Fundación Valle de San Francisco

Despierte el alma dormida, por María Fernanda Palacios

Por Prodavinci | 14 de mayo, 2009

Confieso que la sola idea de escribir “para la red” me intimida y que el ciberespacio me resulta desmesurado. Entonces, para mantener viva la fantasía de dirigirme a alguien en particular, escribo como si conversara con esas personas que con mayor o menor frecuencia asisten a los cursos que se dictan en la Fundación del Valle de San Francisco. Personas casi todas con profesiones muy variadas, con vidas sumamente ocupadas, que han descubierto el gusto de reunirse alrededor de un tema, de un libro, de un autor, haciendo de ese encuentro no sólo una ampliación de conocimientos, sino una oportunidad para descubrirse a sí mismos como parte del mundo en que vivimos y del mundo que heredamos.

En esta página espero escribir con relativa frecuencia sobre literatura y especialmente sobre la lectura, sobre el hábito y el gusto de leer, y sobre la relación que la lectura mantiene de manera inevitable con el estudio y con la enseñanza; es decir, con el aprender: con el hábito y el gusto de aprender. Dentro del continuo leer-estudiar-aprender, se insertarán comentarios y referencias que sean como invitaciones a reflexionar el mundo en que vivimos.

Despierte el alma dormida

Jorge Luis Borges afirmó una vez que un libro no existe hasta que no da con su lector. Subrayemos el carácter individualísimo que allí se le está dando a esa relación. Es como si cada lector fuera único y responsable de la existencia de ese libro, no importa que miles de ediciones de ese mismo libro se hayan publicado a través de los siglos. La frase de Borges me sugiere, por ejemplo, que también El Quijote, El origen de las especies o La democracia en América deben dar con “su” lector, y que sólo entonces esos libros empezarán a existir en el mundo de una persona.

Se entiende que no hablo aquí de esa otra forma de existencia “consagrada” que ofrecen los catálogos bibliográficos, las antologías, la historia o los manuales de una disciplina, ni hablo de la celebridad o la fama póstuma, ni de la enorme variedad de etiquetas culturales que sirven de relleno o de barniz a nuestras habitaciones mentales. Si vamos a hablar de la relación única con un lector, hay que dejar fuera todo lo relativo a la industria o al mercado del libro. No interesa aquí el número de lectores que tiene un libro, ni el tiempo que pasa en la mesa o la vitrina de las librerías, ni los premios que gana. Hablo de un leer que no cabe en ninguna campaña de promoción de la lectura “en general”. Más bien, se trata de tomar distancia frente a cierto consumismo cultural que invita a leer libros como quien compra cereales, vitaminas o detergentes. Se trata, también, de sospechar de antemano de todo programa que de manera abierta o encubierta atrofia la conciencia del lector con criterios pedagogizantes y/o ideologizantes.

Quiero hablar de lo que impulsa, sostiene y prolonga esa relación única entre un libro y su lector.

Una película reciente, “El lector” (The Reader), roza este asunto; nos muestra un alma que despierta escuchando la voz que encierran los libros: Habla, Musa, de aquel hombre astuto que erró largo tiempo después de destruir el alcázar sagrado de Troya… La voz que sale del libro es la que convierte en única esa relación; esa voz es la que se hace escuchar, la que habla al alma, la que crea una relación. ¿Será casualidad que relatar y relación tengan una misma raíz? Creo que si nos olvidamos de las diferencias de género, todos los libros, cuando dan con su lector, rompen a hablar y a contar, comienzan a relatar algo, dejando salir una voz propia que establece una relación única y distinta con cada lector.

Tanto Borges como la película El lector cuando hablan de libros hablan sobre todo de literatura, pero tengo la impresión de que todo libro verdaderamente significativo es capaz de establecer esa relación personal y única. Es decir, todo libro que vale la pena, cualquiera sea su asunto o su género, esconde una voz y contiene un relato. Lo que se queda con nosotros de los libros de filosofía o de historia, aun de ciertos manuales escolares, es el peculiar acento o entonación con que nos exponen su saber. Pero es en la literatura donde hallamos esa capacidad mayor para despertar el alma humana. Son libros cuyo saber nos expone (nos descubre) ante nosotros mismos.

Creo que a esto se refería Kafka cuando anotaba que un libro debía ser como un hacha para el mar helado que hay en nosotros. En otra parte dice de la alegría de sentir un cuchillo que le escarba el corazón.

Sólo escuchando las voces de Homero, de Mark Twain, de Shakespeare, de Chejov… notaremos en el film la fuerza y la belleza del hachazo que recibe el mar helado de quien escucha esas lecturas, y sólo así la historia de este raro “lector” cobrará un sentido distinto al que la simple anécdota biográfica le otorga. Pero esto no es una reseña cinematográfica y el film tiene un espesor que no intentaré desplegar.

Entre paréntesis: la película “El lector” vale la pena. Se hacen pocas películas así. Por eso no me sorprendió que el director de esta película fuera Stephen Daldry y que David Hare escribiera la adaptación de la novela de Bernhard Schlink (Der Vorleser,1995 ) ya que ambos realizaron aquella otra rara y notable película sobre literatura y vida: Las horas. Pero, ya lo dije, esto no es una reseña cinematográfica. Cierro el paréntesis.

