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Soledad Bravo y la espina de España en el corazón

soledad

Por Rafael Arráiz Lucca

Es muy poco probable que un venezolano no sepa quién es Soledad Bravo, también lo es que no haya escuchado alguna vez su prodigiosa voz. Pero así como todos la reconocemos de inmediato, también ignoramos que su timidez sigue intacta, a pesar de haber sido retada en infinidad de escenarios del mundo, y que la cantante nació en Logroño y llegó de siete años a Venezuela. El diálogo que sostuvimos tuvo lugar en los espacios abiertos de su casa de Loma Larga, esa que diseñó Fruto Vivas y a la que el escritor Antonio Sánchez García, su esposo, le imprime su particular fervor por la vida y su entusiasmo. Cuando conversamos con ella, su hija acababa de dar a luz, y a Soledad la felicidad de las abuelas se le había adueñado del rostro. Fue un encuentro memorable.

¿Llegas con tus padres?

No, llego en el año 50 con mi madre y un hermano, porque mi padre y mi hermano mayor vinieron primero.

¿Tu papá y tu hermano eran como una avanzada, venían a ver qué se podía hacer aquí?

Sí, claro.

¿Encontraron áreas para desarrollarse inmediatamente?

Caracas en aquel entonces era bastante rural. Nosotros llegamos directamente a Catia, porque ahí teníamos a un tío. Entonces mi tío reclamó a mi papá y a mi hermano. Después mi papá mejoró mucho su situación trabajando como cobrador y lo mismo mi hermano. Entonces llegamos nosotros y se reunió la familia completa. Vivíamos en un callejón que quedaba detrás de la plaza Catia, llamado callejón Cantabria. Nosotros nos metimos allí y no había apartamentos, pero en la platabanda del edificio hicieron como unos ranchitos de cartón piedra y ahí fue donde nosotros vivimos: una salita chiquitica donde se cocinaba, una mesita, dos muebles de paleta y un pasillito donde se abrían unos catres para dormir. Mi papá y mi mamá sí tenían su habitación, pero mi mamá se había traído todos sus muebles en el barco. Imagínate. Se había traído su cama, su armario, la cama y el armario de mis hermanos, y bueno así vivimos. La vida nos sonrió un poco porque mi padre no tenía trabajo en España. Yo soy de la posguerra. Mi padre estuvo cinco años preso en las cárceles de Franco: en el penal de Burgos, en la cárcel de La Rínaga, en Ocaña, en muchos sitios estuvo preso y condenado a muerte. Y por un indulto mágico de última hora, que no me explico a qué se debió, salió mucha gente que estaba condenada a muerte.

Esa fue una época muy dura, hasta que vinimos aquí. Yo cumplí, me acuerdo, siete años en el barco. Mi padre era un maestro de escuela muy avanzado, un hombre muy culto pero no tenía trabajo, porque, claro, cuando viene la guerra todo se derrumba y vienen las riñas de los bandos fascistas y los rojos, y mi padre había quedado en la zona republicana durante la guerra y ahí metieron preso a todo el mundo. Luego sale y no puede dar clases en ningún lado por haber estado preso. Pero como la gente es muy buena, y mi papá en casa tenía un mesón y mucha gente del mercado conocía a mi mamá y sabían que era gente de bien, le consiguieron alumnos que iban a casa. Allí se defendió un poco, pero estaba muy desesperado. Realmente no había cómo comer, mis abuelos nos mandaban comida, y mi padre y mi madre se dedicaron al contrabando, a la venta ilegal de aceite. Entonces nos dejaban mucho solos, era muy desesperante y había mucha miseria. Por eso, la venida a Venezuela representa una iluminación, a pesar de que nosotros vinimos justamente en la época de la dictadura de Pérez Jiménez.

Sí, pero había trabajo, había dinero aquí.

Exacto, era una sociedad que empezaba a despertar al petróleo y había trabajo para inmigrantes con muchas ganas de progresar y de trabajar.

¿Y tus padres regresaron a España o se quedaron siempre aquí?

