo el mundo se fue y lo que hago es prácticamente un trabajo de oficinista: escribo recomendaciones, récipes, los mando de una vez al Luis Ortega, porque aquí no hago nada más que escribir. No hay trabajo porque no hay con qué trabajar. Muestra diligentemente cada cajón; todos aparecen de la misma manera: vacíos, a punto de clisé de telaraña postrada. Desde hace tres años aproximadamente trabajamos con las uñas, y a veces ni siquiera. De paso que el ministerio nos ha bajado los sueldos, nos quiere imponer una línea política, porque de eso se trata todo esto, ¡de política! Habla brevemente con un allegado paciente. Firma un récipe, presto y con una vana sonrisa. Manda al enfermo directo al hospital central. Mira a su costado. Con indiferencia, señala con los ojos el afiche enmarcado del Presidente. Pero bueno, ya todos saben eso acá: apenas se ganaron las elecciones, esto empezó a decaer. Si me sincero, esto no dura un año más. Tuvimos, por breve tiempo, ayuda del ministerio, pero por cuestiones políticas no nos siguieron dando dinero. Luego la gobernación del estado Nueva Esparta nos estaba echando una mano, pero qué va, duró muy poco. Y después vino la alcaldía. Esto no se puede sostener de esta manera. Es una clínica popular y sin embargo no tenemos para darle a esta señora una pastilla para el dolor de cabeza. Esto es la realidad.

La Clínica Popular El Espinal está lo suficientemente lejos de La Asunción, donde se encuentra instalada el Nueva Esparta. Sin embargo, los acercan el tipo de abastecimiento médico emergente; también se asemejan en cuanto a sus infraestructuras fantasma (la Nueva Esparta es significativamente más grande): los carteles de NO PASE. ESTAMOS CONSTRUYENDO PARA SUS SERVICIOS son frecuentes en algunos pasillos. Un paseo por los corredores de las clínicas populares dan la sensación de cruzar por la abulia de una tenue y caliente oscuridad. El Luis Ortega ofrece escenarios similares.

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Aunque en el Hospital Central Dr. Luis Ortega la espera es marca de la casa, en el pabellón de Cuidados Intensivos Neonatal aparece una sutil vuelta de tuerca, aunque igual de desalentadora. Los recién nacidos llegan sin cesar, marcando récords de pacientes en la sala: aún cuando no hay espacio, un rincón está logrado por un bebé lloroso, listo para ser bañado y alimentado. Las incubadoras son contadas con no más de veinte dedos, mas algunos quedan rezagados en pequeñas camas, siempre atendidos por las enfermeras. El aire acondicionado es la metáfora del estado del pabellón: de incesante goteo, uno que otro pote sostiene la sala de no ser inundada. La doctora Carvallo, encargada de la enfermedad neonatal del lugar, revisa minuciosamente cada historia, dosis, maneras y diagnósticos de la sala. Junto a una colega, se muestra diligente, abstraída.

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Desde su residencia en Los Robles, la doctora Carvallo comenta su experiencia como doctora navegá*. Llegué a Margarita hace dos años y medio. Empecé en el Hospital Central Luis Ortega, donde actualmente trabajo, en la terapia neonatal, y claro, sentí un choque tremendo con respecto a la situación de los hospitales de Caracas. A pesar de que me han contado que todos están en las mismas condiciones, éste por ser el hospital de referencia del estado Nueva Esparta, ya se quedó pequeño debido al crecimiento poblacional y, por supuesto, los servicios no son suficientes para cubrir la demanda de todos los pacientes. Por ejemplo, en la terapia intensiva, cuando se creó, había doce cupos, y para cuando yo llegué, en ese momento se venían manejando aproximadamente veinte pacientes. En el Hospital de Niños, en Caracas, había ocho cupos de terapia, donde se cumplía la relación que debía llevar de enfermeras: debe haber una por cada paciente crítico, y para cuidados intermedios deben ser una enfermera por cada dos pacientes. Y aquí me encuentro con la realidad de que en un turno nocturno hay dos o tres enfermeras para atender a veinte pacientes de terapia. En la parte de los médicos, a nivel nacional, pues no hay neonatólogos suficientes. Primero este hospital funcionaba a punta de residentes, de médicos generales. Cuando llegué aquí todos los residentes estaban de ida; ahora ya no hay. Los médicos se están yendo a especialidades más lucrativas. Muchos se van para el sector privado, porque con los sueldos miserables que nos pagan… ¿pues quién va a querer? En una guardia un especialista tiene que cubrir el área de terapias intensivas, con cupo para veinte niños, el área de alto riesgo que son aproximadamente entre treinta y cuarenta niños, cubrir la sala de parto, el quirófano, si te llaman de Emergencia porque llega un paciente de la calle, y todas las urgencias que puedan ocurrir a nivel de recién nacidos; entonces se crea una carga demasiado grande para el médico, y por supuesto eso nos lleva a reflexionar qué clase de medicina estamos haciendo en la isla. ¿Qué tipo de calidad de atención les puedes brindar a veinte bebés en estado crítico si hay un solo médico para todo ese poco de muchachitos? Para mí fue un gran choque. Pero hablando con personas que están en la capital, pues me han informado que la situación es la misma tanto acá en la isla como en general últimamente. Una realidad que antes era regional ahora es nacional. Muchos de los médicos jóvenes se van para el exterior buscando mejoras en su calidad de vida, y otros se van para especialidades quirúrgicas, que son las más lucrativas. Se van hacia la cirugía plástica…

