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Giuseppe Domingo, el cronista: «Esto soy yo»

guiussepePor Guadalupe Burelli

Giuseppe Domingo, quien se define a sí mismo como un apasionado de la presencia italiana en América es, sin duda, un hombre elocuente. Al recibirme en su casa, anclada en una de las colinas del sureste caraqueño que miran sin disimulo el cerro el Ávila, dice: «Aquí, en esta casa, he pasado los mejores treinta y cinco años de mi vida». Luego, cuando entramos en su pequeña biblioteca rodeada de estanterías en tres de sus lados mientras en el cuarto se ubica el escritorio colmado de libros sobre la mafia, me advirtió: «Esto soy yo». Así de directo y claro es este siciliano inquieto, considerado por algunos como el cronista de la colonia italiana en Venezuela -el Homero, se aventuró a llamarlo alguno-, y además, el que más sabe de «La Cosa Nostra» en este país. Justamente a escribir un libro sobre el tema dedica ahora su tiempo, liberado, como está, de las otras muchas y variadas actividades comunitarias, deportivas, políticas y culturales a las que ha dedicado buena parte de su vida.

Todo el que llegó a La Guaira como inmigrante -sobre todo los europeos-, llegó aquí por una sola razón: porque dejaban atrás el hambre, dejaban atrás toda la tragedia de una guerra y entonces ¿qué encontraron? Un sitio que para nosotros en aquella época fue una especie de paraíso terrenal, un país con paz, un país bello, un país con el clima mejor del mundo, un país, si lo pongo de último no importa, con las mujeres más bellas que he visto, porque es así.

En Italia también las hay muy bellas….

Sí, pero es que es otra cosa, no sé, eso sería muy largo de explicar y no lo sé hacer. El hecho es que me hice venezolano a los tres años de estar aquí y cargo cédula venezolana de un millón ochocientos y pico mil.

¿Cuándo llega a Venezuela?

En el 51.

Ya su padre había venido para acá en el 49.

Sí, yo vine con mi madre y una hermanita que nació cuando mi papá regresó de África a Sicilia, y el otro hermanito nació aquí. Ahora, mi hermana que llegó con tres años y se nacionalizó a tiempo, según la ley es venezolana por nacimiento. Yo tengo el carnet del servicio militar como si fuera uno que tenía que ir a empuñar un fusil por la patria, o sea, tengo todas las condiciones de venezolano, menos una..

¿Ser Presidente de la República?

Exacto.

Se lo deja a otro…

¡Resulta que yo aspiraba muchísimo menos! La única diferencia que encontré, no solamente con los paisanos míos, sino con todos los demás inmigrantes que vinieron de Europa, era que yo no tenía la pasión intensa de ganar dinero, de guardar dinero e irme rico de aquí: ésa fue la diferencia. Quería entrar en lo más hondo del alma venezolana y tuve la gran suerte que entrando al país como topógrafo…

Cuando llega había hecho ya la escuela técnica en Sicilia y se ha graduado de geómetra, lo que es decir, topógrafo.

Sí, lo que pasa es que el geómetra hace dos cosas: es topógrafo y dibujante proyectista de pequeños edificios, de casas; diría que es una combinación de ingeniero rural, por llamarlo de alguna forma, y topógrafo. Aquí me fui por la topografía sola, porque era lo que se necesitaba en ese momento cuando Pérez Jiménez empezó a hacer las grandes obras del país: represas, carreteras. Trabajé con el gobierno durante tres años.

Para terminar sobre el punto anterior que es muy importante: me di cuenta que la pasión mía no era hacerme millonario, definitivamente, eso no. Fíjate que mis inclinaciones iban por otro lado, y antes de venir de Sicilia gané en un concurso el primer premio de poesía siciliana, sobre doscientos poetas viejos que compitieron conmigo.

¿A qué edad?

A los diecisiete años. Entonces, si uno se gana un premio de esos no viene aquí a hacer dinero, porque tiene otro vuelo. Aunque, claro, necesitaba ganar dinero para vivir. Digamos que la fiebre mía no era tanto acumular bienes, sino acumular sabiduría, acumular todo lo que pudiera saber de Venezuela. Hay poca gente que conoce a Venezuela como yo, porque la profesión me lo permitió.

¿Dónde vivía cuando llegó?

En San José, donde papá tenía una barbería cerca de la casa.

¿Él montó su barbería a pesar de que vino a Venezuela recomendado como electricista?

