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La más reciente novela de Thomas Pynchon, “Inherent vice”, reseñada por Michiko Kakutani

pynchonOtro portal de la dimensión paranoica de Thomas Pynchon

Por Michiko Kakutani

New York Times

“Inherent Vice,” de Thomas Pynchon, es una gran, y torpe, máquina del tiempo, que nos remonta los inicios de los años 70, a la California de los surfistas y las conejitas, a los hippies, bichos raros y fumadores de marihuana soberbios. Era un momento cuando la razón de ser era el Acapulco gold y el Panamá red, y el alimento era pizza y Twinkies, un momento cuando las muchachas usaban el pelo largo y las faldas cortas, y los muchachos vestían camisas de bacterias, pantalones de pana y gamuza, y todos monitoreaban constantemente sus niveles de paranoia y se preocupaban por los policías.

Comparado con “Gravity’s Rainbow” , “V” o “Mason & Dixon,” esta novela de Pynchon es ligera. Esos libros anteriores mostraban narrativas complejas y laberínticas, confrontaciones enigmáticas entre lo que el ha llamado “pobres pendejos comunes” y emisarios de “un orden tecnopolítico emergente que podía, o no, saber lo que estaba haciendo.” En contraste, “Inherent Vice” es una simple historia de perro callejero detectivesco, que se enfrenta a marihuaneros adorables, al Departamento Policial de Los Ángeles y a sus agentes “contra subversivos;” una novela donde la paranoia no es tanto un estado político o metafísico sino el subproducto de haber fumado demasiado monte.

“Inherent Vice” no solo nos recuerda cuan anclada está la visión del Sr. Pynchon en los 60 y 70, sino que desmitifica su trabajo, subrayando las similitudes que sus narrativas comparten con el trabajo de Bob Dylan, Ken Kesey, Jack Kerouac y hasta Richard Brautigan —donde se mezclan alusiones culturales, altas y bajas, bromas tontas y referencias históricas sobre los gnomos, juegos de palabras traviesos, secuencias de sueños surrealistas y un sentido lúdico del absurdo.

Como “Vineland,” su anterior oda a la era de la contracultura, esta novela evoca una California cuyos personajes hablan el lenguaje volado de los que frecuentemente fuman marihuana y viven como chiflados y gandules. Es una California que recuerda la que mostró Tom Wolfe en “The Pump House Gang” y “The Electric Kool-Aid Acid Test,” un lugar que se mantiene en franco contraste con la conformidad capitalista de la “América idol” que el Sr. Pynchon había sugerido llegaría en los 80, durante la era de Reagan. El héroe de “Inherent Vice” se preocupa que los “Psicodélicos Sesenta, este pequeño paréntesis de luz, pueda cerrarse después de todo, y perderse, para volver a la oscuridad” que “todo en este sueño de prerrevolución estaba destinado a terminar,” mientras “el mundo sin fe, movilizado por el dinero” reafirma “su control sobre todas las vidas que siente derecho a tocar, acariciar y molestar.”

Si “Vineland” podía leerse como una pieza fácil para acompañar a “The Crying of Lot 49,” entonces “Inherent Vice” se lee como una improvisación laboriosa sobre “Vineland.” Una vez más, la trama está impulsada por la búsqueda de una mujer desaparecida por un antiguo hippie que ha intimado con un incongruente representante del sistema capitalista. Y una vez más hay un esfuerzo de parte de la dirigencia de convertir a los hippies y los fumadores de marihuana al lado oscuro, convertirlos en informantes a través de programas de reeducación o del incentivo monetario.

En este caso, el héroe se llama Doc Sportello, un investigador privado—o, como le dice otro personaje, un fisgón—al que su ex novia, Shasta Fay, le pide que investigue una conspiración contra su novio actual, Mickey Wolfman, un magnate inmobiliario. Pronto Sasha y Mickey han desaparecido, y su desaparición converge con los otros casos de Doc: la búsqueda de un ex convicto llamado Glen Charlock, quien fuera guardaespaldas de Mickey, y la búsqueda de un antiguo músico de rock llamado Coy Harlingen, que se supone murió de una sobredosis de heroína pero que aún puede estar con vida.

