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En defensa de Dios

Rosa Náutica

3883-1Por Luis Esteban G. Manrique

El filósofo francés Jean-Paul Sartre escribió que los horrores bélicos del Siglo XX habían dejado un agujero con forma de Dios en la conciencia humana, allí donde había estado siempre lo sagrado. En la teología cristiana, se había definido tradicionalmente el infierno como la ausencia de Dios y los genocidios y campos de exterminio nazis reprodujeron de manera extraña ese simbolismo: los cuerpos atormentados, el escarnio, los gritos y las burlas, las llamas y el olor acre de los cadáveres incinerados, evocaban las imágenes de los cuadros dantescos del Bosco.

Auschwitz fue, en ese sentido, una epifanía siniestra que revelaba la visión terrible de aquello a lo que se asemeja la vida cuando se ha perdido todo sentido de lo sagrado y la dignidad del ser humano ya no es respetada como algo inviolable. El Holocausto creó un dilema atroz en la conciencia europea: si Dios era omnipotente, podría haber impedido la ‘Shoa’; si no pudo detenerla, era impotente; y si podía detenerla pero decidió no hacerlo, era un monstruo.

Por ello, el italiano Primo Levi, que sobrevivió a los campos de exterminio, sostenía que después de Auschwitz ya no se podía escribir poesía, como podía haber dicho que tampoco creer más en Dios o en las esperanzas de progreso permanente surgidas del optimismo inherente a la Ilustración.

Sin embargo, lo que realmente pereció en el Holocausto fue el ‘ethos’ ateo del siglo XIX del que surgió el “racismo científico” que nutrió el antisemitismo y que instruyó a los nazis a pensar en sí mismos como lo único absoluto. Al hacer un ídolo de su nación y su raza, se sintieron obligados a destruir a quienes consideraban sus enemigos.

Así, las guerras mundiales dejaron una huella imborrable en la conciencia europea. El Viejo Continente es hoy, por primera vez en la historia de la humanidad, una sociedad casi completamente secularizada. Según una reciente encuesta, sólo el 6% de los británicos asiste regularmente a oficios religiosos. A lo largo del país se ven numerosos templos desacralizados de todas las confesiones cristianas y que hoy albergan hoteles, teatros o restaurantes.

Autores como Richard Dawkins, Sam Harris o Christopher Hitchens sostienen en libros de gran difusión internacional tras los atentados del 11 de septiembre, que la religión es la cusa de todos los problemas del mundo: la fuente del “mal absoluto” que lo contamina todo. Los ‘neoateos’ se ven a sí mismos en la vanguardia de un movimiento científico/racional que acabará suprimiendo la idea de Dios en la conciencia humana.

Pero como los mismos fundamentalismos que critican, los nuevos ateos se creen en posesión de una verdad absoluta y leen las escrituras sagradas de un modo enteramente literal, tergiversando sus contenidos como los propios integristas. En una reciente encuesta de Gallup, sólo el 7% de los musulmanes entrevistados en 35 países creía que los ataques del 11-S estuvieran justificados.

Lo cierto es que el deseo de lo que llamamos Dios –es decir, de una trascendencia misteriosa e indescriptible- es intrínseca a la naturaleza humana, que difícilmente puede soportar el puro sin sentido de la existencia. El ateísmo contemporáneo es en sí mismo una doctrina difícil de sobrellevar, que requiere una lucha desesperada contra lo inefable.

De hecho, Europa es una excepción en el mundo. En el resto del planeta, la religión sigue siendo un refugio y una fuente de espiritualidad y sentido. El islam no es la única religión en pleno renacimiento. La Iglesia católica está hoy también en medio de una de sus mayores fases de expansión en sus 2.000 años de historia. La población católica mundial pasó de 226 millones en 1900 a 1.100 millones en 2000, un aumento del 314%, frente al 263% de la población mundial.

En África subsahariana, el número de católicos creció un 6.670% en el último siglo, de 1,9 a 130 millones. India tiene hoy más católicos que Canadá e Irlanda juntos y el Congo el mismo número que Austria y Alemania. En 1990 sólo un 25% de los católicos vivía en países en desarrollo. Actualmente esa cifra es del 66%.

La religiosidad del siglo XXI está marcado por un regreso de la experiencia religiosa y no de la aridez del dogma. En esa “teología natural” que propone Karen Armstrong, un referente mundial en asuntos teológicos e historia de las religiones, la respuesta es explorar el funcionamiento normal de nuestra mente para advertir cuán frecuentemente ésta nos impulsa de manera natural hacia la trascendencia. “Lo importante de la religión –escribe- es vivir de forma intensa y fecunda aquí y ahora”.

Las mitologías, rituales, ejercicios espirituales y disciplinas de todas las épocas no buscan necesariamente una coherencia científica o racional o una fiabilidad histórica del origen de sus tradiciones y tampoco una información sobre el origen del cosmos o un salvoconducto a una vida mejor en el más allá. Se trata, más bien, de llegar a un estado de no conocimiento “apofático”; es decir, sin palabras, silente, pero que no es frustrante, sino que es una fuente de asombro, temor reverencial y alegría.

Tras una fascinante exploración del modo en que la humanidad ha capturado el concepto de lo divino en palabras, obras de arte e ideas, Armstrong defiende en este bellísimo texto, la necesidad de construir una fe que hable a las necesidades del mundo contemporáneo. Y su libro lo logra de un modo deslumbrante.

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En defensa de Dios
Karen Armstrong
(Barcelona: Paidós, 2009)