Sí, bueno, porque esa es la típica mamadera de gallo de Venezuela. Decían: Esta semana han venido muchos barberos ¿por qué no te pones como electricista? Y papá salió corriendo a comprarse un libro de electricidad para ver qué aprendía por si aquí le hacían preguntas, pero jamás le preguntaron nada, así que montó su barbería, se puso a trabajar, y nadie más supo qué hacía, hasta que de aquí se fue a Estados Unidos, y después regresó, pero ya eso es otro cuento.

Nosotros vivíamos de Mirador a Esmeralda, a una cuadra de la barbería y ahí me pasó una cosa que es bonito contar. Desde los cinco a los diez años estuve en África, en Addis Abeba, donde vivíamos en una casita que separada por una cerca, tenía una especie de tribu de negritos puros, y papá me decía: ¡Si tú pasas la cerca y te vas a jugar allá con un negrito yo te mato a palos! El temía que me enfermara ya que esos muchachos tenían por lo menos veinticuatro enfermedades contagiosas porque no conocían ni qué eran las vacunas, para empezar. Total que eso era una lucha, porque él pretendía que sólo me moviera de la cocina al dormitorio, del dormitorio a la cocina y no saliera de allí. Así que yo esperaba que papá se fuera a trabajar, brincaba la cerca y estaba con los negritos jugando, hasta comía la comida de ellos, imagínate: la barbaridad del siglo, pero tenía seis años. En aquella época cuando caminábamos por la avenida principal de Addis Abeba, que entonces se llamaba Viale Mussolini, sentía unos olores y preguntaba: Papá ¿qué es eso? Me decía que era el mercado indígena de los negros, y que ahí los blancos no entraban por la higiene y tal. Pero eso era una invitación a entrar y cuando papá se había ido por su cuenta me metía allá y no compraba nada, olía, Dios mío, qué es esto, olía, olía, olores exóticos. Bueno, pasó el tiempo, el campo de concentración, la guerra, y cuando llegamos a Caracas, diez años después, ansiaba las frutas tropicales que en Italia no había y yo las había comido en Etiopía. Vamos al mercado para que te hartes, ahí están los mangos, los cambures, todo, me dice papá, y vamos juntos al mercado de San José que estaba lleno de gente en aquella época. ¿Tú no has visto esos muñequitos que pasaban antes de Walt Disney, en los que había un pájaro que olía algo y se iba atrás del olor? Yo hice igualito siguiendo un olor que era el que me recordaba a Addis Abeba y que sólo al llegar al puesto de las frutas supe que era el olor de la guayaba. Pues ese olor lo sentí de África a Venezuela, porque la pasantía por Sicilia no me dijo nada, y entonces ni siquiera sabía a qué sabía eso, tan es así que cuando fui a comerla no me gustó, era el olor penetrante lo que me atraía. Total que le dije a papá: Ese es el olor. ¿Olor de qué? Del mercado indígena de Addis Abeba, papá. ¿Y tú como conservaste ese olor? No sé papá, aprendí el olor y aquí fue que renació en medio de todos los otros olores.

El olfato que evoca tantas cosas, de repente un olor te dispara toda una situación, si no, que lo diga Proust…

Lo probé en mí mismo. Eso para mí quizás sea anécdota de mi vida más significativa, ahí no hubo palabras, el olor me trajo de un mundo a otro mundo.

Esa experiencia africana siendo tan jovencito lo habrá preparado para lo exótico, para lo diferente, para descubrir otras cosas ¿verdad?

A los dos meses de llegar, un amigo de papá, que a su vez conocía a un señor ahí, me llevó a una oficina del Ministerio de Agricultura, donde me preguntaron: ¿Profesión? Geómetra. ¿Qué vaina es ésa? Bueno, eso es topógrafo y ayudante de ingeniero, o sea, proyectista de construcciones. Bueno chico, aquí hay trabajo para topógrafo así que mañana estás trabajando. El caso es que existía la oficina del Proyecto Guárico que era la que coordinaba todos los trabajos de la represa de Calabozo, esa inmensa represa, y entonces entré ahí como el asistente del coordinador. Imagínate tú, de un solo golpe. Increíble.

¿Hablaba español?

No, nada, pero lo hablé en tres días.

Tenía facilidad para los idiomas. Leí en su libro Famiglia Nostra que a los siete años, en África servía de traductor ¿cuál es la lengua que se hablaba allá?

El lamara.