Además de lidiar con su Némesis, un detective, el Teneinte Bigfoot Bjornsen, Doc debe enfrentarse a siniestros emisarios de una entidad misteriosa conocida como Golden Fang, lo cual puede ser un cartel de heroína Indochino o un holding sospechoso, o un sindicato formado por dentistas para evadir los impuestos. También investiga a un asesino a sueldo “especializado en política”—negros y activistas chicanos, manifestantes contra las guerra, terroristas universitarios y una variedad de radicales izquierdosos. Por supuesto que las tramas picarescas del Sr. Pynchon están pobladas de árboles de Navidad, a los cuáles les puede colocar todo tipo de adornos, baratijas, guirnaldas y luces intermitentes, y la trama de “Inherent Vice” no es la excepción. Hay metros y metros de conversaciones entre fumones, donde la gente se pregunta “Porqué existe Chicken of the Sea (una marca de atún que se llama Pollo del Mar) y no existe Atún de la Granja” y hablan de “portales a otras dimensiones” o el continente perdido llamado Lemuria, “el Atlantis del Pacífico.”

También hay tímidas referencias a su propio trabajo anterior, como “ el sistema de distribución de correo por catapulta,” “courrier par lance-coco,” que recuerda el sistema postal alternativo de “The Crying of Lot 49”; y una “cósmica risa loca Surfaris” que pasa gritando “a través del cielo,” y nos recuerda el inicio de “Gravity’s Rainbow.”

Los casos de Doc lo llevan a: un casino en Las Vegas, un antro de una banda de rock de Los Ángeles, un centro de masajes kitsch, un local nocturno de tema asiático en San Pedro, una aldea utópica abandonada en el desierto, un retiro Nueva Era cerca de Ojai y un ir y venir por las autopistas de Los Ángeles, dándole al lector un tour de la ciudad en su fase de paranoia post Manson. El Sr. Pynchon logra delinear la ciudad alrededor de 1970 con sorprendente nitidez y naturalidad—ese año los Lakers perdieron ante los Knicks en el juego 7—capturando el aura relajada y un poco sórdida de una metrópolis que aún era un imán para los habitantes de paso, los soñadores y fumadores de marihuana, y aún no estaba en el auge de las películas taquilleras y el dinero de los múltiplex y de Rodeo Drive.

Los personajes de esta novela, sin embargo, son definitivamente tridimensionales. Con la excepción de Doc, que tiene un encanto vago y conmovedor, se parecen menos a los personajes completamente humanos de “Mason & Dixon” que a las endebles muñecas de papel que poblaban la mayor parte de su escritura temprana: colecciones de nombres pinchonianos divertidos, tics bizarros, ocupaciones estrafalarias y predilecciones sexuales aún más estrafalarias. Muchos parecen existir sólo porque el Sr. Pynchon los elucubró y los insertó en la historia, para llenar un espacio o para actuar como una cortina de humo para distraer a Doc de su búsqueda de Shasta, y de saberla a salvo.

Aunque “Inherent Vice” es un logro más cohesivo que, “Against the Day”, la inflada y pretenciosa novela anterior del autor, se lee más como una versión de Comiquitas Clásicas de una novela de Pynchon que como lo que es. Reduce las complejidades bizantinas de “Gravity’s Rainbow” y “V.”-y las yuxtaposiciones de nihilismo y conspiración, caos dionisíaco y razón Apolínea, libertad anárquica y la maquinaria del poder—a un enfrentamiento caricaturesco entre un fumón amigable cuya “política general era tratar de ser chévere sobre casi todo,” y un sistema legal torcido. No es sorprendente que el lector esté convidado, como observa un personaje al referirse a la caricatura “Krazy Kat” de George Herriman, de “animar a Ignatz”, el ratón anárquico, lanzador de ladrillos, y no al oficial Pupp, el emisario de la ley y el orden.

Traducción: Gabriela Gamboa