Se quedaron aquí. Mis padres fueron a España cuando nació mi hija, aunque Franco aún no había muerto.

Entonces tú te desarrollas aquí, llegas de siete años, ¿hay un momento en que regresas a España y vives un tiempo allá?

Yo fui a conocer España por el año 65-66. Fui a conocer a mis tíos, estuve con mi abuela y luego agarré un tren, porque estaba fastidiadísima, y me fui a Irún, para tomar un tren hacia París, a probar un poco fortuna. Ya estaba en la universidad…

¿Tú estudiaste Arquitectura?

Empecé con Arquitectura…

¿Y ahí empezaste a cantar?

Y ahí empecé a cantar. Dejé Arquitectura y en ese ínterin en que me fui ya había pasado por Arquitectura, por Psicología y por Letras, que era lo que más me gustaba.

Pero estaba siempre el canto allí, latente.

Sí, claro, por eso es que no terminé ninguna de las cosas, porque justamente cuando estaba en la Escuela de Letras vino la renovación académica por la que luché mucho, no solamente cantando sino trabajando por ella, pero quedé un poco desilusionada.

¿Estudiaste bachillerato aquí en Caracas?

Mi primer año fue en el Liceo Andrés Bello. Era muy niña, ni siquiera cumplía los 11 años. Y me acuerdo que me caí y tuve una fractura y dejé de estudiar ese año y entonces ya entré en segundo año al Liceo Rafael Urdaneta, donde estudié todo mi bachillerato, de Manduca a Ferrenquín. Ahí me inicié cantando y entonces formé un conjunto en segundo año y yo, que era timidísima, no sé cómo vencí la timidez y aquí estoy cantando.

¿Tuviste estudios formales de canto en esa época?

No, nunca estudié canto, ni música ni nada. Esto es absolutamente espontáneo. Nosotros hacíamos concursos interliceístas de beisbol, por ejemplo, e inmediatamente llamaban al Liceo Rafael Urdaneta, para que por favor viniera a tocar el conjunto, pero que trajeran a Soledad, la muchacha que canta, y así fue como empezó la cosa simpática del canto, que después no me abandonó. Yo ya tocaba guitarra y cuatro por oído.

¿Y después, en la Facultad de Arquitectura seguiste cantando?, ¿había festivales universitarios en esa época?

Nunca participé en festivales. La única cosa que hice fue participar una vez en el show de Arquitectura. Pero nosotros en Arquitectura teníamos otra vocación, que era el teatro, una cosa como más artística, más intelectual, entonces hicimos el teatro experimental de arquitectura que era paralelo al Teatro Universitario donde estaban Cabrujas, Herman Lejter…

… y Nicolás Curiel.

Exacto. Y la sala, pequeñita, del teatro de Arquitectura era en un sótano, donde trabajamos muchísimo y donde Horacio Peterson daba clases de teatro, y ahí fue donde empecé a cantar las canciones de la guerra civil española, las canciones de la resistencia, las canciones de Lorca. Nosotros hicimos una obra de Lorca, Amores de Don Perlimplín con Belisa en su jardín, que era una obra muy simpática, muy fresca, porque la hicimos con títeres, máscaras y personas en el escenario. Esa obra gustó mucho y después la llevamos al Teatro Alberto de Paz y Mateos. Luego, Sofía Imber fue a vernos al teatro y le gustó lo que hacíamos y nos invitó a la televisión. Pero a ella le gustaba mucho yo, particularmente, y entonces me apoyó y me llevó a la televisión, a unos programas que había en el Canal 5 que se llamaban Aló, con Sofía. Entonces, ahí comenzó lo que
es mi carrera.

¿Hay alguna vinculación entre tu vocación, las canciones de la guerra civil española, Lorca y tu padre y tu madre?

Una vinculación total, claro. Ellos hacían una pareja muy unida, de 50 años de casados, que se amaban mucho. Mi papá tenía muy buen oído, ambos cantaban. Mi papá se compró un carro y nos íbamos hasta Valencia por la carretera vieja, nada más que a pasear, ir y volver, imagínate. Mi mamá se llevaba una tortilla de papas con milanesas y nos parábamos debajo de algún árbol y comíamos. Entonces íbamos en el carro, y para entretenernos, cantábamos. Recuerdo que ellos cantaban trozos de zarzuela, cantaban cosas que los unían. Y ese amor por la literatura española y también por los poetas, viene dado por ellos.

