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Los diarios de Alejandro Oliveros presentados por Andrés Boersner

Por Andrés Boersner

Los diarios de Oliveros poseen una suerte de continuidad o equilibrio en su ejecución desde que los iniciara en 1995. Considero pertinente que se identifique siempre con el subtítulo de “diario literario”. Pero los demás elementos no pueden ser tomados a la ligera. Ni siquiera estamos medianamente seguros de que la parte literaria sea la que predomine en el tiempo. Podría tratarse más bien de un estimulante para la exploración existencial, como los de Amiel o los diaristas franceses del siglo pasado; para la interrogación histórica, como los de Junger; para el pulimiento de estilo y laboratorio narrativo, como los de Kafka o para el ejercicio académico, como los de Hannah Arendt. No aventuro otra posibilidad para no salirme del esquema de justificaciones religiosas, históricas, terapéuticas y profesionales que les asignan Roland Barthes y, palabras más, palabras menos, Alan Pauls, a los diarios.

Un diario es importante, contundente, en su conjunto, como la gran zaga de Balzac o Marcel Proust. Si tomamos un fragmento de los diarios de los hermanos Goncourt nos pueden parecer superficiales, chismosos, pero reunidos representan un gran fresco sobre la segunda mitad del siglo XIX en Francia.

Pero regresando a los diarios de Alejandro Oliveros no creo que sea necesario especular sobre la naturaleza ni las medidas exactas de los ingredientes que los conforman. Eso ya queda a criterio del que aborda estas páginas. Lo que si es evidente es el rigor de sus lecturas, sobre todo cuando se trata de poetas como Auden, Zagajewski o Hughes. Nos sitúa en los antecedentes, como buen pedagogo pero también para dejar claro, desde la propia escritura, que estos son diarios destinados a un público. En ése sentido podemos descartar de una vez la naturaleza íntima de los mismos. Y eso no contradice su exposición constante en las páginas que leemos, lo cual supone un riesgo poco común en nuestra literatura. Conozco a varios escritores que llevan diarios. Uno de ellos desde hace 40 años. ¿Por qué no los publican? La respuesta es siempre la misma: por temor al desnudo y a la confrontación con los seres queridos.

Considero sincera la exposición que hace el poeta. Si quería mostrar una imagen ideal creo que fracasó. Aquí tenemos a alguien muy despierto pero también a alguien que duda y exhibe sus llagas. En estos diarios se demuestra lo que ya sabíamos: que la vida es un viaje.

Nos puede llevar de Valencia a Venecia, de Auden a los griegos, de la alegría al desasosiego, pero el viaje de Alejandro no tiene desperdicio, es un viaje creativo, acompañado de marginales como Joseph Roth o profetas del paganismo como Apolonio de Tiana.

En estos “Tristes cuidados” la variedad temática viene acompañada de una proliferación de formas. Aquí nos tropezamos con aforismos, poemas, ensayos, traducciones y hasta algún cuento camuflado como sueño. Esta contienda de géneros se nutre de una diversidad no menos generosa de lecturas. La inclinación es decidida hacia aquellos clásicos contemporáneos obviados por la crítica como el propio Joseph Roth o Julien Green, uno de los grandes diaristas de cualquier época. Cuando Sebald, Zagajewski, Paul Celán o Sandor Marai comenzaron a ser conocidos en nuestra lengua ya Oliveros se había ocupado de ellos. Sus apuntes son una suerte de guía que alienta a expediciones más largas y profundas. Tiene la ventaja de conocer varios idiomas y de leer buena parte de estos autores en el original. Es implacable con las versiones españolas a las cuales denomina, por su arcaísmo y torpeza, como “francopolitanas”. Pero siempre estará dispuesto a reconocer un Chateaubriand o un Eckermann bien traducido.

La escritura de diarios sigue siendo terreno marginal en nuestra literatura. El siglo XX venezolano abre y cierra con los dos diarios más contundentes que se han escrito: los de Rufino y los de Oliveros. Ambos son poetas y esto no es casual ya que los poetas suelen ser los más desvergonzados a la hora de desnudar la palabra y marcar el tiempo. Y la mayor parte de los nuestros son invariablemente pesimistas. En uno de los poemas que escribe en el dramático 2002 y refiriéndose a Séneca nos dice que: Son tiempos difíciles, pero vendrán peores. Ya entiendo por qué a Oliveros no le gusta la poesía de Walt Whitman. Pero quisiera complementar ese pesimismo con el de otro gran poeta, Dylan Thomas, quien nos pide con insistencia:
No entres mansamente en esas buenas noches
Rabia, rabia contra la muerte de la luz.

Addendum: aquí pueden ver el diario 2009 de Alejandro Oliveros