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Rodrigo Pardo: “150 años de vida independiente no han bastado para que dejemos de ser prácticamente iguales”

2005rodrigopardoPor Rafael Osío Cabrices

Una versión mínima de la hoja de vida de Rodrigo Pardo despacha con una breve generalización los ensayos y libros sobre política internacional que ha publicado y su labor como profesor de política internacional en la Universidad de los Andes. Pardo no ha cumplido aún los 50 años y ya tiene una trayectoria excepcional: economista de la misma casa de estudios donde más tarde enseñó y con un postgrado en relaciones internacionales en la John Hopkins University de EEUU, fue embajador de Colombia en Venezuela entre 1992 y 1994 antes de ser ministro de Relaciones Exteriores, hasta 1996, cuando se fue a presidir la legación diplomática de su país en Francia.

Hoy es director editorial de Semana, la revista más importante de Colombia, donde aprovecha la experiencia periodística que ganó como editor general y subdirector en El Tiempo y como director de El Espectador. Rodrigo Pardo ha estado en posiciones extraordinarias para mirar hacia Venezuela, y es uno de los hombres a quienes se considera mejor enterados en Colombia sobre lo que sucede más allá del Arauca y la sierra de Perijá.

¿Cómo ve a Venezuela un típico político colombiano?

Creo que la ve como un país en el que hay mucho trabajo por hacer y con el que hay muchas coincidencias. Un típico político colombiano no tiene un conocimiento profundo de lo que es Venezuela y de sus semejanzas con Colombia, salvo cuando proviene de la frontera, en cuyo caso tiene más sensibilidad hacia lo venezolano que la que puede tener uno que viene del sur de Colombia, la región más alejada de Venezuela. En general se la ve con respeto, se entiende lo importante que es, pero no se la investiga muy a fondo.

¿Qué tan importante es Venezuela para un candidato presidencial en Colombia?

No diría que Venezuela pueda ser un factor importante en una campaña. Puede haber alguna excepción, pero el electorado colombiano no es muy sensible al tema. Colombia ha tenido siempre una política interna muy desvinculada de la política exterior, salvo en lo que concierne a la relación con Estados Unidos y al Plan Colombia. En todo caso, los políticos suelen hablar de entendimiento con Venezuela, que es lo que los electores quieren oír.

¿Es la relación con Venezuela un ítem obligado en el programa de gobierno de un candidato?

Obviamente por la importancia sí, pero en la práctica no hace mucho énfasis en eso frente al electorado. La opinión pública en Colombia es muy parroquial, muy desinteresada de los asuntos externos.

¿Influye en el éxito de una carrera política en Colombia la calidad de los contactos y relaciones con Venezuela?

No. Para nada. Influye en el ejercicio de ciertos cargos; un ministro con un entendimiento adecuado con Venezuela tiene muchas ventajas sobre uno que no lo tiene. Pero en cuanto a la opinión pública no hace mucha diferencia. El único venezolanólogo que ha tenido una carrera exitosa es el ex presidente Alfonso López Michelsen, porque Noemí Sanín, que también lo es, no llegó a la presidencia.

¿Hay un modo estándar de relacionarse con los gobiernos venezolanos en los Ejecutivos colombianos, una suerte de manual para tratar con Miraflores que pasa de presidencia en presidencia?

Lo había. En la IV República* había unos códigos, no necesariamente escritos, y unos enlaces privilegiados y frecuentes entre lado y lado, que no eran parte de los gobiernos, como Arturo Uslar Pietri, que tenía especial interés; los cancilleres colombianos siempre citaban su frase de que la frontera común era un tercer país. Había temas que se enfatizaban. Con Chávez, en cambio, ha cambiado todo mucho porque cambió la élite política venezolana. Se rompieron los lazos tradicionales y toma tiempo crear unos nuevos. Además está el hecho de que Chávez se alinea con países como Cuba, que son más de la simpatía de las FARC. Los viejos códigos ya no sirven.

Sin meternos en la calidad de su gestión o su legitimidad o su nivel de corrupción, ¿en qué se parecen y se diferencian los gobiernos colombianos de los venezolanos?

Depende de qué periodo. Tradicionalmente Colombia ha sido más civilista y Venezuela más caudillista; en Colombia ha habido más vigencia de las formas democráticas; en Venezuela ha habido menos violencia. Ese patrón fue cierto entre 1830 y 1960, más o menos. Allí comenzó otro periodo en que ambos sistemas políticos se hicieron muy parecidos: había un bipartidismo que nació de un pacto, en Colombia el Frente Nacional, en Venezuela el de Punto Fijo*. Eso acabó en 1999 cuando Chávez llegó al poder y las cosas volvieron a cambiar. El régimen de Chávez es muy distinto a lo que hay hoy en día en Colombia.

¿Qué aprendió como embajador en Venezuela?

