- Prodavinci - https://historico.prodavinci.com -

Diario de Alejandro Oliveros: Naipaul on Miranda

Caracas, jueves 15 de enero de 2009

Naipaul on Miranda

El generalísimo (ya el título es sospechoso) Francisco de Miranda es la personalidad más escurridiza de los breves anales de Venezuela. Un personaje típico del siglo XVIII. Un producto tardío de un tiempo que había dado hombres como Casanova, Voltaire y Rousseau. El héroe de Valmy era, también, propietario de una de las bibliotecas más extendidas y selectas de su época. Espía, soldado de fortuna, contrarrevolucionario y revolucionario, monárquico y republicano, coleccionista de vellos púbicos y valiosas botellas de vino, sobre él se puede escribir cualquier cosa y, de hecho, ha sido sí. En El Camino de la Vida, la reveladora narrativa de V.S. Naipaul, encontramos estas opiniones:

“(Miranda) pronto dejó Venezuela y viajó por Europa y Estados Unidos. Se dio a sí mismo el título de conde y conoció a gente importante; en la Francia revolucionaria llegó a ser general. En el exilio comenzó a mejorar el país del que venía. Pasaron a un segundo plano negros y mulatos de las haciendas esclavistas; los venezolanos se convirtieron en incas, los primeros gobernantes del continente, caballeros por naturaleza, tan nobles como cualquier filósofo del siglo XIX los habría imaginado. Era la gente a la que Miranda representaba: lo único que les faltaba era la libertad. Hacia la mitad de su vida, finalmente, llegó a Trinidad, su base para comenzar su revolución en el golfo. Tenía dinero, un barco, armas, todo lo que había dicho que necesitaba. También tenía los prospectos de los comerciantes londinenses que le habían subvenido durante años; había prometido distribuirlos por Venezuela una vez que la hubiera liberado. No la liberó; desencadenó una especie de anarquía y fue detenido por la mezquindad colonial de la que había huido hacía media vida; esa mezquindad que siempre había estado allí, esperándole.”

El Miranda de Naipaul no es menos contradictorio que el que conocíamos. Lo que me impresiona es que lo tenga como causante de una “especia de anarquía”. Precisamente a él, a Miranda, autor de una de las frases más esclarecidas de nuestra historia. Aquel “bochinche, bochinche” que nos ha definido desde entonces.

Valencia, viernes 16 de enero de 2009

Más adelante, Naipaul le dedica a Miranda las mejores páginas de Un Camino en el Mundo. Cien de ellas. Se trata de una crónica, no exenta de apasionamiento, de la tortuosa vida del Precursor. Su muerte es reseñada con una objetividad que la hace aún más terrible:

“Miranda tuvo una agonía dolorosa de cuatro meses, atacado por una enfermedad tras otra, violentos ataques, tifus y, hacia el final, una afección que le hacía sangrar por la boca. Fue enterrado sin ceremonia, llevado del hospital de la prisión en el colchón y las sabanas de su lecho de muerte y con la misma ropa que llevaba al morir y puesto tal cual en la tumba. Los hombres que le llevaron regresaron, reunieron sus restantes ropas y pertenencias y lo quemaron todo. Pronto se perdió toda idea del lugar en que lo habían enterrado.”

Miranda es un personaje trágico, uno de los más grandes de la historia de las guerras de liberación latinoamericanas. Aristóteles atribuye la causa de la tragedia a una “amarthía”, algo así como un error de juicio, una equivocación que conduce al protagonista a su final. No siempre es fácil de precisar la “amarthía” de los personajes. En el caso de Edipo, por ejemplo, ¿cuál fue su error? Además, cometió tantos. En el de Miranda el error trágico es más fácil de precisar. En su regreso a Hispanoamérica está el origen de su triste desenlace:

“Nunca debí haber ido a caracas después de recibir semejante carta de Roscio; debía haber pensado que estaba equivocado sobre la auténtica situación. debía haberme quedado en La Guaira y haber regresado a Curazao en el H.M.S Avon. Tendría que haberles hecho esperar, un año si hubiera sido preciso, así debería haberlo hecho.” A ese error de juicio se refiere Aristóteles cuando habla de “amarthía”.

Me siento incapaz de seguir escribiendo. Me acabo de enterar de la muerte recentísima (hace apenas hora y media) y asesinada de Orel Sambrano. Orel era el más viejo de mis amigos y de los más queridos. Ha sido víctima de una violencia que va acabando con los venezolanos como la peste acababa con poblaciones enteras durante la Edad Media. Es un invasor poderoso que actúa con la misma impunidad que describe Camus en su novela. Orel fue uno de los mejores lectores que he conocido, uno de esos que disfrutaba una lectura inteligente como las iguanas disfrutan el sol. No había nada de su ser que no la sintiera.