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Diario: Günter Eich/Felicidad Trágica

Valencia, domingo 26 de abril de 2009

Largas cervezas matinales con el amigo Daniel Labarca, un poco de Bach, mucho cine y el Grand prix de Formula 1 en Bahrein. Recuerdo que un sobrino de Wittgenstein, tan genial y tal loco como sus tíos, era un amante de la Fórmula 1, para desesperación de Thomas Bernhard, su amigo y biógrafo. Un mensaje telefónico de mi hermano desde Mykonos, “Wish you were here”. En este momento se encuentra en la isla egea para las bodas de unos amigos. Estuve invitado y a punto de ir, pero significaba perder dos semanas de clases en la universidad, así que “no way”. Pero, con la humildad que una vez, entre las mil veces, desplegó Lacan para referirse a Joyce, me gustaría decir que un día Grecia vendrá a mi encuentro. Como sucedió con Italia en 1995.

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En un número perdido de la LONDON REVIEW OF BOOKS encuentro cinco poemas de Günter Eich, traducidos al inglés por Michael Hofmann.

No dispongo de los originales, así que me lanzo a ciegas a ese estanque desconocido que es traducir de una traducción. Apenas pueda, le escribo a una sobrina que reside en Alemania para que me consiga la poesía de Eich en alemán. Es un poeta que no ha dejado de interesarme desde que leí sus primeras cosas, hace años, en una antología de poesía germana publicada por Sudamericana.

“Hermanos Grimm”

Ortigas.
Los niños con quemaduras
esperan detrás de las ventanas del sótano.
Sus padres salieron y dijeron
que regresarían pronto.

Primero vino el lobo
con panecillos,
la hiena pidiendo un rastrillo
y el escorpión la guía de TV.

Sin llamas,
la ortiga arde afuera.
Sus padres
nunca volverán.

Es inquietante la sensación que produce este poema, en apariencia inocente. Todos hemos sido, algunos seguimos siendo, los protagonistas del cuento de los hermanos Grimm.

Valencia, lunes 27 de abril de 2009

En su estupendo “Mendel el de los libros”, el relato de Stefan Zweig, encuentro esta descripción, casi quirúrgica, sobre el carácter pernicioso del obsesivo, aquellas víctimas de lo que la psiquiatría clásica conocía como “idée fixe”:

En Jakob Mendel, aquel pequeño librero de viejo de Galitzia,
contemplé por primera vez, siendo joven, el vasto misterio de
la contemplación absoluta, que hace tanto al artista como al
erudito, al verdadero sabio como al loco de remate, esa trá-
gica felicidad y desgracia de la obsesión absoluta.