Volvamos a la topografía…

Había estudiado topografía pero nunca había montado un teodolito, me enseñaron la teoría y aquí me encontré con cuarenta mil topógrafos de todas las nacionalidades que venían de Europa y me pegué de uno que era el más viejo: un comunista español huido de España porque lo iban a fusilar.
No creía en Dios, no creía en santos, no creía en nada, pero para mí fue una cosa fascinante conocer a alguien que no pertenecía al mundo nuestro, sino que todo lo veía distinto, al revés. Hablábamos noches enteras después del trabajo.

¿Recuerda su nombre?

Él se llamaba Miguel Carnicero, murió y dejó un hijo que se llama igual que él y que es un ingeniero civil, venezolano porque nació aquí, de primera categoría. Era un anárquico puro y los anárquicos siempre terminan muertos de hambre porque no creen en nada y todo lo destruyen. Desde luego que no podía imitarlo, no podía hacer lo que hacía él, las blasfemas más inmensas y grandes que he escuchado en mi vida, eran las que él decía, y era ejemplar porque trabajaba como una bestia. Aprendí rápidamente lo que él me dijo y ya después cada uno iba por su cuenta porque los topógrafos nunca trabajan juntos: un topógrafo trabaja él, su teodolito y seis obreros. Me tocaron obreros llaneros, descalzos, de franelita y pantaloncito hasta la rodilla, analfabetos totalmente, con un vocabulario estrechísimo. Pasaba todo el día con ellos y en la noche íbamos a la casa de la finca grande a dormir, y mientras una señora nos preparaba comida se reunían tres de ellos: uno agarraba el cuatro, otro agarraba el arpa, otro agarraba las maracas y empezaban a tocar como dioses. ¿Qué es esto? Analfabetos, brutos, ignorantes, y tocan como dioses… porque hay que ver que cuando tú oyes vibrar cuerdas, aunque no sepas nada de música, te das cuenta cuando están tocando como dioses. Me dije no, aquí hay algo que no entiendo, y es que para ellos la música que hacían era como fumarse un cigarrillo; era la única distracción que había, y los aparatos si tú los vieras, se caían a pedazos, no sé cómo sacaban aquella maravilla. Entonces ahí
me nació toda una curiosidad por lo que era ese mundo tan desconocido, que por el trabajo me llevaba de un sitio a otro. Estuve varios años en eso por todo el interior de Venezuela, prácticamente de punta a punta.

Fueron muy importantes en la construcción del país en aquella época los geómetras italianos…

Sí, aunque casi todos se fueron, porque ellos no resistían el interior y era lo que más me gustaba a mí, porque claro es que también se necesitaba. Ahí estuve como tres años, y en el 55 me puse a trabajar por mi cuenta como geómetra, y después como avaluador también. Ya en Caracas monté una oficina, de Jesuitas a Tienda Honda, frente a la Universidad Católica. Tenía veintiún años. Todos los días tomaba café en una cafetería italiana al lado de la Universidad con Rafael Caldera a quien todo el mundo saludaba, pero como no conocía a la gente no sabía quien era hasta que años después, llegó a Presidente.

¿Cuándo comienza a escribir sus artículos de prensa?

Mi papá siguió con la barbería un par de años y luego montó un restaurantito italiano en la Avenida Casanova que se llamaba La Soledad. Siempre le gustó la cocina. Y, fíjate tú, hasta ese momento que papá montó el restaurante, yo era un hombre de trabajo más nada, sí me encantaba ver, buscar, indagar, pero no escribía nunca un carrizo. Resulta que uno de los primeros clientes que venía a comer todas las tardes o la noche era Gaetano Bafile, el director fundador de La Voce D’Italia que estaba a media cuadra. La curiosidad mía era de locura y entonces me hice amigo de Bafile, quien un día me invitó para La Voce y durante veinticinco años seguidos hice una columna en la Voce D’Italia que se llamaba «El Gatopardo» para rendirle homenaje a mi tierra. Luego me cansé, pero seguí escribiendo, en El Mundo, en El Universal.

Esos artículos están recogidos en un libro…

Sí. Siempre escribí sobre temas de la comunidad y deporte, porque trabajé mucho con el deporte.

Vamos a retomar el hilo. Vino a Caracas, montó la oficinita de avalúos cerca del restaurante y paralelamente empezó a escribir en La Voce D’Italia …

Esa fue una relación que se mantuvo hasta el otro día, porque Bafile se mudaba con todos sus peroles y yo me mudaba atrás de él, lo buscaba. Fue una etapa muy bella, veinticinco años, pero no podía seguir en eso, porque ya después de haber escrito tanto sobre los italianos, convivido con ellos en el club y tanta cosa, pensé: me estoy volviendo una estatua de mármol aquí, porque no vibro más, no me muevo, porque no se puede hablar toda la vida de italianos.

