Diario de Alejandro Oliveros

Diario: El cementerio de Valery

Por Alejandro Oliveros | 29 de marzo, 2009

Domingo, 29 de marzo de 2009.

Aquí, en Valencia, y en todas estas provincias perdidas de dios, el calor comienza a sentirse desde las seis de la mañana, poco antes de que el sol aparezca con una violencia que no hace sino aumentar con los días. Recuerdo cuando, no hace mucho, amanecía con una luz grata a los ojos y la piel, pero eso quedó atrás.

Se habla de efecto invernadero, de huecos en la atmósfera, capas de ozono, para esconder una etiología que está ahí, donde todos pueden verla. El planeta azul de antes se aleja, montado en un barquito de vela. Ahora es de otro color el que se acerca. Y su luz será más agresiva e ingrata. Los placeres de la sombra quedaron en la memoria de los que la tienen.

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Paul Valery (1871-1945) es uno de los más conspicuos representantes de la cultura mediterránea del siglo XX. Una geografía que encuentra en la luz del sol y el azul marino del mar, sus mejores atributos. No es un sol como el de los trópicos. Si tuviera que definirlo diría que es un sol “racional”. Lo cual explica que en una de sus riberas Sócrates haya inventado la razón. Valery es nativo de esa topografía privilegiada. Y a
ella le cantó en versos que se consideran clásicos. Hace unos años, en un viaje por el sur de Francia en busca de un productor de Languedoc, llegamos, por error a una ciudad de la costa gala. El nombre no me resultaba desconocido, pero hay tantos lugares en el mundo con nombres familiares. Nos comunicamos con el propietario y nos damos cita en un restaurant a orillas del mar. Una superficie marina con la misma armonía y orden que uno observa en paisajes de Toscana, como Montalcino. Todo el urbanismo de la ciudad subordinado a la gravitación de las aguas procelosas. Casas blanca o amarillentas, calles pequeñas, sitios turísticos, pizzerías, hoteles. Era apreciable que el lugar había conocido días mejores, una atmósfera con algo de “fané”, de pretéritas glorias.

Nuestro sitio de encuentro, al extremo oriental del puerto, dominaba toda la tranquila bahía. Antes de llegar, en una pequeña colina a la derecha, un cementerio en lo alto, con cruces marmóreas y blanquecinas tumbas. Creo que el pulso se me hizo más rápido ante la vista del camposanto y le digo a mi hermano: “No estoy seguro, pero creo que ese cementerio aparee en uno de los poemas más famosos del francés contemporáneo, EL CEMENTERIO MARINO, de Paul Valery: ‘Ce toit tranquile ou marchent des colombes’, y no recuerdo qué más.” Un minuto después, en una pequeña “carrefour”, encontramos la confirmación: “rue Paul Valery”; “Vers le Cimitière marin” y todo lo demás. Estábamos en Sète, la ciudad natal del poeta, y el que estaba en la montaña era el cementerio marino del poema, que había leído por primera vez en los calores de esta Valencia de trópico y soledades.

Alejandro Oliveros Alejandro Oliveros, poeta y ensayista, nació en Valencia el 1 de marzo de 1948. Fundó y dirigió la revista Poesía, editada por la Universidad de Carabobo. Ha publicado diez poemarios entre los que figuran El sonido de la casa (1983) y Poemas del cuerpo y otros (2005). Entre sus libros de ensayos destacan La mirada del desengaño (1992) y Poetas de la Tierra Baldía (2000).

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