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Estados fallidos

Por Rachel Kushner

ruins1“Ruins”
de Achy Obejas.
205 pp. Akashic Books. Paper, $15.95.

En la Habana, donde una bolsa plástica se enjuaga cuidadosamente y se pone a secar, hasta los altos techos coloniales se convierten en un recurso reutilizable cuando demasiadas personas comparten un espacio. Con desechos de madera y unos pocos ladrillos puedes construir un segundo piso interior-una “barbacoa”, como se le llaman a estas modificaciones ilegales. ¿ Son estructuralmente seguras? Como no, hasta que llegan las lluvias tropicales, cuando debes empezar a rezar. O la persona que vive debajo de ti debe empezar a rezar, ya que su techo cruje bajo el peso añadido.

Tal es el aprieto de Usnavy, el atormentado héroe de “Ruinas”, la nueva novela de Achy Obeja. Usnavy y su familia quisieran una barbacoa propia. El duerme en un catre para que su esposa e hija de 14 años puedan compartir la única cama de su pequeño y húmedo cuarto. Pero Usnavy, un hombre de tierna convicción, que solo trata de hacer su parte como buen revolucionario, no es el tipo que desobedece abiertamente las reglas, aún cuando la humedad pone en peligro su biblioteca y borra los números de identificación de la partida de nacimiento de su hija-un ejemplo desafortunado del gusto que Obeja tiene por metáforas pesadas, cuyo mero título deja poco a la imaginación de como vemos las cosas en Cuba.

Dejando las legalidades de lado, Usnavy no puede construir una barbacoa porque el techo está ocupado por la única posesión de valor que tiene la familia: un candelabro estilo Tiffany, de casi siete pies de ancho, traído hace algún tiempo desde su casa cerca de Guantánamo. (Otro legado de Guantánamo es el inusual nombre de Usnavy, ni sonoro ni sutil, que su madre adaptó de las letras que vio pintadas en un buque de guerra.) Ahora Usnavy sube la mirada hacia el vidrio coloreado y sueña con África, sin importar que la lámpara es muy pesada para sus cadenas dejando caer los restos del yeso hacia el apartamento mientras el techo, y su consciencia, amenaza con colapsar.

“Ruinas” ocurre en 1994, durante la cúspide del “período especial” de Cuba, tras la caída de la Unión Soviética y la profundización de las sanciones norteamericanas, cuando Castro anunció que el que quisiera irse no sería detenido. Alrededor de Usnavy sus amigos y vecinos construyen balsas. Su misma esposa traiciona la revolución dándole de comer a su hija un pedazo de algo marinado que el vecino vende como carne. Si es carne o pedazos de una cobija vieja no es lo importante: el vecino está haciendo negocios capitalistas y Usnavy está en contra, aún después que se come el marinado, escondido y con culpa.

La escena es encantadora, triste y divertida, pero subraya un problema fundamental de “Ruinas”. Mientras el personaje de Usnavy está escrito con destreza, con profundidad genuina, también es un torpe inepto y un “tarado subdesarrollado”, políticamente ingenuo y desconocedor de las fuerzas históricas superiores. El embargo, por ejemplo, nunca se menciona. En cambio, todo se reduce a una sombría fe revolucionaria, que como la lámpara, es meramente un sueño trágico, pesado e impráctico.

Usnavy mantiene tanto la lámpara como su idealismo, pero selectivamente: a medida que el libro se reduce al simbolismo incesante, comienza a tomar partes de la lámpara para venderlas. Hacia el final, se destroza la mano tratando de alcanzar lo que cree ser una verdadera lámpara Tiffanny en una casa destruida por una tormenta, y luego regresa a su casa y la encuentra destruida también, “páginas sueltas de Martí” en el piso enlodado.

Es sometido a cirugía sin anestesia, mordiendo un pedazo de goma que especula ser la correa del ventilador de “un vibrante Ford o Buick.” Uno no duda de los detalles de Obeja, pero son tan obvios y literales que le dan al lector, como a Usnavy, poco respiro de su desilusión. Al final del libro, cuando se vuelve “hacia la pared”, enfermo y con el espíritu roto, no podemos culparlo.

c.2009 The New York Times
Distribuido por The New York Times Syndicate

Traducción: Gabriela Gamboa