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Eddo Polesel, el comerciante: entre la empresa y las cámaras

eddoPor Guadalupe Burelli

Eddo Polesel, ex presidente de Fedecámaras, me recibió en su oficina ubicada en la zona industrial de La Yaguara, en el mismo sitio donde nació su empresa hace muchos años y donde tuvo su casa hasta que se mudó a una urbanización vecina. Esta circunstancia nos dice cuán arraigado está a un sector del oeste de la ciudad que no ha dejado de crecer y transformarse. El día que lo visité tuve que sufrir una agobiante cola de horas para llegar hasta allí porque estaban realizando un trabajo de repavimentación en la zona. Esta circunstancia dio pie a que nuestra conversación se iniciara con una inmersión profunda en la realidad nacional y en el estado de este país que a nuestro entrevistado obsesiona porque está firmemente enraizado en él, y contrasta dramáticamente con la Venezuela que lo recibió hace más de cincuenta años.

¿Desde cuándo está en Venezuela?

Yo vine aquí en el 54, hace cincuenta y cinco años.

¿De dónde venía?

Del norte de Italia, de la provincia de Pordenone, en el Friuli, cerca de Venecia.

¿Cómo era el país que lo recibió entonces?

La Venezuela que encontré era pobre comparativamente a lo que era Europa, pues ya en el año 54 Italia había sido reconstruida físicamente, no del todo, pero sí digamos las cosas más importantes. Luego, después de treinta años hubo una reconstrucción que restituyó los valores históricos, pero aquella a que me refiero es la de la posguerra: la casa tumbada y construida otra vez. Como decía, éste era un país visiblemente pobre desde el punto de vista de estructura, aunque sí se veían muchas obras en construcción, como la autopista Caracas-La Guaira, lo que daba la idea que la cosa estaba cambiando, aunque debo decir que no todos los cambios son para mejor. Por ejemplo, la Intercomunal del Valle que ahora es muy grande, pero muy fea, antes era una vía angosta con sus árboles y pasaba por el medio del pueblo de Antímano que tenía las características de los pueblos de la colonia y no era el desastre que es ahora, al contrario. También existía el Gran Ferrocarril que cruzaba por aquí. Era la Venezuela que estaba en un despertar enorme.

¿Cómo percibió al venezolano?

Una cosa que nos llamaba mucho la atención cuando llegamos, es que allá en el norte, de donde yo vengo, las personas son muy frías y el saludo era muy distante, muy circunspecto, en cambio aquí no. La gente se abrazaba, lo que es un estilo de saludo, por supuesto, mucho más afectuoso, más abierto. Pero lo que me sorprendía realmente es que todo el mundo decía: ¿Cómo está? Allá no se le pregunta a uno cómo está, no, sólo se saluda. Pero aquí, además, se decía: Bien, bien, bien. Y la gente lo decía muy convencida, y esas expresiones eran reveladoras de un estado de ánimo positivo y de que la gente estaba tranquila.

Eso ha cambiado…

Claro, comparativamente, el análisis de este comportamiento sirve para medir lo que ha pasado en Venezuela a lo largo de estos años que desemboca en el drama que estamos viviendo, porque ha habido cambios en la actitud de la gente, muchas veces difíciles de percibir. Aquella frase abierta: ¿Cómo te va? Bien, bien, bien ¿Y tú? Bien, bien, bien, y aquel abrazo hasta fuerte, incluso entre hombres y mujeres, fue perdiendo la fuerza y hemos llegado a respuestas como: Bueno, bien, no tanto, aquí vamos, regular pal tiempo, y hasta quizás te digan una palabrota.

Y al que diga bien, bien, bien, el otro le dice: ¿Pero, por qué? ¿Ocurre algo extraordinario? Nadie entiende cómo es posible estar bien.

Así es y es sintomático de cómo se ha cambiado, y hay varios factores que lo explican: en primer término, porque ha cambiado en el país la expectativa de una riqueza súbita, producto del petróleo, a la cual se podía acceder. Me refiero más que todo al nativo, no a nosotros que vinimos de fuera ya formados de una guerra, y éramos gente sufrida que veníamos justamente para mejorar. Pero el nativo, por el populismo de las políticas baratas, se hizo a la idea que él tenía derecho a estudio, salud, casa y trabajo. No importaba si el trabajo fuese o no productivo, porque se confundía éste con el puesto público. En otras partes del mundo es con el trabajo que uno puede aspirar a tener, pero aquí incluso la publicidad golpea a la gente diciéndole usted tiene derecho, y eso ha hecho ver que tal vez no es necesario el esfuerzo. Hay mucho de ese pensamiento fácil, pero no es culpa de la gente tampoco, es, repito, consecuencia de ese fenómeno del petróleo que produce mucho dinero para el Estado.

