Artes

Mitologías y contramitologias literarias

Por Joaquín Marta Sosa | 19 de noviembre, 2009

Libre lectura

Hanni Ossot_1977Por Joaquín Marta Sosa

En estos días me he puesto a revisar lo que he leído este año (ya sabe usted que el cercano olor de diciembre dispone en el alma de algunos las ganas ubérrimas, diría Vallejo, de hacer contabilidad a pesar de que no sirva para nada, más allá de volver a caer en cuenta de lo perseverante que somos con las reincidencias). Pues bien, del recuerdo de esas lecturas he caído en cuenta de que en nuestro mundo, pequeño o grande, no sé, el de los lectores, existe también una mitología, unos dioses (obras o autores) que no nos atrevemos a poner en cuestión, que a pesar de nuestras reservas siempre asentimos cuando nos hablan de ellos como la quintaesencia del “ser” literario.

Sí, a veces lo hacemos para escurrir el bulto de una discusión que suponemos inútil o farragosa o peligrosa (no sé si conoce la cantidad de amistades y matrimonios que se han roto, o casi, por una discusión acerca de la sazón de un libro determinado o de un autor encumbrado, pero son bastantes; a lo mejor, me dirá con toda razón, ocurre sólo cuando las amistades son frágiles o en los matrimonios ya fracturados, y lo del libro apenas sirvió de coartada, la que buscaban desde tiempo atrás; sí es posible, pero quién sabe). Otras veces nuestro silencio o confirmación más o menos tenue se debe a vacilaciones, incertidumbres, opiniones no del todo seguras, y preferimos regatear la discusión antes que ponernos en evidencia sobre materias que se nos ponen enfrente como ya canonizadas.

Bien, le voy a proponer unas cuantas pedreas contra obras y autores más o menos registrados como literariamente ejemplares. Y no se lo tome ni a mal ni a pecho, son cosas que se le ocurren a uno a esta edad y en esta secuencia final del año, nada más. Pero vuelva a leer Moby Dick o, si no lo ha hecho hágalo pero antes dese un paseo por todas las alabanzas que concita, tantas y tan sostenidas que semejan una muralla imposible de vulnerar. Que si es el corazón mismo de la potente e interminable lucha ente el Bien y al Mal; o la primera indagación novelada sobre las obsesiones malignas, los complejos autodestructivos; que puso la novela en los grandes territorios del mar como metáfora de la aventura humana; que el relato en sí mismo acusa una maestría inusual, un logro fuera de lo común dice el canonizador Harold Bloom… y el inventario proseguirá como una letanía sin límites. Discúlpeme, pero estoy persuadido de que es lo peorcito que ha escrito Herman Melville, ni de lejos comparable a la calidad de Bertleby, Benito Cereno o Billy Budd. Esta Moby Dick resulta terriblemente pesada, sus personajes, en especial el tan llevado y traído Capitán Ahab como arquetipo definitivo, está poco trabajado y deviene en poco menos que esquemático, brumoso y poco creíble. Además, al terminar la lectura (si es que somos capaces de hazaña tan titánica), sabremos muchísimo de cetología (materia a la que le dedica no menos de la mitad de la novela) pero muy poco del arte del buen narrar y sí bastante del mal hacerlo. Y lo más grave del asunto es que la novela no mejoraría si le quitamos las espesas adiposidades del universo de las ballenas, pues quedaría reducida a la crónica poco más que periodística del viaje de un ballenero y de sus tripulantes. En fin, digo, hay que tener muy poco aprecio al tiempo de que disponemos para perderlo (que no invertirlo, imposible en este caso) en esos más de siete centenares de páginas. Nada, que lo desaconsejo con entusiasmo.

