Por Alejandro Oliveros | 13 de abril, 2009

LUNES, 13 DE ABRIL DE 2009

En estos países de un solo día y una sola noche, sin estaciones precisas, algunas fechas sirven para recordarnos el trágico paso del tiempo, el “fugit ireparabile tempus” que, con razón, tanto angustiaba al hombre el otoño medioeval. Una de ellas es la Semana Santa. Atrás ha quedado un cuarto del año 2009. Así de dramático. No sé cuántos son los días que han pasado, sólo sé que son muchos y que no me parecen más de 24 horas. Otras 24 horas y ya estaremos en Navidad, así pasa el tiempo de veloz. “Nada como el tiempo para pasar”, diría el recordado Chino Valera Mora.

Hablando de Semana Santa, el sábado dejé de escuchar las “Pasiones”, de Bach, para acercarme a algo más ligero, menos épico, menos oloroso a la tragedia y sin el peso ético de la “Pasión según San Bach”. Pensé que para que no fuera tan violenta la ruptura, lo mejor era seguir con el maestro alemán y escogí sus seis “Sonatas para violín y clavincemballo”. Así, amanecí el Domingo de Resurrección, después de una prolongada ingesta de alcoholes la noche del Sábado de Gloria, escuchando esa música casi pastoral en su ternura, en medio de un tembloroso duermevela. Desde allí, en esa frontera borrosa de la conciencia, me pareció que oía algo conocido. Me desperté, a duras penas, y presté más atención, toda la que podía, que no era mucha, a lo que estaba sonando en el reproductor. No lo podía creer. En medio de la luz tímida del naciente domingo, se presentaba, sin aviso, un fragmento melódico de la Mattäeus-Passion. De eso estaba seguro, lo que no sabía era a qué sección correspondía. Volví a escucharla y ahora sí. Se trataba, nada menos, que del mismo “Erbarme dich” reseñado en estas páginas. En el estuche se decía: “Sonata en Do menor BWV 1017 1.- Siciliano: Largo”. Que Juan Sebastián hubiese escogido ese título para el segmento me confirmó en mi asociación de la Matthäus con Dioniso y la tragedia griega. A Sicilia, a Siracusa, para ser precisos, viajó Esquilo y allí estrenó varias de sus tragedias. ¿Tenía Bach esta información? Me gusta creer que sí. Los alemanes han mantenido un diálogo privilegiado con Grecia. Tal vez Heidegger no exageraba cuando insistía en que la filosofía hablaba en griego y que lo más cercano al griego era el alemán. Lo de “Siciliano: Largo”, por parte de Bach, no tiene nada de inocente. Pocas cosas más alemanas que él y pocas cosas más trágicas que sus “Pasiones”. En todo caso, ya es hora de regresar a gente como Haydn, que nos evitan estas complicaciones metafísicas y ayudan a sobrevivir el “asalto a la razón” que es la Venezuela de estos tiempos.

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MUSICOFILIA

musicophiliaRelevado de las implicaciones éticas de bach y las escrituras, he podido aproximarme a lecturas menos comprometidas, como la de Musicophilia, el más reciente libro de Oliver Sacks, un regalo del buen amigo Ernesto Rangel, él mismo un entusiasta melómano. Se trata de una colección de casos neurológicos, como el resto de los títulos del Dr. Sacks. Sólo que esta vez todos los estudios tienen que ver con la música y cómo ha afectado a una serie de sus pacientes. Como el más apasionante y sorprendente, el del Dr. Tony Cicoria, de 42 años en el momento de ser víctima de una rayo mientras hablaba desde una cabina telefónica al borde una carretera. “Muerto” por unos segundos, se recuperó para encontrarse un buen día convertido en un “musicófilo” compulsivo. Al punto de dejarlo todo, incluyendo matrimonio, y a excepción de su trabajo como cirujano, para entregarse a la música. Así es como le relató a Sacks lo ocurrido: “Estaba hablando con mi madre, había un poco de lluvia y relámpagos en la distancia. Mi madre había colgado. El teléfono estaba a unos 30 centímetros cuando sentí el golpe. Recuerdo un resplandor que salía del teléfono y me golpeó en la cara. Poco después estaba volando hacia atrás y luego hacia delante. Confundido. Miré a mi alrededor y vi mi cuerpo en el suelo y me dije: ‘Diablos, estoy muerto!’ La gente rodeaba el cuerpo mientras que una mujer que había estado detrás de mí para hablar por teléfono, me proporcionaba “resucitación cardio-pulmonar”. Flotaba y mi conciencia me acompañaba. Vi a mis hijos y estaba seguro de que estaban bien. Entonces me rodeó una luz azulada y un gran sentimiento de paz y bienestar… Y me dije, ‘Esta es la sensación más gloriosa que he tenido en mi vida. Y, Bam!, regresé'”. Un mes más tarde, el Dr. Cicoria estaba completamente recuperado. Cuando, de pronto, comenzó a sentir la necesidad imperiosa de escuchar música para piano, Chopin y ese tipo de cosas. Para hacer corto este cuento, Cicoria, que apenas había tenido unas cuantas clases de música cuando niño, se dedicó a estudiar música por su cuenta durante el tiempo que le dejaba la medicina: “Me levantaba a las cuatro y tocaba (en un piano vertical prestado) hasta que me iba a trabajar. De regreso volvía al piano durante toda la noche. Mi esposa no estaba muy contenta.” Todo esto en solitario, sin profesores ni amigos músicos. Catorce años después, en 2006, Cicoria hizo su debut como solista en un festival. Allí interpretó una pieza de Chopin y una de sus propias composiciones. Como dice Sacks, “si bien no se trata de un genio de la música sobrenatural, al menos lo hizo con mucha habilidad, algo impresionante para alguien que, como autodidacta, comenzó a estudiar música a los 42 años. El caso no tiene explicación médica. Y Tony Cicoria tiene razón cuando entendió que lo suyo era una bendición, una gracia que no tenía porqué ser sometida a investigaciones científicas.

Alejandro Oliveros Alejandro Oliveros, poeta y ensayista, nació en Valencia el 1 de marzo de 1948. Fundó y dirigió la revista Poesía, editada por la Universidad de Carabobo. Ha publicado diez poemarios entre los que figuran El sonido de la casa (1983) y Poemas del cuerpo y otros (2005). Entre sus libros de ensayos destacan La mirada del desengaño (1992) y Poetas de la Tierra Baldía (2000).

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