¿La italiana siempre se ha mantenido muy unida como colonia?

Sí, bastante, aunque internamente los clubes pelean como perros y gatos, pero después terminan dándose abrazos y besos.

Pero este contingente que vino de inmigración selectiva de los años 50, como grupo se mantuvo muy junto ¿no? Porque en cambio, aquellos que vinieron antes se mezclaron desde un principio.

Es que los otros, perdóname, no llegaron ni siquiera a reunirse una vez, porque estaba uno en Los Andes, otro en Carúpano, otro en Aragua. Esta, en cambio, se mantuvo bastante junta porque había que estimular una serie de actividades que unían mucho al italiano, como el fútbol, por decirte un ejemplo. Yo averigüé que llegaron acá de Italia después de la guerra, alrededor de un millón de italianos. Un buen porcentaje no resistió y se volvió. Si tú luego a los que se quedaron, que fueron seiscientos, setecientos mil, los casas con venezolanos, con quien quiera que sea y tienen hijos, ya tenemos dos millones de venezolanos con sangre italiana, así de sencillo. Aunque italianos, portugueses, españoles, ese corazoncito no lo perdemos nunca porque la raíz se mantiene para siempre. Esas raíces son las canciones, la comida, las malas palabras, porque las malas palabras en italiano son mucho más bellas que en cualquier otra parte del mundo, las groserías italianas son las más simpáticas del mundo.

Cuando leí algunos de sus textos advertí una vocación hacia el servicio comunitario, a través de Facur, por ejemplo.

Muchísimo. He participado en muchas actividades en las últimas cuatro décadas: deporte, organizaciones no gubernamentales, Facur, instituciones de la comunidad italiana, después política, sin ser activista, sino que me apasionaba la cuestión, cultura, miembro de la directiva de la Asociación de Escritores de Venezuela…

La suya ha sido una vida muy rica en muchos aspectos.

Sí, normalmente me levantaba a las seis de la mañana y me iba a dormir a las 12 de la noche después de trabajar, ir acá, ir allá, atender la familia, es que siempre he sido hiperactivo. De Facur tengo satisfacciones inmensas y también tengo problemotes. Por Facur sufrí la depresión de mi vida en el año 92 que me duró seis meses mientras andaba viendo por dónde me tiraba más fácil para morirme rápido.

¡Qué bueno que no encontró por donde! ¿Cuál es la región que tiene más italianos aquí?

Abruzzo, número uno; número dos Sicilia; número tres quizás Nápoli, después hay que hilar muy fino, no podría saber, los otros sí los tenemos censados.

Retomamos el tema del deporte…

Empecé a jugar tenis a los veinticinco años, era un tenista viejo y no era ninguna estrella, pero sí me gustaba la organización, entonces empezamos a hacer torneos en el club con otros dos amigos y también trajimos a tenistas del exterior para exhibiciones. Un día me llamaron de la Federación de Tenis, con ocasión de un cambio en la directiva, a proponerme que los acompañara como vocal, y terminé en presidente. En el 74 me tocó ir a los Panamericanos de México dirigiendo al equipo venezolano de tenis y allá se constituyó la Confederación Panamericana de Tenis, que abarcaba desde Canadá hasta Chile, y salí como el primer vicepresidente.

Se puede decir que todo lo que quiso hacer lo ha podido hacer.

Después me iba dando cuenta qué mérito tenía y la pasión que le ponía, pero simplemente es que me metía en algo y me decían: Usted, por el cargo, tiene que hacer esto, esto y esto, y yo lo hacía, mientras los demás compañeros se echaban palos. Yo nunca hice méritos especiales para subir, simplemente soy ordenado en mi vida. Me daba rabia si un día buscaba los datos del campeonato de hace cinco años y nadie los sabía porque tenían la información tirada en una gaveta, entonces me iba un sábado y empezaba a archivar todo, a poner orden. Eso ya me convertía en la estrella del tenis… ¡hágame el favor! Yo conocí ahí toda la belleza del tenis, pasé unos años exquisitos.

Muchas personas me han comentado que usted es considerado como el cronista de la colonia italiana, porque conoce la vida y milagros de gran parte de ellos.

