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Diario de Alejandro Oliveros: El regreso de Rufino Blanco Fombona

Caracas, miércoles 18 de febrero de 2009

5.50am

Gracias al entusiasmo de la Fundación para la Cultura Urbana, acaba de aparecer el estudio del amigo Andrés Boersner sobre Rufino Blanco Fombona. Con Angel Rama, y con no menos lucidez, Boersner ha dedicado años al estudio de la obra del proteico venezolano. No es improbable que la condición de diaristas de ambos sea lo que haya establecido estas afinidades electivas, aunque no creo que sea la única. Ambos son de los que creen, que no son muchos, que el diario es la “quinta rueda” del carro y a menudo la única que sigue girando después de la muerte del autor (Jünger, dixit). RUFINO BLANCO FOMBONA ENTRE LA PLUMA Y LA ESPADA, es el nombre del libro. Dice Andrés, en una entrevista:

“Blanco Fombona me pareció siempre un escritor polémico, alejado del discurso oficialista de la imagen acorsetada que le encontraba a sus compañeros de generación. Me llamó la atención desde el principio su manejo de géneros no convencionales, como el diario íntimo o la crónica… Busqué en Rufino al escritor contestatario, sonoro, pero me encontré con un intelectual de mayor trascendencia.”

Sobre el relativo olvido de la obra y figura de RBF:

Creo que su egotismo, sed de aventura, temeridad y conocimiento no lo emparentan con nadie en particular… La situación de cambios políticos de la época (con la muerte de Gómez) como en España (con la Guerra Civil) hizo que la gente olvidara rápidamente a los sobrevivientes de generaciones pasadas. Rufino no se puso al día con los cambios y pasó de ser considerado un escritor de avanzada a uno de la retaguardia más reaccionaria.

En el mail donde Andrés me anuncia la salida de su estudio, me comunica un entusiasmo que comparto.

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7.45 am

DOS LINEAS SOBRE CAVAFY (I)

Cavafy fue lo que Ruben Darío habría llamado un “raro”. Alguien imaginado por un Pessoa griego de comienzos del XX. Todo en él es inusual. Empezando por su fecha de nacimiento: 1863. No tiene nada de especial, en verdad, haber nacido durante ese año. Si bien no es uno de esos emblemáticos, como 1830, 1848 ó 1870, para mencionar algunos, no fue Cavafy el único nacido durante esos doce meses. Lo extraordinario es que, habiendo nacido tan “lejos”, sea uno de los poetas, que no son muchos, cuya modernidad incuestionable sigue siendo moderna. Cuando Ezra Pound, a los veintitantos, forcejeaba, hacia 1909, para desempolvar la poesía escrita en inglés, ya Cavafy tenía cuarenta y cinco. Cuando Breton termina el liceo y no se imagina a sí mismo como padre del surrealismo, el poeta griego se aproximaba a la quinta década de sus días. En otras palabras, ningún poeta moderno tan “viejo” como Cavafy. Y ninguno, a estas alturas metamodernas, tan “joven”. ¿En qué consiste esta sensación de eterna juventud que advertimos en su poesía? Nunca se dedicó, como Marinetti, a exaltar la belleza de los carros de carrera (“más bellos que la Venus de Samotracia”). Ni, como los surrealistas, confió en las bondades de una supuesta escritura automática. O, como Rilke, Eliot o Perse, defendió la oscuridad expresiva como un atributo estético. No hizo saltar la sintaxis de su amado griego, como hubiera querido hacer Vallejo con el castellano. Cavafy, en verdad, es todo un caso. Y uno que nos debe ocupar, porque su poesía es uno de los pocos legados de belleza permanente que nos dejó el siglo pasado

Pero eso no es lo único raro en Cavafy. Al fin y al cabo, ser moderno, o no, es una decisión estética, no un determinismo cronológico. Tanto como su modernidad, lo que más me ha atraído de su lírica es el “asunto”. Es decir, lo que cuenta en su poema, al tiempo que lo canta. Cavafy nació en la Alejandría de Egipto. Y la sola mención de la ciudad imperial nos sobrecoge. Las resonancias y asociaciones son las más ricas. Se trata de la ciudad fundada por Alejandro Magno, sede del Faro y de la no menos lamentada Biblioteca. Es como haber nacido en una leyenda. Algo así como bañarse en el Averno. Aunque, en realidad, el Averno es un oscuro laguito en las inmediaciones de Nápoles, sin la grandeza del hades virgiliano, y Alejandría, cuando nació Cavafy, hacía siglos que había perdido el pasado esplendor.