¿Tu primer disco sale en ese momento en que Sofía te lleva a la televisión y se te presenta esa posibilidad?

Sí, mi disco sale porque yo quise hacerlo. Porque me dio mucha lástima no haber grabado las canciones que había cantado en el teatro, que eran tan lindas, que son canciones del folclore español que Lorca las armonizó al piano. Yo sentía que cantando a García Lorca estaba como saldando cuentas con mis padres.

Y ellos estaban orgullosísimos de ti, me imagino.

Sí, pero ellos nunca pensaron que yo iba a ser cantante. Porque como mi papá era un aficionado a la lectura y un hombre muy culto, él siempre soñaba con que yo iba a ser una intelectual o una escritora. Y no, resultó que me gustaba más cantar, pero a mí me hubiera gustado ser una cantante popular, popular. Uno no tiene que tener tantos prejuicios. Pienso que la universidad y la propia cultura hacen que te inhibas de hacer ciertas cosas.

Eso es verdad.

Te inhibes porque existe una autocrítica feroz y pienso que por un lado me gusta ser culta, me gusta leer lo que leo y saber lo que sé, pero por otro lado me hubiera gustado no saber nada, para ser más lo que intentaba ser.

Hay una etapa en tu vida en que empieza tu carrera internacional que te mantuvo muy activa muchos años.

Sí, y que todavía se mantiene un poco.

Claro, pero en una época dabas giras por América Latina…

Por América Latina, por Europa, Estados Unidos, México, por todos lados.

Una vida fuerte ésa ¿no? La gente la ve como una vida muy glamorosa.

No es glamorosa, es de trabajo y de suspenso, porque tú nunca sabes cómo vas a quedar, qué te va a pasar, si lo que tú propones está bien, si va a ser bien recibido. Yo siempre he tenido mucho miedo escénico. Es terrible, una cosa que me mata, pero así sigo.

Quién lo diría.

Sí, tremendo. Cantar es fantástico, pero todas las implicaciones de eso no me gustan.

¿Hay alguna presentación en aquellos años iniciales que te haya marcado por lo que significó emocionalmente para ti, la relación con el público o el sitio donde cantaste? ¿Algo que guardes en tu recuerdo?

Hay muchas experiencias, sobre todo para alguien que está tan ávido de hacer cosas. La juventud es una cosa fantástica porque no te pesa nada. Tú puedes seguir y seguir. A mí me han pasado cosas muy bellas, por ejemplo conocer a los poetas latinoamericanos, cantar con Mikis Teodorakis y su orquesta en el Luna Park, que fue muy hermoso.

Yo estaba muy relacionada con los poetas españoles. Cuando se murió Blas de Otero, estaba cantando en Portugal y me llaman de España para que le hagamos un homenaje entre todos los artistas. Dejé lo que estaba haciendo y me fui. Blas de Otero era un hombre muy triste, pero ahí estaba toda la gente que lo había amado y todos los artistas interpretaron una o dos canciones. ¿Pero sabes qué fue lo más impactante? Cuando entré en aquel escenario, en el que había caído una tormenta de invierno y hacía mucho frío, y me senté sola con mi guitarra ante las 40.000 personas. Empecé a cantar las canciones de Blas de Otero y la Plaza de las Ventas comienza a iluminarse toda con encendedores y la gente de pie y yo, viendo desde ahí, sentadita como estaba. Eso me impactó tanto que llamé a mi padre desde Madrid para contárselo. Quise contarle la emoción que me había dado cantándole a un poeta que amaba y que él amaba también, con aquella recepción de la gente, que fue hermosa, con canciones que además yo había compuesto.

Debe haber sido emocionantísimo.