Nunca he buscado títulos ni cargos, jamás, me han llegado solos. Trabajé como cronista de la presencia italiana en Venezuela sin saber lo que era, sino que hacía lo que hace un cronista, y un buen día en una asamblea de Asociaciones de Tenis, Asociaciones de Clubes Italianos de todo el país, alguien dijo: Aquí hace falta un cronista. ¿A quién ponemos? A quién ponemos no, hay uno que hace cuarenta años que es cronista, entonces me dieron esa plaquita que ves ahí, mira qué bonita.

Casi todo lo que he escrito y publicado en libros tiene que ver con Italia y los italianos. Es que uno dice: ¿quiénes somos los italianos en esta broma? Y me interesó indagar la cosa desde el más humilde hasta el más encopetado, siempre que tenga un valor específico. De vez en cuando descubría una cosa y Bafile me ayudaba mucho porque él tenía más años que yo en Venezuela. Me dediqué a eso cuarenta años prácticamente y me sirvió para llenarme de conocimientos, de ideas, sé dónde está cada cosa y si se me olvidó, la voy a buscar si me interesa. Antes de hablar de alguna cuestión en particular, pasaba un mes jurungando todos los escritorios de los amigos, metiendo adentro del bulto los conocimientos de lo que la colonia italiana estaba haciendo en Venezuela.

¿Cómo se va dando la integración de los italianos y los venezolanos?

Fíjate que los italianos que se quedaron empezaron a casarse o trajeron a la mujer de Italia, y echaron raíces. Sin embargo, de esos señores no hubo uno solo que, por lo menos durante veinte o veinticinco años, ocupara una hora a la semana a la actividad no remunerada, porque el italiano vino a trabajar -no ofendo a nadie, soy honesto- pero a trabajar para él y su familia. Y no lo critico, pues vino aquí después de toda la tragedia de la guerra y uno se vuelve muy egoísta en el sentido de que pienso por mí, los demás que Dios los arregle, y como aquí en Venezuela el desorden siempre ha sido la norma, cuando tú ves un tipo que trabaja y no sale de su casa de noche, que no participa con la comunidad, la gente dice: Ese es un fenómeno, buena gente, no se rasca, trabaja, sí, fue educado y tal, pero resulta que no convive con los del país. Empezó a convivir en los clubes, porque muchos venezolanos iban entrando en estos clubes.

Entonces, la simbiosis de las dos razas vino al revés, no porque el italiano se metió en los venezolanos, sino que los venezolanos se metieron en los italianos a través de la comida o del sastre o del barbero, porque al venezolano le daba nota decir: Mi barbero es un italiano. Pero ve a ver si uno siendo italiano decía: Yo tengo un zapatero que me arregla los zapatos que es venezolano, eso no existe. Si van a Estados Unidos la cosa es distinta, porque aquel ya es un país hecho, entonces tú llegas allá y tienes que agarrarte del último tren de la caravana que lleva el país, aquí nos agarramos en el segundo, no digo el primero porque era demasiado, pero nos agarramos del segundo. Entonces ¿qué sucede? Que los que vinieron con la cabeza bien puesta para hacer reales, que normalmente fue la generación delante de la mía, que vinieron de veinticinco, treinta años con una profesión ya hecha, con una manera de ver la vida, con la necesidad porque hicieron la guerra -yo no hice guerra, fui víctima-, ese italiano se encerró en sí mismo, en su familia, metió los hijos en un colegio italiano, buena parte, por lo menos los que podían pagarlo, y entonces vino la introspección en lugar de abrirse hacia el mundo donde estaba.

Ahora, me parece que de las tres comunidades grandes quizás los portugueses son aún más introspectivos que nosotros, pero eso no contribuye con el país. Uno ha podido trabajar aquí, los italianos se metieron en las grandes industrias alimenticias, de la construcción, del calzado, de aserraderos, es decir, en industrias donde se necesita invertir muchos millones y después se ganan millones de dólares, pero los ganaron decentemente haciendo algo que cualquier otro hubiese hecho, sólo que ellos llegaron antes y lo hicieron primero. Eso no lo critico, pero digo que muy poco hicieron para asomar un dedito dentro de la comunidad venezolana, y a los hijos normalmente, cuanto más los podían alejar de aquí mejor, si no estudiaban en Italia estudiaban en Estados Unidos, o en el colegio privado italiano. Aun habiendo nacido en este país los desarraigaban, les metían en la cabeza: Sí, tú naciste en Venezuela, pero tu padre, tu madre, tu abuelo, tu abuela, son todos italianos. Ésa no es mi manera de ver las cosas, siempre fui y sigo siendo, un gran amante y promotor de la integración italo-venezolana, porque me parece que integrándonos ganamos las dos partes. Hay en Venezuela treinta y cinco clubes italo-venezolanos, porque siempre se insistió en eso. Aquí hay clubes de extranjeros donde no te permiten hablar otro idioma, si no hablas su idioma no puedes entrar, lo que es una discriminación, una separación violenta que no tiene sentido. Aunque debo decir que mantener el regionalismo en el lenguaje me parece lo más bello del mundo, pues cada uno tiene su dialecto.