Pero como no es asunto de cargarla contra los malos autores (masculinos), les confieso, por ejemplo, que la obra nobelizada de Elfriede Jelinek, autora tan manoseada y vitoreada por su obra portentosamente irreverente y comprometida, su visión descarnada desde al centro mismo de la percepción femenina y otras exaltaciones del mismo tenor, me produce una perplejidad atronadora cuando intento leer Las amantes, por ejemplo, que sus críticos complacidos mercadean como la necesaria y esperada obra sobre la marginación de la mujer, y que no derrota ni uno de los lugares comunes más tópicos sobre el tema. Igual me ocurre con La pianista, El deseo o Bambilandia (salvo que ésta me recordó un famoso programa infantil de la televisión fundacional venezolana y, al menos su título, me provocó cierta ternura retrospectiva). Nada, que el hecho de que sea misántropa, francotiradora y pesimista, literariamente no significa nada si la obra es insostenible. Así que su afirmación acerca de que la “marginación es el lugar del escritor”, tratándose de ella lo comparto plenamente. Nada ha hecho, creo, y me disculpo con los austríacos, para que su obra esté ubicada en anaqueles distintos a los del extrarradio de la literatura que no merecen visitas.

De otro mito, esta vez sobre el texto de Augusto Monterroso, tan cacareado a todos los vientos como epígono del relato breve, sí, ese que literalmente dice “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.” ¡Vaya! Claro, tonto no es el autor pero si que algo de tontería debe haber en todos nosotros (o en muchos) que nos hemos tragado por años la añagaza de que en esa línea, lacónica y simplona, está contenido el gran minicuento de cuanta literatura se haya escrito y se escriba en el futuro. Ese texto si que es, sin dudas, mini, pero cuento jamás, a excepción de que decidamos designar con este vocablo lo que se nos ocurra como, por ejemplo “Estoy escribiendo, pero el dinosaurio no se va”, y con esta calaña podemos seguir sin parar.

Para el final, por no faltarle al respeto, iba a dejar a Mario Benedetti, tan comprometido él, tan honrado a carta cabal, tan voz de los sin voz y otros clarines gracias a lo cual nos masticamos su poesía indigente, sus ensayos más que comunistas, que no lo son, “lugarcomunistas” (en esto sí que resultan pletóricos). Sí, tiene razón usted, algún cuento se salva y hasta con dignidad (especialmente dos, uno sobre el drama del fútbol y otro sobre las apariciones en los aeropuertos), pero sus novelas, La tregua, Gracias por el fuego… mejor lo dejamos así. Hoy me ha dado por creer que su nombre completo, Mario Orlando Hardy Hamlet Brenno Benedetti Farrugia, me parece lo más imaginativo y literario de toda su biografía.

Por fortuna, también leí las Obras completas de Hanni Ossott para confirmarme que en este caso sí, su escritura, trátese de poesía, ensayo, traducciones, crítica, entrevistas y hasta de tesis académicas, nos inunda con los torrentes del verdadero y sobrecogedor planeta de la literatura, sin mixtificaciones, sin mitologizaciones, sin ardores celebratorios y bullangueros, sin necesidad de recurrir a la extraterritorialidad literaria (que si comprometida, que si irreverente, que si…). Es una escritora por todo lo alto, “como un pino” dicen en Castilla. No sólo fue, lo es y lo será. Cualquier otra cosa sobra. “La poesía se escribe con el ánima, no con el logos, no desde el animus. El tiempo de la poesía es el tiempo del ánima (…) Allí están los retratos, el pasado, el hilo de las pasiones. Las afirmaciones contundentes carecen de jerarquía en ese ámbito. Lo impreciso y dubitativo se hacen lugar y cuerpo en el escenario del ánima (…) La casa del ánima es siempre incierta y está como en asombro. Su lenguaje es circular, no rectilíneo.” Y guardó una serena fidelidad a estas ideas y sentires. Así que luego de experiencias desafortunadas, esta poeta, que es mucho más que eso, nos salva el ánima y el animus, éste que hoy amaneció un poco agrio, o harto de tragar sapos.

**********

Hanni Ossott

OBRAS COMPLETAS

bid&co. editor, Caracas, 2008

Joaquín Marta Sosa 

Comentarios (1)

María Salas
19 de noviembre, 2009

Que valiente, felicidades por desmitificar.

Envíenos su comentario

Política de comentarios

Usted es el único responsable del comentario que realice en esta página. No se permitirán comentarios que contengan ofensas, insultos, ataques a terceros, lenguaje inapropiado o con contenido discriminatorio. Tampoco se permitirán comentarios que no estén relacionados con el tema del artículo. La intención de Prodavinci es promover el diálogo constructivo.