No es fácil saber qué es lo que sentimos ante una obra de arte, ni siquiera es fácil saber si sentimos algo. Creo que la mayoría de las veces ni nos enteramos, pero algo dentro de nosotros está registrando eso que sentimos sin que nuestra conciencia se de por enterada. La voz del libro, esa voz que se dirige a cada uno de nosotros a través de los siglos, a la que seguramente no comprendemos del todo, roza al mismo tiempo nuestras sensaciones y nuestra memoria: acaricia y golpea, encanta y sorprende, aviva lo vivo en nosotros…

Aunque Marcel Proust no se imagine un hacha cuando escribe, su trabajo también socava y agrieta lo evidente:

Este trabajo del artista, ese trabajo de intentar ver bajo la materia, bajo la experiencia, bajo las palabras, algo diferente, es exactamente el trabajo inverso del que, cada minuto, cuando vivimos apartados de nosotros mismos, el amor propio, la pasión, la inteligencia y también la costumbre, realizan en nosotros cuando amontonan encima de nuestras impresiones verdaderas, para ocultárnoslas enteramente, las nomenclaturas, los fines prácticos que llamamos falsamente la vida.

El asunto no es estar alfabetizados, el asunto es escuchar lo que se abre paso dentro de nosotros desde el libro. El asunto es el alma humana. Esas voces la despiertan:

Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
como se pasa la vida,

Y al despertar vemos el mar helado y el hacha… y comprendemos que eso de “humanizar” como que tiene dos filos.

Citas: Joge Luis Borges: “El libro”, en: Borges Oral | Homero: La Odisea | Franz Kafka. Diarios | Marcel Proust: En busca del tiempo perdido (7.El tiempo recobrado)| Jorge Manrique: Coplas a la muerte de su padre

María Fernanda Palacios
Caracas, mayo, 2009

Prodavinci 

Comentarios (10)

Alberto Peña
14 de mayo, 2009

Gracias María Fernanda por este regalo, por compartir con nosotros tus queridas reflexiones, por despertar nuestra alma.

Diego Salas
14 de mayo, 2009

Gracias por esa hermosa reflexión, sobre la cual no se decir si me penetra como un “hachazo”, pero me ha hecho sentir un sacudón que como bien dices, “aviva lo vivo en nosotros”. Felicitaciones y mucho exito con ese proyecto. Pampatar, 14 de mayo de 2009

Estruco Grey
16 de mayo, 2009

Hoy esta reflexión de una vez quito la costra de apatía que tenía desde hace meses por agarrar un libro y leer, gracias por esa imagen del “hachazo” lo he sentido. En la primera capa de mis recuerdos pienso en algunos libros de Ernesto Sábato.

Ynés
18 de mayo, 2009

Gracias María Fernanda la lectura de su artículo me lleno de gozo espiritual, más hoy, cuando Mario Benedetti nos dijo adiós. No se intimide las satisfacciones vendrán después.

Martha Maier
19 de mayo, 2009

Mi Querida María Fernanda:

Que alegría leerte por este medio, gracias por esta hermosa reflexión cargada de alma acerca del arte de leer. Como bien dices …”El asunto no es estar alfabetizados, el asunto es escuchar lo que se abre paso dentro de nosotros desde el libro.”… eso es lo que nos has enseñado con paciencia y entrega en la Fundación del Valle. Muchas Gracias.

Sonia García Lozano
21 de mayo, 2009

Estimada María Fernanda gracias por dirigirse en esta excelente reflexión a los alumnos de la Fundación Valle de San Francisco, ese espacio se ha convertido en un estimulo para leer, reflxionar e intercambiar con profesores y alumnos que nos cuestionamos el presente, queremos redescubrir nuestro pasado y a la vez conectarnos con un cierto método “liberal” con la historia, el arte y la literatura. Nos seguiremos viendo por allí. Saludos cordiales.

Oscar Marcano
26 de mayo, 2009

Gracias, María Fernanda, por tu palabra, por tus dones, tan necesarios en estos tiempos.

Miranda Bay
31 de mayo, 2009

Acabo de terminar de ver The Reader gracias a la nota que escribistes María Fernanda. La película me gustó. Muchos temas, pero sin duda, la literatura como herramienta para recuperar la vida fue el que más me tocó. Gracias por la nota.

Luis Alfonso Monasterios Torres
10 de mayo, 2012

Saludos, No se porqué, pero hoy 10 de mayo de 2012, publicaron su artículo en mi pared del facebook, me ha gustado mucho leerla, pues siempre me ha gustado lo que escribe. Recuerdo haber escuchado en la película sobre el fin del mundo: 2012, la frase siguiente: “este libro es patrimonio de la humanidad, ¿sabe porqué? porque Yo lo estoy leyendo”. Me impresionó esa frase, creo que va con el artículo. Gracias

Elisabeth Roosen
28 de julio, 2016

Mafer, que alegría leerte ! La película The Reader también me fascino y lo que más me gusto fue verla leer con el cuento ” la dama del Perrito” que leímos en una de nuestras sesiones. Me encantan tus reflexiones ! Un beso

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