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Diario: Malcom Gladwell

Unas cuantas fugaces gotas de agua son bienvenidas por las sedientas plantas y los pájaros después de una prolongada sequía. No llovió cuando se esperaba y lloverá cuando no debería, como en aquel trágico 1999. El “global warning” hace estragos, ante la indiferencia de los gobiernos dominantes. Los Estados Unidos se resisten a firmar el Protocolo de Tokio y Japón se niega a reconocer las limitaciones a la pesca del atún en sus aguas, aun cuando ya no quedan atunes que pescar. La irracionalidad es lo único verdaderamente global en estos tiempos de economía globalizada.

No son más de dos las gotas de agua, pero azulejos y arrendajos agradecen al Creador sus bondades. Siempre han sido más agradecidas las criaturas del cielo y del suelo que los bípedos parlantes que terminaron apropiándose del planeta para su mal.

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MALCOM GLADWELL

gladwell_malcolm_fLa generación de Malcolm Gladwell (3.IX.63) es la de la Coca Cola Light. Recuerdo bien cuando el siniestro brebaje comenzó a encontrar su lugar en los carritos de perros calientes de Nueva York a finales de la década de los setenta, cuando Gladwell tenía quince y yo andaba comenzando los treinta, con mi convicción, que no me abandona, de que sólo lo que tiene glucosa o colesterol o nicotina, es bueno para el espíritu. No me imaginaba, ni me imagino, a los grandes escritores más o menos de mi generación, preparándose una cuba libre con una coca-cola light. Pero los adultos contemporáneos terminaron por imponerse a nosotros, “soixanthuitards” irreductibles, que habíamos perdido parte de la juventud, no en los burdeles, como dice Gonzalo Rojas que perdió la suya, sino en los bares y cafés de las grandes ciudades del mundo occidental. Desconocía en ese momento la existencia de Gladwell en el Canada de sus quince años, pero no olvido la desconfianza, justificada, que sentí ante el inmaculado color plata de las gaseosas despojadas vilmente de sus apetitosas calorías. Supe, por eso que he llamado en otra página de este diario, la inteligencia intuitiva, una epistemología que ha llamado la atención de nuestro escritor, que un mundo se estaba terminando para dar paso a otro más pulcro, flaco, sobrio, dietoso, y metrosexual.

Hace un par de días, el talentoso Gladwell, el gurú de lo obvio y lo plano, el investigador del insospechado mundo de lo cotidiano , le concedió una entrevista a THE GUARDIAN ( el MANCHESTER GUARDIAN de la era pre-contemporánea de mi juventud), de la cual quiero reproducir un par de fragmentos en este cuaderno:

Nunca he creído en que estoy haciendo algo diferente; es sólo “no-ficción intelectual” y eso es tan viejo como la “no-ficción”. Soy un escritor público, pero no porque mantenga conversaciones con la gente, es porque pasé diez años en una sala de redacción y no puedo escribir en la tranquilidad. Necesito tener gente a mi alrededor aunque no les hable.

Me interesan las cuestiones más o menos obvias. No estoy interesado en asuntos oscuros y profundos. Mis gustos no son idiosincráticos. Lo que me llama la atención, por alguna feliz circunstancia, es lo que le llama la atención a cantidad de gente.

Amo los carros de manera paradójica, porque no me gustan los carros caros. Tengo un Golf y la razón por la cual me gusta el Golf es que se trata de la solución más interesante a un problema determinado: cómo hacer para que un gran carro cueste $23000. Esto me parece realmente interesante. El Ferrari es hermoso pero tiene que pagar por él $250 000, ¿a cambio de qué?

No me preocupa cuando los críticos dicen que soy un explorador de lo obvio, porque quiere decir que estoy tratando con esos temas familiares que es lo que realmente me interesa.

Ante el reclamo que lo culpa de trivializar (“making it shallow”) los grandes temas intelectuales, el buen Gladwell responde con ese pragmático “no-non sense” que le ha procurado tantos lectores entre una generación de contemporáneos, nada romántica, que busca respuestas eficaces y rápidas (“la prisa es la pasión de los necios”, decía Gracián) a sus inquietudes:

Hay una pregunta constante sobre el tono de lo que escribes: quién quieres que te lea y cómo quieres que te lean? Puedo escribir mis artículos de modo que satisfagan a un profesor de filosofía de Princeton, pero, si lo hago, pierdo a todos los demás. También puedo escribir para el otro extremo del espectro, digamos un niño de diez años. Tienes que escoger dónde quieres estar, que para mí es cerca del medio. Tal vez un poco más allá del medio.

-¿Hacia dónde?

Me gusta pensar que estoy en la parte alta del medio. “Upper middle-brow”. Eso es lo que soy. “Upper midlle-brow”