Artes

Vivir para contar la vida de García Márquez

Por El Librero y Prodavinci | 13 de julio, 2009

gabriel-garcia-marquezPor Paul Berman

New York Times

El evento más emocionante de la vida de Gabriel García Márquez, a juzgar por la biografía de Gerald Martin, ocurrió en febrero de 1950 cuando el novelista de 22 años, que aún no era novelista aunque ya trataba de serlo, acompañó a su madre al pueblo perdido donde había pasado los primeros años de su infancia. Este lugar se llamaba Aracataca, en la “zona bananera” del norte de Colombia. La casa de su abuelo quedaba allí y su madre decidió venderla.

El propio García Márquez ha descrito este viaje en su autobiografía, “Vivir para contarla.” Pero de hecho, Martin nos suple con la versión corroborada con los hechos-“Gabriel García Márquez: Una vida,” es un producto que se llevó 17 años de investigación junto con las bendiciones del propio autor, quien ha observado con altanería, “Bueno, supongo que cualquier escritor que se respete debe tener un biógrafo inglés.” En “Vivir para contarla,” García Márquez dice que a su llegada a Aracataca entró a la casa e inspeccionó los cuartos. El biógrafo inglés, en cambio, observa que García Márquez también ha dicho que nunca entró. En cualquier caso, vio la casa. Se presentaron imágenes de la infancia, y las imágenes suscitaron pensamientos.

Para ese entonces García Márquez estaba absorto en Joyce, Woolf, Faulkner y Proust en sus traducciones al español. Estaba aprendiendo a apreciar lo que Martin llama “las múltiples dimensiones del tiempo.” Y con una mirada pensativa sobre la vieja casa se dio cuenta -he aquí la revelación-que podría inventarse de nuevo. Había una manera de convertirse en un miembro de la vanguardia de los brillantes escritores de novelas, y este sería el niño de Aracataca. Así que tenía su gran tema; y tenía su personalidad de escritor, que era el mismo, tanto de adulto, como de niño; y, tenía su método de investigación.

Las primeras secciones de la biografía de Martín están obstruidas con crónicas genealógicas de los García (la familia del padre) y los Márquez (de la madre), deslizándose hacia el siglo 19—una absurda historia enrevesada, de primos y no primos unidos en matrimonio, no matrimonio, cercana al incesto, manías de vendetta y de pioneros en la frontera de la selva colombiana; tal que, después de algunas páginas, casi no recuerdas quien es quien, ni dónde ocurrió el asesinato, ni porque hubo guerra civil, ni donde fue la próxima guerra civil. Hasta puedes sospechar que Martin, cuyo rol es describir a García Márquez, ha terminado por competir con él: donde el novelista adornó algunas versiones de “Cien Años de Soledad” con una tabla genealógica de una sola página, el biógrafo ha adornado a “Gabriel García Márquez” con siete.

¿Pero, qué más puede hacer un biógrafo? Una especie de brisa marina de estados de ánimo atmosféricos sopla a través del trabajo de García Márquez—un ánimo salino y un patetismo subestimado, ánimos de solidaridad delicada y hasta complicidad con todo lo frágil y hasta lo quebrado, un ánimo ligeramente mórbido. Y todas esas corrientes de ánimo parecen converger, al final, en una única emoción exuberante y regia, que es la nostalgia-la inagotable y siempre tierna búsqueda de García Márquez por lo que no va a encontrar: su propio pasado, el de su familia, y el universo que es la rodilla de su abuelo.

Pero, su infancia toca sólo otra experiencia y esta no tuvo nada que ver con tradiciones familiares. Martin nos dice que de niño García Márquez leía Alexandre Dumas y “Las mil y una noches.” Era un niño normal. En general, era un niño latinoamericano normal. Leía los poetas del “Siglo de Oro” de la literatura española, los siglos 16 y 17. Y de esta manera parece haber pasado partes enteras de su infancia no solo merodeando por el norte de Colombia, sino también por el híper universo de Luis de Góngora y los poetas que contaban sus sílabas de la España imperial, de hace mucho tiempo—cuyas propias memorias se remontaban espectralmente tan lejos, hasta las sombras del mito romano y la filosofía esotérica.

El golpe de suerte en la vida de García Márquez fue ganarse una beca para asistir a una excelente Universidad en las afueras de Bogotá, donde sus estudios se concentraron en otro de los escritores modernistas, el nicaragüense Rubén Darío. El mundo de habla inglesa nunca le ha prestado mucha atención a Darío, pero eso es porque su tema más profundo era estrictamente de la lengua española—es decir, el mismo difívil problema que García Márquez tendría que resolver: como reconciliar una infancia inmersa en la poesía del Siglo de Oro con una inmersión adulta en las realidades de la era moderna. Darío coqueteó con una idea precisa de como hacerlo. A través de una especie de locura. Albergó cada florida extravagancia del Siglo de Oro-los mitos romanos y las doctrinas esotéricas, la dedicación fanática a los versos estructurados de la tradición española-solo que las albergó en el espíritu de la paradoja. Quería mostrar cuan amplia y penosa es la brecha entre la vida que debiera ser y la que realmente es. Y esta idea también entró en la imaginación de García Márquez-o al menos eso me parece a mí, aunque Martin no dice mucho de esto.

Los lectores de García Márquez a veces se imaginan que los eventos sobrenaturales y las creencias folclóricas de sus novelas expresan un espíritu total de rebelión primitivista, apropiado por escritores de mentes progresistas en todas las regiones del mundo anteriormente colonizado. Martin apoya esa interpretación en su frase de apertura de la biografía, donde define de entrada a García Márquez, estilo enciclopedia, como ” el mejor escritor conocido que ha emergido del ‘tercer mundo’ y el mejor expositor de un estilo literario, ‘realismo mágico,’ que ha demostrado ser sorprendentemente productivo en otros países en vías de desarrollo.”