Pienso que no era una tarea difícil porque encontraron un país muy abierto para propiciar eso. Además, tengo la sensación de que los italianos son queridos, porque a la gente en general, le gusta Italia.

En su libro Famiglia Nostra usted habla con mucha propiedad sobre la Mafia porque conoció a varios mafiosos de pequeño en Sicilia. Hábleme de eso que es muy interesante.

Mi relación con la Mafia es de simpatía y de odio al mismo tiempo, porque eran unos tipos correctísimos, elegantes, bien vestidos, que nunca iban armados porque ellos ordenaban a quiénes iban a matar, no lo hacían directamente, jamás lo hace el mafioso. Hay tipos que trabajan con los mafiosos y se dicen mafiosos, pero es el propio mafioso quien dirige toda la operación. Él te dice: Mire, yo no tengo nada que ver con eso, mis manos están limpias. Me pueden hacer la prueba de la parafina, yo no pego un tiro, no tengo revólver ni nada. Lo tienen en casa si acaso, pero normalmente ellos están limpiecitos. Y es verdad.

En una conferencia que di sobre la mafia en el Hospital de Clínicas Caracas, me preguntaron: ¿Usted cree que sea posible que una rosca mafiosa, un grupo de mafiosos, una familia de mafiosos, se traslade aquí a Venezuela a montar aquí una especie de sucursal de la operación mafiosa? No, dije, eso está descartado totalmente, se lo puedo garantizar porque los mafiosos son personas demasiado serias, no pueden venir a un país de bonchones. ¡Se venía abajo todo el auditorio de la risa! Pero fíjese cómo es la cosa. En Estados Unidos, como la gente trabaja y es muy seria, la mafia echó raíces, en Venezuela no puede, porque aquí te encuentras un mafioso y le dicen: Epa tú, mafioso, ven acá chico para echarnos unos palos.

¿Pero intentó la Mafia venir en algún momento?

Vinieron como a descansar, porque en dos oportunidades hubo gente que estando perseguida como mafiosa en Italia, se fue para Canadá donde construyeron edificios, hicieron de todo, y un buen día estos tipos, eran dos hermanos con las respectivas familias, aterrizaron aquí cuando el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez y les dieron la residencia en cinco minutos. Su sitio de operaciones era Sabana Grande, el Gran Café concretamente, porque cualquiera que llegara del exterior y quisiera conocer rápidamente gente encopetada venezolana tenía que sentarse ahí en esa época.

Los amigos me preguntaban si yo, como siciliano, creía que los dos hermanos fueran mafiosos de verdad. Les decía que podía garantizarles que sí lo eran, pues, si tú caminas como mafioso, tomas café como un mafioso, te vistes como un mafioso, andas con otro mafioso y haces todo lo que hace un mafioso ¿qué otra cosa puedes ser? Es que la mitad de los compañeros míos de clase en el bachillerato eran hijos de mafiosos y muchos de ellos me llamaban a la casa. El papá de uno en particular, que era un tipo siempre con la sonrisa en los labios, me saludaba y me cacheteaba así como un muchachito y me decía: ¡Qué gran persona es tu papá! Es un hombre digno, un hombre serio, tú tienes que tomar el ejemplo de tu padre, no te dejes arrollar por nadie. Yo decía ¿qué es esto? Esto me lo tendría que decir el cura, no el mafioso. ¿Tú sabes quiénes eran los mejores aliados de los curas cuando tenían un problema, cuando no les daban una plata de la región? Los mafiosos. Siguiendo con los mafiosos canadienses, al tiempo los fueron, porque resulta que los tipos comenzaron a comprar cash todos los hoteles de la calle de los hoteles allá en Sabana Grande, El Bruno, el otro… Un día estaba cortándome el pelo casa del barbero Lino cuando entró uno de estos mafiosos, pidió permiso para usar el teléfono y empezó a hablar. Yo me puse congelado, porque ellos hablan otro idioma, no el siciliano ya cernido porque todos los idiomas se van puliendo con el tiempo, sino el siciliano antiguo que es muy parecido al que se habla en la calle, y es una de las formas para reconocerse entre ellos.