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La mística de algunos médicos famosos, tales como el doctor Gregory House o los melodramáticos jóvenes cirujanos de Grey’s Anatomy, son parte de una mercancía que conquista algunos corazones y actitudes. Entre médicos, causa una especie de afección particular, ya que la dinámica y facilidad de un George Clooney en una sala de emergencias resulta una caricatura de lo que viven pacientes y doctores diariamente en los hospitales isleños.

Esas series de televisión son puras ficciones. Son la utopía de la medicina. Eso no tiene nada que ver con la realidad, y no creo que influyan en algún médico que tenga que trabajar en un hospital como el Luis Ortega. Contrasta mucho con nuestra realidad. La doctora Carvallo toma un sorbo de aire y prosigue con su discurso navegao. Como nos hemos formado en la escasez de tecnología tenemos que agudizar nuestras habilidades clínicas. Por ello, esas series no tienen nada que ver con esta realidad. ¿Cuál médico cuenta aquí con hacer un estudio tomográfico, con un tipo de resonancia, trabajando en medicina pública? En los últimos capítulos de la serie Grey’s Anatomy tuvieron que fusionar el hospital que muestran en la serie con otro debido a la crisis económica, y eso generó desempleos entre médicos. Eso sí forma parte de la realidad, porque antes cuando los médicos de la serie podían hacer una tomografía en cualquier momento, ahora tienen que seleccionar con mayor diligencia los casos y los estudios a seguir. Se hace el estudio si es realmente necesario. Desde ese punto, la cuestión es un poco más realista. Esos estudios resultan tan costosos… Viéndolo así, pareciera que la crisis económica estuviera en Venezuela desde muchísimo antes en los hospitales. A nivel público no es tan fácil.

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Como el doctor Camacho, la doctora Carvallo confiesa ciertos pormenores de los hospitales margariteños. El vasto testimonio no se deja esconder (y la burocracia aplasta).