Necesitaría mucho más que una entrevista, y más de un libro diría yo, para contar todo lo que aprendí en Venezuela. Son demasiadas cosas. En primer lugar conocí un país extraordinario de principio a fin, lo cual fue una experiencia maravillosa. Aprendí mucho sobre las similitudes con Colombia, que son enormes; más de 150 años de vida independiente en ambas naciones no han alcanzado para borrar el hecho de que las poblaciones de las dos son prácticamente iguales: hay andinos y hay costeños en las dos, y unos y otros se relacionan de manera parecida. Se le atribuye a Gabriel García Márquez el haber dicho que la única diferencia entre Colombia y Venezuela es que nosotros tenemos una capital andina y ustedes una capital caribeña. Eso define algunas cosas, pero también que tanto Colombia como Venezuela son andinas y costeñas: en Bogotá hay mucho de lo costeño, como en Caracas hay mucho de lo andino.

¿Siente que entendió mejor su país al verlo desde Venezuela?

Diría que sí. En parte porque la perspectiva ayuda. Dentro, se es prisionero de las cosas pequeñas y fuera uno puede obtener una percepción más clara del cuadro general. Vivir en Venezuela fue un parámetro útil para entender Colombia. Con muchísima frecuencia acudo a ejemplos venezolanos para ilustrar características colombianas, para explicar la magnitud de algunos fenómenos. Los partidos aquí eran difusos cuando allá eran organizados; allá no los querían por rígidos, aquí por lo contrario. Hoy, tratamos de salvar los partidos colombianos para evitar que les pase lo que les sucedió a los de Venezuela, donde su debilidad permitió, por no decir que ocasionó, el ascenso de Chávez.

¿Ha sucedido que políticos colombianos y venezolanos se hayan aliado para enfrentar asuntos específicos?

Sí, muchas veces. López Michelsen y Carlos Andrés Pérez fueron muy cercanos durante el primer gobierno de éste y tenían visiones parecidas de una socialdemocracia bastante más estatista de lo que hoy la misma socialdemocracia recomienda. Misael Pastrana tenía una relación muy cercana con Rafael Caldera, y ambos coincidían en el tema de lo social dentro de una economía de mercado. Hoy hay políticos de izquierda muy cercanos a Chávez. A otro nivel ha habido relaciones muy estrechas entre gobernadores de departamentos y estados fronterizos, que se entienden muy bien porque tienen los mismos problemas y el mismo escepticismo sobre la capacidad de Caracas o Bogotá para resolverlos.

¿Qué tan cercanos o antagónicos son Hugo Chávez y Álvaro Uribe Vélez?

Se parecen en cuestiones de estilo. Ambos tienen una gran confianza en sí mismos y una gran credibilidad en que con voluntad política se puede sacar todo adelante, hasta el punto de que son un poco flexibles sobre lo institucional, que respetan las instituciones pero actúan según la idea de que el personalismo es más importante que las formalidades escritas. Pero lo que quieren sacar adelante con ese estilo es muy distinto. Uribe es un hombre de derecha; Chávez es de izquierda. Chávez, junto con Fidel Castro, es la piedra en el zapato de Estados Unidos mientras que Uribe es su principal aliado. En la manera en que conciben la integración son muy diferentes. La idea de la integración en Chávez consiste en vincularse con todo lo que coincida con su visión de lo bolivariano; Uribe está más cerca de la visión tradicional andina pero su elemento básico es la lucha contra el terrorismo, y su política internacional es básicamente para buscar aliados en su proyecto de seguridad. Es casi incompatible con la de Chávez, por tanto. No es coincidencia que la Comunidad Andina de Naciones haya caído en tantas dificultades desde que Uribe y Chávez son presidentes. Es cierto que el concepto de integración requiere una modernización, pero hoy, Colombia y Venezuela, que eran el eje de la integración andina, son los protagonistas del enfrentamiento entre la América Latina proclive a Estados Unidos y la que es de izquierda.

¿Vaticina usted más impasses como el ocasionado por la captura en Venezuela del guerrillero Rodrigo Granda?

Sí. Indudablemente habrá más problemas. La vecindad misma los genera, al margen de cómo reaccionen los gobiernos. Hay competencia, la frontera es muy amplia, los intereses no siempre coinciden, y si agregamos las diferencias entre Chávez y Uribe, sobre todo en torno al conflicto armado colombiano, no puede concluirse otra cosa sino que seguirá habiendo inconvenientes.

¿Cómo afectaría la eventual reelección del presidente Uribe la relación con Venezuela?

Uribe persistiría en su actual política: reducir la agenda bilateral a temas importantes pero de menor confrontación. Eso reduce el chance para el conflicto, pero empobrece la agenda bilateral, que podría ser más amplia.

Antes de que Chávez llegara al poder, ¿cómo evaluaba la clase política colombiana la manera en que Venezuela se relacionaba con el conflicto armado?