Y alimenta el discurso populista.

El Estado, irresponsablemente, se ha afianzado en un discurso populista que ha hecho cambiar la mentalidad de aquel venezolano previo al petróleo que era pobre, pero decente. Poco a poco se ha venido rompiendo el esquema del equilibrio en el cual se funda la persona, al punto que a fuerza de decirle usted tiene derecho, ésta ahora pasa a adueñarse de algo que no es suyo, porque siente que efectivamente tiene derecho y ahora, para colmo, le dicen que si no tiene puede robar.

¿Cómo se puede hacer para retomar los valores del trabajo y el esfuerzo personal?

A pesar de esas expresiones mías un poco duras, por la experiencia que tengo yo creo que el neo venezolano, que incluye al criollo puro, ya no es como hace cincuenta años porque ha evolucionado. Creo que siendo éste un pueblo joven -los viejos, si se maleducan, no hay nada que hacer, mueren así- tiene más chance de cambiar si se introducen factores que logren hacerlo reflexionar. Desde luego, es indispensable que pueda ofrecerse trabajo, porque decirle a la gente edúquese, estudie, si luego no hay oportunidades de trabajo no tiene sentido. Lo primero sería crear el trabajo y luego insuflar la necesidad de prepararse, entonces se desata un mecanismo que estimula a que la gente se prepare.

Resulta tan paradójico eso….

Usted ha padecido una cola tremenda para llegar hoy hasta aquí, déjeme explicarle qué es lo que está pasando. En Venezuela, las carreteras se hacían de cemento, de concreto, hasta el año 70 más o menos. Luego se sustituyó el concreto por el asfalto -que sobraba aquí, como si eso fuera regalado-, pero se cometió un error al tapar los huecos del concreto con asfalto porque cuando se pone el asfalto, que es suave, sobre el cemento, el agua se lo lleva. Había la norma que durante la época de lluvia no se reparaban avenidas, porque es perder el tiempo. Pero ahora, que estamos en temporada de lluvias, acaban de asfaltar esta avenida principal de La Yaguara y usted la ve: en bajada, sin desagües, el agua corre por la avenida, lo que quiere decir que dentro de dos meses el asfalto va a estar en la avenida Intercomunal de Antímano, y el trabajo estará perdido. Eso ha venido pasando sistemáticamente, en los últimos diez años ¿cómo es posible?

Quizás esto obedece a que no hay planes concretos de desarrollo de la ciudad a mediano o largo plazo, y en realidad asfaltar una calle lo que significa es un negocio para alguien.

Yo estuve trabajando hace muchos años, no digo dónde porque no vale la pena, y vi tantas formas de robar, que me dije a mí mismo: ve a ver la forma de hacer dinero sin robar. En un país como éste donde hay tantas posibilidades a pesar de todo ¿dónde está la conciencia, dónde está la autoestima? Uno no roba no porque no quiere que los demás lo vean, uno no roba porque no puede, no está hecho para robar.

Usted que ha sido cabeza de Fedecámaras, organismo que ha estado muy activo en esta coyuntura política que estamos viviendo ¿cómo ve el papel del empresariado en este momento?

Con mucha tristeza, porque evidentemente no era lo que esperaba luego del esfuerzo que uno ha hecho dedicándole tantos años al país a través de ese organismo gremial. Pero todo tiene su explicación, no justificación, pero sí se explica, porque en algunos casos en el pasado también hubo favoritismos de los cuales mucha gente se benefició, aunque la cosa era un poco menos grosera, menos abierta. Países perfectos no existen, y tampoco gobiernos absolutamente honestos en ninguna parte del mundo, pero una cosa es que se haga por error, por tropiezo, y otra es que se caiga sistemáticamente en una forma de violentar la conciencia ciudadana: eso sí hace daño, pero
creo y espero, que hay elementos para poder esperar con cierto optimismo que eso no va a ocurrir. Mire, nosotros somos latinos, los latinos tienen una condición que es distinta, le hago una comparación para que se me pueda entender mejor. El fascismo nace en Italia con Benito Mussolini en 1920, y es una doctrina política novedosa para el momento porque se pone en el medio entre el comunismo, el marxismo y las democracias liberales. Inventa el capitalismo de Estado, no niega el capitalismo, sino que se reserva la potestad de concederle o de otorgar beneficios a quien el Estado considera su amigo: ése es el esquema del fascismo, el Estado corporativo. Mussolini decía: ustedes tienen que trabajar y no hacer política. Claro, porque la política la hacía él.