Por el contrario, yo creo que los eventos mágicos y las creencias folclóricas en la escritura de García Márquez demuestran cuanto ha permanecido el Siglo de Oro en su memoria. En vez de una rebelión postcolonial contra el imperialismo occidental, acá hay una flor tardía del alto barroco español.

Gongorismo disfrazado de primitivismo, y, siendo un buen hijo de Darío, García Márquez ha adoptado en su loco espíritu las glorias de la retórica española al extremo.

Martin nos dice que para el propio García Márquez su mejor libro es “El Otoño del Patriarca” de 1975-un libro que le rinde homenaje a Darío, a quien evoca al principio y de nuevo al final, y quien en alguna parte del medio aparece como personaje, entrando a un puerto para recitar poesía, navegando un barco bananero.

Cada frase del “Otoño del Patriarca” ofrece una demostración heroica del triunfo del hombre sobre el lenguaje-a menos que sea un triunfo del lenguaje sobre el hombre. Las frases comienzan en boca de una persona y terminan en boca de otra, o cambian de tema en el medio, o merodean a través de siglos y aún se moldean a las reglas de la retórica suficientemente para llevarnos con ellas. Leer es jadear. Quieres arrancar a aplaudir por la forma y grandeza de esas frases, sin mencionar su longitud. Y sin embargo, para hacerlo, debes dejar de leer, lo cual no puedes hacer, ya que cuando sientes que el impulso de aplaudir es irresistible, la frase que estás leyendo ha doblado en una esquina y no tienes otra alternativa que agarrarte del libro como del volante de un carro del cual perdiste el control.

Esas son frases hermosas, pero también tiránicas-y la tiranía, en el sentido político convencional, es el tema principal de la novela. “El Otoño del Patriarca” cuenta la historia de un gobierno despótico en una tierra sin nombre del Caribe. Es una novela sobre un dictador. El matrimonio de trama y prosodia la convierte en obra maestra-un triunfo mayor que la brillante “Fiesta del Chivo” de Mario Vargas Llosa, que también es una novela dictatorial caribeña y que también invoca a Rubén Darío. Pero, “El Otoño del Patriarca” tiene una cualidad incomprensible. El dictador que emerge de esas frases tropicalmente floridas es monstruoso y detestable-pero sus rasgos más tiránicos se presentan como signos de la condición humana, merecedoras de lástima y compasión, hasta de una especie de amor lastimoso. Siempre me he preguntado que tipo de actitud política quiso transmitir García Márquez con estas ambigüedades tan peculiares.

Pero ahora que he leído la biografía de Martin lo sé. El libro tiene 642 páginas y la primera mitad, tras completar el sondeo genealógico del norte de Colombia, reporta la terrible pobreza que García Márquez sufrió junto con su esposa y dos hijos antes de 1967, cuando “Cien Años de Soledad” lo alzó hacia la comodidad de propietario de casa y en 1983, cuando ganó el Premio Nobel. Pero la segunda mitad cuenta sobre todo la carrera posterior, donde se codeó con los poderosos-un hombre que, según su biógrafo, ha trabajado duro y sostenidamente para que lo inviten a las cenas de los presidentes, dictadores y magnates del mundo. Y entre esos compañeros de mesa, nadie le importó más que Fidel Castro, el máximo líder de la revolución cubana, con quien García Márquez ha formado una amistad genuina, fundada en vacaciones compartidas, en una carrera a destajo donde promueve a la Habana como capital de la industria cinematográfica y la histórica defensa de esta dictadura entre sus detractores en el mundo literario hispano. García Márquez nos lleva a pensar en Castro en algunas de sus frases espectaculares de “El Otoño del Patriarca.” Y el novelista claramente ama a su dictador.

Martin se explaya sobre todas las cosas que García Márquez ha hecho, y aún así concede que su amistad con Castro ha suscitado críticas. El biógrafo menciona dos veces que Vargas Llosa (quien una vez golpeó a García Márquez por razones que probablemente fueron de honor marital) ha descrito a García Márquez como el lacayo de Castro. Martin subraya que el insulto muestra las indignaciones que García Márquez ha tenido que sobrellevar por su fidelidad a Fidel. Y sin embargo, en la biografía, esa amistad hace que los lectores hagan pausa ante la palabra “lacayo.” Martin nos dice que en una ocasión, cuando Castro visitaba Colombia, García Márquez se ofreció de guardaespaldas. El novelista serio más popular del mundo si pareciera ser el mandadero del dictador más longevo del mundo. Porqué ha escogido esta amistad García Márquez es algo inexplicable-excepto cuando Martin muestra que el gran novelista nunca se ha desviado de la revelación que se le presentó en casa del abuelo en 1950, y que siempre se ha fascinado por lo grotesco, lo patético y lo improbable.

Paul Berman es un escritor residenciado en New York University y el autor “Flight of the Intellectuals.”

Imagen: Tamer Youseff

Referencia:

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ : A Life
Por Gerald Martin
Ilustrado. 642 pp. Alfred A. Knopf. $37.50

El Librero y Prodavinci 

Comentarios (1)

Efraín Moncada
15 de julio, 2009

Me llama la atención la aproximación sicológica a la relación de garcía Márquez al poder y su influencia en la literatura. Habrá que leer el trabajo a ver como desarrolla ese tema el autor.

Envíenos su comentario

Política de comentarios

Usted es el único responsable del comentario que realice en esta página. No se permitirán comentarios que contengan ofensas, insultos, ataques a terceros, lenguaje inapropiado o con contenido discriminatorio. Tampoco se permitirán comentarios que no estén relacionados con el tema del artículo. La intención de Prodavinci es promover el diálogo constructivo.