Sí. Otra cosa que me impactó mucho fue que en el año 76 me invitan a España, cinco o seis meses después de la muerte de Franco. Me invitan a cantar en el Teatro Monumental de Madrid con Manolo San Lucas, un gran guitarrista. Fue maravilloso, porque fui por quince días y me quedé por siete meses. Tuve un éxito tremendo, pero al mismo tiempo la estructura estaba igual, el bunker de la televisión española era el mismo, las canciones había que pasárselas a la censura y que le pusieran el sello, ¿entiendes? Una vez me suspendieron un programa de televisión y entonces la gente protestó, empezaron las cartas al director y las entrevistas y se convirtió en un conflicto. Terminé siendo una cantante incómoda. Pero es que en el 76, cuando me invitaron a cantar en el Festival de la Rábida, era el momento de la transición política española, y me acuerdo que estaba en La Rábida, donde está el monumento de Colón hacían todo un escenario, y detrás del monumento estaban los artistas. Y canté con mucho éxito, pero al salir tuve que dar la vuelta para estar detrás del monumento y llegaron dos policías, me agarraron por los brazos, me quitaron el pasaporte y me quisieron detener. Como tuve la suerte de que estaba toda la prensa, no lo pudieron hacer. Estaba Cambio 16, El País, Triunfo, La Vanguardia de Barcelona… La prensa formó un tremendo escándalo, pero me quedé sin pasaporte, aunque no me podían echar por haber nacido en Logroño. La gente que nace en España no pierde su nacionalidad. Entonces tuvo que intervenir el Rey, el gobierno venezolano y todo el mundo. Me la pasé yendo a la policía cada 15 días, sistemáticamente. Así era la España franquista después de muerto Franco ¿qué tal? En los 80 ya empezaba a mejorar un poco la cosa en España, pero antes no, era muy fiero.

Y luego en el 77 hice mi disco con Alberti, que fue muy importante. Yo estaba en Madrid y Alberti en Roma, y él me mandaba cosas, incluso inéditas, una vez me mandó un poema bellísimo, donde él reflejaba el miedo que le daba ir a España después de tantos años de exilio y me lo mandó en una servilletica. Casi todas esas canciones son inéditas, menos una. Hice un disco bellísimo y le dieron un premio en Francia. Pero lo que me gustaba, más que las canciones, era que cuando lo ponía estaba la voz de Alberti, y yo decía es para mí solita, voy a tener este disco y es mío, lo voy a poner y voy a escuchar a Rafael aquí toda la vida, es increíble.

¿Nunca has cantado con Serrat?

No, nunca. Nosotros hemos sido amigos y cuando vino Serrat por primera vez aquí nos conocimos y cada vez que venía nos veíamos e intercambiábamos canciones, pero nunca he cantado con él. He cantado con Paco Ibáñez, con otra gente, pero con Joan Manuel nunca. Lo conozco y nos queremos, pero nunca hemos coincidido.

¿Y cuándo conociste a Antonio, tu esposo?

Yo conozco a Antonio una noche cuando ya me iba para España. Nos conocimos y nos pusimos a vivir juntos para toda la vida esa misma noche.

¡Vaya!

Esas cosas pasan. Pero claro, siempre en eso de los amores fui muy apasionada. Yo tenía mi apartamento, vivía con mi hija, y con mi tía Lola, que me cuidaba a la niña cuando viajaba. Allá iban todas mis amistades, pero con un hombre así, con todas las de la ley, no había pasado nunca. Lo más divertido fue la familia, porque no entendían. Era totalmente inesperado que me pusiera a vivir con alguien desde el primer momento en que lo vi. Tuvimos un amor fulminante. Entonces, tenía que irme a Madrid porque iba a dar unos recitales con Alberti, de música y poesía y no los hice, porque me enamoré locamente, y dejé tremendo desastre, los hizo Nuria Espert. Después ya hice mi vida normal, mi carrera profesional, iba y venía. En España grabé cuatro discos, muy hermosos, en Madrid.

Antonio antes vivía en Alemania ¿no?

