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Diario de Alejandro Oliveros: Dido

Valencia, lunes 19 de enero de 2009

Todavía conmovido por la muerte trágica de Orel Sambrano. Ayer, con el amigo Daniel Labarca, me detuve en el sitio donde lo asesinaron para derramar un poco de vino. Conocí a Orel hace más de cincuenta años y lo quise desde entonces. Y todavía lo quiero, como si estuviera vivo.

* * * * *

DIDO.-

Siempre he deseado escribir unos versos sobre Dido, la desdichada reina de Cartago. Que se quitara la vida después de haber sido abandonada por Eneas, el gran héroe virgiliano. El libro cuarto de La Eneida, donde se habla de su fin apuñalado, es una de las cumbres de la poesía occidental. Nada se ha escrito sobre el desengaño amoroso que se le compare. Acaso Shakespeare, pero no estoy seguro. Me he referido a la reina africana en otro de estos diarios. Y, no pocas veces, les he hablado a mis alumnos sobre este asunto lamentable. Ahora, una estudiante me hace llegar un texto de Rosario Castellanos dedicado a Dido. Un poco “wordy”, me parece, como todo lo de esta autora. Pero no dejo de reconocer algunos pocos momentos luminosos:

(…)
He aquí que al volver ya no me reconozco. Llego a mi casa y la encuentro arrasada por las furias. Ando por los caminos sin más vestidura para cubrirme
que el velo arrebatado a la vergüenza; sin otro cíngulo que el de la
desesperación para apretar mis sienes. Y monótona, zumbadora la demencia
me persigue con su aguijón de tábano.

Se cuentan por decenas los poetas que han cantado la desdicha de la amante abandonada de Eneas. Marlowe le dedicó una de sus siete tragedias, aunque no la mejor. Así quiere el gran dramaturgo que reaccione Dido ante la noticia de la partida de su amante:

Let me go; farewell; I must from hence.”
These words are poison to poor Dido’s soul:
O, speak like my Aeneas, like my love!
Why look’st thou toward the sea? The time hath been
When Dido’s beauty chain’d thine eyes to her.
Am I less fair than when thou saw’st me first?
O, then, Aeneas, ‘tis for grief of thee!
Say thou wilt stay in Carthage with thy queen,
And Dido’s beauty will return again.
Aeneas, say, how canst thou take thy leave?
Wilt thou kiss Dido? O, thy lips have sworn
To stay with Dido! Canst thou take her hand?
Thy hand and mine have plighted mutual faith;
Therefore, unkind Aeneas, must thou say,
“Then let me go and never say farewell’?

Al buen y malogrado Marlowe, no olvidemos, le debemos uno de los retratos más memorables de otra reina, la escurridiza Helena, consorte de Menelao.

Caracas, miércoles 21 de enero 2009

Ayer, con mis alumnos de la universidad, hablando de la idea imperial en La Eneida. Virgilio, como la mayoría de los romanos sensatos de su tiempo, estaba al tanto del deterioro de la república, como forma de gobierno, después de varios siglos de vigencia. La demostración más dramática de estas limitaciones fueron las guerras civiles, que desangraron Italia y llegaron a su trágico fin con la muerte decapitada de Pompeyo a manos del inepto Ptolomeo. Creyó Virgilio que Octavio era la salida más idónea para Roma. Y es probable que haya tenido razón, pero sólo en el caso de Octavio. Sus sucesores en el Imperio, buena parte de ellos, hicieron el uso más nefasto del poder. El problema, en realidad, es que Octavio no entendió que la forma hegemónica, que propició Julio César y se impuso a su muerte, y la de Antonio, sólo era buena por un período de tiempo muy preciso. El suficiente para restaurar la salud de la república moribunda. De modo que lo que se pensó como remedio terminó como enfermedad.

Más tarde, el buen Maquiavelo insistirá en la naturaleza cíclica de los modos de gobierno. A una democracia sigue una tiranía, o cualquier forma unipersonal de administración. A la cual sigue una nueva democracia. Y así. La decadencia (corrupción, descuido, mal gobierno) de las formas democráticas estimula, en un sector amplio de la sociedad, el anhelo por una figura fuerte, no importa la amenaza implícita de que se convierta en dictador. La cual, al acumular un poder absoluto, genera, como se sabe, una corrupción también absoluta. Un exceso que sólo puede ser corregido por la restauración de la democracia. Maquiavelo tenía razón, y casi siempre la tiene. Una variante nefanda sería aquella en la cual una tiranía corrupta, en lugar de propiciar la aparición de la república, conduce a una nueva tiranía de otro signo, con la promesa de terminar con el caos y cumplir con la vocación revanchista de algunas clases. En estos casos, la lucidez se impone como necesidad. La tentación totalitaria no es un remedio para la república enferma. Lo que se impone es la sanación del cuerpo enfermo y su restablecimiento como la forma menos oprobiosa de gobernarnos.

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Dos haiku del poeta irlandés Michael Hartnett (1941-1999)

Dying in exile.
To die without a people
is the real death.
***
To give all I am.
A rejection is worse than
the worst of loneliness.

No sin virtuosismo, Hartnett adapta al inglés la métrica del original. Sus líneas alternan los acentos, 2-3-2. Tengo pensado incluir algún texto de Hartnett en VOCES AJENAS mi colección de traducciones cuya publicación, por falta de editores, he postergado por más de cinco años.