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Diario de Alejandro Oliveros: Rilke

Valencia, martes 27 de enero de 2009

Esta es la penúltima entrada del “Diario de Westerwede y de París”, escrito por Rilke en 1902, a sus veintisiete años. Es una muestra, una de las tantas, de la conocida necrofilia romántica. Una inclinación que inauguró, en Alemania, por supuesto, el gran Novalis con sus “Himnos a la Noche”, escritos a la muerte de su amada Sophie von Kuhn. Otras muestras emblemáticas de la necrofilia romántica, apenas tres, y en música: “Der Tod und die Mächen”, “Liebestod” y “Kindertotenlieder”. Con razón, Goethe los llamaba “poetas de la noche y los sepulcros”. La de Rilke es una manifestación tardía de esta inclinación tan germana:

…después del desayuno estuve en Instituto de Anatomía. La sala colmada, el aire encerrado, sofocante y caluroso. Me paré en el fondo. Adelante, en un taburete de paja, estaba sentado un cadáver; un hombre con las piernas juntas y estiradas; la mano izquierda parecía sujetar la silla, la derecha posada sobre la pierna. El costado derecho, la clavícula, el antebrazo cuidadosamente descubierto. La piel amarilla, fría. Sólo la cabeza del hombre era oscura, color concha de coco; la barba y los cabellos eran como los de un viejo, sin brillo. Los ojos cerrados, el rostro lleno de sombras. ¿Se había ahorcado? ¿Cómo había muerto? ¿Qué había pasado para que se encontrara en un taburete, el cuerpo frío y desnudo, el rostro ennegrecido? ¿Y su alma, su vida? ¿No hay nada que sufra en la vida de este cuerpo? ¿Ningún sufrimiento?