El conflicto nunca fue importante para las relaciones bilaterales hasta los años 90, en que empezaron a preocupar en Venezuela sus repercusiones, como el aumento del secuestro y la vacuna en territorio venezolano*. Hasta 1998 hubo una cooperación militar muy fructífera, como no la había habido nunca; los ministros de Defensa y los comandantes militares y policiales se reunían con frecuencia, en un cambio muy grande frente a las décadas de los 60 y 70, cuando los ejércitos se veían como enemigos potenciales y se incluían en hipótesis de guerra. Pero los grupos irregulares aparecieron como el enemigo común. Ahora, vemos que Chávez desconfía mucho del Ejército colombiano y que la cooperación militar se redujo al mínimo. La prueba de eso fue el caso Granda; si hubiera cooperación eso nunca habría pasado, no habríamos llegado a una crisis tan compleja como lo que fue.

¿Qué hace falta para reducir al mínimo las fricciones entre los dos Estados?

En este momento, el tema número uno es la cooperación militar. Con este problema de seguridad se necesita un entendimiento entre ambas fuerzas armadas. La falta de eso es caldo de cultivo para las crisis. Falta también más comunicación entre las élites, pero no sé cómo podría haberla, cómo la élite que rodea a Uribe podría entenderse con la que rodea a Chávez. Los empresarios deberían relacionarse mejor, el intercambio no es tan rico como en otras épocas. Los sectores académicos han disminuido también el vínculo. La Cátedra Colombo-Venezolana que existe en la Universidad Nacional de Colombia y en la Universidad Central de Venezuela ya no tiene el mismo impacto de antes.

¿Rinde algún beneficio político en Colombia el sostener un discurso hostil a Venezuela, el animar algún nacionalismo por ese lado?

Pienso que no. Por el contrario, la gente valora más bien la capacidad de entendimiento con Venezuela. Con las pasiones que despierta Chávez se está viendo ahora en Colombia gente que intenta ese discurso, y eso genera simpatías en algunos sectores, pero no tiene ningún peso electoral. El elector valora a alguien que sea capaz de entenderse con Chávez, quien es un interlocutor muy difícil, un vecino muy complejo para Colombia.

¿Cabe esperar que la relación mejore, que lleguemos a una etapa de más colaboración y menos desencuentros?

Digamos: sin duda es deseable. Y es posible. Pero no necesariamente se puede pronosticar que va a ocurrir. Persisten elementos muy distorsionantes que exacerban el conflicto, que por otro lado nunca llegará a ser demasiado grave, por fortuna, pero que obstaculizan una colaboración que podría ser mucho más fructífera.

¿Puede Colombia progresar a espaldas de Venezuela?

No. Desde el punto de vista económico hay una dependencia. El mercado venezolano es muy importante para Colombia. Desde el punto de vista social, no se puede concebir un progreso que no tome en cuenta a los millones que viven en la frontera, lo que obliga a pensar en la convivencia. No se puede vivir a espaldas de lo que está viviendo Venezuela, con un presidente muy sui géneris, con posiciones ambiguas frente a la guerrilla. Y el progreso colombiano requiere de una alianza con Venezuela.

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* Como IV República denomina el chavismo al periodo de entre 1958 y 1999, cuando se promulga la actual Constitución de la República Bolivariana de Venezuela. Algunos historiadores han rechazado esa categoría.

*El Frente Nacional fue un acuerdo firmado en 1958 en Colombia, entre el líder conservador Laureano Gómez y el liberal Alberto Lleras Camargo, para que ambos partidos hegemónicos se alternaran en el poder y se repartieran los cargos de la administración pública. Se trataba de conjurar el peligro de la dictadura y de la guerra civil. El Pacto de Punto Fijo, bautizado así por la prensa de acuerdo con el nombre de la quinta caraqueña de Rafael Caldera en que se firmó en octubre del mismo año, fue suscrito por Acción Democrática, Copei y Unión Republicana Democrática para cooperar en la construcción de la democracia venezolana con un programa de gobierno mínimo común, el respeto a los triunfos electorales y la colaboración mutua en labores de gobierno.

* El acendramiento del conflicto armado colombiano, con el fortalecimiento del narcotráfico y el paramilitarismo, se extendió entonces visiblemente al sur y occidente de Venezuela. Entre 1990 y 1991 se registraron 26 secuestros en las cercanías con Colombia, mientras que en 1992 y 1993 hubo 41; a finales de este año hubo dos incursiones guerrilleras a puestos militares venezolanos, con un total de diez efectivos venezolanos muertos. Las relaciones entre ambos Estados se enfriaron además por la carrera que el canciller venezolano Miguel Ángel Burelli sostuvo contra el ex presidente César Gaviria por la Secretaría General de la OEA.

Foto: Vasco Szinetar