Paso por allá

Acerca de la feria de arte de Bogotá

Por Jesús Fuenmayor | 21 de noviembre, 2009

Paso por allá

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Vista general de ArtBo, Bogotá, 2009

Por Jesús Fuenmayor

Un nuevo Panam Sat: Las ferias como redes del arte contemporáneo latinoamericano (Acerca de la Feria de Arte de Bogotá)

“La geometría latinoamericana ha sido la única fuente auténtica de unionismo latinoamericano.”

RP

Al epígrafe de Rafael Pereira habría que agregarle ahora además de la geometría, las ferias de arte como factor de unión latinoamericanista, una novedad con mucha tela que cortar. A los que hemos estado observando la forma en la que el arte latinoamericano es tratado a nivel internacional desde la fecha clave del supuesto estallido de la globalización, nos resulta siempre una sorpresa que el arte del subcontinente americano esté más unido por las fuerzas del mercado que por razones culturales. Está claro que lo crucial de esa fecha simbolizada por la caída del muro de Berlín y materializada con la imposición de la economía neoliberal a escala mundial, trajo consigo tanto nuevas dificultades como muchas posibilidades para el arte latinoamericano y que a partir de entonces han aparecido incorporadas a su divulgación.

Uno de las denuncias más frecuentes en la actualidad es que las bienales de arte, supuestas a ser el escenario reflexivo de las artes, se parecen cada vez a las ferias, por su nueva condición de espectáculos masivos sustentados sobre principios económicos y de comercialización exitosa. Un solo ejemplo muestra hasta qué punto las bienales han perdido terreno en su razón de ser: la recepción pública escandalizada ante el intento de Ivo Mesquita de hacer de la pasada Bienal de Sao Paulo un espacio casi exclusivo para la discusión en lugar de un espacio para la espectacularización del arte (de paso, convirtiendo la reflexión en circo). En esta encrucijada actual del formato bienal su mejor expectativa, como nos dijo una vez el curador de la Bienal de Liverpool, es la de ser una fórmula fácil para atraer grandes cantidades de turistas a ciudades hambrientas de ello.

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Oficina #1 en ArtBo, Bogotá, 2009, F. Ileana Ramírez

Pero si las bienales se están convirtiendo en ferias, ¿en qué se están convirtiendo las ferias? A pesar de mis reservas hacia estas, durante la pasada feria de Bogotá (ArtBo, se llama y se celebra anualmente en el mes de octubre), me dejé contagiar por la algarabía de una comunidad del arte que ha contribuido a la transformación de la imagen de una ciudad hasta hace muy poco condenada por su provincialismo y la violencia de sus facciones políticas extremistas. De la costumbre muy difundida hace apenas 10 años de colocar cinta adhesiva a las ventanas de las casas para impedir a los explosivos subversivos dejar su huella, al actual “yo no me acuerdo cuando fue la última vez que algún perro olfateando bombas detectó alguna”, la Bogotá de mi corta estadía fue una ciudad inmersa en una programación cultural expandiéndose desde las ferias hacia toda partes. Un giro radical en un tiempo impresionantemente corto para un lugar que hace tan poco lucía tan abatido.

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Periférico Caracas en ArtBo, Bogotá, 2009, F. Ileana Ramírez

La oferta durante ArtBo (con más de 40 galerías concursando) incluía un excelente salón de jóvenes curado y producido hasta el último detalle por María Iovino, quien también curó la excelente exposición individual de Adriana Arenas. Además de “La Otra”, la feria paralela que contaba con la presencia de galerías como Valenzuela y Klenner, La Fábrica (de España) y Pablo León de la Barra, la agenda incluía una muestra a cargo de la reconocida historiadora española Anna María Guasch en el museo de la Universidad Nacional con un título muy elocuente, “La memoria del otro en la era de lo global”, y un elenco de artistas internacionales como Antoni Muntadas, Rogelio López-Cuenca, Hanna Collins y Kristof Wodiczko. Muntadas también estuvo en la Biblioteca Luis Ángel Arango, y el recorrido por la ciudad sumaba los esfuerzos de Rosario López en los excéntricos espacios del Planetarium, las muestras de Carolina Caicedo en La Central (la galería de moda), Luis Fernando Roldán en Casas Riegner y Barbarita Cardozo en Nueveochenta (la galería del ex presidente César Gaviria). La presencia del director de la Tate Modern, Vicente Todolí, quién dijo públicamente que los ojos del mundo del arte están puesto en Latino América, así como de Julieta González (la curadora para esta región de ese mismo museo), de Adriano Pedrosa y los colombianos Jaime Cerón y Miguel González, tanto como de muchos coleccionistas venidos de otras partes, le daban al encuentro un ambiente de confrontación internacional.