Pero lo que pasó es que el fascismo medio acomodó algunos problemas italianos hasta que se hizo popular en el mundo -hasta Churchill le extendió felicitaciones al señor Mussolini- claro, porque los trenes salían a la hora, y ordenó un poco el caos que había dejado la guerra. Pero vino un hecho en Alemania: el Tratado de Versalles, que impuso condiciones horrendas a la Alemania vencida de la Primera Guerra Mundial, lo que fomentó una reacción que estaba en la sociedad, y que el señor Hitler capturó argumentando que iba a salvar al país de eso, y aplicó el Nacional Socialismo: una versión fascista, al estilo alemán. Hitler fue quien arrastró a Europa a la guerra y Mussolini tuvo que pegarse porque no tenía otra salida y además era igual que él, pero italiano. Los italianos le dijeron a Mussolini en un momento dado: Mire Duce ya se acabó, usted se va. Los alemanes no, ellos llegaron hasta el final, fueron al holocausto completo. Eso para ilustrar que la mentalidad del mediterráneo, que se parece a la del caribeño, al fin y al cabo es otra cosa. Yo creo que si nosotros tenemos la fortaleza de seguir insistiendo, de no aflojar, de no darnos por vencidos, de decir que sí, tenemos muchas dificultades, cómo no, pero no nos vamos a arrastrar. Bueno, yo no soy quién para decirle usted no vaya a convocar al resto, que cada quien lo haga con su conciencia, porque yo sí estoy seguro que yo no voy y lo digo, porque no sólo hay que ser bueno sino hay que demostrarlo.

De manera que yo creo que el país, evocando un poco al que yo conocí cuando llegué hace cincuenta años, está ahí en forma subyacente, creo que hay todavía una gran carga humana que espera la oportunidad. Sólo espero que la oportunidad no venga demasiado tarde…

¿Cómo cree usted que el ciudadano común percibe al empresariado?

Cuando yo era presidente de Fedecámaras y cuando empezamos, porque yo empecé hace más de treinta años, la gente, los jóvenes, los intelectuales, las amas de casa, no entendían lo que era la economía, creían que eso era que nosotros los empresarios queríamos hacer más dinero, y realmente no se logró transmitir lo que significaba el desarrollo, la fuerza de trabajo, no porque la gente no entienda, sino que del otro lado había esa especie de atracción al puesto público, porque era seguro, porque todo el que subía es un amigo en la política.

Eso fue minando, o carcomiendo, a las personas que ahora están viciadas, por eso es que mucha gente que sale de la administración pública no puede trabajar en el privado, porque no tienen idea de cómo trabajar, no saben. Lo mismo está pasando en el gobierno cuando meten a un militar que se formó en un cuartel obedeciendo órdenes, haciendo las cosas que le mandaban, no haciendo nada que no estuviese escrito y pretenden que tenga la inventiva, la capacidad, el atrevimiento de pensar, de razonar… Chávez lo está haciendo a propósito porque él no quiere colaboradores, él quiere seguidores.

Vamos a regresar a usted ¿A qué edad vino a Venezuela?

Tenía veintidós años. Vine solo aunque aquí tenía una hermana. Vine a través del Comité de Inmigración Intereuropea de la postguerra, que era la forma como Venezuela se había organizado para capturar inmigración que pudiera serle útil.

¿Qué estudios tenía?

Tenía segundo grado a medias, porque yo tuve que estudiar durante la guerra y había que hacerlo con profesores en la casa.

¿Su familia a qué se dedicaba, cuál era la actividad de su papá?

Nosotros somos de origen muy pobre, muy humilde, pero no ser rico no era un problema moral, era un problema económico, de manera que no tenemos el complejo. Eso sí, teníamos el gran deseo de mejorar que es lo que motoriza a la gente, pero la pobreza allá aunque fuera de la forma extrema que llegó a ser, era una pobreza en la cual no faltaba la comida, ni las cosas necesarias. Claro, no había abundancia, porque la mentalidad con la cual fuimos formados nosotros era de miedo al futuro, porque nuestros padres pasaron tres o cuatro guerras, entonces para ellos el futuro podía ser peor y sin lugar a dudas, mucho mejor. Mi mamá vio la primera guerra mundial, la crisis del 30, la guerra de España, la de África. Recuerdo que en el pueblo era frecuente ver que venía la guardia civil en bicicleta, con otra persona atrás, para notificar a la familia que había muerto una persona en guerra. Nosotros éramos muchachos y reíamos, por supuesto. Ese viaje de dos era porque mientras uno se quedaba en la bicicleta, el de atrás se bajaba a informar la mala noticia. Ese era el ambiente. Imagínese la diferencia que significó llegar a un país donde la gente no tenía miedo al futuro…

¿Quizás se trata de un estado de inconsciencia del que todavía no hemos salido?

