Por Alejandro Oliveros | 20 de diciembre, 2009

Constanza atascada en Boloña por demoras en el aeropuerto De Gaulle, de donde sale su avión para Caracas. Una oleada de frío ártico se ha instalado en vastas regiones de Europa, con lluvias y nevadas y, lo peor, resbaladizas capas de hielo en aeropuertos y autopistas. Estaba previsto que llegara hoy, pero no será, Dios mediante, si no hasta mañana en la noche. Dos días menos en su compañía. Hoy salgo a comprar el arbolito para que lo decore apenas llegue. Pero, como decía una amiga, con típico optimismo catalán, “El que espera lo más, espera lo menos”.

-Un querido amigo me regaló, hace unas cuantas semanas, un conjunto de tinteros con las más exóticas tintas: “verde esmeralda”, “rojo cardenal”, “amatista” y, así como suena, “cacao”, que es, previsiblemente marrón. Soy un adicto empedernido al negro, pero reconozco que estos tonos son verdaderamente atractivos.

CHANDLER

Una lectura demorada hasta estos días navideños, es una impecable selección de las cartas y ensayos de Raymond Chandler. El simple arte de escribir, es como la han llamado en castellano. Durante una época fui un buen lector de Chandler. Recuerdo que uno de los libros que escogí para leer durante la travesía en barco mercante, la motonave “Aragua”, desde La Guaira a Filadelfia, fue la biografía de Chandler escrita por Frank MacShane. Desde entonces no había vuelto sobre sus páginas. Un hombre difícil Chandler, quien se inició tarde en la escritura (después de los cuarenta), luego de hacer dinero como ejecutivo petrolero y de haberse bebido buena parte de él, lo que le valió un ruidoso despido. Vivió de joven en Europa y en La Jolla, California, el resto de su existencia. Algunas de sus opiniones las deberíamos recordar:

-Últimamente me descubro con frecuencia hablando solo. Dicen que no es tan grave mientras uno no se responda. Yo no sólo me respondo, sino que discuto y me enojo.

-Pasé cinco meses escribiendo mi primer relato, usando un método que les he recomendado a muchos aprendices de escritores, sin convencer a ninguno. Hice una sinopsis detallada de un cuento (digamos de Gardner, que era uno de los que leía y es un buen amigo mío) y después traté de escribirlo. Hecho lo cual, lo comparé con el trabajo profesional y vi dónde estaban mis fallas en conseguir algún efecto, o dónde le imprimía un ritmo que no correspondía o algún otro error. Volví a hacerlo una y otra vez. Pero los jóvenes que quieren que uno les enseñe cómo escribir no hacen eso. Todo lo que escriben tiene que ser, esperan ellos, para ser publicado. No están dispuestos a sacrificar nada para aprender el oficio.

-Un escritor no tiene nada con qué pagar, como no sea su vida. La mayoría son bastardos frustrados con vidas domésticas infelices.

-El noventa por ciento de las novelas policíacas están escritas por gente que no sabe escribir.

-No creo que la cualidad en la novela policíaca que atrae a los lectores tenga mucho que ver con la historia que tiene que contarnos un determinado libro. Pienso que lo que atrae a los lectores es cierta tensión emocional que lo saca a uno de sí mismo sin agotarlo demasiado. Esos libros nos periten vivir peligrosamente sin ningún peligro real. Son algo así como aquellas complicadas máquinas que se usaban, y probablemente se sigan usando, para acostumbrar a los estudiantes de piloto a la sensación de las acrobacias aéreas. Se puede hacer cualquier maniobra en esos aparatos sin correr el menor peligro.

Alejandro Oliveros Alejandro Oliveros, poeta y ensayista, nació en Valencia el 1 de marzo de 1948. Fundó y dirigió la revista Poesía, editada por la Universidad de Carabobo. Ha publicado diez poemarios entre los que figuran El sonido de la casa (1983) y Poemas del cuerpo y otros (2005). Entre sus libros de ensayos destacan La mirada del desengaño (1992) y Poetas de la Tierra Baldía (2000).

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