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Los ojos azules pelo negro de Marguerite Duras

duras1Por Luis Guillermo Franquiz

El comienzo es bastante sencillo: “Una noche de verano, dice el actor, estaría en el centro de la historia”; después, también, un hombre se aproxima a los ventanales de un hotel frente a la playa y contempla a una pareja joven. Se trata de un atisbo secreto, silencioso, pero existe un ingrediente singular, porque el hombre que observa queda subyugado por la visión de un chico extranjero de cabello negro y ojos azules, quien ignora la impresión enfermiza que ha causado. Uno supondría que quien narra la historia es este hombre enigmático, neurótico, voyeurista, que lucha por no sucumbir a la “locura”, una metáfora para sustituir el deseo que no se puede pronunciar, que subyace entre las líneas; y que prefiere contratar la compañía de una desconocida para no ser arrastrado al abismo; esto es claro, así lo ha dispuesto la autora.

Fue en la carretera nacional, al levantarse el día, tras cerrar el segundo café, cuando le dijo que buscaba a una joven para que durmiera con él durante algún tiempo, que tenía miedo a la locura.

Otras veces, intercalado en el texto, existe la aproximación a lo que podría ser un ensayo general, la diagramación que se hace antes de presentar la obra; por eso la presencia del actor, la voz narrativa que está allí para canalizar, conducir, señalar los claroscuros del drama. Entonces se accede a la idea de un montaje, una ficción dentro de la ficción, un juego narrativo muy sugestivo. Pero acercarse a un texto de Marguerite Duras nunca resulta fácil. Pudiera ser que al principio uno se sintiera confundido por la ambigüedad literaria, esa mezcla preciosa de simplicidad y poesía, de sencillez en el lenguaje y el simbolismo implícito de las imágenes que construye a través de párrafos cortos, breves, concisos. La prosa durasiana es lírica, ambivalente, casi lúdica; la autora francesa se permitió jugar con sus diferentes novelas, intercambiando los personajes, cruzando relatos tangenciales, ofreciendo explicaciones en una novela sobre otra muy diferente; y siempre acercándose al amor, a la nostalgia de un sentimiento perdido, una urgencia por capturar y acariciar una experiencia para salvarla del olvido. Eso es Duras, eso sucede en Los ojos azules pelo negro.

Ella quiere oír cómo amaba él a ese amante perdido. Él dice: Más allá de las propias fuerzas, más allá de la vida. Ella quiere oírlo de nuevo. Él vuelve a decirlo. Ella se cubre otra vez el rostro con la seda negra, él se tiende a su lado. Nada en sus cuerpos se toca. Su inmovilidad es común. Ella repite con la voz de él: Más allá de las propias fuerzas, más allá de la vida.

Ambos permanecen en esa misma habitación, sumergidos en el rumor del mar adyacente, inmersos en un diálogo claustrofóbico, circular; es una espiral narrativa que los irá alejando y acercando paulatinamente, como si se tratara de una danza verbal, articulada mediante gestos, miradas, silencios y pausas. Ella se siente atraída por este hombre que le paga para que permanezca allí, haciéndole compañía; él evoca las características del amante ficticio a través de la presencia de esta mujer desconocida. Puede ser un juego de roles, un rompecabezas psicológico muy estimulante, una pantalla que muestra recuerdos perturbadores.

A ella no le habla de él. No se le ocurre. No habla de su vida. Nunca se le ha ocurrido que pudieran hacerlo. Las palabras no están ahí ni la frase para colocar en ella las palabras. Para que ellos digan lo que les sucede existe el silencio o bien la risa, o, a veces, por ejemplo, además, llorar.

La novela conserva un aroma melancólico, nostálgico, como suele suceder en los demás textos narrativos de la Duras; pero es una sensación sublime, perversa, exquisita en el dolor de la descripción, dentro de lo que se evoca. El futuro es un tema incierto para la escritora, pues prefiere recomponer los dramas pretéritos, fragmentos elusivos de su propio pasado, que ella reconstruye con paciencia y constancia. “Escribir –decía Duras- también es no hablar. Es callarse. Es aullar sin ruido”. Se trata de un concepto que ella supo imprimir muy bien en sus personajes, porque lo que no se dice, lo que apenas se vislumbra entre las palabras, es tan importante como lo que se refleja en los párrafos.

Así, Los ojos azules pelo negro es la referencia de un amor que no se conoce, que se inventa y se pierde en un océano de posibilidades literarias; es también una aproximación a la soledad, a la homosexualidad que nunca se menciona, un deseo pospuesto, quimérico, que se intuye de principio a fin.