No, no era inconsciencia, era que no habían pasado por las tremendas pruebas que habíamos pasado nosotros, no era culpa de ellos, nadie busca problemas innecesariamente, pero si no se hubiese producido ese ingrediente de hacerle ver a la gente que tenía un derecho en lugar de decirle, mire, usted tiene deberes y los deberes y los derechos deben complementarse, habría otra actitud, pero no, sólo había derechos y el deber era no matar.

Pero esa no visión de futuro es algo que nos sigue acompañando, éste no es un país de planes donde se piensa en qué queremos ser dentro de cincuenta años, los gobernantes no se sientan a pensar en eso, es todo muy inmediato, muy a corto plazo.

Pero mire, el cortoplacismo no es sólo de los gobiernos, nosotros tenemos la tendencia, los latinos que venimos del Derecho Roma, de que todo debe venir de, y no, todo debe venir a partir de. Yo le puedo decir que en los países desarrollados, los gobiernos son tan inmediatistas como los nuestros y se lo explico. Nosotros nos consideramos un país que dependemos del petróleo, es verdad, pero Europa depende totalmente del petróleo, es decir, que fundamenta el bienestar de su gente en un producto que ellos no tienen, de modo que la política internacional de Europa se mueve alrededor de sus necesidades de este elemento. Nosotros dependemos del petróleo para comer, pero ellos dependen del petróleo para que su gente pueda tener tres o cuatro carros fuera o dos casas, o sea, que de verdad el mundo está bastante mal equilibrado.

Cuando yo iba a aquella escuelita que le decía, los libros decían que Italia era un país que tenía el oro blanco, que era la electricidad producida por el agua, por medio de una represa, y era la única electricidad, no había generación ni de carbón ni de petróleo. Después vino el petróleo barato, a dos dólares y pico, se empujó la economía, se desarrollaron los países, y en Italia abandonaron la producción de energía, pero fíjense el agravante: Italia es un país que tiene en el norte mucha nieve y los embalses donde se recogía el agua que luego generaba la energía, servían también para retener el agua que venía del hielo. Ahora, que se ha dejado de represar el agua, las urbanizaciones que ya han llegado hasta la falda de los montes, se inundan.

Era una solución hasta ecológica.

Lo era. Ahora están muy fregados, porque mientras el petróleo era barato las cosas andaban bien, pero ahora tendrán que hacer alguna cosa para cambiar su estructura de producción que es dependiente en forma excesiva. Pero ellos viven bien, nosotros no tanto, por eso no les importa lo que pasa aquí.

Claro, eso lo tenemos que resolver nosotros.

Sí, pero que no me vengan a predicar la democracia entonces.

¿Cuál fue su primera impresión al llegar a Venezuela?

El recuerdo que más me quedó fueron los colores, la luz, y ver bombillos por todos lados. Yo recuerdo que hice la vía para ir a Valencia por la carretera vieja de Los Teques y estaban los ranchitos todos con sus bombillos afuera, bien alumbrados. Eso no se veía en Italia sino en los árboles de Navidad, las ciudades eran muy oscuras, había un farol de vez en cuando, y me llamó la atención. También, evidentemente, la fauna, los árboles, la fortaleza, el vigor que se le veía a la mata, el color verde mucho más intenso, las flores, más coloridas, más fuertes, pero sobre todo el ambiente, casi festivo diría yo.

¿Qué hizo al llegar?

Unos meses después entré en una fuente de soda a lavar platos y luego encontré un puesto como empleado del Banco Italo-Venezolano, en el año 56, dos años después. Después pasé al Banco Nacional de Descuento donde trabajé del 56 al 62. Después me salí y fui a San Cristóbal, como gerente de una empresa textil muy buena desde el punto de vista nacional. Lo más interesante fue entrar en un ambiente como el del Táchira, mucho más comunicativo de lo que era la ciudad de Caracas porque ésta, así como Valencia, eran ciudades mucho más cerradas en aquella época. El hecho de tener un puesto importante en esa empresa textil, que era la industria más importante de la zona, me permitió comunicarme con mucha gente e ir conociendo, asimilando y analizando cuáles eran las características de las personas, sus costumbres, su modo de pensar. Ahí me quedé tres años en los que tuve que viajar a Caracas con mucha frecuencia. Fue una experiencia interesante, porque el país se conoce mucho más cuando se va al interior que en la ciudad de Caracas porque todas las capitales siempre tienen su propio modo de ser. Luego, en el 63, vine a Caracas y acepté una oferta que me había hecho una persona que me conocía para montar este negocio que en realidad, ya estaba montado, se estaba iniciando…

¿De venta de repuestos?

Sí, de repuestos de camiones y lo empujamos, pero jamás hubiera podido pensar que las circunstancias de la vida me hubiesen permitido crear una gran organización, pero también tener que reducir.