Sobre ellos llegaban todo tipo de informaciones de gente que supuestamente los conocía del Canada: que si ellos vaciaban sótanos de concreto sobre cadáveres que se quedaban ahí momificados porque en lugar de matar y dejar en la calle a la gente que tenían que eliminar, utilizaban este método. Un día una hija de estos mafiosos se casó en el Hilton con mil quinientos invitados entre los que había dos ministros del gobierno, imagínese, bueno, pensemos que cayeron por inocentes. Hasta socios del Club se hicieron porque compraron una acción y todas las referencias que presentaron ante el Club estaban perfectas. Después ellos se metieron en sus líos y se retiraron por cuenta propia. Un buen día, como quince años después, empezaron a llegar solicitudes de Italia pidiendo su deportación y el gobierno los despachó.

¿Y dónde existe todavía la mafia como tal, con su manera clásica de proceder, su código de honor?

En Estados Unidos los jefes de familias o grupos mafiosos están todos muertos y los hijos se degeneraron, unos invirtieron en Las Vegas en edificios, otros se metieron en cualquier cosa, entonces a los que se dedicaron a la vida vamos a decir decente, no los han tocado, y los que intentaron seguir en la Mafia se encontraron frente al problema de que no eran tan inteligentes como el papá y los agarraban fácil, porque se hereda el nombre, se hereda el carnet de mafioso, pero el cerebro no, y prácticamente Estados Unidos acabó con la mafia. Allá lo que hay son delincuentes de más categoría y delincuentes de menos categoría. Lo que pasa es que se ha dado por llamar Mafia a una cosa que antes no salía de la isla de Sicilia pero que ahora se internacionalizó, y entonces hay la mafia china, la mafia rusa, la mafia de aquí, la mafia de más allá, los grupos que se meten a robar.

Con un sentido de delincuencia grupal.

Te doy el caso de Colombia, que tiene la producción de cocaína más grande del mundo, que tiene los comercios de exportaciones y ventas, la organización más potente, bueno, ellos son más mafiosos que los de Sicilia.

¿Cómo se define el concepto de la «omertá»?

El concepto de la omertá, que es consustancial con la Mafia, viene de hombre. ¿Qué quiere decir eso? Que en Sicilia cuando un tipo anda hablando pendejadas por aquí y por allá, no es considerado un hombre, porque ser «hombre» no significa un ser humano con dos piernas, dos manos y una cabeza. Hombre es el tipo que ve que un señor le pega un tiro a otro y no lo denuncia, no lo dice, porque eso no es problema suyo. No denunciar, en Sicilia, es ser hombre y eso viene de siglos. Por eso es que la Mafia encontró la tierra abonada, porque tiene que ver con unos valores muy ancestrales de los sicilianos: no sé nada, no he visto nada, ni digo nada.

Ser inmigrante y lograr hacerse una vida desde cero en el país que lo recibe tiene un mérito inmenso….

A veces pienso ¿cuál es el mérito de uno si uno fue empujado por las circunstancias? No es que uno se metió en esa aventura por su cuenta, yo cuento los cuentos míos desde los cinco años para acá y la gente me dice tienes que escribir ese libro, no lo escribo porque me pongo a llorar si me pongo a escribirlo.

Bueno, pero ¿esa no es la historia que está contada en su libro Famiglia Nostra?

Sí, claro, pongo mucho ahí, pero hay cosas que de verdad son tan trágicas que harían un tronco de libro, pero prefiero no ser tan trágico, y a lo trágico que cuento ahí le meto más humor que el carrizo, ¿te das cuenta?

Tiene mucho humor, me gusta eso del libro. No hay allí ni la más mínima intención de producir conmiseración…

Auto conmiseración, que es lo peor del mundo, y definitivamente no tengo esa broma.

¿Nunca se le ocurrió regresar a Italia?

Cuando vine a Venezuela había estado en Africa cinco años, regresé a Sicilia donde estuvimos otros años, y de Sicilia fuimos mi hermanita y yo con mamá en tren hasta Nápoles para venir a Venezuela, porque ya papá se había venido. Llegamos a Nápoles en la mañana y en la tarde teníamos que embarcarnos en el buque. Yo estaba enamorado de las canciones napolitanas, de todo el amor y el humor de la cosa napolitana, pero no pude ver nada porque nos metieron en el barco y llegamos aquí. Luego pasé más de 10 años, 15, sin moverme de acá. Cuando sentí que podía darme el lujo de hacer un viaje, porque a mí esos viajecitos muertos de hambre no me gustan, me gusta viajar cómodo: poder tomar un taxi, tomar un hotel que aunque no sea de primera, no sea menos de tercera, fui a Italia con mi familia. En total lo hice como siete u ocho veces como turista, con mi pasaporte venezolano.