Cuando llegué a la isla también empecé a trabajar en la Clínica Popular Nueva Esparta, que antes era un centro privado. Luego lo adquirió Fogade, para después convertirse en lo que es ahora. Cuando llegué allí se podía trabajar con todo, habían muchos recursos, y en estos dos años el deterioro ha sido bastante considerable… Una anécdota puntual: un amigo me regaló hace poco tres cajas de soluciones fisiológicas, que son vitales y que deben estar en cualquier Emergencia, en cualquier lugar. Con un paciente que tiene una hemorragia, en el momento te ves en apuros porque no hay sangre para aplicar, así que hay que expandirlo con soluciones para tratar de reponer la sangre que el paciente ha perdido. Y con esas tres cajas es que ahorita está funcionando la Emergencia de la Nueva Esparta. Antes se vivía una realidad diferente. Decías: ¡pero qué bueno, así se puede trabajar! La estructura ahora está un poco deteriorada, las habitaciones están todas mohosas, y a su vez los suministros han ido disminuyendo. Hasta hace un mes se creía que iba a haber un cierre técnico. Es el colmo que una Emergencia de una clínica trabaje a expensas de donativos. El que llega tiene que comprar su solución, su medicamento. Esto es porque hay una mala gerencia del ministerio. Claro, antes eso era de Barrio Adentro, y luego el ministerio absorbió el personal: allí empezó el deterioro. De paso, existe un descontento laboral porque a la gente le bajaron los sueldos. Cuando la clínica popular comenzó los sueldos de los trabajadores eran muy buenos, entre comillas, con respecto a las demás instituciones de salud. Cuando el ministerio asumió la Fundación Barrio Adentro, el sueldo lo disminuyeron considerablemente, los ánimos de los trabajadores no eran los mismos de antes. Y pasa lo mismo con los insumos. Ya no se sabe quién tiene que asumir, entonces el ministerio no da todos los recursos, o se crean cortes en lo que se firma por ahí, pero sí sé que hay mala administración porque no está claro quién es el empleador. A eso hay que agregar la mala administración. En la Nueva Esparta sobran los pediatras: ¿quién dio la orden de contratar más pediatras que los que hay en el Hospital Central Luis Ortega? Y sin embargo, las actividades que cumplen los pediatras en la clínica popular no son ni un cuarto de las actividades que cumplen los empleados del hospital central. En el hospital se hace de todo, pero hay escasez de anestesiólogos, entonces no se descongestiona nada porque hay dos o tres de ellos y además trabajan por turnos. En la clínica nada más hay ocho camas de hospitalización y dieciséis pediatras. En el hospital hay doce pediatras y cuarentipico de camas. ¿Qué tipo de gerencia es esa cuando los recursos no dan? Entonces un anestesiólogo gana por una intervención lo que ganaría una en un mes trabajando en privado. En las clínicas populares te quieren exigir más allá de lo que pagan. La realidad se tiene que adecuar a las necesidades. Tienen que dar flexibilidad y seguridad a sus empleados y la gente por supuesto se va. Si se gana mejor en una clínica, si te quieren obligar por cuestiones políticas a seguir una línea que una no quiere continuar, entonces la gente se va pa’l carrizo. No cumplen con las necesidades. Hay demasiado personal que trabaja realmente solo un cuarto de lo que deberían. Por insumos y por la misma planificación de la clínica.

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Al pasar por los diferentes pasillos del Luis Ortega, y a pesar de las diferentes realidades notables por cualquiera, se nota una altivez que puede pasar por una serie de televisión. Los médicos hacen las veces de una especie de Gregory House cuando la necesidad llama. Cual comercial frase TNT: pasa en las películas, pasa en la vida.

Yo le digo a una amiga y colega de Caracas que los médicos venezolanos somos los más arrechos, porque tenemos que valernos de nuestras propias habilidades clínicas para poder trabajar con los pacientes. En el Luis Ortega, nosotros duramos mes y medio sin Radiología en la Terapia Intensiva. Si una no tiene esos recursos, hay que recurrir a la habilidad clínica. El azar a veces también influye. A ver si funciona un método u otro porque no hay insumos suficientes para hacer estudios. Eso no se aprende sólo en la escuela; más bien se forma con los años de experiencia que una va cosechando. Sin embargo, esta situación no es ventajosa para un médico recién graduado; debe ser terrible para ellos, porque no tienen esa experiencia. En el hospital no hay Bacteriología, no contamos con esos estudios, así que toca hacerlos en instituciones privadas.

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La gente sigue esperando. El Luis Ortega, la referencia médica insular, se atesta de esperas. Una población que emerge tanto en su crecimiento como entre un resfriado y una apendicitis, dispuesta a caminar y sentarse en los pasillos del Hospital Central, es una imagen que colapsa la realidad. El diagnóstico general no tardaría en imponer que muy poco se puede dar de alta. Sí, se encuentran la rápida inyectadora, el suministro de penicilina, el responsable respirador, el médico diligente, la indispensable enfermera, pero no cabe ni un aquejado más dentro de las paredes diarias del hospital. Los ambulatorios se resienten por no tener la capacidad ni el personal para ayudar al Luis Ortega respirar con mayor sosiego. Sin embargo, no cabría evocar las primeras líneas de Los cuadernos de Malte Laurids Brigge, ya que el optimismo siempre se presenta con el médico de turno, y éste con la mano en el corazón. Un paciente no es solo la enfermedad, es un todo, diría cualquier responsable doctor. Y sin auscultación, así jadean los hospitales de la isla, como un gran organismo que no sólo se preocupa: también se ocupa. Pero como se espera.

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* Imagenes: Laurentina Carvallo