Reducir a partir de los últimos años, que es un proceso antinatural, tomando en cuenta que era un negocio muy grande y exitoso…

Es antinatural pero es obligante, la vida es así. Desde del año 65 hasta el año 84, fue una cosa in crescendo, de una gran actividad, aquí entraban containers con la mercancía en gandolas, era una cosa gigantesca. Y a partir de cierta época, la cosa empezó a mermar y tuvimos que ir ajustando, reduciendo la empresa y la idea que tenemos es que hay que reducirla a un nivel que se pueda mantener pero no voy a soltar tan fácil, no. A mí mucha gente me dice que ya he trabajado mucho y que venda lo que tengo, pero el caso mío es que no puedo vender la empresa porque me la robaron y es como un amor, si tú lo dejas, alguna razón tienes, pero si te lo roban, te duele.

Y no se quiere dar por vencido, ahí sí es verdad que provoca pelear por eso.

Exactamente, ése es el caso. Muchas veces uno está obligado porque no tiene otra salida, pero esto no es así, no se puede tirar la toalla, no se debe tirar la toalla.

Pero no todos los espíritus son así de luchadores, hay gente que se deja vencer por el desánimo, ése es el problema.

Puede ser que me llegue a mí también la hora, no digo que no, nunca uno dice de esa agua no tomaré, pero mientras tenga un poco de fuerza, que por supuesto ya no es la misma, me mantendré firme.

¿Tiene hijos que participan de esta empresa?

Sí, están trabajando aquí conmigo en medio de la crisis que tenemos. También para ellos es muy difícil vender todo esto, tener que despedir gente, prescindir de personas que han sido valiosas por mucho tiempo y ver cómo algunas veces la indisciplina de algunos es producto de las circunstancias: ¿cómo es posible que éste que era tan bueno, ahora se porte distinto? Son cosas que a uno le producen impacto, no es el hecho de que el tipo me robó, no, es ver cómo desciende el nivel de vida de la gente. Es terrible, pero este accidente histórico no tiene que hacernos cambiar, no tiene que hacernos ver lo que no es.

¿Cuáles son los argumentos que un gobierno puede esgrimir para defenderse de esa catástrofe?

No puede tener ninguna explicación, ni podemos aceptar cuando dicen que los demás lo hicieron igual, robaron y no fueron eficientes, mientras nos llevan a la catástrofe por voluntad expresa. Eso sí que no se puede perdonar, no es cuestión de ser inamistoso, es que el ser humano cuando se siente invadido de una fuerza que no puede aceptar, tiene que rebelarse y hay muchas formas de hacerlo. La rebelión es una cosa que sale cuando ya no hay nada más que hacer, cuando los argumentos no sirven, las explicaciones no satisfacen y las interrogantes no se aclaran. Algunas veces la rebelión también puede expresarse en una actitud pasiva, no confrontativa, pero debe ser sólida. Es mucho más difícil mantenerse en posición sin tener una actitud de ataque, por eso los dictadores no pueden dejar de atacar, porque cuando se paran empiezan a desmoronarse.

Sus hijos, ¿qué se sienten?

Ellos nacieron aquí. Tiziana está aquí conmigo, pero ella se dedica también mucho a la enseñanza, en la Universidad Católica. Marcos está aquí en la parte administrativa y Bárbara se casó, tiene tres muchachitos.

¿Son de madre venezolana?

No, italiana.

¿Cómo han vivido en su familia la «italianidad»?

Nosotros nunca les hemos impuesto ninguna cosa, ellos estudiaron en colegios venezolanos, porque nosotros no compartimos la tesis de que había que mandarlos a estudiar afuera, aunque Tiziana ha hecho un Master afuera y Marco fue a Chile; pero mis hijos no se han hecho el pasaporte europeo. Yo no se los he hecho, ellos lo harán por su cuenta si así lo desean.

Eso es indicativo de cómo se sienten.

Ellos son venezolanos, no puede ser de otra manera, yo no creo que una persona pueda vivir con la cabeza en otro día. Una de las ventajas que tiene el haber estudiado aquí es que si se hubieran ido fuera no conocen a la gente de aquí, pierden la conexión con el país, y tampoco la hacen allá.

Es muy curioso ese hecho en este momento de nuestro país cuando aquellos que tienen la oportunidad de tener un pasaporte distinto al venezolano, hacen todo tipo de gestiones para obtenerlo. Es como dicen: para tener un plan B…

De mi parte no puede haber ninguna discriminación hacia aquellos que quieren salir de su país. Yo no salí porque estaba obligado, yo no abandoné mi país porque me botaron, ni porque no tenía futuro, lo que pasa es que yo quise otro espacio. Yo me vine en el 54 y la inmigración duró sólo hasta el 56, después se paralizó, no porque Venezuela no lo quisiera, sino porque ya de Italia no era necesario emigrar. De manera que yo no he tenido ningún desprendimiento, yo me siento italiano de origen abiertamente, he estado donde he estado, he actuado donde he actuado, nadie me ha recriminado por haber nacido allá. Ese hecho no ha sido ninguna desventaja, y tampoco he tenido ningún privilegio por eso. La naturalidad se ha impuesto por encima de todo y si usted hace una cosa naturalmente, no hay por qué apelar a cosas que fueron. Esa fue mi experiencia, ésa fue mi vida.