Él vivía en Alemania, y allí trabajaba después del golpe de Chile. Él vivió, estudió e hizo el doctorado y todo en Alemania, en Filosofía. Pero cuando viene el gobierno de la Unidad Popular, él quería estar presente y entonces se va a Chile. Es cuando viene el golpe en septiembre del 73 y tiene que irse a Argentina y de ahí vuelve otra vez a Alemania, a Munich. Pero eso no le gustaba, era como vivir exiliado. El destierro es una cosa muy fea. Solamente una tierra como Venezuela es la que puede hacer que las raíces se enderecen de verdad. Y fíjate lo que es Venezuela: Antonio llegó aquí, se bajó de madrugada en el aeropuerto y dijo yo me quedo aquí, esto me gusta mucho.

¿Por qué decidieron venirse de España?

Lo que viví con Antonio en España nada más fueron dos años, pero nos vinimos porque aquí estaban mi hija y mis padres y porque para la felicidad de nosotros era muy importante que Antonio se realizara. Él tuvo mucha suerte, porque llegó aquí y empezó a escribir en los periódicos y a dar sus seminarios, pero el amor loco y los compromisos que yo tenía hicieron que él me siguiera. Nos vinimos porque él no tenía lugar en España y era la época de la construcción de la pareja. Ni por una carrera artística ni por nada yo dejaría mi vida personal, eso está por encima de todas las cosas.

Sin embargo te has realizado como artista…

Tengo muchos logros que me han hecho feliz, aunque no tantos como quisiera.

Todos estos años has estado regresando a Europa y has visto el cambio que ha habido en España ¿qué puedes decirnos de esto?

Yo estaba allí cuando llegó por primera vez Santiago Carrillo, estaba allí cuando el joven Felipe González. Nosotros asistimos mucho a esa historia de la transición.

España es para ti una marca imborrable, porque la estás heredando también de tus padres, la llevas adentro.

Sí, llevo adentro esa España peregrina, pero tan adentro que la tenía totalmente internalizada. Pero soy venezolana desde el primer momento en que pisé Catia. Es muy difícil que la gente sepa que yo soy española de nacimiento. España ha sido una marca importante: la generación del 98, la generación del 27, la guerra civil española. Yo traté de ignorar eso por muchos años, pero cuando me invitaron por primera vez a España a cantar, sentí miedo, pánico. No quería ir por ningún motivo y tenía mucha razón porque llegué y todo lo que decía la gente me irritaba, porque estaba acostumbrada a la democracia, a decir lo que pensaba. Me costó tanto, que me molestaron muchísimo desde el punto de vista político. Pero siempre he dicho con respecto a España, a pesar de todo lo que la quiero y que me gusta, que, primero, no podría vivir allí y, segundo, que pienso que España es como mi madre y mi madrastra. Voy a España y no soy española, porque incluso cuando atravieso la frontera del aeropuerto, la gente cree que soy suramericana y me discriminan por eso, porque ya lo he sufrido. Por eso te decía que España es algo serio.

Una espina en el corazón.

Una espina, muy grande, muy grande.

¿Dónde nacieron tus padres?

Mi mamá nació en Castro Urdiales, un pueblo maravilloso que queda en Santander y mi padre nació en Barcelona y allí vivió hasta los 12 años. Él me hablaba muchísimo del barrio chino, del barrio gótico, de todas las cosas que él había vivido en su infancia. Y mi abuela Soledad, de la que por cierto llevo el nombre, era del sur, y le gustaba cantar y tocar la guitarra, y cuando nosotros llegamos a Venezuela ella murió.

¿Tus padres aún viven?

Mi padre ya murió, pero mi madre aún vive y está aquí conmigo, está de bisabuela, va a cumplir noventa años el próximo año.

Noventa años…

Sí, y aquí está muy bien. Pero los europeos mediterráneos marcan mucho a su descendencia. Yo conozco a muchos argentinos que desde hace dos generaciones son argentinos, y si son descendientes de italianos son italianos, o españoles, y en Buenos Aires hay un chiste famosísimo, que es bellísimo además. De dónde descienden los ingleses, bueno, serán anglosajones; de dónde descienden los mexicanos, de los aztecas; de dónde descienden los argentinos, de los barcos.