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Héctor Zamora, Delirio Atómico, Lugares Comunes

Una instalación que llevaba por nombre ‘Delirio atómico’ del artista mexicano residente en Sao Paulo Héctor Zamora, parte de un programa de intervenciones en el casco central de la ciudad, dejó en el aire una imagen inquietante. En un edificio modernista donde está localizada la legendaria Librería Lerner, a pocas cuadras de la plaza Bolívar, se podía divisar en uno de sus pisos superiores un apartamento tan repleto de plátanos que se salían por las ventanas. Era una imagen que desviaba la atención de los transeúntes aunque su irrupción era relativamente mínima y pacífica en una ciudad tan acostumbrada a la violencia. Inquietante pero no perturbadora, la intervención generaba una asociación entre modernidad y abundancia, pero también un contraste entre lo exótico y lo moderno. Un modernismo tropical, fracturado y fuera de lugar pero cumpliendo una promesa de diversidad que en otras partes fracasó, anda recorriendo América Latina así sea en el contexto efervescente de las ferias, dejando un sabor a reflexión y a posibilidades de ver un panorama continental a través de las redes a las que más nos hemos resistido: las ferias de arte están supliendo la fantasía de mantener unido un continente que en realidad nunca lo estuvo.

Bogotá no cambió mi convicción de ver al mercado como un suplemento de la reflexión artística, pero si me convenció de lo pobres que han sido nuestros esfuerzos por generar redes latinoamericanas de otras especies en comparación con lo que las ferias están haciendo.

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Héctor Zamora, Delirio Atómico, Lugares Comunes

Jesús Fuenmayor 

Comentarios (4)

Susana Quintero
21 de noviembre, 2009

Reflexionamos, nos preocupamos por los avances de la globalización y los fracasos de la modernidad. Caminamos por Bogotá divagando sobre si la cultura (en el sentido de actividad cultural) de verdad funciona como herramienta de transformación urbana y si es necesario pensar en un “proyecto epistémico del arte contemporáneo”… para escuchar a una señora preguntandose en voz alta: y esos platanos los habrán puesto ahí a madurar? En este link hay más imágenes del proyecto: http://www.culturarecreacionydeporte.gov.co/portal/lugarescomunes/inicio

Gabriela
24 de noviembre, 2009

El trabajo de Zamora es un buen ejemplo de lo que es producir una propuesta urbana sin performar lo que podemos llamar ‘estéticas de la denuncia’. Es paradójico ver cómo los artistas y curadores que creen estar haciendo un llamado vanguardista y desprejuiciado, terminan atrapados o representando (a veces bajo la escaramuza de la parodia) uno de los agentes más estúpidos y embarazosos de la llamada globalización: los media y su concentración escandalosa de denuncias. El trabajo de Zamora, en cambio, es agudo y no se anda con pretensiones. Es una acción bien llevada, sugerente, tan eficaz que incluso muestra cuanta imaginación puede llegar a tener el espectador que lo juzga.

Me parece buena la pregunta que Jesús Fuenmayor deja en el aire. Pero en lo personal, nunca he comprendido bien la diferencia entre mercado y cultura en el contexto del arte. Es una verdad básica que no todo lo que se vende es arte, pero también es verdad que un objeto no es más ‘auténtico’ porque se ‘resista’ al mercado. Ambos me parecen extremos y obtusos. El cuento de la resitencia al mercado es hoy día un fastidio, pues el mercado sigue allí, no lo afectas con eso, sólo afecta la cabeza de algunos curadores con delirios de activista o de ‘descubridores’ de la nueva ‘vanguardia incomprendida’, o simplemente seudo sofisticaciones de un algún resentimiento latente. Por otro lado, el tema de producir arte para vender me parece igual de fastidioso y anodino, pues no afecta la recepción del arte.

Jesus Fuenmayor
24 de noviembre, 2009

Susana: como declaró Zamora, los plátanos una vez madurados se iban a donar. Así que, efectivamente, la señora de tu cuento tenía razón, pero, ¿no es ese acaso un cambio epistémico? Para la señora eso no es arte y allí reside una parte de la efeciencia de la obra de Zamora: afectar al transeúnte sin generar una alteración que tenga que ser primero asimilada por el campo del arte. La señora se hizo la pregunta y ya eso es bastante, no suficiente, ni radical, ni transformador, pero la imagen tuvo una recepción. No se le puede pedir al arte que cambie ni la ciudad ni la realidad (aunque a veces logre hacerlo con menor o mayor éxito), pero sí es su deber producir imágenes que transformen el imaginario (como lo están intentando algunos de los actores en el festín de Bogotá).

Ramiro Tenepe
24 de noviembre, 2009

“No se le puede pedir al arte que cambie ni la ciudad ni la realidad (aunque a veces logre hacerlo con menor o mayor éxito), pero sí es su deber producir imágenes que transformen el imaginario”, dice Fuenmayor en su anterior comentario. No me queda otra que decir ” de acuerdo”. Por cierto, me hubiera gustado ver lo de Zamora.

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