Ahora, la de mis hijos es la de ellos. Cuando me hicieron la primera entrevista al ser electo presidente de Fedecámaras, la periodista me preguntó: ¿Cómo se siente un inmigrante como presidente de Fedecámaras? Eso me impactó. Yo soy migrado, no soy inmigrante. El problema de los hijos, de la gente diría yo, es que si no están dispuestos a luchar por algo en un sitio, empiezan a bailar, y así no se construye ninguna vida. Si uno no tiene la capacidad, la voluntad de plantar raíces, cualquier viento se lo lleva, cualquiera. Entonces ¿qué? Va a ser una cosa errante continuamente.

¿Cuándo empieza su interés por la actividad gremial?

A principios del 70.

¿Qué lo impulsa?

Fue un poco accidental. Ya yo había desarrollado «Requieca» bastante, y era una compañía muy importante, cuando me propuso alguien que me inscribiera en Canidra (Cámara nacional de importadores de repuestos automotores). Me pareció una buena idea, y así lo hice, al tiempo que seguía haciendo mi trabajo. Después, revisando papeles que recibía de la Cámara en los que se planteaban problemas de aranceles que yo también tenía, sentí que no estaba solo.

Después de unos meses, un año, no sé cuanto, vino un tipo de la Cámara a proponerme que nos hiciéramos mayoristas porque así podríamos tratar mejor con el gobierno. Estábamos a finales del 60, principios del 70, terminando el primer gobierno de Caldera cuando había mucho proteccionismo y dificultades para importar porque empezaban los controles de precios -antes había un solo artículo controlado que era el azúcar pero Caldera controló hasta los repuestos y después vino Carlos Andrés que se metió con el resto. Entonces le dije que si nosotros, que somos los grandes, hacemos una asociación, el gobierno iba a darnos más duro así que les planteé mejor quedarnos en Canidra, que es la detallista, y confundirnos con todo el mundo. Después, cuando Venezuela entró en el Pacto Andino y había que cambiar todos los códigos arancelarios, empecé a ver cómo era eso y me di cuenta que había muchos problemas entre importadores y fabricantes. Convinimos entonces que era necesaria una relación distinta, y empezamos un diálogo de altura basado en menos choques y más discusiones con Favenpa, que es la cámara de los fabricantes.

¿Liderado por usted?

Sí, yo era el vicepresidente. Pero pronto nos dimos cuenta de que el problema no estaba con Favenpa, porque ésta dependía de Conindustria que a su vez dependía de Fomento porque Fomento pedía licencia previa, si usted tenía que importar así fuera un tornillo que no fabricaba Torvenca, para traer ese tornillo. Eso generaba un tráfico con las licencias brutal -a través del famoso comité de licencias- y nosotros intentamos que ese trámite fuera un poco más transparente. En aquel entonces, Conindustria dominaba el sector industrial, pero andando en esas, nos dimos cuenta de que para resolver lo que queríamos, teníamos que ir a Consecomercio -que nació en el 69 para reunir las Cámaras de Comercio a escala nacional como hacía Conindustria con las Cámaras de Industriales a nivel nacional- porque los problemas teníamos que discutirlos ante ese organismo. Fuimos, y empezamos desde Consecomercio a liderizar con Conindustria, entonces nos dimos cuenta de que quien mandaba en Fedecámaras era Conindustria, entonces no nos quedaba más remedio que ir a Fedecámaras, y ahí quedé atrapado.

Hoy en día ¿tienen aún más sentido estos organismos?

Mucho más que antes, porque, fíjese, antes, en la cuarta República, funcionaba el principio de la «cohabitación», es decir -para hacerlo más gráfico- que todos vivíamos en el mismo edificio, incluidos los políticos, y de vez en cuando peleábamos con el otro piso por algún asunto de interés común, pero había la posibilidad de que si teníamos mayor incidencia y mayor fuerza, podíamos inclinar la balanza de los partidos hacia nuestras posiciones. Ahora el problema -no digo ahora, sino desde cuando Chávez era candidato, porque yo tuve un debate con él en Fedecámaras y me di cuenta de quién era- es que está premeditado el cambio de la sociedad y nosotros somos incómodos.

¿No forman parte de ese proceso?