Conocí Italia como turista venezolano, esa es la verdad. Un pedacito de mi corazón está en África, el otro 75% está en Sicilia, y mi vida entera está en Venezuela, con todo lo que puedo amar de esta tierra y de lo que está sobre ella. Si hay algo que no me gusta de Venezuela son los políticos, tanto de un lado como de otro, porque son los que se matan la vida para hacernos infelices a los que estamos viviendo aquí decentemente, mientras ellos quieren imponer sus ideas, que no sé si coinciden con las mías, porque ellos lo plantean muy bonito, pero la realidad es otra.

¿Qué tienen en común los italianos y los venezolanos?, ¿qué nos une?

¿Qué nos une? Muy fácil: de Abruzzo para abajo, hasta Sicilia, nos une nuestro carácter, somos igualitos: los meridionales somos venezolanos. A mí no me costó nada ser venezolano, porque esta gente es igual que yo en la poesía. Ahora, los del norte son otra cosa, no me preguntes por qué cada vez que lo defino me tengo que poner bravo con la gente, pero de Abruzzo para arriba se habla de dinero, de negocios y de lo que tú quieras, de cultura, de las óperas más bellas del mundo…

El arquetipo del italiano que se tiene fuera de Italia, el del italiano romántico, que canta a la buena vida, a la alegría, es totalmente meridional…

Cuando hablo con mi amigo Antonio Costante que es del sur, de una región que no tiene ni siquiera tierra para cultivar, sino pura piedra, le digo: Tú, tan culto ¿qué eres? ¿De dónde sacaste tanto amor por la cultura? ¿Y sabes qué me dice él? Qué quieres tú, Giuseppe, si en mi tierra no había nada que hacer, es pura piedra, no nos quedaba a nosotros sino hacernos cultos. Bonito ¿eh?

Bonito, claro. Leía y oía, necesitaba inventarse otro mundo. En todas las historias en los inmigrantes generalmente hay personas del país donde se llegó que sobresalen porque confiaron en uno, porque brindaron una oportunidad, porque abrieron una puerta, gente que ha sido, digamos, como llaves en el país ¿hay alguien así para usted?

Sí y no. Los primeros diez años los pasé trabajando en el monte, por todas partes, no tenía idea entonces de que me iba a poner a escribir cosas, aquel fue momento en que uno tenía que darle duro. Digamos que en los primeros años no hubo un personaje que me marcara. Después fui conociendo mucha gente y hoy puedo decir que conozco muchísima gente. Tendría que hacer una lista muy grande para decirte qué personaje venezolano ha influido sobre mi persona, pero no hay duda de que los que han influido más han sido la gente de la cultura. Estuve 10 años en la Asociación de Escritores, fui miembro de la junta directiva, fundé allá el Instituto de Previsión Social del Escritor. Esos años fueron básicos y determinantes para mi vida cultural. Por ejemplo, con Caupolicán Ovalles tuve una relación mental muy fuerte, y tendría que escribir un libro sólo para relatarla.

¿Y sus hijas qué se sienten?

Por mi cuenta y riesgo fui más claro que el carrizo. La madre de mis hijos es venezolana, nuestra familia es venezolana, porque ella es la que pare no yo, e hizo tres hijas que son venezolanas de padre italiano: ya no tienen que decir más detalles para identificarse, si es que alguna vez se la piden. Nunca les insuflé italianidad. Jamás. Les hacía ver cómo veía las cosas, qué era lo que consideraba bueno o malo. Lo único que traté fue de enseñarles un poquito de educación y de buenos principios, pero no les he enseñado religión, no les he enseñado a quien se debe respetar, no les he enseñado que tienen que ser italianas antes que otra cosa, eso se los dejé a su escogencia total. ¿Qué sucedió? Que cuando llegaron a la edad de ir a la universidad, empezaron a decirme: Tú has sido el mejor padre de todos los hijos de inmigrantes que conocemos. ¿Y por qué? Porque nos has dejado hacer lo que nos daba a gana. Las hijas mías hablan italiano y español porque quieren, no porque las obligué.