Somos los que debemos desaparecer para que prospere el otro, o viceversa, no hay cuestión intermedia. Siendo un poco autocrítico, viendo más atrás, creo que no se entendió que la democracia política teníamos que sostenerla sobre bases económicas, pero los factores de poder de la época, como Fedecámaras, no hizo las cosas que debía hacer. Por ejemplo, las garantías económicas fueron suspendidas hasta el segundo gobierno de Pérez y nosotros, que sentíamos el yugo, lo estábamos reclamando desde el 67, 68, pero pasaba entonces que había muchos industriales, mucha gente multada, que llamaban por teléfono al ministro a pedir ayuda y este ofrecía resolverlo «mañana en el desayuno» y así era, se resolvía el problema puntual y quedaban conformes momentáneamente. Esos señores, en su momento, cuando eran jóvenes, no lucharon por la democracia, porque si lo hubiesen hecho cuando estaba naciendo la democracia, para discutir a fondo las cosas que había que discutir en lugar de nada más hacer dinero, la historia sería otra porque cuántas veces hemos dicho que no se puede si no se transforma la economía, si todo depende del petróleo. Si todo el mundo está con la boca abierta ¿cómo hacemos país? Y eso lo debemos decir claramente porque hoy Venezuela está en peores condiciones que hace treinta años.

¿El empresariado ha cumplido su rol social?

Lo ha hecho, y yo creo que el único reclamo que se le puede hacer, es que quizás no fue capaz de transmitir los verdaderos ideales de producir beneficios para el país porque probablemente se quedaron un poco arriba y no penetraron la capa de abajo, y menos la política. Fíjate que algunos empresarios que fueron a la política en la década del 60 con los partidos y fueron senadores, diputados, fueron tragados por los partidos ¿por qué? Porque los partidos en ese momento eran una maquinaria poderosa. Es probable que haya faltado mayor incidencia, recuerdo que en el 82, vino la CEO española que es la Fedecámaras de allá y le pregunté yo al presidente cuál era la prioridad de ellos que estaban saliendo de Franco en el 74, tenían una Constitución aprobada en el 76 y estaban desarrollando todo. Me respondió que desarrollar las leyes para normar la Constitución. Imagínese, nosotros todavía estábamos sin garantías económicas y desde la Constitución del 61 al 82 habían pasado veintiún años. ¿Qué significaba eso? Significaba que el gobierno tomaba unas medidas hoy y las cambiaba mañana, a presiones, a golpes, a trompazos; no se estableció un mecanismo, un marco que diera estabilidad y por supuesto ahora menos lo tenemos. Entonces creo que sí, que faltó luchar por instaurar un piso sólido para avanzar en lo económico.

Enmarcándolo dentro de circunstancias histórico-políticas lo que ocurrió es que en el 45 termina la guerra y cae el fascismo, tumbado por dos fuerzas opuestas que se unen para ese fin: la democracia liberal y el nazismo. ¿Y qué se produce en el 45 en Venezuela? Una cosa rarísima: se une el comunismo o izquierda de Betancourt, con los coroneles, se implanta el fascismo ¿te das cuenta? Allá muere y aquí nace, y ese capitalismo de Estado es el que nos tiene fregados, por no decir otra cosa. Porque probablemente no habiendo en Venezuela una sociedad para ese entonces formada bajo las ideas liberales, con un concepto de vida democrático, nos quedamos con los dos extremos: con los comunistas de izquierda y el capitalismo de Estado de los militares. Quedamos entrampados en eso, y quizás sea la razón por la que no se luchó porque la democracia se llegara a complementar. En este país no había la sociedad, lo que había eran esas dos fuerzas que asfixiaron el modelo político hasta que reventó en el 98, con el segundo gobierno
de Caldera. Ese es el problema nuestro.

Pero volviendo a lo de antes, ahora sí creo que hay una sociedad más consciente, es probable…

Esa podría ser nuestra ganancia de este proceso tan doloroso…

No hay que ser tan pesimista. Para que nosotros podamos introducir la discusión de lo que significa una democracia, o los intereses individuales, o la libertad de emprender, los derechos humanos fundamentales, como quiera llamarlo, se requiere la conciencia de qué es lo que significa ser libre y en ese entonces no la había. Es probable que ahora sí la podamos tener si somos capaces de insuflarle ese espíritu a los jóvenes que están en las universidades, ya no hay que hablar tanto con los políticos porque estamos perdiendo el tiempo. Yo le dije hace muchos años a mi hija, que si se dedicaba a la política o a la enseñanza, la mantenía, porque si no van a enseñar los que tienen buena formación como ella ¿quién va a enseñar?

¿Cuál es el área de ella?

Comunicación social.

Usted es un apasionado de la historia para comprender el presente….

Más que la historia, el conocimiento de los hechos históricos, no la historia como un pasatiempo en el sentido de saber de historia. Cuando yo tengo algunas cosas que no me las explico, tengo que tener alguna respuesta que muchas veces viene sin que uno se dé cuenta.

Los políticos son capaces de cualquier cosa, incluso de hacer un buen gobierno. Carlos Andrés podía hacer un buen gobierno, lo que no podía hacer Caldera. Claro, pasó lo que pasó, pero hubiera podido. La segunda vez se equivocó porque empezó a hacerlo en una forma corporativa tipo fascistoide, sin discutir las cosas políticamente.

La verdad es que los planes, incluso los que pudo desarrollar Pérez Jiménez, vienen de las ideas de López Contreras que en el gobierno de Medina se ampliaron un poco más. Es que todo: el plan vial, el agua potable, las cloacas, todo lo que era el saneamiento urbano, la lucha contra la malaria, el proceso de modernización urbana, eso viene del 47, 45, por allá. Había ideas y planes, digamos, de máxima importancia y eso fue lo que realmente hizo ver la necesidad de incorporar a la inmigración a un factor de desarrollo, porque no había solamente los planes, no había solamente la industria petrolera…

Había la decidida voluntad de materializarlos…

Sí, entonces, abrieron las fronteras. Aquel impulso modernizador fue posible por conjunción de tres factores: primero, un país que tenía ciertas ideas de qué hacer; segundo, los recursos para hacerlo, y tercero, la voluntad política para lograrlo. En cuanto a la inmigración -yo escribí algo sobre eso- aquí llegó a haber, de cada cuatro personas mayores de edad, un europeo, es decir, casi el 20 por ciento de las personas productivas. Es que vinieron en aquellos años un millón y pico de personas alimentadas, instruidas, con fuerza y jóvenes. Como ocurrió con la inmigración anterior del siglo pasado…

Básicamente italiana y corsa.

Sí, que entraron por Trujillo y por Carúpano. Entonces, esas personas, ese millón y pico de europeos entre españoles, italianos y portugueses, fueron el motor del desarrollo, por eso Venezuela creció tanto y tan rápidamente en esos diez años, del 48 al 58 y después entró en crisis. Aquel auge se debió a la suma de muchos factores: la mano de obra, el profesionalismo, porque había carpinteros, barberos, sastres, zapateros, constructores, topógrafos, comerciantes, había de todo: incluso vagabundos. Por todo esto, y con los recursos del petróleo, se pudo hacer rápidamente lo que se hizo y el país fue como una flor.

Fue estimulante para ustedes también venir aquí y sentir que estaban dadas todas las condiciones para poder aportar.

Llegamos en el momento oportuno, por esa razón se produce incluso la simbiosis humana que es otro aspecto evidentemente distinto, porque fíjate tú los italianos que iban a Suiza no podían ni colgar la foto de la señora al lado de la cama, estaba prohibido, porque no querían que las señoras fueran. No querían sino que fueran solamente las personas, no la familia.

Terrible…

Esos son los suizos desarrollados, los civilizados, los italianos tenían que vivir aislados, en barracas expresamente construidos para ellos, porque no podían traer la familia y en algunos casos la policía les quitaba las fotos de los hijos y de las señoras.

¡Qué horror! En cambio, parece que humanamente se avinieron muy bien los italianos y los venezolanos.

Yo viví en Maracay en el 55, en la casa de una señora muy decente que tenía una hembra y dos varones. Yo dormía en el cuarto con un varón, pagaba ciento veinticinco bolívares al mes y comía hígado, arroz y plátano. Después me vine a Caracas y seguí visitándola. Pero fue eso, el país estaba creciendo, porque si hubiéramos venido para quitarle el puesto de trabajo a un venezolano no hubiera sido igual, pero vinimos cuando hacía falta, entonces, eso produjo, además, no sólo la aceptación de uno sino la integración, y por aquello del carácter nos relacionamos plenamente. Esos son fenómenos que pueden ocurrir sólo dentro de determinadas circunstancias.

Hoy su vida aquí en Venezuela ¿se mueve más en un ámbito de inmigrantes italianos, de venezolanos-italianos o venezolanos?

Yo no he hecho vida en la colonia. Nunca me gustó eso de unirse con los mismos defectos de uno… no vale la pena. No tuvimos algo en contra de nada en particular, era más bien que sentíamos una necesidad de no volver al medio nuestro porque cada quien se conoce.

A nosotros, a Amalia y a mí, nos gustó el país por el país mismo, no por la circunstancia de que trabajábamos aquí. Teníamos unos diez o quince amigos del mismo pueblo con los que nos veíamos de vez en cuando a nivel de los afectos de la amistad inicial, porque nos conocimos en Italia.

¿Y ha seguido yendo a Italia en el transcurso del tiempo con alguna frecuencia?

Todos los años, cómo no, ahora no, pero antes sí íbamos.